martes, 9 de octubre de 2007

Maule despierta

Hace unos años el título de este reportaje hubiera sido “Maule, despierta”. Así, con una coma entremedio. Pero sus viñas ya despertaron y comienzan a embotellar sus mejores atributos, demostrando que la frontera sur de la vitivinicultura chilena es mucho más que graneles y buenas intenciones. Es un valle que despierta emociones.

“¿Qué es lo que diferencia a Maule de otros valles de Chile?”, le pregunto de sopetón a Philippe Debrus, enólogo y socio de Viña Botalcura. “El tamaño”, me contesta al instante, como si estuviera concursando en “¿Quién merece ser millonario?”.

Aunque la respuesta no es definitiva, pues son muchos más los aspectos que distinguen al valle, el tamaño sí importa, y mucho. La región del Maule soporta más de 50 mil hectáreas de vides para vinificación, casi la mitad del total de la superficie en Chile. Si excluimos el Valle de Curicó, y nos concentramos en Talca, Linares y Cauquenes, contamos más de 34 mil hectáreas. Inmenso, ¿verdad?

Maule es grande, tan grande que caben hasta dudas. Su enorme extensión territorial, y una inquieta geografía, permiten el cultivo de una gran variedad de cepajes con potencial de calidad, desde Sauvignon blanc hasta el más tardío Carmenère. Basta montar la camioneta y recorrer sus ondulados campos para dar de seguro con el mesoclima y suelo precisos.

“Los grandes vinos nacen en pequeños cuarteles de características muy especiales. En el Maule, entonces, tienes muchas más posibilidades de encontrar esos lugares y hacer ese tipo de vinos”, sostiene Ignacio Conca, enólogo de Viña Terranoble.
Después del Cabernet sauvignon, que supera las 16 mil hectáreas, la variedad más plantada en el valle es la País. Esta cepa rústica y profundamente religiosa, protagonista del ritual de las misas coloniales, suma nada menos que 8 mil hectáreas y produce gran parte del volumen que colma cajas, garrafas y damajuanas.

La historia del Maule se encuentra enraizada con la País, afectiva y socialmente, pero su futuro se halla en otra parte. Cada vez son más las viñas que apuestan por cepas nobles o internacionales, pero los cambios han sido paulatinos, muy paulatinos.

“El barrio lo está haciendo mejor, pero todavía no da el paso decisivo”, afirma Renán Cancino, un viticultor que conoce la región como la palma de su mano, o quizás mejor. Desde su punto de vista, todavía falta mucho, demasiado por hacer, sobre todo en la búsqueda de los lugares más apropiados para el desarrollo de cada variedad.

La gran mayoría de las plantaciones está circunscrita en la llamada depresión intermedia. Una zona de buenas condiciones agronómicas, tan buenas que impiden que las vides sufran el estrés suficiente para entregar lo mejor de sí mismas. “Las cosas se daban tan fáciles que no había inversión alguna”, explica Ignacio Conca.

Según el enólogo de Terranoble, ése y no otro es el principal argumento para el establecimiento de los primeros viñedos en la zona hace 500 años. Como entonces las plantaciones eran de rulo o sencillamente no eran –el riego tecnificado se implementó muchísimo más tarde–, sólo en zonas más lluviosas como Maule era posible la viticultura, pues las “parras no viven con menos de 600 a 800 mm al año”.

Antaño los agricultores simplemente plantaban y luego volvían a cosechar. No había manejo agronómico. Los rendimientos se regulaban en forma natural, ya sea por inclemencias climáticas como sequías y heladas, o bien, por la intervención de plagas y enfermedades. El éxito de la vendimia se pesaba y no degustaba.

“Lamentablemente lo que nos identifica son las cooperativas que pagan a sus productores por kilos”, se queja Cristián Cremaschi, subgerente general de Viña Cremaschi Furlotti, quien explica que la mentalidad centralista del país ha concentrado las inversiones en los alrededores de la capital, perjudicando el desarrollo de una zona como Maule que reúne todos los atributos para jugar un papel estelar.

