El emprendimiento familiar del enólogo Felipe Ramírez es un destello dentro del creciente portafolio mediterráneo de Chile. Son un poco más de un millar de botellas de una mezcla tinta de Melozal (secano maulino), pero muy pronto verán la luz otras propuestas.
El enólogo Felipe Ramírez creció en la calle Las Luciérnagas en Santiago. Esa vida de barrio, donde los niños jugaban con asfalto y tierra en lugar de joysticks y pantallas planas, aún sobrevuela en su memoria y la embotella en una mezcla de cepas y emociones. Su padre entomólogo llegaba en las tardes con una bolsa de bichos vivos. Su madre se espantaba. Pero Felipe se divertía. Y grabó en su memoria esos insectos luminosos, el nombre de la calle y cuando la vida quizás era más simple, austera y asombrosa.
“Las Luciérnagas nació de la inquietud que tenemos los enólogos de la industria para expresarte y hacer algo más personal, que implique tu familia y conectándolo con el terroir”, explica.
Felipe es el primero de la familia que se dedica al vino y este proyecto busca aportar y dejar algo a las nuevas generaciones. Al enólogo le llama la atención cuando los viñateros hablan de su historia, de los abuelos y bisabuelos que plantaron las primeras estacas. Junto a su esposa Cinthia, decidieron partir con Las Luciérnagas en 2013, el mismo año en que nació Nicanor, su primer hijo y el heredero de esta novel tradición.
Este primer vino nace en el secano maulino, en un sinuoso campo de Melozal. Es una mezcla mediterránea de Carignan, Grenache y Syrah que ilumina los sentidos con sus notas de violetas, guindas ácidas, hongos silvestres y hojas de tomillo. Esas tierras de rulo y esos cepajes no fueron elegidos por casualidad. El enólogo perfeccionó sus conocimientos en Montpellier y simplemente quedó enamorado de los vinos de Languedoc-Roussillon.
“En ese tiempo no tenía un peso y como estudiante iba con mi botellón de 5 litros a comprar vinos a las bodegas. Allá es súper común que te vendan Grenache o Mourvédre a granel. Era un vino exquisito y con eso me alcanzaba para toda la semana. Volví con ese recuerdo. Por eso hacer vinos en Maule nace de forma súper natural y me hace muchísimo sentido”, sostiene.
Hoy tiene en bodega las cosechas 2013, 2014 y 2015 de Las Luciérnagas, además de un vino fortificado tipo Porto llamado Pequeño Saltamontes que vinifica año por medio. La idea en las próximas temporadas es llegar a una producción de 3 mil botellas de Las Luciérnagas y agregar un Semillón y un País. El enólogo realizó un estudio sobre la cepa fundacional chilena y la ha vinificado de todas las formas posibles y espera muy pronto sorprender con su propuesta.
Las Luciérnagas es un proyecto que reactualiza la nostalgia, apuntando al futuro sin prisa, pensando en los hijos y nietos de Nicanor.
miércoles, 23 de marzo de 2016
sábado, 6 de febrero de 2016
15 revelaciones de 2015
Nuevos proyectos, nuevas mezclas, nuevos orígenes, nuevas cosechas. Estos son los vinos que refrescaron y sacudieron nuestro paladar.
El país vitivinícola crece. Es más alto, pero también más ancho. En las última década se ha producido una verdadera revolución con nuevas plantaciones en altura, en el borde costero, en el sur profundo; con el rescate de cepajes y valles olvidados por la historia, que hoy contemplan el paisaje con un renovado optimismo; con la irrupción de proyectos familiares o a escala humana; con verdaderos vinos de origen, naturales, innovadores; con un carácter e identidad que aporta al fortalecimiento de la imagen del sector en los mercados internacionales.
Es como una olla en ebullición, aún algo desagregada, quizás inorgánica, pero que refresca y diversifica el panorama vitivinícola.
Después de haber catado más de mil vinos durante 2015, hemos realizado una selección de aquellos que reflejan este nuevo espíritu, muchos de ellos primeras cosechas de promisorios proyectos o clásicos que se reinventan para reverdecer sus laureles. Estos vinos representan distintos cepajes y orígenes, pero tienen algo en común: intentan escapar del status quo, de escalar nuevos peldaños cualitativos, de profundizar en un estilo propio y coherente en el tiempo.
Brutall Juan Rosales Cinsault
Este espumante no sólo rescata una cepa rústica y menospreciada, proveniente de un valle fundacional como Itata, sino además pone en valor la asociatividad como un camino imprescindible para los pequeños productores. Perteneciente al colectivo Centinelas del Itata Profundo, que reúne una veintena de representantes de la vitivinicultura familiar campesina, este vino elaborado con el método tradicional conquista con sus notas de frutillas y copihues rojos.
Calyptra Gran Reserva Sauvignon Blanc 2012
Definitivamente rompe los moldes. Trepa la cordillera para reivindicar Los Andes (Coya, Cachapoal) como un gran terroir para vinos blancos y demuestra que el Sauvignon Blanc sí puede envejecer con dignidad, alcanzando mayores alturas y complejidades. Estuvo 18 meses en barricas y es un vino inmenso, colmado de capas aromáticas y con un insospechado potencial de guarda. Perfectamente se puede descorchar en cinco años más y continuará teniendo ese carácter firme y vibrante.
El Pellín Vino Blanco de la Zona 2014
Causó una gran impresión en el jurado del pasado Six Nations Wine Challenge en Sydney y no muchos de ellos eran fans de los vinos naturales. Es que esta mezcla de Chardonnay y Pinot Blanc osornina rompe con las etiquetas y convenciones. Impresiona por su textura sedosa y la mineralidad que regalan esos suelos de toba volcánica. Es un blanco atípico, pero no demasiado difícil de comprender. Seduce al primer sorbo.
Trabún Syrah 2009
Es uno de esos Syrah que no dejan indiferentes a nadie. Coquetea con sus notas de murta y hierbas, pero en boca definitivamente consuma la relación con los consumidores. Es un vino lleno de quiebres y sutilezas, con una boca profunda, eléctrica y salina. Algunos lo llaman elegancia. Prefiero decir que es un vino con carácter, equilibrado, que refleja muy bien su origen en Cachapoal, pero con un toque muy distintivo.
Ventisquero Herú Pinot Noir 2013
Refleja la voluntad de ir creciendo con esta cepa y llevarla más allá en un segmento donde abundan los vinos de buena relación precio / calidad. Después de cinco entregas, este Pinot Noir, que nace en una ladera granítica de Casablanca, emociona con sus notas de frambuesa, sal marina, yodo y hierba fresca. Es la mejor cosecha de Herú. Un Pinot Noir de fuste, fino y equilibrado, pero por sobre todo con una personalidad atractiva.
J.A. Jofré Tempranillo / Cariñena / Carmenère 2014
No sé si este vino adhiere a la filosofía de Vinos Fríos del Año, como reza el proyecto del enólogo Juan Alejandro Jofré, pero sí impresiona por el atrevimiento de sus componentes y por la vibrante acidez que caracteriza sus propuestas. Con notas de frutos silvestres, flores y especias dulces, es una mezcla portentosa y equilibrada, donde el Carmenère abrocha muy bien las cepas mediterráneas, suavizando sus ángulos, esculpiendo un tinto firme pero locuaz.
Aresti Trisquel Series Altitud Merlot 2014
No hay demasiados Merlot que vuelen la cabeza. Ni muchos curicanos que huyan de la depresión intermedia. Pero este vino se pone los bototos y sube a 1.245 metros de altura. Es un vino con un alcohol considerable, pero que impresiona y desconcierta con sus excéntricas notas de flores silvestres, frutillas, comino y eneldo. Es vino un andino de tomo y lomo, que rompe la monotonía del segmento, que lleva los tintos de Curicó a nuevas alturas.
Tartufo Malbec 2013
Proviene de un viñedo que probablemente sobrepasa los dos siglos de edad. ¡Todo un hallazgo en San Rosendo! Esta interpretación de Viñas Inéditas refleja la sabiduría de estas parras, la templanza y profundidad que sólo dan los años. Con notas de cassis y grosellas negras, mucho toffee y una bocanada de humo, este vino transita por el paladar con personalidad y dulzura, dejándonos el recuerdo de una saga que recién comienza a mostrar sus mejores frutos.
Matetic EQ Syrah 2012
Fue el pionero en producir Syrah costeros o de clima frío, provocando debate y controversia entre los enólogos. Pero este estilo logró imponer sus términos. Hoy es una categoría que suma cada vez más adeptos en Casablanca, San Antonio, Leyda, Aconcagua Costa, Limarí y Elqui. Con esta cosecha, EQ demuestra toda su vigencia y poder de seducción de sus violetas, moras silvestres, hojas de laurel y pimienta negra.
Garage Wine Co Lot 47 Carignan 2013
No sólo interpreta con fidelidad el carácter del secano maulino, de esas viejas parras de Carignan que superaron los vaivenes del mercado, sino que profundiza aún más en su origen. Proveniente de Truquilemu (Sauzal), este vino es un delicioso cóctel de flores, guindas ácidas y hierbas silvestres. Con el nombre de su viñedo bien puesto en la etiqueta, no sólo reivindica una cepa, sino además el esfuerzo del campesino que con muchísimo esfuerzo ha mantenido la tradición familiar del cultivo de las vides.
Caballo Loco Nº1
Ya desde el ritual del descorche es una aventura. Y cuando se decanta comienzan a irrumpir sus atractivos y complejos aromas. Después de tres lustros, esta misteriosa mezcla de Sagrada Familia conserva intacta toda su chispa y profundidad de sabores. No sólo es un vino que innova en términos enológicos y de marketing, preservando en la mezcla siempre la mitad de la cosecha anterior, sino además emociona con sus notas de guindas y ciruelas, granos de café y canela, historias y enigmas aún por descubrir.
Terco País 2015
Aunque aún se paga una miseria por sus uvas, la País levanta su cabeza y desafía con orgullo el horizonte. Terco, como su nombre lo indica, es un ejemplo de los campesinos que rescatan y ponen en valor esta cepa que ha sido menospreciada durante siglos. Sebastián Sánchez, hijo de unos productores tradicionales de pipeño, embotella por primera vez este País del humedal de las Ciénagas del Name (Cauquenes) que nos devuelve el alma al cuerpo con sus delicadas notas de frutillas y flores.
Las Luciérnagas 2013
Es el primer vino del proyecto familiar de enólogo Felipe Ramírez. “Otra mezcla mediterránea más”, pensé cuando lo descorché. Pero Las Luciérnagas ilumina la escena y agrega nuevas tonalidades a uno de los segmentos con mayor crecimiento en el último año. Con esta mezcla de Grenache, Carignan y Syrah (Melozal), este vino proyecta notas de violetas, dihueñes y hojas de tomillo. Un extraordinario debut para un nuevo representante del secano interior.
De Martino Viejas Tinajas Muscat 2014
No es fácil vinificar en tinaja. Tampoco conseguirlas. Pero este vino rescata esta preciosa tradición (aún no estoy seguro si los antiguos fermentaban en greda o sólo la utilizaban como recipiente) y la reactualiza con inusitados niveles cualitativos. Este Moscatel del Itata sorprende con su color dorado y exquisitas notas de flores blancas, damascos, pasas rubias, heno y tierra húmeda. Es la mejor versión de un vino que ya pinta para clásico.
Polkura Secano Syrah / Grenache 2013
Cuando lo degusté aún no tenía una etiqueta definitiva, pero qué más da. Este representante de Marchigüe me doblegó desde el primer sorbo con su carácter firme, elocuente y divertido. Es un vino maduro y voluptuoso, pero al mismo tiempo jugoso y especiado. No sólo demuestra que en el valle colchagüino las mezclas mediterráneas llegaron para quedarse, sino además que se puede practicar una más ecológica viticultura de secano.
El país vitivinícola crece. Es más alto, pero también más ancho. En las última década se ha producido una verdadera revolución con nuevas plantaciones en altura, en el borde costero, en el sur profundo; con el rescate de cepajes y valles olvidados por la historia, que hoy contemplan el paisaje con un renovado optimismo; con la irrupción de proyectos familiares o a escala humana; con verdaderos vinos de origen, naturales, innovadores; con un carácter e identidad que aporta al fortalecimiento de la imagen del sector en los mercados internacionales.
