miércoles, 31 de octubre de 2012

Los otros tintos del Maipo

El Cabernet Sauvignon es la cepa emblemática del Maipo y de Chile, pero en los últimos años el Syrah ha irrumpido con mucha fuerza. ¿Qué pasa con el resto de los tintos del valle? Muy buena pregunta.

Qué duda cabe. El Maipo es la cuna de nuestra aristocracia vitivinícola. Aquí se produjo el quiebre. El antes y el después con la importación de las primeras cepas bordelesas en la segunda mitad del siglo XIX. Aquí se forjan algunas de las marcas más potentes de nuestra industria, toda una iconografía que se plasma en portentosos nombres como Don Melchor, Viñedo Chadwick, Almaviva, Domus Aurea, Lota, Carmen Gold, Santa Rita Medalla Real Reserva Especial, Intriga y House of Morandé. Aquí sueltan amarras esos verdaderos trasatlánticos de lujo que, empujados por los aires cordilleranos, han llevado el prestigio del Cabernet Sauvignon chileno a límites insospechados.

En Quebrada de Macul, pese a la irrefrenable presión inmobiliaria, aún se conservan los vestigios de esas primeras plantas que llegaron a nuestros país en los baúles de los empresarios mineros. A través de la línea Antiguas Reservas, creada en 1927 por Arturo Cousiño, incluso se puede paladear la travesía del Cabernet Sauvignon a lo largo de su historia. Precisamente Cousiño Macul, una de las viñas que mejor representa la reencarnación chilena del espíritu bordelés, hoy se abre a otras tradiciones vitivinícolas con el Syrah como protagonista. Esta cepa, que ha logrado su más fina expresión en el Ródano, ya es parte importante de la mezcla de Finis Terrae y muestra un atractivo potencial como varietal en los pies de Los Andes.

“Con el Syrah hemos obtenido grandes resultados en nuestro campo de Buin. Plantado en alta densidad sobre suelos no muy profundos, próximos a los faldeos cordilleranos, la cepa logra una gran concentración frutal. El resultado es un vino cárnico, elegante, muy distintivo”, afirma el enólogo Gabriel Mustakis.

El Syrah, sin lugar a dudas, ha encontrado su lugar en los distintos rincones del Maipo. Pero no sólo eso. También ha sido capaz de desarrollar diferentes matices muy reconocibles. En Quebrada de Macul, por ejemplo, Viña Aquitania sorprendió en 2010 con un vino de sinigual pureza y elegancia. Especiado y fresco, sin un minuto de guarda en barrica, este vino desterró al Carmenère que, a pesar de los esfuerzos de Felipe de Solminihac, no logró nunca madurar con propiedad en esta propiedad ubicada sobre los 600 metros de altura.

Aún más arriba, sobre los 800 metros, Haras de Pirque también ha demostrado que tiene mucho que decir con la cepa. En el extremo superior de estos viñedos en forma herradura, la enóloga Cecilia Guzmán logra en la línea Character un Syrah que equilibra muy bien una golosa personalidad con una acidez firme que denota un profundo sentido de origen. Más hacia el interior, sobre la terraza sur del río Maipo, el enólogo Enrique Tirado lleva la cepa a una dimensión hasta entonces desconocida. Su Gravas del Maipo, el más joven de los íconos de Concha y Toro, representa una maciza escultura de frutos rojos: un referente de concentración, fineza y profundidad en boca.

En el límite sur del Maipo Alto, en la zona de Huelquén, Pérez Cruz ha tomado la bandera del Syrah con mucha convicción, incluso izándola sobre el Cabernet Sauvignon en Liguai, la mezcla tinta que comanda el portafolio de la viña. En suelos de transición aluvio-coluviales, y en un viñedo expuesto al sol del poniente, el enólogo Germán Lyon embotella un vino colmado de frutos negros, con mucha pimienta y unos taninos firmes que evolucionan con desparpajo a lo largo de los años.

BUIN-SYRAH

Pero si hay una bodega del valle que se ha tomado muy en serio el Syrah es Viña Maipo. Con plantaciones de 1996, las más antiguas del valle y probablemente de Chile, esta cepa ha encontrado un lugar privilegiado a unas pocas cuadras del pueblo de Buin. Su enólogo Max Weinlaub no tiene duda alguna. Afirma que el Syrah, en términos cualitativos, es la segunda variedad del valle después del Cabernet Sauvignon.
“Equidistante entre la cordillera y el mar, con el paso del viento que se cuela por la cuenca del río Maipo y refresca las temperaturas, cosechamos las uvas para elaborar un Syrah muy complejo y completo. Su boca es sedosa y tiene mucho potencial de guarda. No es un vino que te deje botado a medio camino”, sostiene.