Recordemos que hasta hace algunos años, antes de la construcción de las autopistas concesionadas, viajar al Maule era un suplicio. La vida perfectamente podía transcurrir o terminar detrás de un camión.

Las explicaciones del letargo maulino son variopintas, pero nadie, absolutamente nadie duda de su gran potencial vitivinícola. “¿Pero quién está dispuesto a invertir?”, se pregunta Renán Cancino.

AIRE FRESCO

Uno de las primeras señales de un lento despertar fue la llegada de la californiana Kendall-Jackson y la construcción de su bodega en Talca. Viña Calina no sólo fue un espaldarazo para Maule como denominación de origen, sino que demostró que se pueden hacer vinos de gran alcance en el camino a Las Rastras.

El establecimiento de VIA Wines y su gran apuesta por San Rafael es otro de los hitos. Aunque es una empresa que suma predios en distintos valles de Chile, siguiendo el modelo de negocios de Concha y Toro, su principal bodega y fundo se encuentra en Chilcas, un lugar que se ha transformado en una marca y emblema de la viña.

Con la llegada de la transnacional española O. Fournier en Loncomilla, y el ambicioso proyecto de Miguel Torres en Empedrado –el precoz Priorato chileno–, el Maule recibe una nueva bocanada de aire fresco. Estas nuevas inversiones justifican y refuerzan el tremendo esfuerzo de reconversión de sus viñas tradicionales.

“Maule tiene potencial para hacer vinos de excelente calidad. Y no lo digo yo, sino que lo demuestran los hechos. En la pasada Vinexpo arrasamos con las medallas”, afirma Cristián Cremaschi.

Efectivamente, las viñas maulinas conquistaron nueve de los veinte máximos trofeos que obtuvo Chile en Citadelles du Vin, destacando especialmente El Aromo y Cremaschi Furlotti. Esta exitosa participación no sólo se sustenta en la calidad de sus terroirs, sino en una decisión estratégica de competir en los segmentos de mayor valor, invirtiendo fuertemente en los viñedos y bodegas.

Aún así cuesta abrazar al Maule. Para eso hay que tener los brazos muy largos. Con un promedio de 250 kilómetros de ancho, sobresale en el mapa como uno de los valles menos finos del país. La tarea de caracterizar su oferta de vinos es complicada, casi tanto como lograr un nivel de calidad homogéneo.

“El Maule no ha sabido buscar su camino. Hay que lograr una calidad media estable. Plantar de acuerdo a las necesidades y al vino que el país está haciendo”, explica Ignacio Conca.

De acuerdo a Renán Cancino, el gran vinificador del valle es Concha y Toro, que se concentra principalmente en Pencahue y San Clemente, pero sólo “cosas muy puntuales deben sobrepasar la línea de Casillero del Diablo”.

¿PAGANDO POR EL TRAJE?

En un intenso recorrido por el valle en compañía del enólogo Claudio Barría, otro buen vecino de la zona, degusté muchas cepas y de todos los niveles de precio. Sin contar el secano de Cauquenes, que es un mundo completamente aparte, las distintas zonas maulinas comienzan a mostrar un saludable grado de especialización.

Me gustaron mucho los Sauvignon blanc de San Clemente. Este rincón, que recibe una mayor influencia de la Cordillera de Los Andes, produce varietales que poco y nada tienen que envidiarles a sus pares de otros valles. Hay que esperarlos un poco, pero una vez que abren en la copa se muestran extremadamente aromáticos. “Sí, cuesta que abran. No son de concurso”, se ríe Ignacio Conca.

Aunque no tienen esa nerviosa acidez y las notas especiadas y herbales de las zonas costeras, seducen con una mineralidad muy sureña que refresca el paladar. Incluso, según me cuentan, algunas viñas de Casablanca no se hacen problemas para comprar su fruta, pagando alrededor de un dólar por kilo.

“Algunos Sauvignon blanc del Maule compiten en calidad con los de Casablanca, pero lamentablemente es un asunto de mercado. A veces se paga el traje”, explica Philippe Debrus.