Es como una olla en ebullición, aún algo desagregada, quizás inorgánica, pero que refresca y diversifica el panorama vitivinícola.
Después de haber catado más de mil vinos durante 2015, hemos realizado una selección de aquellos que reflejan este nuevo espíritu, muchos de ellos primeras cosechas de promisorios proyectos o clásicos que se reinventan para reverdecer sus laureles. Estos vinos representan distintos cepajes y orígenes, pero tienen algo en común: intentan escapar del status quo, de escalar nuevos peldaños cualitativos, de profundizar en un estilo propio y coherente en el tiempo.
Brutall Juan Rosales Cinsault
Este espumante no sólo rescata una cepa rústica y menospreciada, proveniente de un valle fundacional como Itata, sino además pone en valor la asociatividad como un camino imprescindible para los pequeños productores. Perteneciente al colectivo Centinelas del Itata Profundo, que reúne una veintena de representantes de la vitivinicultura familiar campesina, este vino elaborado con el método tradicional conquista con sus notas de frutillas y copihues rojos.
Calyptra Gran Reserva Sauvignon Blanc 2012
Definitivamente rompe los moldes. Trepa la cordillera para reivindicar Los Andes (Coya, Cachapoal) como un gran terroir para vinos blancos y demuestra que el Sauvignon Blanc sí puede envejecer con dignidad, alcanzando mayores alturas y complejidades. Estuvo 18 meses en barricas y es un vino inmenso, colmado de capas aromáticas y con un insospechado potencial de guarda. Perfectamente se puede descorchar en cinco años más y continuará teniendo ese carácter firme y vibrante.
El Pellín Vino Blanco de la Zona 2014
Causó una gran impresión en el jurado del pasado Six Nations Wine Challenge en Sydney y no muchos de ellos eran fans de los vinos naturales. Es que esta mezcla de Chardonnay y Pinot Blanc osornina rompe con las etiquetas y convenciones. Impresiona por su textura sedosa y la mineralidad que regalan esos suelos de toba volcánica. Es un blanco atípico, pero no demasiado difícil de comprender. Seduce al primer sorbo.
Trabún Syrah 2009
Es uno de esos Syrah que no dejan indiferentes a nadie. Coquetea con sus notas de murta y hierbas, pero en boca definitivamente consuma la relación con los consumidores. Es un vino lleno de quiebres y sutilezas, con una boca profunda, eléctrica y salina. Algunos lo llaman elegancia. Prefiero decir que es un vino con carácter, equilibrado, que refleja muy bien su origen en Cachapoal, pero con un toque muy distintivo.
Ventisquero Herú Pinot Noir 2013
Refleja la voluntad de ir creciendo con esta cepa y llevarla más allá en un segmento donde abundan los vinos de buena relación precio / calidad. Después de cinco entregas, este Pinot Noir, que nace en una ladera granítica de Casablanca, emociona con sus notas de frambuesa, sal marina, yodo y hierba fresca. Es la mejor cosecha de Herú. Un Pinot Noir de fuste, fino y equilibrado, pero por sobre todo con una personalidad atractiva.
J.A. Jofré Tempranillo / Cariñena / Carmenère 2014
No sé si este vino adhiere a la filosofía de Vinos Fríos del Año, como reza el proyecto del enólogo Juan Alejandro Jofré, pero sí impresiona por el atrevimiento de sus componentes y por la vibrante acidez que caracteriza sus propuestas. Con notas de frutos silvestres, flores y especias dulces, es una mezcla portentosa y equilibrada, donde el Carmenère abrocha muy bien las cepas mediterráneas, suavizando sus ángulos, esculpiendo un tinto firme pero locuaz.
Aresti Trisquel Series Altitud Merlot 2014
No hay demasiados Merlot que vuelen la cabeza. Ni muchos curicanos que huyan de la depresión intermedia. Pero este vino se pone los bototos y sube a 1.245 metros de altura. Es un vino con un alcohol considerable, pero que impresiona y desconcierta con sus excéntricas notas de flores silvestres, frutillas, comino y eneldo. Es vino un andino de tomo y lomo, que rompe la monotonía del segmento, que lleva los tintos de Curicó a nuevas alturas.
Tartufo Malbec 2013
Proviene de un viñedo que probablemente sobrepasa los dos siglos de edad. ¡Todo un hallazgo en San Rosendo! Esta interpretación de Viñas Inéditas refleja la sabiduría de estas parras, la templanza y profundidad que sólo dan los años. Con notas de cassis y grosellas negras, mucho toffee y una bocanada de humo, este vino transita por el paladar con personalidad y dulzura, dejándonos el recuerdo de una saga que recién comienza a mostrar sus mejores frutos.
Matetic EQ Syrah 2012
Fue el pionero en producir Syrah costeros o de clima frío, provocando debate y controversia entre los enólogos. Pero este estilo logró imponer sus términos. Hoy es una categoría que suma cada vez más adeptos en Casablanca, San Antonio, Leyda, Aconcagua Costa, Limarí y Elqui. Con esta cosecha, EQ demuestra toda su vigencia y poder de seducción de sus violetas, moras silvestres, hojas de laurel y pimienta negra.
Garage Wine Co Lot 47 Carignan 2013
No sólo interpreta con fidelidad el carácter del secano maulino, de esas viejas parras de Carignan que superaron los vaivenes del mercado, sino que profundiza aún más en su origen. Proveniente de Truquilemu (Sauzal), este vino es un delicioso cóctel de flores, guindas ácidas y hierbas silvestres. Con el nombre de su viñedo bien puesto en la etiqueta, no sólo reivindica una cepa, sino además el esfuerzo del campesino que con muchísimo esfuerzo ha mantenido la tradición familiar del cultivo de las vides.
Caballo Loco Nº1
Ya desde el ritual del descorche es una aventura. Y cuando se decanta comienzan a irrumpir sus atractivos y complejos aromas. Después de tres lustros, esta misteriosa mezcla de Sagrada Familia conserva intacta toda su chispa y profundidad de sabores. No sólo es un vino que innova en términos enológicos y de marketing, preservando en la mezcla siempre la mitad de la cosecha anterior, sino además emociona con sus notas de guindas y ciruelas, granos de café y canela, historias y enigmas aún por descubrir.
Terco País 2015
Aunque aún se paga una miseria por sus uvas, la País levanta su cabeza y desafía con orgullo el horizonte. Terco, como su nombre lo indica, es un ejemplo de los campesinos que rescatan y ponen en valor esta cepa que ha sido menospreciada durante siglos. Sebastián Sánchez, hijo de unos productores tradicionales de pipeño, embotella por primera vez este País del humedal de las Ciénagas del Name (Cauquenes) que nos devuelve el alma al cuerpo con sus delicadas notas de frutillas y flores.
Las Luciérnagas 2013
Es el primer vino del proyecto familiar de enólogo Felipe Ramírez. “Otra mezcla mediterránea más”, pensé cuando lo descorché. Pero Las Luciérnagas ilumina la escena y agrega nuevas tonalidades a uno de los segmentos con mayor crecimiento en el último año. Con esta mezcla de Grenache, Carignan y Syrah (Melozal), este vino proyecta notas de violetas, dihueñes y hojas de tomillo. Un extraordinario debut para un nuevo representante del secano interior.
De Martino Viejas Tinajas Muscat 2014
No es fácil vinificar en tinaja. Tampoco conseguirlas. Pero este vino rescata esta preciosa tradición (aún no estoy seguro si los antiguos fermentaban en greda o sólo la utilizaban como recipiente) y la reactualiza con inusitados niveles cualitativos. Este Moscatel del Itata sorprende con su color dorado y exquisitas notas de flores blancas, damascos, pasas rubias, heno y tierra húmeda. Es la mejor versión de un vino que ya pinta para clásico.
Polkura Secano Syrah / Grenache 2013
Cuando lo degusté aún no tenía una etiqueta definitiva, pero qué más da. Este representante de Marchigüe me doblegó desde el primer sorbo con su carácter firme, elocuente y divertido. Es un vino maduro y voluptuoso, pero al mismo tiempo jugoso y especiado. No sólo demuestra que en el valle colchagüino las mezclas mediterráneas llegaron para quedarse, sino además que se puede practicar una más ecológica viticultura de secano.
sábado, 2 de enero de 2016
Pulso: El latido de la naturaleza
Este proyecto nació en 2013 con una mezcla tinta en base de Malbec. Un vino purista, delicado y complejo, que refleja el terroir de Colchagua Costa, luciendo el lado más floral de esta cepa.
Ximena Pacheco siempre tuvo la inquietud de hacer sus propios vinos, pero la idea comenzó a cobrar fuerza cuando trabajaba como enóloga en Hungría, codo a codo con el asesor internacional Paul Hobbes. Allí, entre Villány y Tokaj, este sueño se fue materializando en su cabeza, hasta que en diciembre de 2012, luego de dejar la bodega de Viña Casablanca, dio el paso decisivo vinificando una partida de uvas de Lolol.
Así nació Pulso, una mezcla tinta en base de Malbec, con pequeños aportes de Merlot y Cabernet Sauvignon. “En 2013 vinifiqué Malbec de la zona y me encantó la expresión de la fruta. No parecía Colchagua. Tenía esa mezcla de flores y fruta roja que lo hace tan especial”, explica la enóloga.
Ximena cuenta con tres socios, quienes son los dueños del campo de 385 hectáreas, donde existen 50 de viñas, 20 de ciruelos y 2 centeneras de ovejas que recorren el paisaje y vigilan las producciones. “Mis socios han sido muy respetuosos de mi trabajo y me han dejado hacer, desde la concepción del vino hasta todo el tema de la imagen y comercialización”, sostiene.
La cosecha 2013 fue vinificada en Viña Lafquén, pero a partir de este año toda la producción se trasladó a la bodega de Viña Odjfell, que ha abierto un espacio a pequeños proyectos que comparten la pasión por hacer vinos a pequeña escala. “Me encanta trabajar en equipo y eso echaba de menos cuando me fui a trabajar a Casablanca”, explica.
Esta mezcla tinta, que busca seducir con su carácter floral, frescura, delicadeza y complejidad, nace en los suelos franco-arenosos de un viñedo recostado a los pies de una loma granítica. Allí por las tardes se cuela el viento de la costa y refresca los racimos, permitiendo cosechar uvas con una excelente relación azúcar / acidez y cuyos vinos no sobrepasan los 14º de alcohol.
Las uvas son cortadas muy temprano en la temporada (el 14 de marzo en 2013) y luego vinificadas mediante tres diferentes procesos para hacer un vino más complejo y multidimensional: una primera fracción va directo a bins y los innovadores huevos Apollo (elaborados con un material poroso de polímeros que permite cierto grado de microoxigenación); otra fracción recibe un 30% de escobajos para ganar en estructura y resaltar las notas herbales: y una última fracción, compuesta de granos enteros, van a barricas viejas para destacar su carácter frutal.
Ximena no cree en la fermentación en frío, pues prefiere evitar el gasto de energía en refrigeración. Además utiliza sólo levaduras nativas en el proceso de fermentación. Su objetivo es lograr un vino que destaque por su pureza y que muestre sin interferencias las características del terroir de Lolol.
La enóloga afirma que, además del Malbec, la calidad del Cabernet Franc y Merlot es sobresaliente, por lo tanto ya está diseñando una nueva mezcla correspondiente a la cosecha 2014. Aún no tiene un nombre definido. Sólo adelanta que sus uvas fueron cosechadas el 4 de marzo, cuando muchos colegas volvían de vacaciones en guayabera. “Estamos definiendo una marca paraguas. A diferencia de otros proyectos, éste ha sido súper intuitivo. Tenía este vino en mi cabeza. Lo envasé y no tenía ni etiqueta ni nombre”, explica.
La producción de Pulso 2013 es de 3.500 botellas, pero el proyecto tiene contemplado llegar a 2 mil cajas en los próximos cinco años a un precio de $ 21.900 por botella. Mientras tanto, este primer vino podría comenzar a venderse en Estados Unidos en los próximos meses y ya está presente en algunos restaurantes emblemáticos de nuestros país, como Espíritu Santo de Valparaíso y los santiaguinos Ambrosía y Barrica 94.
