martes, 9 de mayo de 2017

Tres miradas al secano maulino


Recorrimos tres viñas del secano maulino con muy distintas filosofías y enfoques comerciales. Todo para comprobar la versatilidad de una zona que no se cansa de sorprender.

Amanecer en el secano maulino es una experiencia dramática. La neblina espesa entra y cubre como un océano los viñedos, las luces fulgurosas del cielo contrastan con las nubes negras y las temperaturas a fines de abril calan los huesos y las estructuras de las vides antiguas. Pero en Casa Bouchon, en su hermoso campo de Mingre, su hot tub siempre está disponible. A primera hora, cuando solo quieres una taza de café, puedes ver a los huéspedes con bata y pantuflas celebrando la salida del sol y el comienzo de una nueva jornada.

Invitado por Julio Bouchon, compartí una mini gira técnica con un grupo de viticultores de Sudáfrica. A primera vista, dos cosas me llaman poderosamente la atención: visten shorts a pesar de los escasos grados (“cuando hace mucho frío, nos ponemos dos shorts”, me dice uno de ellos) y que todos, sin excepción, lucen una chaqueta de Distell, una de las grandes compañías de vino sudafricano. Ellos se sienten orgullosos de ser sus proveedores. Lucir su logo refleja la calidad de su fruta, algo francamente imposible de ver entre los productores de las grandes viñas chilenas.

El golpe de timón de Bouchon en el último lustro también ha sido dramático. Julio y su hermano menor Juan José, ex jefe de Gabinete del Ministerio de Economía en el gobierno de Sebastián Piñera, tomaron las riendas de la viña en 2013 y dieron un gran vuelco a su modelo enológico y comercial. Esta bodega familiar, ubicada en el corazón del secano maulino, siempre se caracterizó por un estilo más bien bordelés. Con Patrick Valette como asesor, el foco estaba puesto en sus Cabernet Sauvignon y Carmenère. Hoy la estrategia es otra: reflejar en gloria y majestad su territorio. Así de simple. Con el rescate de cepas tradicionales, como País y Carignan, han despercudido la imagen de la viña, haciéndola más genuina y luminosa.

Pero no solo eso. Otro aspecto que también llama mucho la atención es la comprensión de la realidad de la vitivinicultura chilena y del valor de la asociatividad como el único camino posible para promocionar nuestros vinos. El recorrido de los sudafricanos no solo comprendió los campos de Bouchon, sino una visita a El Viejo Almacén de Sauzal y al nuevo campo de Baron Philippe de Rothschild en Loncomilla. Tres miradas súper distintas, tres filosofías, tres modelos comerciales, tres formas de enfrentar los desafíos y oportunidades que obsequia el secano maulino.

VINO TRADICIONAL

El pueblo de Sauzal está sitiado por la devastación del fuego. Algunos dicen sin remilgos que se trató de un ataque concertado de grupos terroristas, que quisieron sembrar fuego y anarquía a lo largo del país. Otros que los culpables fueron algunos pirómanos cómplices de las inusitadas altas temperaturas estivales. Lo cierto es que resulta sobrecogedor observar desolados campos de cenizas, mientras las antiguas vides de País resisten el calor, el olvido, el insondable paso de los siglos.

En el campo familiar de Renán Cancino, en una de las esquinas de Sauzal, los viticultores observan las parras de País y cuarteles de Garnacha y Cariñena. Les cuesta creer la edad de las parras y la obsesión de mantener esta tradición intacta pese a los ridículos precios de sus uvas. Cancino les explica que su objetivo es demostrar que se pueden hacer vinos serios con cepas patrimoniales, quizás rústicas y subvaloradas, pero llenos de sabor e identidad. “La única solución es que los productores embotellen sus propios vinos”, dice, mientras los viticultores, todos ellos de buen pasar, no pueden creer que se pague por un kilo de País alrededor de US$ 0,12.

Ya en la bodega, entre lagares de raulí y viejas barricas, degustaron la cosecha 2016 de Huaso de Sauzal Chilena. Este vino, elaborado con uvas del vecino Truquilemu (el País de la parte plana de Sauzal, más ligero y fresco, se vende para la producción de espumante), hace gala de su carácter y profundidad, pero además de una textura muy elegante. Preguntan si se trata de un vino natural o biodinámico (una categoría poco relevante en Sudáfrica). Cancino responde que simplemente es un vino tradicional, producido sin productos químicos o enológicos, tal cual lo hacían los antepasados en Sauzal hace ya más de 300 años.

NOBLE SECANO

Algunos kilómetros hacia la cordillera de los Andes, en la zona de Loncomilla, se encuentra el campo maulino de Baron Phillipe de Rothschild. Adquirido hace algunos años, es una propiedad de más de 1.000 hectáreas de las cuales alrededor de 250 están plantadas con diferentes variedades. La propiedad es preciosa. Los viñedos caen hacia el poniente, formando un pequeño valle, pero con mucho potencial de crecimiento.

El foco de este campo está puesto en las cepas Cabernet Sauvignon, Sauvignon Blanc y Carmenère (en ese orden de importancia), destinadas principalmente a su línea Anderra o, como lo llaman sus enólogos, a varietal plus. Al frente nuestro, sobrevolando un enorme tranque de regadío, asoma una montaña granítica en cuyas laderas se proyecta un vino superior a la línea Escudo Rojo. Seguramente se tratará de una mezcla bordelesa en base a Cabernet Sauvignon.

A unos metros de una preciosa bodega centenaria, que alberga enormes fudres de raulí, sobreviven algunos viñedos de País que, según registros del SAG tienen 75 años, pero los antiguos afirman que podrían sobrepasar el siglo. La mayoría de estas viñas leñosas, que se yerguen en la parte más plana del campo, serán injertadas con Malbec. Solo se dejarán algunas, que crecen en forma casi silvestre, pero hasta el momento sin un destino conocido. Lo más probable es que su fruta se venda para la producción de granel o embotellado, dependiendo su potencial de calidad.

Según Julio Bouchon, el secano maulino representa también un muy buen terruño para cepajes franceses. Así lo han demostrado productores como Gillmore, Erasmo y el propio Bouchon. Por eso en el campo de Las Mercedes (o Los Morros) decidieron enfocarse principalmente en la producción de Cabernet Sauvignon y Carmenère. Con disponibilidad de agua, y sobre suelos aluviales, las parras producen vinos con un carácter frutal y muy buenas texturas si se hace el trabajo adecuado en la bodega. Es decir, vinificaciones más delicadas.

La reconversión de Bouchon ha sido radical y su foco está puesto en el justo medio entre la filosofía de El Viejo Almacén de Sauzal y Baron Philippe de Rothschild. A la nueva generación Bouchon no le ha temblado la mano. Decidió arrancar 200 hectáreas de viñedos en su campo de Santa Rosa, a orillas del río Maule (y plantar avellanos), dejando 150 para la producción de solo vinos de alta gama. En otras palabras, el objetivo es seguir produciendo cepajes franceses para su línea Las Mercedes (y Sauvignon Blanc de un campo muy interesante ubicado en el más costero Batuco) y vinos de especialidad, principalmente en el secano de Mingre, donde nacen sus estupendos País Salvaje y una línea llamada Granito que refleja toda la pureza de sus cepas.