Existen viñas que quieren convertirse en un referente de esta cepa, como es el caso de Casas Patronales, que ha desplegado un gran trabajo en el viñedo, alejándose de los Sauvignonasse para abrazar los clones 1 y 242. Los resultados ya están en la copa, pero siento que aún penan, en especial en los departamentos comerciales, esas notas “neozelandesas” que supuestamente tanto valoran los mercados internacionales.

A medida que nos vamos alejando de Los Andes, deteniéndonos en los alrededores de Talca, comienzan a sobresalir las plantaciones de Carmenère. La cepa que tiene noche y concurso en el Maule, ha progresado muchísimo en el último tiempo.

“Los rendimientos son naturalmente bajos. No pasamos de 8 mil kilos por hectárea. El problema no son los taninos, sino las notas vegetales. En nuestros Carmenère no vas a encontrar mermeladas, pero sí muchos minerales. No son tan obvios como en las zonas más cálidas. Los maulinos tienen otro ritmo”, explica Ignacio Conca.

Así es. Su fruta es fresca, directa y franca, generalmente sin la mermelada que tanto abunda más al norte, sus taninos son sabrosos y bastante gentiles, pero no pueden abstraerse de su lado verde: esas notas herbáceas que asoman en nariz y que deberían ser un complemento y no la esencia de su carácter.

Para Philippe Debrus, sencillamente la discusión sobre el Carmenère está mal enfocada. Como buen francés, acostumbrado a otras madureces, plantea que la cepa tiene muchas oportunidades en mesoclimas más fríos como los del Maule.

“Hay una tendencia hacia los Carmenère cálidos, pero creo que eso es un error. No es necesario cambiar los aromas intrínsecos de la variedad. No vale la pena. Menos por una tendencia o moda. En climas más frescos funciona mejor, pero hay que tener paciencia y un poco de suerte”, comenta.

Junto a la enóloga Marcela Chandía y el gerente general de Calina Víctor Baeza, degustamos cuatro muestras de distintos cuarteles de su fundo ubicado a orillas del río Lircay. Los Carmenère fueron mostrando sus distintos atributos, desde un estilo delicado y marcado por las especias dulces, hasta una bomba de frutos rojos que llena la boca sin mezquindades.

En suelos profundos, franco arenoso-arcillosos, y con un trabajo preciosista, como lo describe Baeza, es posible vinificar Carmenère frutosos, frescos y elegantes, sin esas notas de sobremadurez que barren los límites entre las distintas variedades, pero sin eliminar tampoco esa nota especiada que aparece y desaparece con distintos niveles de intensidad, dependiendo de los rendimientos y las características de la añada.

A CRUZAR EL RIO

En la antesala del secano interior se encuentran zonas como Pencahue, tal vez la más cálida del barrio, donde en la actualidad se está plantando mucho Syrah. Sus tintos no son precisamente santos de mi devoción, pues tienden a madurar con demasiada premura. Prefiero otras rincones como Villa Alegre y especialmente Melozal, donde logran una mayor estructura, jugosidad y equilibrio.

Pero quizás el rasgo más distintivo del Maule es la persistencia de antiquísimos viñedos de secano, donde cepas como Carignan, Malbec o Nebbiolo comienzan a ser “redescubiertas” y valoradas. Viñas nortinas como De Martino, Odjfell y Morandé hace mucho rato que llegaron al barrio, específicamente detrás de estos verdaderos patrimonios vitícolas que regalan vinos complejos, concentrados y diferentes.

El secano interior, sin embargo, también se candidatea como un excelente lugar para plantar Cabernet sauvignon, aunque se trata de una cepa que no concita el mismo nivel de consenso. Mientras para Ignacio Conca no es la más rutilante del valle, pues cuesta mucho madurarla, incluso más que la Carmenère, para Rodrigo González, enólogo de Cremaschi Furlotti, simplemente es la estrella.