Ximena Pacheco siempre tuvo la inquietud de hacer sus propios vinos, pero la idea comenzó a cobrar fuerza cuando trabajaba como enóloga en Hungría, codo a codo con el asesor internacional Paul Hobbes. Allí, entre Villány y Tokaj, este sueño se fue materializando en su cabeza, hasta que en diciembre de 2012, luego de dejar la bodega de Viña Casablanca, dio el paso decisivo vinificando una partida de uvas de Lolol.
Así nació Pulso, una mezcla tinta en base de Malbec, con pequeños aportes de Merlot y Cabernet Sauvignon. “En 2013 vinifiqué Malbec de la zona y me encantó la expresión de la fruta. No parecía Colchagua. Tenía esa mezcla de flores y fruta roja que lo hace tan especial”, explica la enóloga.
Ximena cuenta con tres socios, quienes son los dueños del campo de 385 hectáreas, donde existen 50 de viñas, 20 de ciruelos y 2 centeneras de ovejas que recorren el paisaje y vigilan las producciones. “Mis socios han sido muy respetuosos de mi trabajo y me han dejado hacer, desde la concepción del vino hasta todo el tema de la imagen y comercialización”, sostiene.
La cosecha 2013 fue vinificada en Viña Lafquén, pero a partir de este año toda la producción se trasladó a la bodega de Viña Odjfell, que ha abierto un espacio a pequeños proyectos que comparten la pasión por hacer vinos a pequeña escala. “Me encanta trabajar en equipo y eso echaba de menos cuando me fui a trabajar a Casablanca”, explica.
Esta mezcla tinta, que busca seducir con su carácter floral, frescura, delicadeza y complejidad, nace en los suelos franco-arenosos de un viñedo recostado a los pies de una loma granítica. Allí por las tardes se cuela el viento de la costa y refresca los racimos, permitiendo cosechar uvas con una excelente relación azúcar / acidez y cuyos vinos no sobrepasan los 14º de alcohol.
Las uvas son cortadas muy temprano en la temporada (el 14 de marzo en 2013) y luego vinificadas mediante tres diferentes procesos para hacer un vino más complejo y multidimensional: una primera fracción va directo a bins y los innovadores huevos Apollo (elaborados con un material poroso de polímeros que permite cierto grado de microoxigenación); otra fracción recibe un 30% de escobajos para ganar en estructura y resaltar las notas herbales: y una última fracción, compuesta de granos enteros, van a barricas viejas para destacar su carácter frutal.
Ximena no cree en la fermentación en frío, pues prefiere evitar el gasto de energía en refrigeración. Además utiliza sólo levaduras nativas en el proceso de fermentación. Su objetivo es lograr un vino que destaque por su pureza y que muestre sin interferencias las características del terroir de Lolol.
La enóloga afirma que, además del Malbec, la calidad del Cabernet Franc y Merlot es sobresaliente, por lo tanto ya está diseñando una nueva mezcla correspondiente a la cosecha 2014. Aún no tiene un nombre definido. Sólo adelanta que sus uvas fueron cosechadas el 4 de marzo, cuando muchos colegas volvían de vacaciones en guayabera. “Estamos definiendo una marca paraguas. A diferencia de otros proyectos, éste ha sido súper intuitivo. Tenía este vino en mi cabeza. Lo envasé y no tenía ni etiqueta ni nombre”, explica.
La producción de Pulso 2013 es de 3.500 botellas, pero el proyecto tiene contemplado llegar a 2 mil cajas en los próximos cinco años a un precio de $ 21.900 por botella. Mientras tanto, este primer vino podría comenzar a venderse en Estados Unidos en los próximos meses y ya está presente en algunos restaurantes emblemáticos de nuestros país, como Espíritu Santo de Valparaíso y los santiaguinos Ambrosía y Barrica 94.
jueves, 31 de diciembre de 2015
Carmenère: Verde que no te quiere verde
Ha costado, es cierto, pero ya la conocemos mejor. A continuación, la visión de dos expertos que han aprendido a lidiar con sus emblemáticas pirazinas.
Desde su redescubrimiento (o reinvención, como señala el profesor Philippo Pszczólkowski), la Carmenère ha protagonizado una saga marcada por la bipolaridad. Asombro, desconfianza, algarabía e indiferencia, son sólo algunos de los sentimientos que ha provocado esta cepa en los últimos cuatro lustros. Los viticultores aún tratan de comprender sus caprichos, de aplacar sus verdores, de conquistar a los consumidores con su textura suave y poder femenino.
En sus primeros años de vida pública provocó más de alguna reacción histérica. Algunos viñateros pensaban que terminaría matando el Merlot, que durante la década de los 90 se vendía como pan caliente (más tarde quedaría demostrado que el Merlot no necesitaría asesino alguno). Luego fue capaz de generar una fuerte ola de entusiasmo. Muchos imaginaron que se convertiría en la gran bandera chilena: la solución a los problemas de identidad de nuestra vitivinicultura.
Michael Cox, el recordado director de Wines of Chile UK, desde un principio llamó a la calma. ¡A poner paños fríos! No le gustaba llamar bandera a la Carmenère. Para el británico era una firma distintiva, una exclusividad de nuestros campos, que debía jugar roles más bien secundarios, detrás de la verdadera estrella llamada Cabernet Sauvignon.
Finalmente esta ola de entusiasmo se transformó en una dolorosa escisión del Merlot, en miles de nuevas hectáreas (muchas veces en lugares inadecuados), en millones de litros exportados a muy bajo precio que hicieron un flaco favor a la incipiente reputación de esta cepa. Claro, entonces no se sabía cómo tratarla. Los viticultores cosechaban sus uvas muy temprano, despertando el incontrarrestable poder de sus pirazinas.
A mediados del nuevo milenio, los viticultores pensaban que habían logrado comprenderla. La receta era cosechar bien entrado el otoño, a finales de mayo e incluso en junio en las temporadas secas. Una peculiar receta viajaba de boca en boca a lo largo y ancho de los valles: estresar las plantas y deshojar sin contemplaciones, dejando la parra completamente desnuda algunas semanas antes de cortar sus racimos.
Esta práctica vitícola se tradujo en vinos sobremaduros, que en lugar de mostrar con orgullo su carácter varietal, lo escondían con aromas confitados, altas graduaciones alcohólicas y una madera dulce que muchas veces hacía cortocircuito con sus notas especiadas. Algunos vinos sabían como remedio, pero sin duda no era el remedio más adecuado para reducir los cambiantes estados de ánimo de la Carmenère.
VESTIDA ES MEJOR
Aunque el entusiasmo por esta cepa ha decaído en los últimos años, los viticultores y los centros de investigación de las universidades continúan sus esfuerzos por comprenderla. Las viejas recetas parecen haber quedado en el pasado y hoy asoma una nueva generación de vinos con una entretenida y equilibrada personalidad. “Se acabaron los tiempos en que las parras quedaban cogote de gallina”, dice con humor Rodrigo Barría, subgerente agrícola de Montes.
Después de muchos ensayos, el viticultor concluye que la mejor forma de manejar sus pirazinas es buscando una buena iluminación desde el principio de la formación de las parras. La idea es dejar que penetre luz indirecta, evitando los golpes de sol en las uvas, pero al mismo permitiendo que los verdores se vayan poco a poco aplacando.
Al contrario de lo que se solía hacer, el viticultor señala que los deshojes son una práctica cada vez más escasa. “Hoy deshojamos sólo las zonas que pueden ser más verdes. En Apalta casi no se deshoja y en Marchigüe sólo las orientaciones Este-Oeste, donde pega el sol de la mañana. Más al Maule o en zonas más frescas puedes hacerlo con mayor intensidad, pero siempre buscando un buen equilibrio hoja-racimo”, sostiene.
Para eso utiliza un sistema de conducción semi abierto con una sola enreja y cargadores en lugar de pitones. Pero se tiene que chapodar la viña. Si no se hace, la estructura tiende a caerse hacia un lado. Es un sistema que anda muy bien, pues permite tener el racimo más iluminado que una espaldera tradicional.
BAJANDO LOS HUMOS
Yerko Moreno, director del Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de la Universidad de Talca (CTVV), sostiene que la clave ha sido controlar su excesivo vigor. Los mejores Carmenère andan bien en suelos profundos, pero con buen drenaje. Así se practica una viticultura menos dependiente del riego. Las viñas salen de la primavera con muy poca agua en el suelo y el objetivo es lograr que el potencial de pirazinas sea menor desde la partida.
“El secreto de un Carmenère de alta gama como Microterroir de Los Lingues (uno de los íconos de esta cepa producido por Casa Silva) ha sido encontrar los sectores donde el Carmenère se equilibra naturalmente. Su viñedo está plantado en condiciones de suelos profundos, pero no retenedores de agua. Estos se chapodan una vez en la temporada y se mantienen las hojas verdes hasta casi el final de la temporada. Recién cosechamos cuando las hojas comienzan a ponerse rojas”, señala el investigador y asesor vitícola.
Rodrigo Barría, por su parte, opina que en suelos con napa también se puede dar bien esta variedad. La napa mata las raíces y desvigoriza la planta. “Como la cepa tiene buen color y estructura, no requiere de suelos tan restrictivos como el Cabernet Sauvignon. La raíz del Carmenère es bastante extractiva”, explica.
Montes tiene plantado Carmenère en las laderas de Apalta, en un suelo con más materia orgánica, donde el Syrah andaba muy mal. ¡Se disparaba! Según el viticultor, los primeros años hubo mucho vigor y pirazinas, pero hoy han logrado vinificar un súper buen vino. En Marchigüe, por otro lado, el mejor Carmenère está en suelos graníticos, en lo que se conoce como maicillo. Ahí se da muy bien, pero también funciona en suelos rojos arcillosos. En realidad es una cepa bastante plástica.
DERRIBANDO MITOS
La Carmenère es una variedad vigorosa, con yemas en la base de sus sarmientos de escasa fertilidad. Su entrada en producción es lenta. En condiciones de climas fríos o en suelos demasiado restrictivos, se muestra muy sensible a la corredura de sus racimos, afectando considerablemente su capacidad productiva. “Si el suelo es deficitario conviene hacer aplicaciones de boro y zinc antes de flor para lograr una buena cuaja”, afirma Barría.
Sin embargo, según el director del CTVV, las últimas investigaciones han comprobado que los déficits de boro y zinc no son los principales culpables de sus problemas de cuaja. Más bien se trataría de una malformación floral. “Estudiamos ese tema y concluimos que se trataba de una característica genética. Un grano de polen deforme no germina, por lo tanto hay que aplicar hormonas que estimulen su crecimiento”, señala.
Además de cultivos entre hileras para bajar el vigor y estimulantes para mejorar la cuaja, el uso de portainjertos también tiene un efecto positivo en la producción. De acuerdo con el investigador, los replantes se están haciendo con portainjertos y ha mejorado mucho el comportamiento de la cepa. Con el portainjerto 101-14 los procesos se apuran y el vigor es más controlado. Con el 110-Richter, por otra parte, mejora la cuaja, siempre y cuando no se utilice en suelos demasiado fértiles. “Tenemos harto que aprender. Todavía no contamos con un conocimiento prístino de la combinación perfecta”, admite.
En este sentido, el CTVV y Casa Silva llevan 15 años trabajando en el proyecto Microterroir y hoy salen a la luz nuevos antecedentes que podrían marcar un antes y después en el cultivo de esta variedad. En dicho proyecto analizaron más de 40 clones de Carmenère y finalmente seleccionaron dos con excelentes aptitudes agronómicas. “Ahora tenemos que multiplicarlos y plantarlos en otros lugares”, anuncia el académico.
Moreno sostiene que se ha derribado un mito. La variabilidad genética no es tal. Son mucho más relevantes los suelos y condiciones climáticas donde la cepa es plantada. Un clima como Los Lingues, con altas temperaturas estivales, pero con un viento cordillerano que refresca las parras cuando más lo necesitan, son ideales para producir vinos maduros, pero con una excelente relación azúcar / acidez.
Tal vez el punto de cosecha de la Carmenère es el ámbito que aún despierta las mayores controversias. Según Rodrigo Barría, sigue siendo la última cepa que se cosecha después del Cabernet Sauvignon. “Nosotros generalmente vendimiamos entre fines de abril hasta las primeras semanas de mayo. Ahí logramos una madurez óptima entre 24 y 25,5º Brix. Puedes cosechar antes, en la mitad de abril, y la fruta desarrolla un sabor de higo muy interesante, pero hay que encontrarlo”, sostiene.
