miércoles, 18 de noviembre de 2015

El País del barrio alto

Sin una receta única y mucho debate, ya son muchas las viñas que reinterpretan la tradición del secano. El País está de moda, sí, pero también nos deja una serie de interrogantes: ¿será el punto de partida para revalorizar una tradición menospreciada por décadas o simplemente se trata de una estrategia de marketing para proyectar una vitivinicultura chilena más diversa y genuina?


En 2006 escribimos un artículo que se titulaba “Vamos, vamos, Chilena”, utilizando uno de las tantas sinonimias de la cepa País. Entonces nos preocupaba el futuro de esta cepa fundacional, sobre todo la precariedad de sus productores que luchaban contra los vaivenes de un mercado que parecía reírse de sus más de cuatro siglos de historia. Entonces dijimos:

“Hay algo que atrapa en Cauquenes. Una misteriosa fuerza centrípeta que mantiene a sus habitantes plantados en su terruño. Los cauqueninos, al igual que sus viñas, echan raíces profundas y mantienen casi inalterables sus costumbres y tradiciones. La mayoría son pequeños agricultores. Hijos del sol y de la lluvia. De sus padres, y de los padres de sus padres, heredaron viejas plantaciones, parras de troncos leñosos y de avaras producciones, que hoy representan su principal sustento y un verdadero patrimonio vitícola en el sur de Chile. Menospreciado, por algunos. Vinificado y vendido con orgullo por estos obstinados hombres de campo”.

También entonces conocí al cauquenino Iván Moraga, uno de los herederos de la sucesión del predio San Antonio, dos hectáreas de añosas parras de País, manejadas en forma orgánica. “No sé cuántos años tienen estas parras. Tal vez 150 años. ¿Quién puede saber? Mis papás compraron el campo tal cual como está ahora. Soy un enamorado de la naturaleza. Y la entiendo, sabe. No mato ni a los pajaritos. Pienso que el que cuida la naturaleza también cuida a las mujeres. Yo respeto a las mujeres, pero la verdad es que no las cuido tanto”, me contaba.

En este viñedo de rústica y emocionante belleza nació el mítico Mission Organic 1998 de la Cooperativa Lomas de Cauquenes, elaborado por el enólogo Claudio Barría. Para satisfacer los requerimientos del enólogo, Moraga debió aplicarse y cambiar sus manejos para producir un vino con buen color, suave en su rusticidad y con la suficiente estructura para trascender sin la adición de sulfuroso. “Cuando boto la fruta, mis vecinos no lo pueden creer. ‘Oiga, iñor, pero ¿acaso se volvió loco?’, me preguntan. ‘No, estoy raleando’, les contesto. A mí me gustan como 5 mil kilos por hectárea. Es lo ideal. Pero hay años en que quedamos cortos y debemos resignarnos. Por eso nunca sobra la plata aquí. Cuando hay años buenos, tenemos que guardar para cuando nos toca bailar con la fea. Hay que sufrir, no más, pero estamos acostumbrados a esta vida”, explicaba el productor.

Hoy Moraga ya no es proveedor de la Cooperativa y Mission Organic fue descontinuado después de la partida de Claudio Barría. Ese vino misionero, cuyas caramayolas forman parte del museo de la vitivinicultura chilena, terminó siendo una suerte de proclama, un grito silencioso, un símbolo de una desesperada saga que está muy lejos de tener un final feliz. Esta temporada volví a Cauquenes y me llamaron la atención algunas viñas que no habían sido cosechadas ya bien entrado el mes de mayo. “Para qué las vamos a cosechar”, me dijeron. El precio de su uva se transó en $ 60 pesos el kilo –$ 39 en la planta-, muy por debajo de los costos anuales de producción. La País parece seguir teniendo la misma suerte perra de siempre.

PAÍS BURBUJEANTE

En 2007, tan sólo un año después de mi primera visita a Iván Moraga, comenzaba un intento más por cambiar la suerte de la cepa, “¿Y qué pasa con esto, pues?”, se preguntaba Miguel Torres, refiriéndose a las miles de hectáreas de País desparramadas por el Maule. Fernando Almeda, el director técnico de Miguel Torres Chile, sólo atinó a encogerse de hombros. “No conocía la cepa País, a excepción de las viñas, claro. Sólo sabía que era una variedad rústica. El comentario general era que servía para nada. Sólo para granel y hacer más volumen con un blanco o tinto. Lo dabas por sentado, hombre”, explica el enólogo.

“¡Vamos con todo, entonces!”, exclamó Torres. Y su hijo Miguel se lanzó al proyecto en cuerpo y alma.