Si bien el prestigio de Bouchon se ha cimentado sobre cepajes tradicionales franceses, hoy es un verdadero campo de experimentación. Luego de mapear todo el campo de Mingre con calicatas y viticultura de precisión, como ha sido medir los porcentajes de arcilla mediante la conductividad del suelo (otro aspecto novedoso para los sudafricanos), están en condiciones de sacarle el máximo provecho a esos suelos de la cordillera de la Costa e incluso plantar nuevos viñedos de País (sin duda una decisión inédita en un país que no sabe qué hacer con las más de 8.000 hectáreas de su cepa fundacional).

Entre los estrenos de Bouchon, y que reflejan esta nueva filosofía, podemos nombrar al sabroso País Salvaje Blanco 2016 (Mingre), que proviene de sus ya famosos viñedos silvestres, que se encaraman en los árboles nativos; Las Mercedes Singular Semillón 2015 (Batuco), Granito Semillón 2015 (Mingre), fermentado en barricas; y un exquisito Granito Chenin Blanc 2015, donde fue fundamental la influencia de su asesor sudafricano David Nieuwoudt, con quien colaboran en toda la línea Longaví.

El secano maulino no es solo sinónimo de añosos País y Carignan. Si se trabaja con foco y decisión, es una zona que seguirá sorprendiendo nuestros paladares.

viernes, 28 de abril de 2017

Pinot Noir: Metamorfosis noir


Desde vinos simples y frutales, que se posicionaron en los segmentos básicos a principios del nuevo milenio, hasta vinos más ambiciosos y complejos, que no solo pretenden instalarse en segmentos superiores, sino establecer una declaración de principios. La metamorfosis del Pinot Noir ha sido dramática, probablemente de novela.

El estreno de la cinta “Sideways” en 2004 no solo fue un gran espaldarazo para el Pinor Noir en los medios masivos, especialmente los hollywoodenses, sino desató una singular fiebre por propagar esta variedad en Chile. Este fenómeno raro, farandulero, no solo explosionó en más de 4 mil hectáreas plantadas, casi la mitad en los costeros valles de Casablanca y San Antonio, sino además en una suerte de cambio de paradigma: un país vitivinícola latino, cálido, estridente y voluptuoso era capaz de atrapar en una botella elegancia y delicadeza, frescor y profundidad de sabores.

Esta fiebre de la Pinot Noir fue propiciada, en gran parte, por los críticos británicos, la mayoría de ellos instigadores de vinos más ligeros y frescos. La reencarnación de esta variedad borgoñona en el litoral chileno cumplía con sus tres mandamientos: bueno, bonito y barato. Sin la complejidad de los grandes referentes de la cepa, pero con mucho frescor y carácter marino, lograron los puntos necesarios para refrescar los egos de los productores e ir más allá de los sabores primarios de frutillas y frambuesas.

Lo confieso: nunca compartí tanto entusiasmo. Me parecía excesivo e incluso contraproducente. La Pinot Noir, como todos saben, es una cepa de nicho, que los entendidos aman, pero que la gran masa no logra comprender en toda su dimensión. Es demasiado minimalista, incluso a veces arrogante y elitista, en un mundo donde los recursos escasean y los comensales prefieren sentir en sus copas, por el mismo precio, mayores niveles de concentración: más alcohol, más cuerpo, más dulzura.

Por otro lado, es una cepa muy difícil de cultivar. Las regiones, fuera de las alturas de la Borgoña, donde se siente cómoda y segura, saben a malas copias o simplemente a vinos que tocan otras esferas, que pueden incluso desbordar los parámetros de la categoría. Para lucir sus mejores atributos, la Pinot Noir demanda terruños con características especiales, parras maduras, por no decir antiguas, y rendimientos bajos para no diluirse en discursos populistas. En otras palabras, es una apuesta muy poco rentable, sobre todo para muchos productores que pensaban hacerse ricos de la noche a la mañana, sin vislumbrar que estamos ante un desafío de muy largo aliento.

En último término, intuía que no bastaba con los antiguos suelos de la cordillera de la Costa y el frescor del Pacífico. La Pinot Noir es una cepa delicada, es cierto, pero en sus mejores versiones ostenta una estructura firme y maleable, que sostiene, como un atril, sus sabores frutosos, especiados y terrosos. La menor diferencia térmica entre el día y la noche en las zonas costeras atenta contra la fortaleza de su paladar medio. El productor debe estar prevenido y hacer todos los manejos en el viñedo y en la bodega para lograr un correcto equilibrio entre frescor y estructura tánica. Sí, parece que estamos todos de acuerdo, es una cepa jodida.

COSTA BRAVA

Cono Sur fue una de las primeras viñas chilenas en apostar decididamente por la Pinor Noir. No solo se la jugó con Ocio, el pionero top de línea de esta cepa, sino construyó gran parte de su imagen a partir de ella. Parecía una movida arriesgada, era que no, pero que tenía un sólido sustento en sus antiguos viñedos en Chimbarongo (Colchagua). Según su gerente general y enólogo Adolfo Hurtado, se trata de una selección del clon Pommard traído de California en 1968. Esas plantas, que se han propagado por todo Chile, han sido la base del éxito de la viña con la cepa y el ensamblaje de una bicicleta que no se ha cansado de rodar por el mundo entero, conquistando muchas etapas y el maillot verde en Reino Unido. Hoy producen más de 6 millones de botellas y Bicicleta es el Pinot Noir más vendido en Inglaterra.

“No es una variedad fácil de vender, pero Chile tiene mucho potencial. ¡Le puede ir muy bien! La gracia es la combinación única de clima frío, escasez de lluvias durante la temporada de cosecha y gran luminosidad. Esto ha construido el éxito de los vinos blancos chilenos y del Pinot Noir”, sostiene.

Cono Sur obtiene su Pinot Noir de cuatro orígenes distintos: Casablanca, San Antonio, Chimbarongo (Colchagua), San Clemente (Maule) y Biobío para comercializar nada menos que seis líneas distintas: Bicicleta, Orgánico, Reserva Especial, Single Vineyard, 20 Barrels y Ocio. Adolfo Hurtado, sin embargo, destaca especialmente el carácter de la fruta casablanquina por su clima marítimo, pero por sobre todo por la madurez de sus parras. “Antes de 10 años pasa poco y nada con la cepa. Hay que aprender a esperarla”, afirma. Con una combinación de la selección Pommard y el clon 777 logra mucho color, frutos rojos y negros, estructura e intensidad. A diferencia de San Antonio, donde el perfil es más rojo, floral y cárnico, Casablanca es sinónimo de fuerza y jugosidad.