Microterroir, en cambio, se cosecha a finales de marzo con un promedio entre 23,5 a 24º Brix. La idea es cosechar fruta fresca y mantener la tipicidad de la cepa, ese carácter especiado que algunos enólogos aún confunden con verdor. Moreno es taxativo. No es partidario de coquetear con la sobremadurez, sino dejar que la variedad exprese todo su carácter, sin esconder su esencia, su sello distintivo.
Pese a los avances en materia de investigación y una mayor comprensión de su comportamiento, la continúa siendo Carmenère una cepa complicada. Pone a prueba la capacidad de los enólogos para lograr una calidad consistente, en especial en las líneas básicas, donde los márgenes son muy estrechos y no permiten realizar todos los manejos vitícolas. “Voy a ser muy honesto: yo no diría que es nuestro cultivar emblemático. En Chile el Cabernet Sauvignon es imbatible”, señala Moreno.
Y quizás ahí reside el mayor de sus encantos: en su personalidad díscola e enigmática, en su afán por desafiar a los viticultores, en su capacidad para reinventarse.
Desde su redescubrimiento (o reinvención, como señala el profesor Philippo Pszczólkowski), la Carmenère ha protagonizado una saga marcada por la bipolaridad. Asombro, desconfianza, algarabía e indiferencia, son sólo algunos de los sentimientos que ha provocado esta cepa en los últimos cuatro lustros. Los viticultores aún tratan de comprender sus caprichos, de aplacar sus verdores, de conquistar a los consumidores con su textura suave y poder femenino.
En sus primeros años de vida pública provocó más de alguna reacción histérica. Algunos viñateros pensaban que terminaría matando el Merlot, que durante la década de los 90 se vendía como pan caliente (más tarde quedaría demostrado que el Merlot no necesitaría asesino alguno). Luego fue capaz de generar una fuerte ola de entusiasmo. Muchos imaginaron que se convertiría en la gran bandera chilena: la solución a los problemas de identidad de nuestra vitivinicultura.
Michael Cox, el recordado director de Wines of Chile UK, desde un principio llamó a la calma. ¡A poner paños fríos! No le gustaba llamar bandera a la Carmenère. Para el británico era una firma distintiva, una exclusividad de nuestros campos, que debía jugar roles más bien secundarios, detrás de la verdadera estrella llamada Cabernet Sauvignon.
Finalmente esta ola de entusiasmo se transformó en una dolorosa escisión del Merlot, en miles de nuevas hectáreas (muchas veces en lugares inadecuados), en millones de litros exportados a muy bajo precio que hicieron un flaco favor a la incipiente reputación de esta cepa. Claro, entonces no se sabía cómo tratarla. Los viticultores cosechaban sus uvas muy temprano, despertando el incontrarrestable poder de sus pirazinas.
A mediados del nuevo milenio, los viticultores pensaban que habían logrado comprenderla. La receta era cosechar bien entrado el otoño, a finales de mayo e incluso en junio en las temporadas secas. Una peculiar receta viajaba de boca en boca a lo largo y ancho de los valles: estresar las plantas y deshojar sin contemplaciones, dejando la parra completamente desnuda algunas semanas antes de cortar sus racimos.
Esta práctica vitícola se tradujo en vinos sobremaduros, que en lugar de mostrar con orgullo su carácter varietal, lo escondían con aromas confitados, altas graduaciones alcohólicas y una madera dulce que muchas veces hacía cortocircuito con sus notas especiadas. Algunos vinos sabían como remedio, pero sin duda no era el remedio más adecuado para reducir los cambiantes estados de ánimo de la Carmenère.
VESTIDA ES MEJOR
Aunque el entusiasmo por esta cepa ha decaído en los últimos años, los viticultores y los centros de investigación de las universidades continúan sus esfuerzos por comprenderla. Las viejas recetas parecen haber quedado en el pasado y hoy asoma una nueva generación de vinos con una entretenida y equilibrada personalidad. “Se acabaron los tiempos en que las parras quedaban cogote de gallina”, dice con humor Rodrigo Barría, subgerente agrícola de Montes.
Después de muchos ensayos, el viticultor concluye que la mejor forma de manejar sus pirazinas es buscando una buena iluminación desde el principio de la formación de las parras. La idea es dejar que penetre luz indirecta, evitando los golpes de sol en las uvas, pero al mismo permitiendo que los verdores se vayan poco a poco aplacando.
Al contrario de lo que se solía hacer, el viticultor señala que los deshojes son una práctica cada vez más escasa. “Hoy deshojamos sólo las zonas que pueden ser más verdes. En Apalta casi no se deshoja y en Marchigüe sólo las orientaciones Este-Oeste, donde pega el sol de la mañana. Más al Maule o en zonas más frescas puedes hacerlo con mayor intensidad, pero siempre buscando un buen equilibrio hoja-racimo”, sostiene.
Para eso utiliza un sistema de conducción semi abierto con una sola enreja y cargadores en lugar de pitones. Pero se tiene que chapodar la viña. Si no se hace, la estructura tiende a caerse hacia un lado. Es un sistema que anda muy bien, pues permite tener el racimo más iluminado que una espaldera tradicional.
BAJANDO LOS HUMOS
Yerko Moreno, director del Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de la Universidad de Talca (CTVV), sostiene que la clave ha sido controlar su excesivo vigor. Los mejores Carmenère andan bien en suelos profundos, pero con buen drenaje. Así se practica una viticultura menos dependiente del riego. Las viñas salen de la primavera con muy poca agua en el suelo y el objetivo es lograr que el potencial de pirazinas sea menor desde la partida.
“El secreto de un Carmenère de alta gama como Microterroir de Los Lingues (uno de los íconos de esta cepa producido por Casa Silva) ha sido encontrar los sectores donde el Carmenère se equilibra naturalmente. Su viñedo está plantado en condiciones de suelos profundos, pero no retenedores de agua. Estos se chapodan una vez en la temporada y se mantienen las hojas verdes hasta casi el final de la temporada. Recién cosechamos cuando las hojas comienzan a ponerse rojas”, señala el investigador y asesor vitícola.
Rodrigo Barría, por su parte, opina que en suelos con napa también se puede dar bien esta variedad. La napa mata las raíces y desvigoriza la planta. “Como la cepa tiene buen color y estructura, no requiere de suelos tan restrictivos como el Cabernet Sauvignon. La raíz del Carmenère es bastante extractiva”, explica.
Montes tiene plantado Carmenère en las laderas de Apalta, en un suelo con más materia orgánica, donde el Syrah andaba muy mal. ¡Se disparaba! Según el viticultor, los primeros años hubo mucho vigor y pirazinas, pero hoy han logrado vinificar un súper buen vino. En Marchigüe, por otro lado, el mejor Carmenère está en suelos graníticos, en lo que se conoce como maicillo. Ahí se da muy bien, pero también funciona en suelos rojos arcillosos. En realidad es una cepa bastante plástica.
DERRIBANDO MITOS
La Carmenère es una variedad vigorosa, con yemas en la base de sus sarmientos de escasa fertilidad. Su entrada en producción es lenta. En condiciones de climas fríos o en suelos demasiado restrictivos, se muestra muy sensible a la corredura de sus racimos, afectando considerablemente su capacidad productiva. “Si el suelo es deficitario conviene hacer aplicaciones de boro y zinc antes de flor para lograr una buena cuaja”, afirma Barría.
Sin embargo, según el director del CTVV, las últimas investigaciones han comprobado que los déficits de boro y zinc no son los principales culpables de sus problemas de cuaja. Más bien se trataría de una malformación floral. “Estudiamos ese tema y concluimos que se trataba de una característica genética. Un grano de polen deforme no germina, por lo tanto hay que aplicar hormonas que estimulen su crecimiento”, señala.
Además de cultivos entre hileras para bajar el vigor y estimulantes para mejorar la cuaja, el uso de portainjertos también tiene un efecto positivo en la producción. De acuerdo con el investigador, los replantes se están haciendo con portainjertos y ha mejorado mucho el comportamiento de la cepa. Con el portainjerto 101-14 los procesos se apuran y el vigor es más controlado. Con el 110-Richter, por otra parte, mejora la cuaja, siempre y cuando no se utilice en suelos demasiado fértiles. “Tenemos harto que aprender. Todavía no contamos con un conocimiento prístino de la combinación perfecta”, admite.
En este sentido, el CTVV y Casa Silva llevan 15 años trabajando en el proyecto Microterroir y hoy salen a la luz nuevos antecedentes que podrían marcar un antes y después en el cultivo de esta variedad. En dicho proyecto analizaron más de 40 clones de Carmenère y finalmente seleccionaron dos con excelentes aptitudes agronómicas. “Ahora tenemos que multiplicarlos y plantarlos en otros lugares”, anuncia el académico.
Moreno sostiene que se ha derribado un mito. La variabilidad genética no es tal. Son mucho más relevantes los suelos y condiciones climáticas donde la cepa es plantada. Un clima como Los Lingues, con altas temperaturas estivales, pero con un viento cordillerano que refresca las parras cuando más lo necesitan, son ideales para producir vinos maduros, pero con una excelente relación azúcar / acidez.
Tal vez el punto de cosecha de la Carmenère es el ámbito que aún despierta las mayores controversias. Según Rodrigo Barría, sigue siendo la última cepa que se cosecha después del Cabernet Sauvignon. “Nosotros generalmente vendimiamos entre fines de abril hasta las primeras semanas de mayo. Ahí logramos una madurez óptima entre 24 y 25,5º Brix. Puedes cosechar antes, en la mitad de abril, y la fruta desarrolla un sabor de higo muy interesante, pero hay que encontrarlo”, sostiene.
Microterroir, en cambio, se cosecha a finales de marzo con un promedio entre 23,5 a 24º Brix. La idea es cosechar fruta fresca y mantener la tipicidad de la cepa, ese carácter especiado que algunos enólogos aún confunden con verdor. Moreno es taxativo. No es partidario de coquetear con la sobremadurez, sino dejar que la variedad exprese todo su carácter, sin esconder su esencia, su sello distintivo.
Pese a los avances en materia de investigación y una mayor comprensión de su comportamiento, la continúa siendo Carmenère una cepa complicada. Pone a prueba la capacidad de los enólogos para lograr una calidad consistente, en especial en las líneas básicas, donde los márgenes son muy estrechos y no permiten realizar todos los manejos vitícolas. “Voy a ser muy honesto: yo no diría que es nuestro cultivar emblemático. En Chile el Cabernet Sauvignon es imbatible”, señala Moreno.
Y quizás ahí reside el mayor de sus encantos: en su personalidad díscola e enigmática, en su afán por desafiar a los viticultores, en su capacidad para reinventarse.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
El Pellín: Los vinos del futuro
Con el fenómeno de cambio climático, el sur profundo cobra cada vez más relevancia y esta viña osornina marca un camino tan audaz como emocionante, regalándonos sabores profundos y vibrantes.
Todo partió como una aventura romántica. Y después de 15 años continúa siéndolo. Con la plantación de 2,5 hectáreas a orillas del río Pilmaiquén, en la osornina comuna de San Pablo, El Pellín es unas de las viñas más australes de Chile. Ante el estupor de las vacas lecheras, sorpresivamente las vides comenzaron a conquistar un espacio en el paisaje sureño, produciendo, gota a gota, algunos de los vinos más interesantes de la escena vitivinícola nacional.
Este proyecto nació de la inquietud de Christian Sotomayor, director de Exportaciones de Viña Valdivieso, y su primo Alejandro Herbach. Más tarde se unió el agrónomo Rodrigo Moreno, quien hoy es el encargado de la administración del predio y el responsable de lidiar con las condiciones extremas que impone la Latitud 40º. “Nosotros cosechamos cuando podemos, no cuando queremos”, explica Moreno.
Este hermoso viñedo, emplazado en una terraza aluvial del fundo Los Castaños, está plantado principalmente con Chardonnay, Sauvignon Blanc, Pinot Blanc y Pinot Noir. La idea es producir espumantes todos los años y algunos vinos tranquilos cuando la temporada sea benigna y se justifique embotellar un producto que no sólo sobresalga por sus excéntricas notas osorninas, sino que sea un producto de calidad sobresaliente.