Así nació Estelado de Miguel Torres, este espumante de cepa País, vinificado con método tradicional y que reza con orgullo Secano Interior en su etiqueta color rosa. Con el apoyo de FIA (Fundación para Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura) y el Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de Universidad de Talca, la viña comenzó un intenso proceso de investigación y aprendizaje. “Cuando partió el proyecto no tenía muchas expectativas. Es que llevas 20 años escuchando que no sirve para nada a gente profesional, mayor que tú o con más experiencia, a la que respetas mucho”, vuelve a decir Almeda.

Es que las antiguas generaciones de enólogos, e incluso las que lideraban entonces el SAG (Servicio Agrícola y Ganadero), mantenían a la País escondida, prácticamente bajo tierra, alejada lo más posible de las llamadas variedades finas o francesas que cimentarían el prestigio del vino chileno.

Las dudas aumentaron en el lanzamiento de los primeros prototipos de Estelado. En el atelier del chef Guillermo Rodríguez, y con la presencia del mismo Torres, acompañado por el director del FIA y de los tres últimos ministros de Agricultura de la Concertación, daban el puntapié inicial del proyecto, pero más parecía que estuvieran celebrando un gol de media cancha. En los discursos se repetía que éste era uno de los tres grandes hitos de la vitivinicultura chilena, junto a la introducción de las cepas francesas en el siglo XIX y la llega de Torres a Curicó en 1978 con sus nuevas técnicas y conocimientos.

Recuerdo haber probado esos primeros ensayos y haberme quedado con una sensación amarga en la boca. El exceso de entusiasmo de los sponsors del proyecto, las notas políticas que parecían esconder las flores y la fruta roja de la País, más el carácter fenólico de los vinos -entonces de País y Moscatel de Alejandría- me dejaron con la sensación de que esto se trataba de un mero saludo a la bandera, muy mediático, sí, pero que no cambiaría la suerte de esta cepa.

Con el correr de los años, sin embargo, he tenido que tragarme mis palabras y actualmente soy uno de los más entusiastas fans de Estelado. Un proceso similar, pero mucho más apresurado, vivió el mismo Fernando Almeda: “El primer año me di cuenta que tenía potencial. Los mayores desafíos eran trabajar la carga fenólica y la estabilidad de la espuma. Otro reto era encontrar el punto de vendimia. La fruta verde o muy madura tiene el tanino muy potente. Con estrés hídrico al final de la temporada de cosecha logras color y taninos menos agresivos. Me di cuenta que cosechando más temprano no era tan malo. Además prensamos directamente, sin hacer mucha maceración. Así disminuimos la carga fenólica. Hoy pienso que el País posee las características fisiológicas adecuadas para hacer el vino que tú quieras”, explica el enólogo.

NO HAY RECETAS

La realidad no ha cambiado demasiado -los representantes de la agricultura familiar campesina continúan sufriendo lo indecible por mantener viva su tradición-, pero son muchas las viñas tradicionales que han puesto sus ojos en esta cepa, ya sea por el carácter de sus vinos o como una forma de diferenciar y agregar valor a su portafolio. La crítica no se ha quedado atrás y ha empujado este fenómeno. Ya se han formado verdaderos groupies de la País que alientan su producción y consumo, como si fuera el secreto mejor guardado de la vitivinicultura chilena.

Con la vuelta de Claudio Barría a la Cooperativa Lomas de Cauquenes también se reactualiza un mito. En los próximos meses el enólogo lanzará una nueva versión del Mission Organic, pero esta vez en buen chileno, profundizando su relación con la tierra. Este nuevo País Orgánico presenta un color vivo y destellante, fruta roja y dulce, y unos taninos asombrosamente mansos. El secreto, según el enólogo, está en la aplicación de una nueva técnica de fermentación. “El País del 98 lo hicimos con una fermentación natural, pero con nutrientes. Ahora la fermentación es tradicional, pero aumentando las temperaturas para extraer colores al inicio, sin que trabajen los orujos”, explica.

No hay una receta única para elaborar vinos a partir de la País. Las interpretaciones modernas de esta cepa varían dependiendo de los objetivos y filosofías enológicas de los autores. Algunos productores pequeños, como Tinto de Rulo, Cancha Alegre, Cacique Maravilla o González Bastías, prefieren respetar la tradición centenaria, elaborando sus vinos en forma espontánea, sin más tecnología que las manos y el buche. Otros han optado por aplicar técnicas de otras regiones vitivinícolas, persiguiendo más fruta y suavidad de taninos.