En la misma línea opina Gonzalo Bertelsen, gerente general y enólogo de Casablanca. La viña comercializa tres líneas de Pinot Noir: Cefiro, Nimbus y Pinot del Cerro, cada una de ellas con una filosofía distinta. Mientras Cefiro, proveniente de las partes planas de Tapihue y La Rotunda, explora el lado más floral y delicado de la cepa para un consumidor que no quiere entelequias, sino el simple placer de beber algo fresco, Nimbus nace en las laderas de los cerros, logrando mayores niveles de concentración y complejidad.

“Son lotes pequeños, fermentados en tinas abiertas y en menor proporción en barricas. Como las uvas son más concentradas, la extracción es clave. No podemos pasarnos. Es por eso que hemos migrado desde tinas abiertas muy horizontales a tanques de acero más verticales. El objetivo es tener menos superficie de contacto con el sombrero. Nos dimos cuenta que no siempre fermentar en contenedores pequeños y artesanales es lo mejor porque estábamos extrayendo mucho”, explica.

También es muy importante el punto de cosecha. El umbral entre fruta fresca y sobremadura es particularmente estrecho en el caso de la Pinot Noir, sobre todo si se quiere embotellar un vino sin corrección de acidez. Este desafío es perentorio en un vino ambicioso como Pinot del Cerro, cuyas vides se encaraman en pendientes muy extremas y con diferentes exposiciones. La sintonía debe ser muy fina para que pueda expresarse y trascender en el tiempo la fruta fresca, el granito y el nervio que confiere la roca de la cordillera de la Costa.

Marcelo Papa, enólogo de Concha y Toro, ha recorrido todo Chile en busca de los mejores Pinot Noir. Tradicionalmente fue Casablanca su campo base. Allí cuenta con tres viñedos con dos condiciones muy diferentes: suelos rojos, arcillosos, con una base granítica, asociados a los cerros de la cordillera de la Costa, donde el porcentaje de arcilla es cercana al 30% y el subsuelo contiene maicillo. La arcilla aporta buena estructura y el granito endurece un poco los taninos. La neblina en Casablanca se levanta más temprano que en Limarí, por lo tanto, es más luminoso y los vinos son más grasos y estructurados. Por otro lado, están los suelos sedimentarios, un clásico del sector plano de Casablanca, más liviano, arenoso y con menor cantidad de arcilla. “En general, en estos sectores los Pinot Noir tienen mucha fruta, son redondos y muy suaves. Son más ligeros que los provenientes de suelos de arcilla, pero al mismo tiempo más elegantes”, sostiene.

De acuerdo con Cristián Aliaga, enólogo de William Fèvre Chile, hay que tener mucho cuidado en los valles costeros con la ventana de cosecha. ¡Es muy corta! “En dos días puede cambiar mucho la condición de la uva. Mientras uno espera los sabores y madurez de la uva, puede pasar muy rápido a fruta cocida. Por otra parte, en los valles más cálidos, aunque esté muy cubierto el racimo, el perfil aromático tiende a irse hacia el mentol, desarrollando muy poca complejidad y estructura”, sostiene.

Francisco Baettig, director técnico de Errázuriz, ha puesto todas sus fichas en los campos de Chilhué y Manzanar en Aconcagua Costa, donde nace Las Pizarras Pinot Noir, un vino que nos acerca cada vez más a los Grand Cru borgoñones. Para el enólogo, el Pinot Noir de Casablanca es un poco más goloso, más ancho y con notas de fruta intensas, pero con menor complejidad en nariz y boca. “El de Aconcagua Costa no es solo fruta fresca y vibrante, sino tiene una complejidad mayor, con tenues notas de yodo, fierro y sangre. Además de taninos texturados, expresa una mineralidad más marcada y un perfil más vertical. Son vinos más lineales y con más capas. Asumo que el suelo de roca metamórfica y con algo de contenido de manganeso, explica todo eso”, sostiene.

EXTREMOS QUE SE ATRAEN

Aunque las manos de Marcelo Papa se han teñido con la fruta de Casablanca, su corazón sin lugar a dudas está puesto en Limarí. Allí cuenta con dos viñedos: Quebrada Seca y San Julián. El primero está ubicado en la ribera norte del río Limarí, a 18 kilómetros del mar. El suelo es coluvial, con un porcentaje de arcilla roja de aproximadamente 30% y con una fuerte presencia de carbonato a partir de los 30 centímetros. La camanchaca se hace presente muchos días durante la temporada y se despeja al menos dos horas más tarde que en la zona interior del valle. “Estas condiciones nos regalan un vino con fruta roja ligera, muy buena estructura y tensión, una excelente acidez y carácter mineral”, sostiene.

San Julián, por otro lado, está ubicado en la ribera sur del río, a 30 kilómetros del mar. El suelo es aluvial, con un porcentaje de arcilla de 40% y una gran presencia de carbonato a partir de los 70 centímetros. En este caso, la camanchaca, que entra desde el mar durante las noches, se retira un poco más temprano, por lo tanto, los vinos tienen un poco más de estructura y grasa. “Guardando las distancias, Quebrada Seca sería más Gevrey y San Julián más Pommard”, explica.

En el otro extremo, en Mulchén (Biobío), los suelos son rojos con un porcentaje de arcilla en torno al 35%, con un subsuelo con piedras angulosas de la cordillera. Aunque estamos a casi un millar de kilómetros al sur de Limarí, el clima es más cálido y los días muy luminosos. No hay neblina, por lo tanto, la cantidad de luz es mayor y los vinos más exuberantes. Por tratarse de suelos de arcilla roja, los vinos son grasos y suaves, además las piedras angulares no ponen dificultad a las raíces como el granito.
Para el enólogo, hay cuatro variables que marcan el carácter de los vinos: mayor cantidad de luz, mayor intensidad frutal; mayor porcentaje de arcilla roja, mayor volumen; mayor presencia de arena, menor color y volumen, pero más suavidad; mayor presencia de granito, mayor dureza; y mayor nivel de carbonato, mayor tensión y mineralidad.

Aún más al sur, en Perquenco (Malleco), Cristián Aliaga enfrenta condiciones mucho más extremas. Los vinos tienen un equilibrio muy distinto, que se refleja claramente en los números. Por ejemplo, en Casablanca o Leyda, las uvas pueden llegar fácilmente a los 24 o incluso 25º Brix si el enólogo se descuida. Sin embargo, en Malleco nunca sus vinos han superado los 21,5º Brix. La uva tiene un nivel de azúcar bajo y la acidez es muy punzante, pero al mismo logra adecuados niveles de madurez y un carácter muy silvestre.