Los mejores cuarteles se emplazan en una terraza superior, conformada principalmente por depósitos de cenizas volcánicas. Las primeras plantaciones corresponden a los productivos clones 99 y 100. Si embargo, gracias a un puntilloso manejo vitícola, y a la implacable acción de los margarodes, el vigor de las plantas se mantiene a raya para embotellar un Limited Edition que se posiciona en el justo medio, entre los especiados vinos costeros y los voluptuosos representantes de Aconcagua o Apalta.

El Syrah es la cepa distintiva de Viña Maipo y una bocanada de aire fresco para un valle que se identifica poderosamente con el Cabernet Sauvignon. Con la incorporación de los cualitativos clones 300 y 174, plantados esta vez sobre patrones, la apuesta de Weinlaub es potenciar aún más esta cepa en Buin. “Cada zona tiene que ir mostrando lo mejor de sí. No tiene sentido tener Carmenère en todas partes. No podemos hacer de todo porque seremos buenos en nada. El Syrah, más que ninguna otra cepa tinta en el valle, se ha ganado un espacio importante”, afirma el enólogo.

CARMENÈRE Y OTRAS HIERBAS

Pese a que el Carmenère reveló su cara en Alto Jahuel, cuando el ampelógrafo Jean-Michel Boursiquot la identificó en los viñedos de Carmen, la cepa ha tenido una suerte dispar en el valle. En las zonas más cordilleranas cuesta apaciguar el excesivo protagonismo de sus pirazinas. Es una cepa añera. En las temporadas más cálidas, puede regalar vinos notables, pero no resulta fácil encontrar el balance entre los niveles de azúcar y la madurez de sus taninos. En la mezcla de Antiyal, por ejemplo, Álvaro Espinoza ha privilegiado siempre la fruta más sedosa del Carmenère de Isla de Maipo. Pero, poco a poco, el enólogo biodinámico le toma la mano a sus viñedos de Huelquén, donde aún dominan los Syrah y Cabernet Sauvignon, las dos cepas que conforman el ensamblaje de su segundo vino Kuyen.

Si bien hay pocos Carmenère que brillen en el valle, precisamente en Isla de Maipo encontramos la gran excepción a la regla. Aquí nace el primer vino etiquetado como Carmenère, correspondiente a la cosecha 1996, y a lo largo de los años ha sabido mantener un tremendo nivel de calidad. Hoy ese Carmenère se rotula como De Martino Alto de Piedras. Un vino que despierta los sentidos con su potente carga frutal, que recuerda guindas y ciruelas, pimienta fresca y tonos florales. En esos suelos profundos de origen aluvial, de arcillas rojas y piedras redondas, el enólogo Marcelo Retamal ha sabido mantener muy en alto esta solitaria estrella en el valle.

Fiel a su tradición bordelesa, el Maipo ha preferido insistir con el Merlot. “Recordemos, sin embargo, que en Burdeos el Merlot era una cepa de segunda categoría hasta la filoxera. Sólo dio calidad hasta que se injertó sobre patrones americanos y se puso en suelos arcillosos como en Saint-Émilion y Pomerol. Aquí tiene mucho potencial si se planta en zonas más frescas. Nosotros, para mí gusto, tenemos el mejor Merlot de Chile a partir de un material que importó Santa Carolina hace muchísimos años. Es el único Merlot que conozco que huele a Merlot”, afirma Alejandro Hernández, profesor, enólogo y propietario de Portal del Alto.

Y, ciertamente, en algunos rincones del Maipo, el Merlot se ha desarrollado con mucha prestancia y dignidad. Cousiño Macul, una de las pocas viñas chilenas que reniega del Carmenère, vinifica un excelente Antiguas Reservas y utiliza esta cepa como un importante complemento de su ícono Lota. Sin embargo, es en el llamado Maipo Medio donde ha experimentado un aire renovado. En el pequeño valle escondido de Cholqui, la joven viña Tres Palacios elabora uno de los mejores Merlot de Chile. En suelos de arcillas oscuras, muy compactos, pero con excelente drenaje, esta cepa hace gala de una gran concentración y balance entre azúcar y acidez.

Si bien el Cabernet Sauvignon, y en el último tiempo el Syrah, dominan la escena maipucina, este gran valle que se extiende de cordillera a mar deja espacio para que se desarrollen otras variedades con un alto potencial cualitativo. Aunque son escasas las hectáreas, el Cabernet Franc es una cepa que hay que tomar en cuenta y que logra grandes resultados en los campos de San Bernardo de Morandé y en Alto Jahuel de Santa Rita. También se extienden las plantaciones de Petit Verdot, no sólo para utilizarlo como un componente de mezcla, sino también para etiquetar un vino de alta gama, como es el caso de Chasqui de Pérez Cruz. Y en la franja más costera, como en el precioso fundo Trinidad de Ventisquero, cepajes como el Cabernet Sauvignon y Carmenère se reinventan para ofrecer una nueva y extravertida personalidad.

El Cabernet Sauvignon ya no gobierna solo en el Maipo. Ya puede contar con un puñado de nobles caballeros que templan su juicio y velan por el futuro de su reino.