En esta latitud no sólo el clima es un factor diferenciador, proporcionando a los vinos una notable frescura y profundidad, sino además los suelos aportan un carácter mineral muy marcado. Formados por glaciaciones y tobas volcánicas hace millones de años, estos suelos trumaos de la serie Osorno presentan una capa orgánica muy delgada y a partir de los 20 centímetros aparecen bolones y capas de fierrillo. Su pH es muy ácido, por lo tanto es necesario corregirlo con calcio y roca fosfórica.
El principal enemigo de las parras durante estos años ha sido el oídio. “Por el exceso de vigor, de humedad, literalmente se comía todo”, explica Moreno. Para combatirlo han debido ajustar los manejos agronómicos y especialmente la poda, cambiando los cordones apitonados por guyot. La clave es mantener el racimo lo más aireado posible para prevenir el oído y también la excesiva irrupción de la botrytis.
Su enólogo francés Quentin Yavoy, quien también se encarga del proyecto vecino Coteaux de Trumao, explica que los vinos se hacen de forma absolutamente natural, sin sulfitos y levaduras comerciales. Las uvas pasan a prensa directa y a la pipa. Incluso, en el caso del Sauvignon Blanc, la fermentación puede durar meses. El vino queda con un poco de azúcar cuando llega el frío en otoño y después el proceso se activa en primavera. “Trasiego de una pipa a otra, pero siempre dejo algunas borras que saco antes de embotellar”, sostiene el enólogo.
Hoy El Pellín ya cuenta con dos cosechas de espumantes y un mezcla llamada simplemente “Vino blanco de la zona” (una cofermentación de Chardonnay y Pinot Blanc), cuya versión 2013 estuvo en la cena de gala de Six Nations Wine Challenge en Sydney, recibiendo elogiosos comentarios de los jueces del certamen.
Este año además se suman pequeñas producciones de Sauvignon Blanc, Chardonnay y Pinot Noir que muestran un tremendo potencial y que esperan ansiosas su mejor momento para ver la luz de las góndolas. El objetivo es alcanzar en el plazo de dos años 10 mil botellas a un precio aproximado de $ 10.800 por unidad. “No me puedo tomar esa cantidad de vino en un año, así es que tenemos que comenzar a vender”, dice Moreno, sin perder su romanticismo.
Todo partió como una aventura romántica. Y después de 15 años continúa siéndolo. Con la plantación de 2,5 hectáreas a orillas del río Pilmaiquén, en la osornina comuna de San Pablo, El Pellín es unas de las viñas más australes de Chile. Ante el estupor de las vacas lecheras, sorpresivamente las vides comenzaron a conquistar un espacio en el paisaje sureño, produciendo, gota a gota, algunos de los vinos más interesantes de la escena vitivinícola nacional.
Este proyecto nació de la inquietud de Christian Sotomayor, director de Exportaciones de Viña Valdivieso, y su primo Alejandro Herbach. Más tarde se unió el agrónomo Rodrigo Moreno, quien hoy es el encargado de la administración del predio y el responsable de lidiar con las condiciones extremas que impone la Latitud 40º. “Nosotros cosechamos cuando podemos, no cuando queremos”, explica Moreno.
Este hermoso viñedo, emplazado en una terraza aluvial del fundo Los Castaños, está plantado principalmente con Chardonnay, Sauvignon Blanc, Pinot Blanc y Pinot Noir. La idea es producir espumantes todos los años y algunos vinos tranquilos cuando la temporada sea benigna y se justifique embotellar un producto que no sólo sobresalga por sus excéntricas notas osorninas, sino que sea un producto de calidad sobresaliente.
En esta latitud no sólo el clima es un factor diferenciador, proporcionando a los vinos una notable frescura y profundidad, sino además los suelos aportan un carácter mineral muy marcado. Formados por glaciaciones y tobas volcánicas hace millones de años, estos suelos trumaos de la serie Osorno presentan una capa orgánica muy delgada y a partir de los 20 centímetros aparecen bolones y capas de fierrillo. Su pH es muy ácido, por lo tanto es necesario corregirlo con calcio y roca fosfórica.
El principal enemigo de las parras durante estos años ha sido el oídio. “Por el exceso de vigor, de humedad, literalmente se comía todo”, explica Moreno. Para combatirlo han debido ajustar los manejos agronómicos y especialmente la poda, cambiando los cordones apitonados por guyot. La clave es mantener el racimo lo más aireado posible para prevenir el oído y también la excesiva irrupción de la botrytis.
Su enólogo francés Quentin Yavoy, quien también se encarga del proyecto vecino Coteaux de Trumao, explica que los vinos se hacen de forma absolutamente natural, sin sulfitos y levaduras comerciales. Las uvas pasan a prensa directa y a la pipa. Incluso, en el caso del Sauvignon Blanc, la fermentación puede durar meses. El vino queda con un poco de azúcar cuando llega el frío en otoño y después el proceso se activa en primavera. “Trasiego de una pipa a otra, pero siempre dejo algunas borras que saco antes de embotellar”, sostiene el enólogo.
Hoy El Pellín ya cuenta con dos cosechas de espumantes y un mezcla llamada simplemente “Vino blanco de la zona” (una cofermentación de Chardonnay y Pinot Blanc), cuya versión 2013 estuvo en la cena de gala de Six Nations Wine Challenge en Sydney, recibiendo elogiosos comentarios de los jueces del certamen.
Este año además se suman pequeñas producciones de Sauvignon Blanc, Chardonnay y Pinot Noir que muestran un tremendo potencial y que esperan ansiosas su mejor momento para ver la luz de las góndolas. El objetivo es alcanzar en el plazo de dos años 10 mil botellas a un precio aproximado de $ 10.800 por unidad. “No me puedo tomar esa cantidad de vino en un año, así es que tenemos que comenzar a vender”, dice Moreno, sin perder su romanticismo.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
El País del barrio alto
Sin una receta única y mucho debate, ya son muchas las viñas que reinterpretan la tradición del secano. El País está de moda, sí, pero también nos deja una serie de interrogantes: ¿será el punto de partida para revalorizar una tradición menospreciada por décadas o simplemente se trata de una estrategia de marketing para proyectar una vitivinicultura chilena más diversa y genuina?
En 2006 escribimos un artículo que se titulaba “Vamos, vamos, Chilena”, utilizando uno de las tantas sinonimias de la cepa País. Entonces nos preocupaba el futuro de esta cepa fundacional, sobre todo la precariedad de sus productores que luchaban contra los vaivenes de un mercado que parecía reírse de sus más de cuatro siglos de historia. Entonces dijimos:
“Hay algo que atrapa en Cauquenes. Una misteriosa fuerza centrípeta que mantiene a sus habitantes plantados en su terruño. Los cauqueninos, al igual que sus viñas, echan raíces profundas y mantienen casi inalterables sus costumbres y tradiciones. La mayoría son pequeños agricultores. Hijos del sol y de la lluvia. De sus padres, y de los padres de sus padres, heredaron viejas plantaciones, parras de troncos leñosos y de avaras producciones, que hoy representan su principal sustento y un verdadero patrimonio vitícola en el sur de Chile. Menospreciado, por algunos. Vinificado y vendido con orgullo por estos obstinados hombres de campo”.
También entonces conocí al cauquenino Iván Moraga, uno de los herederos de la sucesión del predio San Antonio, dos hectáreas de añosas parras de País, manejadas en forma orgánica. “No sé cuántos años tienen estas parras. Tal vez 150 años. ¿Quién puede saber? Mis papás compraron el campo tal cual como está ahora. Soy un enamorado de la naturaleza. Y la entiendo, sabe. No mato ni a los pajaritos. Pienso que el que cuida la naturaleza también cuida a las mujeres. Yo respeto a las mujeres, pero la verdad es que no las cuido tanto”, me contaba.
En este viñedo de rústica y emocionante belleza nació el mítico Mission Organic 1998 de la Cooperativa Lomas de Cauquenes, elaborado por el enólogo Claudio Barría. Para satisfacer los requerimientos del enólogo, Moraga debió aplicarse y cambiar sus manejos para producir un vino con buen color, suave en su rusticidad y con la suficiente estructura para trascender sin la adición de sulfuroso. “Cuando boto la fruta, mis vecinos no lo pueden creer. ‘Oiga, iñor, pero ¿acaso se volvió loco?’, me preguntan. ‘No, estoy raleando’, les contesto. A mí me gustan como 5 mil kilos por hectárea. Es lo ideal. Pero hay años en que quedamos cortos y debemos resignarnos. Por eso nunca sobra la plata aquí. Cuando hay años buenos, tenemos que guardar para cuando nos toca bailar con la fea. Hay que sufrir, no más, pero estamos acostumbrados a esta vida”, explicaba el productor.
Hoy Moraga ya no es proveedor de la Cooperativa y Mission Organic fue descontinuado después de la partida de Claudio Barría. Ese vino misionero, cuyas caramayolas forman parte del museo de la vitivinicultura chilena, terminó siendo una suerte de proclama, un grito silencioso, un símbolo de una desesperada saga que está muy lejos de tener un final feliz. Esta temporada volví a Cauquenes y me llamaron la atención algunas viñas que no habían sido cosechadas ya bien entrado el mes de mayo. “Para qué las vamos a cosechar”, me dijeron. El precio de su uva se transó en $ 60 pesos el kilo –$ 39 en la planta-, muy por debajo de los costos anuales de producción. La País parece seguir teniendo la misma suerte perra de siempre.
PAÍS BURBUJEANTE
En 2007, tan sólo un año después de mi primera visita a Iván Moraga, comenzaba un intento más por cambiar la suerte de la cepa, “¿Y qué pasa con esto, pues?”, se preguntaba Miguel Torres, refiriéndose a las miles de hectáreas de País desparramadas por el Maule. Fernando Almeda, el director técnico de Miguel Torres Chile, sólo atinó a encogerse de hombros. “No conocía la cepa País, a excepción de las viñas, claro. Sólo sabía que era una variedad rústica. El comentario general era que servía para nada. Sólo para granel y hacer más volumen con un blanco o tinto. Lo dabas por sentado, hombre”, explica el enólogo.
“¡Vamos con todo, entonces!”, exclamó Torres. Y su hijo Miguel se lanzó al proyecto en cuerpo y alma.
Así nació Estelado de Miguel Torres, este espumante de cepa País, vinificado con método tradicional y que reza con orgullo Secano Interior en su etiqueta color rosa. Con el apoyo de FIA (Fundación para Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura) y el Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de Universidad de Talca, la viña comenzó un intenso proceso de investigación y aprendizaje. “Cuando partió el proyecto no tenía muchas expectativas. Es que llevas 20 años escuchando que no sirve para nada a gente profesional, mayor que tú o con más experiencia, a la que respetas mucho”, vuelve a decir Almeda.
Es que las antiguas generaciones de enólogos, e incluso las que lideraban entonces el SAG (Servicio Agrícola y Ganadero), mantenían a la País escondida, prácticamente bajo tierra, alejada lo más posible de las llamadas variedades finas o francesas que cimentarían el prestigio del vino chileno.
Las dudas aumentaron en el lanzamiento de los primeros prototipos de Estelado. En el atelier del chef Guillermo Rodríguez, y con la presencia del mismo Torres, acompañado por el director del FIA y de los tres últimos ministros de Agricultura de la Concertación, daban el puntapié inicial del proyecto, pero más parecía que estuvieran celebrando un gol de media cancha. En los discursos se repetía que éste era uno de los tres grandes hitos de la vitivinicultura chilena, junto a la introducción de las cepas francesas en el siglo XIX y la llega de Torres a Curicó en 1978 con sus nuevas técnicas y conocimientos.
Recuerdo haber probado esos primeros ensayos y haberme quedado con una sensación amarga en la boca. El exceso de entusiasmo de los sponsors del proyecto, las notas políticas que parecían esconder las flores y la fruta roja de la País, más el carácter fenólico de los vinos -entonces de País y Moscatel de Alejandría- me dejaron con la sensación de que esto se trataba de un mero saludo a la bandera, muy mediático, sí, pero que no cambiaría la suerte de esta cepa.