Mientras en la zona central se trata de proteger el racimo del sol, en Malleco hay que deshojar temprano para ayudar a la madurez y evitar problemas sanitarios, sobre todo en suelos muy fértiles que provocan emboscamiento en los viñedos. La cosecha muchas veces está marcada por el clima y no los números. En el sur hiela y llueve mucho más temprano en la temporada. Si en abril la lluvia cae durante tres días (100 a 120 mm) hay que cosechar sí o sí, sin ponerse demasiado puristas o exigentes.

“En cuanto a la vinificación, no sé si hay muchas diferencias. En los valles muy fríos, donde los taninos son duros y rústicos, hay que ser muy delicados con la extracción y acortar los tiempos con las pieles. Pero, cómo macerar, fermentar o inocular (o no), depende más de cada enólogo o bodega. En mi caso, prefiero hacer los Pinot sin levaduras comerciales y fermentaciones bajo los 24ºC. El nivel de maceración o pisoneo está determinado por la calidad de la fruta de cada temporada”, explica.

Para Felipe de Solminihac, socio de Aquitania y enólogo de la celebrada línea SoldeSol de Traiguén (Malleco), la Pinot Noir en zonas medianamente frías produce cantidades que hay que regular. De lo contrario, el vino puede resultar diluido y a veces con taninos demasiado presentes. En Malleco, sin embargo, la producción se regula sola por las bajas temperaturas. La menor cantidad de racimos y su menor tamaño ayudan a lograr un vino concentrado. En el sur profundo las producciones no pasan de un kilo ochocientos a dos kilos por planta.

Según el enólogo, el vino tiene muy buen color, pH bajo, entre 3,38 y 3,4 después de la fermentación maloláctica y, por lo tanto, una acidez natural más alta, rica y fresca. En Malleco el ciclo de la vid es más tardío. Todo es más tardío. La planta brota y desarrolla todos sus elementos a partir de fines de septiembre o principios de octubre, mientras la floración y cuaja se produce bien avanzado diciembre, dificultando la formación de racimos de gran tamaño. La pinta comienza a fines de febrero, cuando ya pasó el calor del verano y la radiación solar no destruye los antocianos. Así la uva conserva los ácidos, especialmente los málico y tartárico.

La madurez con bajas temperaturas permite tener uvas llenas de aromas y sabores frutales, especialmente guinda y cereza, y una mineralidad muy marcada por sus suelos arcillosos sobre una base volcánica. También desarrolla aromas de bosque húmedo, como la tierra después de una lluvia y los champiñones del bosque sureño. “El Pinot Noir de Malleco es frutal, mineral, complejo en aromas. En boca es fresco, muy redondo por la gran cantidad de ácido málico que se transformó en láctico, de buena estructura, con mucha fineza y gran potencial de guarda. Nuestra experiencia es que, a medida que pasan los años, los vinos van ganando mucho en calidad y elegancia”, sostiene. 

Si bien la Pinot Noir es una cepa caprichosa y exigente, en los extremos de Chile ha logrado alcanzar su máximo potencial, desde las arenas costeras hasta las rocosas pendientes cordilleranas, desde los carbonatados suelos del norte, hasta los rojos trumaos del sur profundo. Una metamorfosis cada vez menos kafkiana, cada vez con más ventanas de luz.


jueves, 30 de marzo de 2017

Viña De Neira: Bandidos buenos


La familia Neira está haciendo escuela en Altos de Guariligüe (Itata Profundo), preservando y realzando la identidad de sus parras de más de 200 años y bosques nativos endémicos que luchan cuerpo a cuerpo contra los pinos y eucaliptus.

José Miguel Neira, más conocido como Bandido Neira, era fornido y diestro con el corvo. Con sus montoneros, asolaron los campos desde Talca hasta Rancagua. El gobernador Casimiro Marcó del Pont puso precio a su cabeza, pero solo logró que alguien lo aturdiera con un chuzo. Fue nombrado coronel por Manuel Rodríguez y su contribución a la causa patriota fue clave para que el ejército libertador se abriera paso por el norte. Sus andanzas no fueron recompensadas por el gobierno patriota, volvió al pillaje y finalmente fue fusilado por órdenes del general Ramón Freire en 1817.

Sus descendientes se establecieron en los alrededores de Concepción y se dedicaron a la agricultura y ganadería. El corvo comenzó a utilizarse para la poda de las cabezas de Moscatel de Alejandría y País que se desparramaban por los abruptos lomajes del paisaje sureño.
Yamil Neira Hinojosa, doctor en Química e investigador de la Universidad de Concepción, tenía planeado hasta el último elemento. No se trataba de un ultraje, como acostumbraba su antepasado José Miguel, sino de una declaración de amor. Bajo un frondoso quillay en Bularco, uno de los viñedos emblemáticos del llamado Itata Profundo, se comprometió con su colega Elizabeth González. Como buen hombre de rulo, Yamil no perdió el tiempo. Nacieron Víctor y Felipe, quienes, a diferencia de muchos hijos del secano, quisieron mantener sus raíces y continuar con el legado vitícola de su familia.

En lugar de vender la totalidad de su fruta a precios irrisorios, en 2009 decidieron dar el paso y atreverse a embotellar. Siguiendo la tendencia de esos años, cuando las autoridades y algunos asesores insistían en que el futuro de Itata iba por otro lado, plantaron e injertaron plantas con Cabernet Sauvignon y Pinot Noir. Los vinos no estaban mal, pero eran más de lo mismo. Un periodista especializado en vinos, quien encontró unas polvorientas botellas de Cinsault amontonadas en una terremoteada bodega de adobe, quedó encandilado con el vino y les sugirió que torcieran el destino, potenciando sus cepajes autóctonos.

Hoy Viña De Neira, bajo la marca Bandido Neira, está comprometida con exaltar las cepas fundacionales y la tradición de sus ancestros. “Nos definimos como una viña familiar que mantiene una tradición de más de 150 años. Apostamos por preservar el patrimonio de las parras de nuestros antepasados y por un cultivo natural”, dice Felipe, quien se ha convertido en el gran motor del proyecto. “Lo más importante es el arraigo familiar. No somos ni seremos nunca una viña industrial. Nuestra esencia es otra. Tenemos una historia de bandido”, se ríe su padre Yamil.

Viña De Neira cuenta con 25 hectáreas plantadas (de un total de 150 que pertenecen al grupo familiar) en el sector Altos de Guarilihue y bosque nativo certificado, que cuidan y preservan para las generaciones futuras, donde se pueden encontrar rarezas como la especie endémica huilli-patagua. Actualmente embotellan Cinsault y Moscatel de Alejandría seco y dulce, además de una luminosa línea de espumantes elaborados bajo el método tradicional. Además, experimentan con otras cepas que permanecían ocultas en sus viñedos, como la llamada uva de la manzana (algunos expertos dicen que se trata de Aramón, otros de Malbec), que ya se encuentra en crianza con sus lías.