Degustamos Cabernet sauvignon frescos y minerales de San Clemente, pero sin la estructura y carnosidad de otros valles, y también unos caldos oscuros y concentrados de Cauquenes. Pienso que la cepa sí tiene futuro en el Maule, pero aún se halla en una etapa de búsqueda, intentando encontrar una personalidad más definida y consistente.

“En el secano interior puedes cosechar un Cabernet sauvignon con 25º Brix y pH de 3,5 entre marzo y abril. Los viñedos se equilibran naturalmente. ¿Por qué no tener rulo, entonces? No hay que descartar un buen lugar si no hay agua. Por algo muchos andan merodeando por ahí”, apunta Renán Cancino.

Maule se encuentra en una etapa crucial. Sus viñas poco a poco comienzan a despercudirse y mostrar el real valor del valle. Pero todavía falta mucho. Me llama profundamente la atención que las plantaciones se concentren en la zona media. Con excepción de Ribera del Lago en Colbún, el proyecto personal del enólogo de VIA Wines Rafael Tirado, no existen viñedos en la precordillera.

“Nadie se quiere arriesgar”, afirma Renán Cancino.

Cuando pregunto el porqué nadie se ha atrevido en las alturas, aunque sea con un proyecto experimental, la actitud más recurrente es encogerse de hombros. Algunos se aventuran a decir que el problema son las heladas, pero nadie dispone de datos fidedignos que comprueben la imposibilidad de acercarse un poco más a Los Andes.

“No puedes tener seis variedades en un mismo campo. No todas se van a dar bien. Puedes tener seis hijos inteligentes, pero debes tenerlos en ‘lugares’ diferentes. Todavía nos falta mucho por descubrir en el Maule”, dice Manuel José Henríquez, subgerente comercial de Viña El Aromo.

Tampoco se encuentran viñedos cercanos a la costa. El Centro Experimental del INIA Cauquenes desarrolló un proyecto en Chanco, cuyos resultados dimos a conocer hace poco más de un año. Recuerdo un Pinot noir muy interesante, pero salvo Miguel Torres en el Empedrado, nadie ha hecho un ademán de arrimarse al océano.

Estoy seguro que con un trabajo serio a nivel vitícola, Maule puede lograr calidad y consistencia en todas sus líneas, pero si quiere realmente destacarse y hacer ruido en el mundo, debe intensificar su relación con sus cepas autóctonas, esas parras centenarias que sueltan jugos que parecen pócimas encantadoras. Además debe cruzar el río. Atreverse con zonas más extremas, donde sus viñas profundicen las diferencias y desarrollen nuevos umbrales cualitativos.

Los productores locales vivieron muchos años de la generosidad y riqueza agrícola de la franja media del valle, pero ya es hora de que asuman nuevos riesgos y hagan del Maule un valle aún más grande y diverso.


viernes, 25 de mayo de 2007

Los siete mosqueteros del Alto Cachapoal

“Uno para todos y todos para uno”, proclaman los enólogos de Alto Cachapoal. En la búsqueda de su cepa emblemática, aquella que reflejara todo el potencial de su terroir, descubrieron que lo mejor aún está por venir: una mezcla tinta que integre las mejores barricas de las bodegas y que comprometa la creatividad de sus enólogos.

No es fácil hablar de terroir en Chile. Tampoco identificar algún origen con una cepa determinada. Si no se trata de zonas muy extremas, como pueden ser algunos bordes más costeros o australes, los valles chilenos aceptan de buena gana un gran abanico de variedades. Aunque una misma denominación puede producir con relativo éxito cepas tan disímiles como Chardonnay, Syrah y Cabernet sauvignon, no necesariamente podremos inferir que estas tierras son las más aptas para su desarrollo. Muchas veces el portafolio de productos de una viña obedece a criterios comerciales y no técnicos, dejando en un segundo plano la búsqueda de un ideal de calidad.