Es el caso de Fernando Almeda, quien busca en su País tranquilo –llamado Reserva de Pueblo- un vino liviano y muy aromático. “Hay que cosechar un poco antes. Ahí el tanino no es seco. Con un alto nivel de madurez se produce un bajón rápido de la acidez natural y el tanino es muy reactivo. También aplicamos maceraciones carbónicas, como las apelaciones controladas de Beaujolais. Las maceraciones son a temperaturas más altas del promedio y el vino agarra más intensidad y profundidad. Los hacemos con racimo completo. A pesar de los raspones, se mantiene más el carácter frutal y el tanino es menos agresivo. Hasta ahora hemos estado trabajando con distintas técnicas de vinificación y podemos decir que si pones el País en una mezcla aporta características especiales. En boca salen vinos agradables, diferentes, que recuerdan los vinos antiguos, no tan potentes, con una elegancia un poco rústica, pero elegancia al final”, explica.

Claudio Barría no está de acuerdo con las maceraciones carbónicas y apuesta por encontrar una versión muy propia, quizás más estilizada que sus viejos y queridos tintos de País. “El País Orgánico es sin maceración carbónica y esas cosas raras. La maceración carbónica no refleja el terroir. ¡Confunde a la gente! No se sienten las diferencias entre los vinos. Nosotros descobajamos, molemos la uva y fermentamos el jugo con levaduras nativas. Tratamos de interpretar la fruta y hacer un vino que sea rico y represente la zona. La zaranda se las dejamos a los productores tradicionales”, explica.

Precisamente el asesor vitícola Renán Cancino es uno de esos productores que no suelta la zaranda ni la tradición del secano. Es más. La defiende con uñas y muelas. En su proyecto El Viejo Almacén de Sauzal trabaja muy apegado a los métodos ancestrales, sin traicionar los siglos de historia. “El País es un vino sencillo. No tiene maquillaje, color ni madera, tampoco una acidez excesiva. Es un vino de taninos elegantes, estructura, acidez grata, nariz limpia y floral. No lo puedes mezclar. El País siempre manda”, afirma.

Cancino también critica la utilización de maceración carbónica. “¿Quién ha hacho maceración carbónica en 200 años? Nunca se ha hecho. ¡No existe! En Beaujolais se hace porque los vinos son intomables. Nosotros hacemos una vinificación espontánea. Vas pisoneando a medida que van fermentando las uvas. Se pisonea en la mañana y en la tarde. No para extraer color. A nadie le importa el color. Así los vinos quedan suaves y con estructura”, explica.

Gustavo Hörmann, enólogo de Montes, también ha salido a buscar País para su línea Outer Limits. En una zona montañosa, entre Colchagua y Curicó, su colega Jorge Gutiérrez encontró un viñedo de lomaje, viejo, quién sabe cuán, tan perdido en el tiempo que ni siquiera está en los registros del SAG. “Hace varios años con Outer Limits peleamos la libertad de perdernos para poder innovar y entretenernos. Con Montes estamos enfocados en vender, por supuesto, pero también en hacer cosas nuevas para mantener el espíritu”, sostiene.

Al igual que un Moscatel Rosado de Curtiduría, este País espera su evaluación para decidir si tendrá o no vida comercial. El vino fue fermentado con levaduras nativas en un par de bins y barricas. “Despalillé para sacar la fruta y no el tanino. El País tiene un tanino bien rústico. Uno no espera ese nivel de amargor en un vino tan liviano. Hay que dejarlo reposar durante 3 a 4 días y pisonear poco. No queda con tanto color, pero da lo mismo. Hay harta fruta y un poco de ese amargor característico. Hay que dejar que se haga solo”, explica.

VINOS DE NICHO

Otro de los enólogos en fijar sus ojos en estas añosas parras fue sin duda Marcelo Retamal. El trabajo del enólogo de De Martino ha sido fundamental para poner en valor –como se dice ahora- el terroir de secano, especialmente los viñedos de Carignan. Hoy también vinifica una mezcla tinta de País y Cinsault bajo el rótulo de Gallardía del Itata. Para el enólogo es imprescindible “volver atrás y entender que Chile es un país de vino. ¡Hay que eliminar del dialecto la palabra industria! Las empresas de vino conviven todas, desde las grandes empresas hasta el chico que hace el vino en la casa”.

Sin embargo, el enólogo explica que no se puede hacer sólo País ni vinos en guata de vaca. “Tenemos que tener diversidad de productos. Esos vinos son de nicho. Si puedes vender un vino a $ 20 mil, bien por ti. Nuestro País / Cinsault pertenece a una categoría de vinos más ligeros, sin madera, con alcoholes bajos. Son de esos vinos que te terminas la botella y quieres otra”, dice.