La producción total es de 18 mil botellas. El resto de la fruta la venden. La idea es ir creciendo poco a poco, pero jamás superar las 100 mil botellas. Sus vinos ya están en Santiago en el wine bar Lex Dix Vins y muy pronto exportarán a Estados Unidos a un precio de US$ 70 dólares por caja.

Según Felipe, el objetivo es seguir perfeccionando las técnicas de los antiguos para embotellar calidad e identidad. ¡Eso no se transa! Pero además seguir desarrollando un proyecto eco-eno-turístico que hoy atrae visitantes de Chile y el extranjero, quienes despiertan con los sobrecogedores paisajes de la cordillera de la Costa del Itata, participan de los ceremoniales de degüelle de sus espumantes (con un corvo, como un tardío homenaje al Bandido) y de la calidez de una familia que abraza y reinventa las tradiciones del secano.



miércoles, 15 de febrero de 2017

16 revelaciones de 2016


A diferencia de lo que ocurre en la actividad política, costó hacer este listado, pues abundaban muchos buenos candidatos. Al final quedaron esos vinos que se atrevieron a ir más allá, despertando hasta los más aletargados paladares.

A propósito de la conversación con Tim Atkin (ver página XX), Chile hace mucho rato dejó de ser un Volvo. Y Volvo un Volvo. Al igual que la marca alemana, el país ya no solo diseña vinos seguros y aburridos, sino nuevas y estilosas líneas, desde deportivos que hacen polvo la ruta Panamericana, descubriendo los dramáticos paisajes costeros, hasta poderosas 4X4 que exploran las serpenteantes huellas de la cordillera de la Costa, las alturas de los Andes o el más profundo de los sures.

Hace una década hubiera sido muy difícil reunir 16 vinos en estas páginas. ¡Una búsqueda frenética, sin duda! Pero hoy la tarea es sencilla, entretenida y muchas veces emocionante. Todos los años irrumpen propuestas que van más allá de los conocidos de siempre, estirando el paisaje vitivinícola como si fuera un pliegue de una camisa Ralph Lauren, quizás la favorita de los ejecutivos de las bodegas.

Aunque el Cabernet Sauvignon continúa soportando el peso de las exportaciones, el portafolio chileno es mucho más colorido. Aparecen propuestas con un marcado sentido de origen, nuevas denominaciones de origen y un consistente movimiento en el Secano Interior que, sospecho, espero, estoy seguro, superó la chapa de “moda” que algunos incrédulos trataron de motejar para convertirse en una feliz realidad.

Estos 16 vinos no son necesariamente los mejores del año, aunque muchos de ellos merecen ese estatus, sino aquellos que se atrevieron a ir más allá, que patearon el tablero, desordenaron el rebaño, lanzaron al mercado propuestas con un alto nivel cualitativo, pero además sorprendieron con un carácter original, innovador y refrescante.

En el listado hay un buen número de vinos del secano del Maule e Itata, pero con una impronta muy particular, cepajes tradicionales con una notable vuelta de tuerca, representantes de los extremos, como las alturas cordilleranas y la Patagonia, mezclas bien funky-pegajosas, otras que rescatan cepas y tradiciones desdeñadas por décadas y un par de rarezas que despierta hasta el más dormido de los paladares.

Viñedos de Alcohuaz Grus 2014

A un promedio de 2 mil metros de altura, en la localidad de Alcohuaz (Elqui), nace este vino místico y elocuente a rabiar. En condiciones difíciles, como una fuerte irradiación solar y bajísimas temperaturas primaverales, esta mezcla de Syrah, Garnacha, Malbec y Petit Sirah, impresiona con la densidad de su colorido y estructura extraterrestre. Es un tinto maduro, pero con una rica acidez. Una mole de fruta.

Undurraga Trama 2013

En la categoría encontramos vinos herbales, maduros, densos y especiados, pero este Pinot Noir rompe los moldes. Proveniente de San Antonio, en suelos con un alto componente calcáreo, este vino brilla por su fineza y complejidad de sabores. No se preocupa de la densidad del color. Tampoco de su concentración. Solo de proyectar sus elegantes y entramadas notas de flores, sotobosque, frutos silvestres y minerales.

Loma Larga Saga 2011

Desde la primera cosecha me sorprendió el carácter del Cabernet Franc de Loma Larga. “Aquí hay algo”, advertí. Después de una década la viña lanza este ícono que no tiene tapujos para exhibir sus exultantes notas de hierbas y flores. Es un vino que no rehúye del clima costero, sino lo abraza para embotellar una propuesta fresca y crujiente, que reafirma y quizás consagra el potencial tinto de Casablanca.

J.A. Jofré Vinos Fríos del Año Blanco 2015

Admiro esa mirada desprejuiciada hacia el pasado de J.A. Jofré. Ese atrevimiento y voluntad para embotellar cepas desechadas por la historia vitivinícola como el Semillon y sobre todo el Sauvignon Vert. Esta mezcla blanca reivindica estas dos cepas, fundiéndolas en un vino sabroso y con mucho peso en boca, de esos que van más allá del aperitivo, que nos obligan a pasar a la mesa.

Trapi del Bueno Sauvignon Blanc 2015

Otro osornino que salta al campo de juego para dejarnos con la abierta con su frescura y profundidad. El Pellín y Coteaux de Trumao habían logrado poner en el mapa vitivinícola el Chardonnay y Pinot Noir de estas latitudes, pero ahora Trapi “la” hizo con este Sauvignon Blanc. Es como beber un jugo de pomelo con toques de yodo y hierbas frescas. Un vino no apto para paladares demasiado sensibles, sino para los aventureros.

Bogus País 2015

Este vino del Fundo San Jorge (Marga-Marga) es más funky que Earth Wind & Fire. De viejas parras de País, este semidulce (qué pocos hay) contagia alegría, cacofonías, armonías pegajosas, pero por sobre todo mucha onda. Es como beber un jugo de fruta con confitura de naranja, geranio y toques de nuez moscada y almendra. Cuesta describirlo y ahí está su encanto.

Koyle Cerro Basalto 2013

Hace rato que Koyle (Los Lingues, Colchagua Andes) viene pisando fuerte, pero ahora sencillamente se pasó. Cerro Basalto es como morder la roca y convertirla en fragmentos de fruta roja, confitura de higos y jamón curado. Esta mezcla de Monastrell, Garnacha, Syrah y Cariñena es el mejor reflejo de la exuberancia del estilo de vida mediterráneo. Un cerro de sabores macizos y frescos.

Bouchon País Salvaje 2016

Qué rico está este País Salvaje blanco. Las parras crecen libres y silvestres. No se sabe qué cresta son. Probablemente una cepa híbrida. El resultado de cruzas y mutaciones. Todo este misterio para hacer un vino fresco, agradable y con mucho cuento, que alegra las tardes con sus notas de frutos amarillos. Me encanta el giro de Bouchon, que vuelve a sus orígenes en Mingre (Maule) para despuntar sus joyas del secano.