El ejercicio cualitativo planteado por siete viñas de Alto Cachapoal es inédito. Y atrevido, por decir lo menos. De la mano del sommelier español Pascual Ibáñez, y después de meses de discusiones, estudios y talleres, los enólogos de Altaïr, Anakena, Gracia, Porta, Casas del Toqui, Château Los Boldos y Lagar de Bezana, se atrevieron a postular aquellas cepas que mejor los representan. “El proceso fue muy interesante. Al buscar aspectos comunes, las cepas que se expresaran mejor en el valle, descubrimos que existe un carácter distintivo: una especie de terroir”, afirma Gonzalo Pérez, enólogo de Anakena.

Y junto con descubrir aquellos rasgos integradores, también fueron sufriendo las primeras bajas. Merlot y Chardonnay, descartados. Fueron las cepas que menos adeptos encontraron en el valle, incluso más de algún enólogo dijo estar dispuesto a reemplazar sus hectáreas por otras variedades. Sencillamente no se adaptan bien y, en el caso del Merlot, sufre sus ya consabidos y crónicos problemas de deshidratación.

“El Merlot no se ha adaptado muy bien en ninguna parte de Chile, pero para colmo el nuestro está plantado en el lugar más cálido del campo. Son vinos sin mucha fruta y estructura. Hemos pensado en arrancarlo. En nuestra mezcla el Cabernet sauvignon es la columna vertebral; el Cabernet franc aporta fruta y carácter; el Carmenère, notas especiadas y una calidad espectacular de taninos... ¿Y el Merlot? No nos aporta mucho. Esa es la verdad”, opina Ana María Cumsille, enóloga de Altaïr.

Si bien perviven algunas excepciones, como el Merlot Vielles Vignes de Château Los Boldos, no es una cepa que profundice su relación con el valle. De acuerdo a Gonzalo Pérez, puede andar bien en algunos sectores específicos, pero para eso es imprescindible trabajar con plantas clonales. “Lo ideal es que las raíces no fueran de Merlot, sino de algún portainjerto. Es una cepa con un crecimiento radicular muy superficial, por lo tanto requiere asentarse muy bien en el suelo para lograr una adecuada expresión varietal”, apunta.

Con el Carmenère, sin embargo, los juicios no son tan categóricos. Si bien cuenta con grandes defensores, como Ana María Cumsille, la mayoría de los enólogos coincide en que cuesta mucho madurarlo. “Nosotros sacamos un Carmenère súper bueno para nuestra línea Single Vineyard, pero tiene sus bemoles. Es una cepa que aquí tiene techo. Quizás sirva como parte de una mezcla, pero no como nuestra cepa emblemática. En otros sectores de Cachapoal, como Las Cabras o Peumo, logra mucho más consistencia y un carácter más definido”, explica Gonzalo Pérez.

Aunque existen algunos buenos ejemplos de Sauvignon blanc, y sobre todo promisorios resultados con el Viognier, una cepa blanca de corazón negro, sin lugar a dudas Alto Cachapoal es una zona de tintos. La influencia cordillerana, que marca la personalidad de sus vinos, permite madurar las cepas con mucha parsimonia, logrando un gran equilibrio entre alcohol y acidez. Al margen de su composición varietal, Ibáñez plantea que existen ciertas características comunes entre los vinos más sobresalientes del valle, como buenos colores, pHs bajos, fruta fresca y taninos elegantes. “Y ahí creemos puede estar la clave de nuestra búsqueda”, nos adelanta el sommelier.

Si bien el Cabernet sauvignon es la cepa más consolidada, en un comienzo la mayoría de los enólogos postuló al Syrah como cepa emblemática, tanto por razones de producción como de marketing. “Quizás tendríamos una ventaja comparativa, pues la cepa es relativamente nueva en el país. Tiene cualidades para desarrollarse bien en Alto Cachapoal y es una excelente alternativa frente a la vinificación masiva y generalizada de Cabernet. Hasta el momento ningún valle se ha atrevido en transformarla en su bandera. Su calidad insinúa un gran potencial, pero faltan años de cultivo y manejo para conocer su verdadera evolución”, explica el autor del estudio.