“Al final, como dice Retamal, todo suma. Es bueno que otras viñas traten de reivindicar y rescatar el País. Pero tú sabes que se están colgando de una cepa, sin conexión con la historia, con el sufrimiento de la País. Hoy hay vinos que saben igual todos. El verdadero País es muy distinto. Cuando te cuelgas de una moda no lograrás hacer nunca un vino verdadero”, sostiene Renán Cancino.

El viticultor afirma que hoy el País mete mucho ruido, pero se pregunta cuántos de esos vinos son de verdad. “Cuando los paras todos juntos, ahí se ve quién es quién. No todo es marca. ¿Cuánta fruta comprará cada una de estas viñas? Menos que Carignan y eso es una insignificancia. El único que gana es el que hace el vino. En Sauzal hay 10 productores chicos y este año pagaron $ 50 el kilo de uva con rendimientos que muchas veces no alcanzan las 2 toneladas por hectárea. ¡Es para llorar! ¡Es un abuso! ¡Es entender nada! Para todos esos productores es mejor embotellar que regalar su fruta”, sentencia.

Para Retamal hay que posicionarse con estos vinos en un segmento que lamentablemente tienen tomado los buenos Beaujolais. Afirma que si los vinos se venden a US$ 6,99 por botella simplemente podemos marcar una gran diferencia porque la calidad de nuestros vinos es muy superior. “Ojalá haya de todo. Que cada uno haga lo que quiera, pero para ser competitivos tenemos que vender entre US$ 40 a US$ 45 la caja, como el Gallardía”, sostiene.

Fernando Almeda opina que ya se ha hablado mucho de diversidad y calidad, pero falta un aspecto fundamental. “Tenemos las herramientas, tenemos los vinos, pero no sabemos sacarle mucho partido comercialmente. En Francia, Italia y Portugal encuentras cosas diferentes a patadas. Aquí nunca le habíamos sacado el partido. Y tenemos que hacerlo porque eso dignifica el trabajo de tantos años de muchos productores”, dice.

Afirma que se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. “Este año decidí ver las cosas mucho más llenas. Hoy pienso que es posible vender País a niveles de precio que retribuyan a toda la cadena de valor. Hay que tener cuento, historia, empujar la categoría y darle valor a los productos. Es un punto de partida, va a costar, pero se puede. Nosotros comenzamos con un productor. Hoy trabajamos con más de 30. Hemos crecido un montón”, explica.

Para Claudio Barría está muy bien que otras viñas comiencen a valorar nuestra tradición, nuestras raíces, nuestra historia, pero que la solución para esos miles de productores de País no se encuentra a la vuelta de la esquina. El poder de compra de las viñas es aún muy exiguo y son muchos los que continúan vendiendo su fruta a precios imposibles.

Una de la soluciones que propone el enólogo es que los agricultores reciban ayuda y asesoría técnica. Por ejemplo, con termovinificaciones a 60º C se puede mejorar mucho el color y la calidad general de los vinos. “Sólo en Cauquenes hay alrededor de 2 mil hectáreas de País y este año pagaron $ 6.000 por la arroba. ¡Nada! Así los productores se podrían juntar y al menos vender su vino a granel a 50 centavos de dólar. Eso les daría para poder mantenerse”, explica.

Gustavo Hörmann agrega que es muy difícil convencer a los comerciales para envasar vinos de País o de otras cepas originarias. “Pero hacer este tipo de vinos nos ha hecho súper bien como equipo. Nos sentimos como dueños, como que estos son nuestros vinos. Ahora, en términos de venta, es súper complicado. No se mueve la aguja. Nunca van a ser masivos. No lo veo como la solución a la pobreza de los agricultores del sur. Vamos a ver cuánto dura esta moda. Pero, mientras tanto, le ha hecho mucho bien a la imagen de Chile. Hoy la mayoría se está abriendo a rescatar cepas antiguas y hacer cosas más a escala humana”, concluye.

Recuerdo que le pregunté a Iván Moraga si le había gustado el Mission Organic, el resultado de tanta dedicación y esfuerzo, de dolores de cabeza y algunas canas verdes. “Las mujeres son todas ricas, pero hay algunas más ricas que otras, ¿no es cierto?”, comienza su explicación. “No voy a ir con la mentira, entonces. El vino no podía ser más malo para mí. Seco, seco. No lo quiero ofender, hermano –se dirige a Barría–, pero parece que usted anda con la memoria medio extraviada. Acuérdese de lo que le dije entonces. Al que no es vinero le gusta el vino dulce. Para mí el blanco no es vino. Es para ocasiones, más para el verano. El tinto, dulce o con harina en la mañana”, respondió sin rodeos.

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