Aresti Trisquel Series Parras Fundadoras Cabernet Sauvignon 2015

Curicó es el principal productor de Sauvignon Blanc en Chile, pero siempre he sentido que sus Cabernet Sauvignon tiene ese qué sé yo. Este vino, proveniente de parras de 65 años del fundo Micaela (Molina), cautiva con sus notas de frutillas, cassis, higos y hierbas frescas. Es un Cabernet Sauvignon que no compite con Maipo Alto, tratando de emular la elegancia de sus taninos, sino se diferencia con su fruta alegre y desinhibida.

Bandido Neira Pipeño Moscatel de Alejandría 2015

Hoy todos quieren redescubrir las antiguas vides de la cordillera de Costa del Itata. Quieren reinventar la rueda. Meter tecnología a centenares de siglos de tradición. Pero en su simpleza está el encanto de estos vinos. Hecho a la antigua, tal vez como Dios manda o mandaba, este pipeño cautiva con sus notas de damascos en almíbar y membrillos. Con su carácter meloso y atrevido. Para innovar hay que mirar al pasado.

Carmen D.O. Melozal El Bajo Portugais Blue 2015

Hoy muchas compañías grandes tienen sus propios MOVIs entre sus filas. Una línea de vinos a pequeña escala, hecho a mano y sorprendentemente innovadora. D.O. no solo rescata un antiguo cuartel de Melozal, sino una cepa que por décadas ha pasado inadvertida. Este Portugais Blue seduce con su cuerpo estilizado y ricas notas de guinda, chocolate y granos de café. Hay que tomarlo en cuenta.

Casa Donoso Sucesor Romano 2015

Camuflada entre sus viñedos maulinos, mezclada con vides de Cabernet Sauvignon, esta antiquísima cepa, también conocida como César Noir, apareció de un sopetón para sorprendernos con su carácter irreductible. Apoyada con un 15% Carignan, este Romano se quita su túnica para regalarnos notas terrosas y ahumadas, mucha fruta negra y flores. Un tremendo Sucesor.

Odfjell Orzada Tannat 2014

En lo más profundo del secano maulino, en un sector llamado Tres Esquinas, donde el sol y el viento miden sus fuerzas, Odjfell experimenta y celebra con cepas atípicas para la realidad chilena. Este salpimentado Tannat impresiona con su color amoratado y notas de flores, té negro y frutos silvestres. Es un vino con muchísimo carácter, que no necesita de Cabernet Franc como en Maridan, y que nos hace preguntar: ¿por qué cepas como el Tannat no llegaron antes?

Bodegas RE Doble Garnacha & Carignan 2016

No lo podía creer. Tuve que ir a Santa Elena de Melozal para verlo con mis propios ojos. Estas vides hermafroditas, que ofrendan Garnacha y Carignan a los dioses del secano, no solo consuman un vino inaudito, sino además un brebaje de guindas ácidas, jugoso y vibrante, intenso y profundamente delicioso. No, no, no es un error de la naturaleza. Es más bien una bendición.

Lomas Campesinas Rosado Cinsault 2016

Este proyecto del viticultor Pedro Izquierdo reúne antiguos viñedos de lomas del secano con el know how de viñas que representan la nueva escena vitivinícola. En este caso Quintay trabajó las uvas del productor Eugenio Uribe de Guarilihue (Itata). El resultado es un rosado que refresca con sus notas de cáscaras de naranja, azahares, pomelos y frutillas. Un vino que refleja sin interferencias la encantadora simpleza del Cinsault.

Viñas Inéditas Terroir Sonoro El Apellinao País Ancestral en Re Mayor 2015

En la década pasada se terminó por enterrar a los contendores de raulí, que criaron durante siglos los mejores vinos chilenos. Es muy invasivo. Es tosco. No tiene el acento del roble francés. Pero este País de Florida (Itata), guardado en barricas de madera nativa, sorprende y encanta con sus notas de canela, menta, tomillo y lavanda. Es un vino que toca una música contracultural y quizás, quién lo sabe, absolutamente reivindicatoria.



jueves, 2 de junio de 2016

Valle de San Antonio: Los costos de la fama

El valle costero alcanzó un punto de quiebre. La escasez de agua, el aumento de los costos productivos y la caída del precio de sus uvas, obliga a sus viñas a redoblar sus esfuerzos para seguir manteniéndose en la cresta de la ola.


Después de un crecimiento explosivo en las últimas décadas, el valle de San Antonio ha llegado a un punto de inflexión. La insuficiencia de fuentes hídricas, una de las grandes barreras de entrada del secano costero, sumado a una caída en el precio de sus uvas, han obligado a sus actores a repensar su futuro para contraatacar con nuevas fuerzas en los mercados.

Según el último Catastro Vitícola del SAG, el valle de San Antonio cuenta con una superficie plantada de más de 2.400 hectáreas, de las cuales 1.730 corresponden a cepajes blancos. “Si bien a fines de la década pasada hubo un crecimiento importante, hoy no hay nuevas plantaciones de vitis vinífera significativas. Incluso hay campos que se han ido reconvirtiendo a otro tipo de frutales”, explica Ignacio Casali, viticultor de Viña Garcés Silva, que suma 178 hectáreas en la zona de Leyda.

De acuerdo con el profesional, el agua en este valle siempre ha sido escasa. Hubo que hacer una gran inversión de ingeniería para poder transportar agua desde el río Maipo. “Afortunadamente el río viene con un caudal significativo, proveniente de los deshielos de la cordillera de los Andes, que nos ha permitido regar sin problemas durante la historia de Leyda. Esto no quiere decir que reguemos sin ser eficientes. Para nosotros es primordial la sustentabilidad en el uso de agua”, explica.

Eduardo Alemparte, gerente de Vitivinicultura de Viña Santa Rita, que hoy cuenta con 90 hectáreas de Pinot Noir en Leyda, opina que la superficie plantada está cercana al equilibrio. “Además de la disponibilidad de agua, el costo de transportarla es muy alto. Esto, sumado a los rendimientos medios a bajos y la poca disponibilidad de mano de obra, hacen que Leyda sea una zona que sólo es sustentable para la producción de vinos de alto valor. La superficie plantada no está dada sólo por la disponibilidad de agua, sino que también por cuánto vino de alto valor seamos capaces de vender como país”, sostiene.

Para Rafael Urrejola, enólogo jefe de Viña Undurraga, que cuenta con 170 hectáreas propias en Leyda, el bajo precio de la uva en los últimos años ha sido fundamental para desincentivar las nuevas plantaciones. Incluso la familia Fernández, pionera en el valle, arrancó una gran porción de sus viñedos para reemplazarlos por otras unidades productivas como nogales y perales. Una vez más la palabra clave es ren-ta-bi-li-dad. Así. ¡Con todas sus sílabas!