Con el correr de los años, sin embargo, he tenido que tragarme mis palabras y actualmente soy uno de los más entusiastas fans de Estelado. Un proceso similar, pero mucho más apresurado, vivió el mismo Fernando Almeda: “El primer año me di cuenta que tenía potencial. Los mayores desafíos eran trabajar la carga fenólica y la estabilidad de la espuma. Otro reto era encontrar el punto de vendimia. La fruta verde o muy madura tiene el tanino muy potente. Con estrés hídrico al final de la temporada de cosecha logras color y taninos menos agresivos. Me di cuenta que cosechando más temprano no era tan malo. Además prensamos directamente, sin hacer mucha maceración. Así disminuimos la carga fenólica. Hoy pienso que el País posee las características fisiológicas adecuadas para hacer el vino que tú quieras”, explica el enólogo.
NO HAY RECETAS
La realidad no ha cambiado demasiado -los representantes de la agricultura familiar campesina continúan sufriendo lo indecible por mantener viva su tradición-, pero son muchas las viñas tradicionales que han puesto sus ojos en esta cepa, ya sea por el carácter de sus vinos o como una forma de diferenciar y agregar valor a su portafolio. La crítica no se ha quedado atrás y ha empujado este fenómeno. Ya se han formado verdaderos groupies de la País que alientan su producción y consumo, como si fuera el secreto mejor guardado de la vitivinicultura chilena.
Con la vuelta de Claudio Barría a la Cooperativa Lomas de Cauquenes también se reactualiza un mito. En los próximos meses el enólogo lanzará una nueva versión del Mission Organic, pero esta vez en buen chileno, profundizando su relación con la tierra. Este nuevo País Orgánico presenta un color vivo y destellante, fruta roja y dulce, y unos taninos asombrosamente mansos. El secreto, según el enólogo, está en la aplicación de una nueva técnica de fermentación. “El País del 98 lo hicimos con una fermentación natural, pero con nutrientes. Ahora la fermentación es tradicional, pero aumentando las temperaturas para extraer colores al inicio, sin que trabajen los orujos”, explica.
No hay una receta única para elaborar vinos a partir de la País. Las interpretaciones modernas de esta cepa varían dependiendo de los objetivos y filosofías enológicas de los autores. Algunos productores pequeños, como Tinto de Rulo, Cancha Alegre, Cacique Maravilla o González Bastías, prefieren respetar la tradición centenaria, elaborando sus vinos en forma espontánea, sin más tecnología que las manos y el buche. Otros han optado por aplicar técnicas de otras regiones vitivinícolas, persiguiendo más fruta y suavidad de taninos.
Es el caso de Fernando Almeda, quien busca en su País tranquilo –llamado Reserva de Pueblo- un vino liviano y muy aromático. “Hay que cosechar un poco antes. Ahí el tanino no es seco. Con un alto nivel de madurez se produce un bajón rápido de la acidez natural y el tanino es muy reactivo. También aplicamos maceraciones carbónicas, como las apelaciones controladas de Beaujolais. Las maceraciones son a temperaturas más altas del promedio y el vino agarra más intensidad y profundidad. Los hacemos con racimo completo. A pesar de los raspones, se mantiene más el carácter frutal y el tanino es menos agresivo. Hasta ahora hemos estado trabajando con distintas técnicas de vinificación y podemos decir que si pones el País en una mezcla aporta características especiales. En boca salen vinos agradables, diferentes, que recuerdan los vinos antiguos, no tan potentes, con una elegancia un poco rústica, pero elegancia al final”, explica.
Claudio Barría no está de acuerdo con las maceraciones carbónicas y apuesta por encontrar una versión muy propia, quizás más estilizada que sus viejos y queridos tintos de País. “El País Orgánico es sin maceración carbónica y esas cosas raras. La maceración carbónica no refleja el terroir. ¡Confunde a la gente! No se sienten las diferencias entre los vinos. Nosotros descobajamos, molemos la uva y fermentamos el jugo con levaduras nativas. Tratamos de interpretar la fruta y hacer un vino que sea rico y represente la zona. La zaranda se las dejamos a los productores tradicionales”, explica.
Precisamente el asesor vitícola Renán Cancino es uno de esos productores que no suelta la zaranda ni la tradición del secano. Es más. La defiende con uñas y muelas. En su proyecto El Viejo Almacén de Sauzal trabaja muy apegado a los métodos ancestrales, sin traicionar los siglos de historia. “El País es un vino sencillo. No tiene maquillaje, color ni madera, tampoco una acidez excesiva. Es un vino de taninos elegantes, estructura, acidez grata, nariz limpia y floral. No lo puedes mezclar. El País siempre manda”, afirma.
Cancino también critica la utilización de maceración carbónica. “¿Quién ha hacho maceración carbónica en 200 años? Nunca se ha hecho. ¡No existe! En Beaujolais se hace porque los vinos son intomables. Nosotros hacemos una vinificación espontánea. Vas pisoneando a medida que van fermentando las uvas. Se pisonea en la mañana y en la tarde. No para extraer color. A nadie le importa el color. Así los vinos quedan suaves y con estructura”, explica.
Gustavo Hörmann, enólogo de Montes, también ha salido a buscar País para su línea Outer Limits. En una zona montañosa, entre Colchagua y Curicó, su colega Jorge Gutiérrez encontró un viñedo de lomaje, viejo, quién sabe cuán, tan perdido en el tiempo que ni siquiera está en los registros del SAG. “Hace varios años con Outer Limits peleamos la libertad de perdernos para poder innovar y entretenernos. Con Montes estamos enfocados en vender, por supuesto, pero también en hacer cosas nuevas para mantener el espíritu”, sostiene.
Al igual que un Moscatel Rosado de Curtiduría, este País espera su evaluación para decidir si tendrá o no vida comercial. El vino fue fermentado con levaduras nativas en un par de bins y barricas. “Despalillé para sacar la fruta y no el tanino. El País tiene un tanino bien rústico. Uno no espera ese nivel de amargor en un vino tan liviano. Hay que dejarlo reposar durante 3 a 4 días y pisonear poco. No queda con tanto color, pero da lo mismo. Hay harta fruta y un poco de ese amargor característico. Hay que dejar que se haga solo”, explica.
VINOS DE NICHO
Otro de los enólogos en fijar sus ojos en estas añosas parras fue sin duda Marcelo Retamal. El trabajo del enólogo de De Martino ha sido fundamental para poner en valor –como se dice ahora- el terroir de secano, especialmente los viñedos de Carignan. Hoy también vinifica una mezcla tinta de País y Cinsault bajo el rótulo de Gallardía del Itata. Para el enólogo es imprescindible “volver atrás y entender que Chile es un país de vino. ¡Hay que eliminar del dialecto la palabra industria! Las empresas de vino conviven todas, desde las grandes empresas hasta el chico que hace el vino en la casa”.
Sin embargo, el enólogo explica que no se puede hacer sólo País ni vinos en guata de vaca. “Tenemos que tener diversidad de productos. Esos vinos son de nicho. Si puedes vender un vino a $ 20 mil, bien por ti. Nuestro País / Cinsault pertenece a una categoría de vinos más ligeros, sin madera, con alcoholes bajos. Son de esos vinos que te terminas la botella y quieres otra”, dice.
“Al final, como dice Retamal, todo suma. Es bueno que otras viñas traten de reivindicar y rescatar el País. Pero tú sabes que se están colgando de una cepa, sin conexión con la historia, con el sufrimiento de la País. Hoy hay vinos que saben igual todos. El verdadero País es muy distinto. Cuando te cuelgas de una moda no lograrás hacer nunca un vino verdadero”, sostiene Renán Cancino.
El viticultor afirma que hoy el País mete mucho ruido, pero se pregunta cuántos de esos vinos son de verdad. “Cuando los paras todos juntos, ahí se ve quién es quién. No todo es marca. ¿Cuánta fruta comprará cada una de estas viñas? Menos que Carignan y eso es una insignificancia. El único que gana es el que hace el vino. En Sauzal hay 10 productores chicos y este año pagaron $ 50 el kilo de uva con rendimientos que muchas veces no alcanzan las 2 toneladas por hectárea. ¡Es para llorar! ¡Es un abuso! ¡Es entender nada! Para todos esos productores es mejor embotellar que regalar su fruta”, sentencia.
Para Retamal hay que posicionarse con estos vinos en un segmento que lamentablemente tienen tomado los buenos Beaujolais. Afirma que si los vinos se venden a US$ 6,99 por botella simplemente podemos marcar una gran diferencia porque la calidad de nuestros vinos es muy superior. “Ojalá haya de todo. Que cada uno haga lo que quiera, pero para ser competitivos tenemos que vender entre US$ 40 a US$ 45 la caja, como el Gallardía”, sostiene.
Fernando Almeda opina que ya se ha hablado mucho de diversidad y calidad, pero falta un aspecto fundamental. “Tenemos las herramientas, tenemos los vinos, pero no sabemos sacarle mucho partido comercialmente. En Francia, Italia y Portugal encuentras cosas diferentes a patadas. Aquí nunca le habíamos sacado el partido. Y tenemos que hacerlo porque eso dignifica el trabajo de tantos años de muchos productores”, dice.
Afirma que se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. “Este año decidí ver las cosas mucho más llenas. Hoy pienso que es posible vender País a niveles de precio que retribuyan a toda la cadena de valor. Hay que tener cuento, historia, empujar la categoría y darle valor a los productos. Es un punto de partida, va a costar, pero se puede. Nosotros comenzamos con un productor. Hoy trabajamos con más de 30. Hemos crecido un montón”, explica.
Para Claudio Barría está muy bien que otras viñas comiencen a valorar nuestra tradición, nuestras raíces, nuestra historia, pero que la solución para esos miles de productores de País no se encuentra a la vuelta de la esquina. El poder de compra de las viñas es aún muy exiguo y son muchos los que continúan vendiendo su fruta a precios imposibles.
Una de la soluciones que propone el enólogo es que los agricultores reciban ayuda y asesoría técnica. Por ejemplo, con termovinificaciones a 60º C se puede mejorar mucho el color y la calidad general de los vinos. “Sólo en Cauquenes hay alrededor de 2 mil hectáreas de País y este año pagaron $ 6.000 por la arroba. ¡Nada! Así los productores se podrían juntar y al menos vender su vino a granel a 50 centavos de dólar. Eso les daría para poder mantenerse”, explica.
Gustavo Hörmann agrega que es muy difícil convencer a los comerciales para envasar vinos de País o de otras cepas originarias. “Pero hacer este tipo de vinos nos ha hecho súper bien como equipo. Nos sentimos como dueños, como que estos son nuestros vinos. Ahora, en términos de venta, es súper complicado. No se mueve la aguja. Nunca van a ser masivos. No lo veo como la solución a la pobreza de los agricultores del sur. Vamos a ver cuánto dura esta moda. Pero, mientras tanto, le ha hecho mucho bien a la imagen de Chile. Hoy la mayoría se está abriendo a rescatar cepas antiguas y hacer cosas más a escala humana”, concluye.
Recuerdo que le pregunté a Iván Moraga si le había gustado el Mission Organic, el resultado de tanta dedicación y esfuerzo, de dolores de cabeza y algunas canas verdes. “Las mujeres son todas ricas, pero hay algunas más ricas que otras, ¿no es cierto?”, comienza su explicación. “No voy a ir con la mentira, entonces. El vino no podía ser más malo para mí. Seco, seco. No lo quiero ofender, hermano –se dirige a Barría–, pero parece que usted anda con la memoria medio extraviada. Acuérdese de lo que le dije entonces. Al que no es vinero le gusta el vino dulce. Para mí el blanco no es vino. Es para ocasiones, más para el verano. El tinto, dulce o con harina en la mañana”, respondió sin rodeos.
En 2006 escribimos un artículo que se titulaba “Vamos, vamos, Chilena”, utilizando uno de las tantas sinonimias de la cepa País. Entonces nos preocupaba el futuro de esta cepa fundacional, sobre todo la precariedad de sus productores que luchaban contra los vaivenes de un mercado que parecía reírse de sus más de cuatro siglos de historia. Entonces dijimos:
“Hay algo que atrapa en Cauquenes. Una misteriosa fuerza centrípeta que mantiene a sus habitantes plantados en su terruño. Los cauqueninos, al igual que sus viñas, echan raíces profundas y mantienen casi inalterables sus costumbres y tradiciones. La mayoría son pequeños agricultores. Hijos del sol y de la lluvia. De sus padres, y de los padres de sus padres, heredaron viejas plantaciones, parras de troncos leñosos y de avaras producciones, que hoy representan su principal sustento y un verdadero patrimonio vitícola en el sur de Chile. Menospreciado, por algunos. Vinificado y vendido con orgullo por estos obstinados hombres de campo”.