Aunque el Syrah cuenta con muy buenos exponentes, e insinúa un futuro esplendor en el valle, todavía es muy temprano para emitir juicios concluyentes. La juventud de sus parras atenta contra una mayor estructura, pero las condiciones climáticas del valle, que lo posicionan como una zona intermedia entre los cálidos Aconcagua o Apalta y los climas costeros como Casablanca o Limarí, concentran expectativas y abren un interesante nicho donde atributos como sus notas florales, frutos frescos y cuerpos más estilizados que musculosos son muy valorados.

SU MAJESTAD CABERNET

El Cabernet sauvignon, aunque no representa una novedad en términos comerciales, continúa imponiéndose en el valle, reinando con autoridad, criterio y elegancia. Para algunos enólogos, Alto Cachapoal es una zona fronteriza, que no siempre deja madurar a esta cepa con propiedad, pero cuando el clima da su venia, los resultados son realmente superlativos. “Los mejores vinos nacen a partir de Cabernet o de sus mezclas. Son elegantes, frescos y con una expresión no alcohólica. Puede que una temporada sea más calurosa que otra, pero siempre su acidez se mantiene imperturbable. En Alto Cachapoal el Cabernet logra un equilibrio impresionante”, comenta Ana María Cumsille.

De acuerdo a Ana Salomó, enóloga de Porta y Gracia, sin duda Cabernet y Syrah son las cepas que mejor se adaptan en el valle, pero también es necesario precisar ciertas diferencias de manejo en los viñedos que apuntan a distintos segmentos de precio. Si se mantienen cargas bajísimas, como es el caso de los cuarteles de Altaïr o de las antiguas parras de Grand Cru de Château Los Boldos, obviamente costará mucho menos lograr un óptimo nivel de maduración. Sin embargo, si se trabaja con cargas mayores, el panorama puede cambiar, y mucho. “Estamos en una zona límite para madurar el Cabernet. El Syrah, en cambio, con rendimientos de hasta 12 toneladas por hectárea igual madurará sin problemas”, explica.

En un país sobrepoblado de Cabernet sauvignon, y donde la cepa ha alcanzado grandes alturas cualitativas, inmediatamente surgen las siempre odiosas comparaciones. De acuerdo a Ibáñez, los enólogos de Alto Cachapoal, en oposición al carácter maduro de Colchagua, se sienten más identificados con los vinos de Alto Maipo, pero con algunas diferencias. “Es la variedad más consolidada en Chile y también en Alto Cachapoal. También la más demandada y competitiva del país. Es por eso que es importante establecer diferencias claras entre los Cabernet de Alto Cachapoal y el resto del país Y una de las más importantes es su fruta. Definitivamente sus pHs son más bajos que en Maipo y Colchagua”, afirma.

Según la enóloga de Altaïr, tanto Alto Cachapoal como Alto Maipo son excelentes para tintos, y en especial para Cabernet, pero tienen una tipicidad distinta. “Hacer más de los mismo es una lata. Este valle es menos explotado en términos de marketing, pero se para sin problemas frente al Alto Maipo. Sus vinos no son mejores ni peores, sino diferentes. Altaïr, por ejemplo, no es el prototipo de un vino de concurso. No se caracteriza por ser una mezcla demasiado potente y concentrada, sino sus atributos van por otro lado. Es un estilo más elegante y sofisticado”, sostiene.

LA UNIÓN HACE LA FUERZA


Después de la última etapa del estudio, donde los enólogos cataron a ciegas los 18 vinos finalistas, las conclusiones nos acercan más al hallazgo de un carácter único y distintivo, pero al mismo tiempo nos alejan del objetivo de establecer una cepa emblemática. Resulta bastante decidor que entre los cinco vinos mejor evaluados se encuentran cuatro Cabernet sauvignon -o mezclas donde funciona como la cepa preponderante- y tan sólo un Syrah.