Por casi una década sus uvas no se transaban por menos de US$ 1,5 el kilo, convirtiéndose en la vedette de los campos chilenos. Pero esa realidad ha ido cambiando. Esta temporada se ha pagado incluso US$ 0,5 por el kilo de Sauvignon Blanc. “Finalmente se ha llegado a un punto de equilibrio entre la oferta y la demanda. Si a eso le sumas los bajos rendimientos naturales, y los costos de producción más altos, hoy no está tan fácil la cosa”, explica Urrejola.

LEYDA / CASABLANCA

El prestigio de los vinos de San Antonio está sustentado en sus únicas y extremas condiciones climáticas. A diferencia de Casablanca, que cuenta con un clima más continental, este valle es netamente marítimo. Es por eso que sus vinos denotan ese carácter vibrante, salino y profundo, pero también esta característica hace que sus rendimientos por hectárea sean más acotados y, en consecuencia, sus costos de producción más altos que su vecino de la región de Valparaíso.

Para Gerardo Leal, gerente de Vinicultura de Santa Rita, su terroir está definido por su clima frío, muy similar al de Marlborough en Nueva Zelanda, con una baja oscilación térmica entre la mínima y máxima. En Leyda, la mínima promedio en octubre es de 6,9° C y la mínima promedio del mes más cálido es de 11,6° C. En tanto, la máxima promedio va de 18,5° C en octubre hasta los 23,8° C en febrero, según datos históricos de los últimos seis años. Enero es el mes más cálido, pero generalmente es un mes muy nuboso, de mañanas con mucha neblina y tardes más despejadas, por lo tanto la luminosidad es menor a Casablanca, donde las máximas promedio alcanzan 27,2° C en el mes más cálido (enero).

“Los días-grados acumulados en Leyda en la temporada octubre-abril suman 1.100 (1.280 días-grados en Casablanca). Leyda, en general, tiene menos riesgo de heladas. En ambos valles las lluvias se concentran de mayo a septiembre. La evaporación de bandeja promedio es mayor en Casablanca, siendo de 6,5 mm en el mes más cálido (enero). En cambio, en Leyda es de 4,8 mm en enero y febrero”, sostiene el enólogo.

“Además de la baja temperatura, tenemos un suelo con un elevado contenido de arcilla, haciendo más difícil completar la madurez. Por lo tanto, se requieren manejos de control de vigor para lograr una óptima madurez. Casablanca, además de ser más cálido, tiene suelos con mayor contenido de arena, lo que muchas veces ayuda a acelerar la madurez. Definitivamente Leyda es una zona más extrema”, complementa Alemparte.

CRISOL DE TERRUÑOS

Pero también es importante hacer distinciones. En San Antonio existen zonas con características disímiles, que no sólo marcan la personalidad de sus vinos, sino también sus puntos de equilibrio en términos de rentabilidad. Viña Matetic, por ejemplo, cuenta con 160 hectáreas plantadas en San Antonio y Casablanca. Pero es en San Antonio, específicamente en su fundo El Rosario, donde se ha dado a conocer como bodega, vinificando el primer Syrah chileno de clima frío. Es un fundo de nada menos que 16 mil hectáreas, pero más protegido de la influencia del mar por los lomajes de la cordillera de la Costa.

Para su enólogo Julio Bastías, esta distinción entre San Antonio y Leyda puede ser un tanto confusa para los consumidores y quizás innecesaria, pues ambas comparten la cercanía con el mar, la exposición sur poniente a los vientos y la matriz de suelo es bastante homogénea, con la complejidad local en cada uno de los viñedos. “Creo que El Rosario esta posicionado en un perfecto balance entre influencia costera intensa y lo mediterráneo de una cordillera de la Costa mirando al Pacífico. En pocas palabras, clima frío costero con buena oscilación térmica por el efecto mediterráneo. Los suelos comparten el origen granítico, pero la complejidad local de El Rosario está dada por el alto contenido de cuarzo y materiales volcánicos que son bastante raros, pero abundantes en estas laderas”, explica.

Jaime de la Cerda, enólogo de MontGras, explica que su campo de Amaral en Leyda, donde ya existen 100 hectáreas plantadas, cuenta con condiciones especiales por su cercanía al río Maipo. El promedio de las temperaturas máximas durante los meses más cálidos (enero, febrero y marzo) no supera los 23.5 – 23.7º C. Como colinda con el río Maipo, el promedio de las máximas son hasta 2º C que en la zona de Leyda más continental o lejana al río. Sostiene que otro factor importante es la mineralidad que reflejan sus vinos.

La base de Leyda está sentada sobre la cordillera de la Costa, por lo tanto es fuertemente granítica. “Por otro lado, coexisten otras geologías, las cuales podemos ver con mayor evidencia en sus terrazas marinas, tales como depósitos sedimentarios marinos (calcáreos) y aluviales antiguos. Todas estas geologías y morfologías, moldeadas por este clima de temperaturas bajas, provocan una sinfonía de mineralidad y sabores, aportando carácter y consistencia a los vinos”, señala.

Distinto es el caso de Casa Marín, ubicada en Lo Abarca, a sólo 4 kilómetros del océano. Según su propietaria y enóloga María Luz Marín, las 48 hectáreas que componen su viñedo tienen una influencia marina más marcada, con neblinas matinales, donde el sol aparece a mediodía, y soplan fuertes los vientos en las tardes, haciendo que las temperaturas sean más bajas que en Leyda o Casablanca. “Esto nos lleva a que nuestras uvas maduren más lentamente, obteniendo mayores niveles de concentración, aromas más finos y elegantes, y una acidez más alta que nuestros vecinos. Además en Lo Abarca, como el 80% está plantado en cerros con pendientes muy grandes, todo el trabajo es manual, desde la poda hasta la cosecha. (nuestros vecinos están cosechando mucho a máquina). Esta situación nos permite poder hacer una excelente limpieza y selección de nuestras uvas y tener vinos más puros y limpios, con una acidez crujiente y natural, que les permite tener una vida más larga en botella”, asegura.

Pero lo más importante para María Luz Marín es que en Lo Abarca el suelo es pobre en nutrientes y, sumado a la poca agua que absorben sus plantas, los rendimientos son muy bajos, de un máximo de 4 a 5 toneladas por hectárea. “Esto hace que nuestros vinos sean muy concentrados y de muy buena calidad. En otros valles costeros no aceptarían nunca estos rendimientos, ya que afecta la rentabilidad de la empresa, y debes defenderte con precios más altos. Y es difícil vender vinos a más alto precio”, opina.

Para Rafael Urrejola, quien vinifica uvas de Leyda, Lo Abarca y Las Gaviotas para su elogiada línea T.H. (Terroir Hunter), las diferencias son muy marcadas. “Hay un grupo más grande en Leyda y otro más radical en la costa de San Antonio. En Leyda es tanto el volumen que las viñas mandan en la comunicación. Además Leyda ha pasado a vender más vinos commodity, que en algunos casos cuestan menos de US$ 5 por botella. San Antonio, en cambio, tiene un promedio más alto y por eso es más exclusivo”, explica.