También entonces conocí al cauquenino Iván Moraga, uno de los herederos de la sucesión del predio San Antonio, dos hectáreas de añosas parras de País, manejadas en forma orgánica. “No sé cuántos años tienen estas parras. Tal vez 150 años. ¿Quién puede saber? Mis papás compraron el campo tal cual como está ahora. Soy un enamorado de la naturaleza. Y la entiendo, sabe. No mato ni a los pajaritos. Pienso que el que cuida la naturaleza también cuida a las mujeres. Yo respeto a las mujeres, pero la verdad es que no las cuido tanto”, me contaba.
En este viñedo de rústica y emocionante belleza nació el mítico Mission Organic 1998 de la Cooperativa Lomas de Cauquenes, elaborado por el enólogo Claudio Barría. Para satisfacer los requerimientos del enólogo, Moraga debió aplicarse y cambiar sus manejos para producir un vino con buen color, suave en su rusticidad y con la suficiente estructura para trascender sin la adición de sulfuroso. “Cuando boto la fruta, mis vecinos no lo pueden creer. ‘Oiga, iñor, pero ¿acaso se volvió loco?’, me preguntan. ‘No, estoy raleando’, les contesto. A mí me gustan como 5 mil kilos por hectárea. Es lo ideal. Pero hay años en que quedamos cortos y debemos resignarnos. Por eso nunca sobra la plata aquí. Cuando hay años buenos, tenemos que guardar para cuando nos toca bailar con la fea. Hay que sufrir, no más, pero estamos acostumbrados a esta vida”, explicaba el productor.
Hoy Moraga ya no es proveedor de la Cooperativa y Mission Organic fue descontinuado después de la partida de Claudio Barría. Ese vino misionero, cuyas caramayolas forman parte del museo de la vitivinicultura chilena, terminó siendo una suerte de proclama, un grito silencioso, un símbolo de una desesperada saga que está muy lejos de tener un final feliz. Esta temporada volví a Cauquenes y me llamaron la atención algunas viñas que no habían sido cosechadas ya bien entrado el mes de mayo. “Para qué las vamos a cosechar”, me dijeron. El precio de su uva se transó en $ 60 pesos el kilo –$ 39 en la planta-, muy por debajo de los costos anuales de producción. La País parece seguir teniendo la misma suerte perra de siempre.
PAÍS BURBUJEANTE
En 2007, tan sólo un año después de mi primera visita a Iván Moraga, comenzaba un intento más por cambiar la suerte de la cepa, “¿Y qué pasa con esto, pues?”, se preguntaba Miguel Torres, refiriéndose a las miles de hectáreas de País desparramadas por el Maule. Fernando Almeda, el director técnico de Miguel Torres Chile, sólo atinó a encogerse de hombros. “No conocía la cepa País, a excepción de las viñas, claro. Sólo sabía que era una variedad rústica. El comentario general era que servía para nada. Sólo para granel y hacer más volumen con un blanco o tinto. Lo dabas por sentado, hombre”, explica el enólogo.
“¡Vamos con todo, entonces!”, exclamó Torres. Y su hijo Miguel se lanzó al proyecto en cuerpo y alma.
Así nació Estelado de Miguel Torres, este espumante de cepa País, vinificado con método tradicional y que reza con orgullo Secano Interior en su etiqueta color rosa. Con el apoyo de FIA (Fundación para Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura) y el Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de Universidad de Talca, la viña comenzó un intenso proceso de investigación y aprendizaje. “Cuando partió el proyecto no tenía muchas expectativas. Es que llevas 20 años escuchando que no sirve para nada a gente profesional, mayor que tú o con más experiencia, a la que respetas mucho”, vuelve a decir Almeda.
Es que las antiguas generaciones de enólogos, e incluso las que lideraban entonces el SAG (Servicio Agrícola y Ganadero), mantenían a la País escondida, prácticamente bajo tierra, alejada lo más posible de las llamadas variedades finas o francesas que cimentarían el prestigio del vino chileno.
Las dudas aumentaron en el lanzamiento de los primeros prototipos de Estelado. En el atelier del chef Guillermo Rodríguez, y con la presencia del mismo Torres, acompañado por el director del FIA y de los tres últimos ministros de Agricultura de la Concertación, daban el puntapié inicial del proyecto, pero más parecía que estuvieran celebrando un gol de media cancha. En los discursos se repetía que éste era uno de los tres grandes hitos de la vitivinicultura chilena, junto a la introducción de las cepas francesas en el siglo XIX y la llega de Torres a Curicó en 1978 con sus nuevas técnicas y conocimientos.
Recuerdo haber probado esos primeros ensayos y haberme quedado con una sensación amarga en la boca. El exceso de entusiasmo de los sponsors del proyecto, las notas políticas que parecían esconder las flores y la fruta roja de la País, más el carácter fenólico de los vinos -entonces de País y Moscatel de Alejandría- me dejaron con la sensación de que esto se trataba de un mero saludo a la bandera, muy mediático, sí, pero que no cambiaría la suerte de esta cepa.
Con el correr de los años, sin embargo, he tenido que tragarme mis palabras y actualmente soy uno de los más entusiastas fans de Estelado. Un proceso similar, pero mucho más apresurado, vivió el mismo Fernando Almeda: “El primer año me di cuenta que tenía potencial. Los mayores desafíos eran trabajar la carga fenólica y la estabilidad de la espuma. Otro reto era encontrar el punto de vendimia. La fruta verde o muy madura tiene el tanino muy potente. Con estrés hídrico al final de la temporada de cosecha logras color y taninos menos agresivos. Me di cuenta que cosechando más temprano no era tan malo. Además prensamos directamente, sin hacer mucha maceración. Así disminuimos la carga fenólica. Hoy pienso que el País posee las características fisiológicas adecuadas para hacer el vino que tú quieras”, explica el enólogo.
NO HAY RECETAS
La realidad no ha cambiado demasiado -los representantes de la agricultura familiar campesina continúan sufriendo lo indecible por mantener viva su tradición-, pero son muchas las viñas tradicionales que han puesto sus ojos en esta cepa, ya sea por el carácter de sus vinos o como una forma de diferenciar y agregar valor a su portafolio. La crítica no se ha quedado atrás y ha empujado este fenómeno. Ya se han formado verdaderos groupies de la País que alientan su producción y consumo, como si fuera el secreto mejor guardado de la vitivinicultura chilena.
Con la vuelta de Claudio Barría a la Cooperativa Lomas de Cauquenes también se reactualiza un mito. En los próximos meses el enólogo lanzará una nueva versión del Mission Organic, pero esta vez en buen chileno, profundizando su relación con la tierra. Este nuevo País Orgánico presenta un color vivo y destellante, fruta roja y dulce, y unos taninos asombrosamente mansos. El secreto, según el enólogo, está en la aplicación de una nueva técnica de fermentación. “El País del 98 lo hicimos con una fermentación natural, pero con nutrientes. Ahora la fermentación es tradicional, pero aumentando las temperaturas para extraer colores al inicio, sin que trabajen los orujos”, explica.
No hay una receta única para elaborar vinos a partir de la País. Las interpretaciones modernas de esta cepa varían dependiendo de los objetivos y filosofías enológicas de los autores. Algunos productores pequeños, como Tinto de Rulo, Cancha Alegre, Cacique Maravilla o González Bastías, prefieren respetar la tradición centenaria, elaborando sus vinos en forma espontánea, sin más tecnología que las manos y el buche. Otros han optado por aplicar técnicas de otras regiones vitivinícolas, persiguiendo más fruta y suavidad de taninos.
Es el caso de Fernando Almeda, quien busca en su País tranquilo –llamado Reserva de Pueblo- un vino liviano y muy aromático. “Hay que cosechar un poco antes. Ahí el tanino no es seco. Con un alto nivel de madurez se produce un bajón rápido de la acidez natural y el tanino es muy reactivo. También aplicamos maceraciones carbónicas, como las apelaciones controladas de Beaujolais. Las maceraciones son a temperaturas más altas del promedio y el vino agarra más intensidad y profundidad. Los hacemos con racimo completo. A pesar de los raspones, se mantiene más el carácter frutal y el tanino es menos agresivo. Hasta ahora hemos estado trabajando con distintas técnicas de vinificación y podemos decir que si pones el País en una mezcla aporta características especiales. En boca salen vinos agradables, diferentes, que recuerdan los vinos antiguos, no tan potentes, con una elegancia un poco rústica, pero elegancia al final”, explica.
Claudio Barría no está de acuerdo con las maceraciones carbónicas y apuesta por encontrar una versión muy propia, quizás más estilizada que sus viejos y queridos tintos de País. “El País Orgánico es sin maceración carbónica y esas cosas raras. La maceración carbónica no refleja el terroir. ¡Confunde a la gente! No se sienten las diferencias entre los vinos. Nosotros descobajamos, molemos la uva y fermentamos el jugo con levaduras nativas. Tratamos de interpretar la fruta y hacer un vino que sea rico y represente la zona. La zaranda se las dejamos a los productores tradicionales”, explica.
Precisamente el asesor vitícola Renán Cancino es uno de esos productores que no suelta la zaranda ni la tradición del secano. Es más. La defiende con uñas y muelas. En su proyecto El Viejo Almacén de Sauzal trabaja muy apegado a los métodos ancestrales, sin traicionar los siglos de historia. “El País es un vino sencillo. No tiene maquillaje, color ni madera, tampoco una acidez excesiva. Es un vino de taninos elegantes, estructura, acidez grata, nariz limpia y floral. No lo puedes mezclar. El País siempre manda”, afirma.
Cancino también critica la utilización de maceración carbónica. “¿Quién ha hacho maceración carbónica en 200 años? Nunca se ha hecho. ¡No existe! En Beaujolais se hace porque los vinos son intomables. Nosotros hacemos una vinificación espontánea. Vas pisoneando a medida que van fermentando las uvas. Se pisonea en la mañana y en la tarde. No para extraer color. A nadie le importa el color. Así los vinos quedan suaves y con estructura”, explica.
Gustavo Hörmann, enólogo de Montes, también ha salido a buscar País para su línea Outer Limits. En una zona montañosa, entre Colchagua y Curicó, su colega Jorge Gutiérrez encontró un viñedo de lomaje, viejo, quién sabe cuán, tan perdido en el tiempo que ni siquiera está en los registros del SAG. “Hace varios años con Outer Limits peleamos la libertad de perdernos para poder innovar y entretenernos. Con Montes estamos enfocados en vender, por supuesto, pero también en hacer cosas nuevas para mantener el espíritu”, sostiene.
Al igual que un Moscatel Rosado de Curtiduría, este País espera su evaluación para decidir si tendrá o no vida comercial. El vino fue fermentado con levaduras nativas en un par de bins y barricas. “Despalillé para sacar la fruta y no el tanino. El País tiene un tanino bien rústico. Uno no espera ese nivel de amargor en un vino tan liviano. Hay que dejarlo reposar durante 3 a 4 días y pisonear poco. No queda con tanto color, pero da lo mismo. Hay harta fruta y un poco de ese amargor característico. Hay que dejar que se haga solo”, explica.
VINOS DE NICHO
Otro de los enólogos en fijar sus ojos en estas añosas parras fue sin duda Marcelo Retamal. El trabajo del enólogo de De Martino ha sido fundamental para poner en valor –como se dice ahora- el terroir de secano, especialmente los viñedos de Carignan. Hoy también vinifica una mezcla tinta de País y Cinsault bajo el rótulo de Gallardía del Itata. Para el enólogo es imprescindible “volver atrás y entender que Chile es un país de vino. ¡Hay que eliminar del dialecto la palabra industria! Las empresas de vino conviven todas, desde las grandes empresas hasta el chico que hace el vino en la casa”.
Sin embargo, el enólogo explica que no se puede hacer sólo País ni vinos en guata de vaca. “Tenemos que tener diversidad de productos. Esos vinos son de nicho. Si puedes vender un vino a $ 20 mil, bien por ti. Nuestro País / Cinsault pertenece a una categoría de vinos más ligeros, sin madera, con alcoholes bajos. Son de esos vinos que te terminas la botella y quieres otra”, dice.