Ibáñez plantea que si la elección estuviera basada en las clasificaciones de la gran cata final, sin discusión alguna el Cabernet sauvignon llevaría la delantera. Según el sommelier, tiene a su favor una acumulada experiencia en el manejo, suele provenir de viñedos más antiguos y existe una mayor producción y demanda. Sin embargo, la Syrah, la segunda variedad en puntuaciones y cantidad de muestras, es una ilusión que irrumpe con fuerza y una juventud arrolladora.

“Ostia, creo se corre un riesgo altísimo en ir por una cepa emblemática. ¿Cómo podemos asociarnos, por ejemplo, con Cabernet sauvignon si el Maipo y otros valles del mundo llevan años y años en eso? La verdad es que sudé la gota gorda. Tenía miedo, pero la solución a la que estamos llegando me parece novedosa. Olvidémonos de la cepa emblemática. Mejor pensemos en aquellas características que unen y distinguen a los vinos del valle”, explica el sommelier.

Al margen de la calidad, que por supuesto no es un asunto menor, los grandes vinos siempre suelen asociarse a un lugar específico. “Y no pocas veces el origen pesa más que el vino en sí”, apunta Ibáñez, poniendo como ejemplo el comportamiento sublime del Pinot noir en la Borgoña o los vinos especiales de Champagne, Jerez y Oporto. Todos ellos, qué duda cabe, son productos únicos y aferrados con fuerza a su origen.

Junto al establecimiento de una personalidad que distingue a Alto Cachapoal, también surgió la propuesta de producir un vino de colección: una mezcla tinta que integre las mejores barricas de las bodegas de la zona y que comprometa la creatividad de sus enólogos. Se trata de un proyecto aún en debate -sólo está lanzada la idea-, pero que podría embotellar las cualidades de un valle que necesita diferenciarse de sus pares y mostrar al mundo su potencial.

“Es un camino súper interesante, pero con ciertas complicaciones. Pero lo bueno nunca ha sido fácil. La búsqueda de un vino con sentido de terroir es una idea muy atractiva y que pondrá a prueba la creatividad de los enólogos. Me imagino un vino con mucha fruta negra, cassis, notas de violeta, goloso, elegante, jugoso, largo y persistente. Una mezcla principalmente de Cabernet y Syrah... Y una gotita de Viognier tampoco le vendría mal.”, dice Gonzalo Pérez. “Sí, con algo de Viognier, pero también de Granache. Mientras más componentes, mejor. Así el vino es más diverso y complejo”, agrega Ana Salomó. “No hay dos enólogos que piensen igual. Imagínate la locura. Creo que sería una experiencia increíble y juntos lograríamos un tremendo vino”, asegura Ana María Cumsille.

RASGOS COMUNES

A primera vista, y también al segundo y tercer sorbo, se advierten ciertas características comunes entre los vinos de Alto Cachapoal que marcan una diferencia, forjando una personalidad distintiva que va más allá de la elección de una cepa emblemática.

• Vinos con pHs relativamente bajos.
• Colores vivos sin necesidad de mucha maceración.
• Fruta fresca sin llegar a la sobremaduración.
• Equilibrio y compensación entre alcohol y acidez.
• Tintos algo duros en su juventud.
• Mayor potencial de envejecimiento comparado con otras zonas.

CEPAS GANADORAS

Aunque la idea original era encontrar una cepa que interpretara mejor las características de Alto Cachapoal, no se pudieron alcanzar juicios concluyentes. Existe consenso en descartar ciertas cepas, mientras dos de ellas corren como grandes favoritas.

• Si bien no tan perfumado como en otras zonas, los Sauvignon blanc son de buen cuerpo y untuosidad.
• Aunque sólo Anakena y Gracia producen esta cepa, el Viognier es el blanco mejor evaluado del valle.
• Existen pocas posibilidades para el Carmenère, a menos que los rendimientos sean muy bajos.
• Nadie quiso apostar por el Merlot y el Chardonnay.
• El Syrah insinúa un tremendo potencial, situándose más cerca de un estilo francés que australiano.
• El Cabernet sauvignon es la mejor cepa del valle en cuanto a cantidad y calidad.