“Al final, como dice Retamal, todo suma. Es bueno que otras viñas traten de reivindicar y rescatar el País. Pero tú sabes que se están colgando de una cepa, sin conexión con la historia, con el sufrimiento de la País. Hoy hay vinos que saben igual todos. El verdadero País es muy distinto. Cuando te cuelgas de una moda no lograrás hacer nunca un vino verdadero”, sostiene Renán Cancino.
El viticultor afirma que hoy el País mete mucho ruido, pero se pregunta cuántos de esos vinos son de verdad. “Cuando los paras todos juntos, ahí se ve quién es quién. No todo es marca. ¿Cuánta fruta comprará cada una de estas viñas? Menos que Carignan y eso es una insignificancia. El único que gana es el que hace el vino. En Sauzal hay 10 productores chicos y este año pagaron $ 50 el kilo de uva con rendimientos que muchas veces no alcanzan las 2 toneladas por hectárea. ¡Es para llorar! ¡Es un abuso! ¡Es entender nada! Para todos esos productores es mejor embotellar que regalar su fruta”, sentencia.
Para Retamal hay que posicionarse con estos vinos en un segmento que lamentablemente tienen tomado los buenos Beaujolais. Afirma que si los vinos se venden a US$ 6,99 por botella simplemente podemos marcar una gran diferencia porque la calidad de nuestros vinos es muy superior. “Ojalá haya de todo. Que cada uno haga lo que quiera, pero para ser competitivos tenemos que vender entre US$ 40 a US$ 45 la caja, como el Gallardía”, sostiene.
Fernando Almeda opina que ya se ha hablado mucho de diversidad y calidad, pero falta un aspecto fundamental. “Tenemos las herramientas, tenemos los vinos, pero no sabemos sacarle mucho partido comercialmente. En Francia, Italia y Portugal encuentras cosas diferentes a patadas. Aquí nunca le habíamos sacado el partido. Y tenemos que hacerlo porque eso dignifica el trabajo de tantos años de muchos productores”, dice.
Afirma que se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. “Este año decidí ver las cosas mucho más llenas. Hoy pienso que es posible vender País a niveles de precio que retribuyan a toda la cadena de valor. Hay que tener cuento, historia, empujar la categoría y darle valor a los productos. Es un punto de partida, va a costar, pero se puede. Nosotros comenzamos con un productor. Hoy trabajamos con más de 30. Hemos crecido un montón”, explica.
Para Claudio Barría está muy bien que otras viñas comiencen a valorar nuestra tradición, nuestras raíces, nuestra historia, pero que la solución para esos miles de productores de País no se encuentra a la vuelta de la esquina. El poder de compra de las viñas es aún muy exiguo y son muchos los que continúan vendiendo su fruta a precios imposibles.
Una de la soluciones que propone el enólogo es que los agricultores reciban ayuda y asesoría técnica. Por ejemplo, con termovinificaciones a 60º C se puede mejorar mucho el color y la calidad general de los vinos. “Sólo en Cauquenes hay alrededor de 2 mil hectáreas de País y este año pagaron $ 6.000 por la arroba. ¡Nada! Así los productores se podrían juntar y al menos vender su vino a granel a 50 centavos de dólar. Eso les daría para poder mantenerse”, explica.
Gustavo Hörmann agrega que es muy difícil convencer a los comerciales para envasar vinos de País o de otras cepas originarias. “Pero hacer este tipo de vinos nos ha hecho súper bien como equipo. Nos sentimos como dueños, como que estos son nuestros vinos. Ahora, en términos de venta, es súper complicado. No se mueve la aguja. Nunca van a ser masivos. No lo veo como la solución a la pobreza de los agricultores del sur. Vamos a ver cuánto dura esta moda. Pero, mientras tanto, le ha hecho mucho bien a la imagen de Chile. Hoy la mayoría se está abriendo a rescatar cepas antiguas y hacer cosas más a escala humana”, concluye.
Recuerdo que le pregunté a Iván Moraga si le había gustado el Mission Organic, el resultado de tanta dedicación y esfuerzo, de dolores de cabeza y algunas canas verdes. “Las mujeres son todas ricas, pero hay algunas más ricas que otras, ¿no es cierto?”, comienza su explicación. “No voy a ir con la mentira, entonces. El vino no podía ser más malo para mí. Seco, seco. No lo quiero ofender, hermano –se dirige a Barría–, pero parece que usted anda con la memoria medio extraviada. Acuérdese de lo que le dije entonces. Al que no es vinero le gusta el vino dulce. Para mí el blanco no es vino. Es para ocasiones, más para el verano. El tinto, dulce o con harina en la mañana”, respondió sin rodeos.
lunes, 2 de noviembre de 2015
Maturana Wines: Vivir el (del) vino
El enólogo José Ignacio Maturana y su familia han desarrollado un proyecto a escala humana y apostando fuertemente por el Carmenère. El destino los ha golpeado en más de una oportunidad, pero han sabido mantener el espíritu intacto para ofrecer vinos de clase mundial.
La idea comenzó a madurar en su cabeza en 2010, después de toda una vida profesional como enólogo de Casa Silva. Pero José Ignacio Maturana necesitaba un empujoncito. Y llegó con inusitada fuerza. El terremoto sacudió las paredes de adobe de su casa familiar en Angostura, una construcción patrimonial de más de 150 años. “En la vida las cosas se mueven, se desplazan”, pensé. “Tenemos que hacer algo que perdure, que puedan disfrutar las nuevas generaciones”.
Así la familia, liderada por su padre Javier junto a sus cuatro hermanos, decidieron restaurar la casona y levantar una bodeguita en el patio trasero, donde mantenían las instalaciones de un fallido proyecto de producción de hongo shiitaki. Montaron cubitas de acero inoxidable de 1.000 y 2.000 litros, barricas de 250 y 300 litros y un huevo de cemento que hoy es fuente de toda clase de experimentos.
“En 2011 hice una vendimia en la Borgoña y marcó con fuego mi vida profesional. Tenía un concepto de los vinos que me gustaban, que quería hacer, pero me faltaba algo. Allí el vino se bebe, se habla, se respira. Me di cuenta que haciendo las cosas con pasión el vino podía ser una forma de vida, ¡de verdad!, sin hacer caso de las modas o buscar un cierto estatus”, explica.
Ese mismo año etiquetan su primer vino como Maturana Wines, una mezcla cuya base es Carmenère, apoyada por un pequeño porcentaje de Cabernet Sauvignon. “Es un vino frutoso, con mucha tipicidad y una textura súper suave, con notas de especias de la barrica –no rehuimos de la madera- para asegurar una buena longevidad. ¡Amo el Carmenère por sobre todas las cosas!”, exclama.
En 2014 se produce un nuevo remezón. Un incendio destruye totalmente la casona. Pero lejos de consumir el proyecto, esta nueva jugarreta del destino une más a la familia y el proyecto continúa con nuevos bríos. Después de estos primeros vinos, cuyas uvas provienen del fantástico terroir de Millahue (Cachapoal), Maturana Wines vuelve a sus orígenes colchagüinos y se concentra en Marchigüe. Junto a un propietario de la zona, plantan juntos el campo, sin dejar absolutamente nada al azar, buscando esos vinos soñados y que interpretan la pasión de la familia Maturana. “Las características del Carmenère de Marchigüe son asombrosas. Encontramos la insolación, el viento, la humedad relativa, los suelos perfectos para esta cepa. Nos preocupamos hasta del último detalle, haciendo estudios de suelo, agricultura de precisión con drones... Hacemos pocas botellas, por lo tanto no podemos fallar”, asegura.
Bajo la marca Maturana Wines produjeron 5.435 botellas correspondientes a la vendimia 2012 y el objetivo es ir aumentando paulatinamente el volumen hasta a un punto de equilibrio de 15.000 botellas a US$ 200 la caja, distribuidas hoy en Chile, Brasil, China, Barbados y EEUU. Además cuentan con otra marca llamada Puente Austral, que apunta a un mercado menos sofisticado y está compuesta por un Gran Reserva Cabernet Sauvignon / Syrah, Reserva Carmenère y Reserva Sauvignon Blanc.
En los próximos días José Ignacio viaja para encontrarse con sus raíces a Logroño, donde se encuentra el antiguo pueblo de Maturana. Allí alrededor de una decena de productores aún cultiva la originaria y casi extinta cepa Maturana Tinta, que en los próximos años podría revivir en tierras marchiguanas. “Nuestro objetivo es hacer las cosas con pasión y honestidad. Aunque nos demoremos años, queremos demostrar que se puede vivir del vino, que podemos hacer vinos de clase mundial”, expresa.
La idea comenzó a madurar en su cabeza en 2010, después de toda una vida profesional como enólogo de Casa Silva. Pero José Ignacio Maturana necesitaba un empujoncito. Y llegó con inusitada fuerza. El terremoto sacudió las paredes de adobe de su casa familiar en Angostura, una construcción patrimonial de más de 150 años. “En la vida las cosas se mueven, se desplazan”, pensé. “Tenemos que hacer algo que perdure, que puedan disfrutar las nuevas generaciones”.
Así la familia, liderada por su padre Javier junto a sus cuatro hermanos, decidieron restaurar la casona y levantar una bodeguita en el patio trasero, donde mantenían las instalaciones de un fallido proyecto de producción de hongo shiitaki. Montaron cubitas de acero inoxidable de 1.000 y 2.000 litros, barricas de 250 y 300 litros y un huevo de cemento que hoy es fuente de toda clase de experimentos.
“En 2011 hice una vendimia en la Borgoña y marcó con fuego mi vida profesional. Tenía un concepto de los vinos que me gustaban, que quería hacer, pero me faltaba algo. Allí el vino se bebe, se habla, se respira. Me di cuenta que haciendo las cosas con pasión el vino podía ser una forma de vida, ¡de verdad!, sin hacer caso de las modas o buscar un cierto estatus”, explica.
Ese mismo año etiquetan su primer vino como Maturana Wines, una mezcla cuya base es Carmenère, apoyada por un pequeño porcentaje de Cabernet Sauvignon. “Es un vino frutoso, con mucha tipicidad y una textura súper suave, con notas de especias de la barrica –no rehuimos de la madera- para asegurar una buena longevidad. ¡Amo el Carmenère por sobre todas las cosas!”, exclama.
En 2014 se produce un nuevo remezón. Un incendio destruye totalmente la casona. Pero lejos de consumir el proyecto, esta nueva jugarreta del destino une más a la familia y el proyecto continúa con nuevos bríos. Después de estos primeros vinos, cuyas uvas provienen del fantástico terroir de Millahue (Cachapoal), Maturana Wines vuelve a sus orígenes colchagüinos y se concentra en Marchigüe. Junto a un propietario de la zona, plantan juntos el campo, sin dejar absolutamente nada al azar, buscando esos vinos soñados y que interpretan la pasión de la familia Maturana. “Las características del Carmenère de Marchigüe son asombrosas. Encontramos la insolación, el viento, la humedad relativa, los suelos perfectos para esta cepa. Nos preocupamos hasta del último detalle, haciendo estudios de suelo, agricultura de precisión con drones... Hacemos pocas botellas, por lo tanto no podemos fallar”, asegura.
Bajo la marca Maturana Wines produjeron 5.435 botellas correspondientes a la vendimia 2012 y el objetivo es ir aumentando paulatinamente el volumen hasta a un punto de equilibrio de 15.000 botellas a US$ 200 la caja, distribuidas hoy en Chile, Brasil, China, Barbados y EEUU. Además cuentan con otra marca llamada Puente Austral, que apunta a un mercado menos sofisticado y está compuesta por un Gran Reserva Cabernet Sauvignon / Syrah, Reserva Carmenère y Reserva Sauvignon Blanc.
En los próximos días José Ignacio viaja para encontrarse con sus raíces a Logroño, donde se encuentra el antiguo pueblo de Maturana. Allí alrededor de una decena de productores aún cultiva la originaria y casi extinta cepa Maturana Tinta, que en los próximos años podría revivir en tierras marchiguanas. “Nuestro objetivo es hacer las cosas con pasión y honestidad. Aunque nos demoremos años, queremos demostrar que se puede vivir del vino, que podemos hacer vinos de clase mundial”, expresa.
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