MONOPOLIO BLANC

Si bien las primeras parras se plantaron a fines de los años 90, rápidamente su Sauvignon Blanc se posicionó en los mercados internacionales, especialmente en Reino Unido, como una verdadera estrella. Su carácter herbal y cítrico, muchas veces con intrigantes acentos minerales, y una acidez vibrante y profunda, cimentaron el prestigio del valle. El clásico Chardonnay fue quedando rezagado (sólo hay 377 hectáreas plantadas en el valle), mientras que irrumpieron, aún con cierta timidez, las tintas Pinot Noir (786 hectáreas) y en el último tiempo también Syrah (118 hectáreas).

Según Ignacio Casali, esta especialización del valle se debió principalmente a la calidad de los clones de Sauvignon Blanc que se plantaron en el valle. “Se hizo con buen material genético, con clones traídos de Francia y EE.UU, lo que contribuyó a entregar calidad y variabilidad. En el caso de los Chardonnay y Pinot noir, se plantaron selecciones masales de dudoso origen, con problemas sanitarios y con nula trazabilidad. Esto está empezando a cambiar. Nosotros en los últimos años hemos ido reemplazando las plantaciones antiguas por nuevo material genético, una gran variedad de clones, los que ya están dando muy buena calidad y que seguramente nos seguirán sorprendiendo positivamente con el paso de los años”, explica.

Para Gerardo Leal el Sauvignon Blanc es un cepaje que alcanza mayores vigores y tipicidades frescas en sus uvas, al igual que en zonas de blancos como Nueva Zelanda. El balance de las viñas, la producción por planta y los sabores y aromas están asegurados para los niveles de producción que se alcanzan. Sin embargo, para el caso de los Chardonnay y en particular para los Pinot Noir, las viñas alcanzan un mayor potencial de vigor y desbalance. Esto implica trabajar los viñedos con menores rendimientos para alcanzar la madurez óptima, usando sistemas de poda desvigorizantes, riegos más precisos según estados fenológicos (y menos frecuentes) y un nivel de hojas menor que permita una buena transparencia de canopias para aumentar la luminosidad de brotes y racimos”, relata.

María Luz Marín afirma que el Pinot Noir es una cepa muy difícil de producir, tanto en el viñedo como en la bodega. “Pero también a nivel de los consumidores es difícil de entender. La mayor parte de la gente no sabe apreciarla”, afirma. Eduardo Alemparte, en cambio, sostiene que la gran apuesta de Santa Rita en el valle ha sido por el Pinot Noir “A pesar de ser de difícil manejo y entendimiento, tiene un potencial tremendo. Nosotros estamos en un proceso de aprendizaje, conociendo bien nuestro campo. Tenemos resultados que hasta el momento son muy interesantes, pero falta camino por recorrer. Aún tenemos que hilar fino con los manejos y con la interpretación de los diferentes cuarteles, ya que hay una gran variedad de orientaciones, pendientes y diferentes tipos de suelo”, comenta.

De acuerdo con Rafael Urrejola, producir Sauvignon Blanc es mucho más fácil en el valle, pues representa mucha consistencia en términos cualitativos y es más rentable por sus rendimientos naturales. El Chardonnay, en cambio, produce muy pocos kilos por hectárea y a las viñas no les gusta remar contra la corriente, aunque es tremendamente valiosa para la elaboración de espumantes. Pinot Noir hay poco, pero bueno. Lamentablemente es una cepa muy exigente y cuesta muchísimo vender el vino. Es la principal candidata para los arranques. El Syrah, por último, simplemente le fascina. Cuenta que anoche descorchó una botella de T.H. Syrah y aún siente el vino en su garganta. “Sin duda es de las cepas más interesantes de Leyda por su gran evolución en botella. Los compradores en EE.UU y Europa nos dicen que no quieren Syrah, pero una vez que lo prueban no pueden dejar de comprarlo”, relata.

VARIANDO A DESPEJADO

Si bien el Sauvignon Blanc toma la bandera, complementado por el Pinot Noir y en menor medida el Syrah, el futuro para el Valle de San Antonio, pese a las brumas matinales, podría continuar siendo luminoso. “Leyda ha logrado hacerse un espacio en el mundo, pero aún queda mucho por hacer. Este es un rubro que necesita tiempo, adaptación y conocimiento. La irrupción de otros valles costeros es sin duda un desafío, un constante trabajo por buscar la diferenciación, teniendo como foco la calidad. Creo que los vinos del valle de Leyda tienen un gran futuro”, opina Casali.

“Después de Casablanca, el valle de San Antonio está siendo cada vez más reconocido. Es asociado internacionalmente a clima costero frío con vinos intensos aromáticos y frescos. Creo que San Antonio tiene un gran futuro. Todas las bodegas están haciendo cambios importantes en la búsqueda de vinos más puros y con mayor identidad, con el sello del lugar. Creo que como alguna vez dijo nuestro recordado amigo Alan York, lo mejor de estas tierras esta mostrándose y seguirá haciéndolo hacia el futuro”, complementa Julio Bastías.

Para Jaime de la Cerda, posicionarse y consolidarse a nivel internacional no es fácil. Toma tiempo y dedicación. Leyda está avanzando poco a poco, como un gran origen de vinos de clima frío de calidad, fuertemente empujado por el Sauvignon Blanc. “Hace algunos años sólo se conocía Casablanca como el valle de calidad chileno para variedades de climas más fríos. Hoy eso claramente ha cambiado: Leyda es percibido y se ha posicionado, a su corta edad, como un valle muy fuerte, en términos de calidad, carácter y aptitud. Hay potencial también en otros nuevos valles costeros, pero Leyda va un paso más adelante. Sin duda, podemos vislumbrar un gran futuro”, afirma.

“Leyda es el valle costero frío por excelencia en Chile: el más frío si lo comparamos con el sector más fresco de Casablanca, Aconcagua e incluso Colchagua. A nivel internacional, su competencia directa en el Nuevo Mundo es Marlborough en Nueva Zelanda. Pero la principal diferencia y potencial está en nuestros suelos graníticos con cuarzo. En Nueva Zelanda los suelos son más profundos, francos, y con mayor potencial de vigor”, sostiene Gerardo Leal.

“Puedo hablar por Lo Abarca. En Leyda hay muchos players y todos son relativamente grandes. No sé cuál será la política para llevar sus viñedos, pero quiero imaginar que van a seguir manteniendo su buena calidad. Si aparecen otros valles costeros en Chile, que ojalá suceda, por ningún motivo creo que vaya a mermar el posicionamiento que ya ha ganado San Antonio. Respecto a mis propios vinos de Lo Abarca, me siento muy segura de seguir con la consistencia en calidad que hemos tenido hasta ahora, ya que tenemos un terroir único en el mundo, que hace la diferencia, que entendemos y respetamos”, dice María Luz Marín.

Por todas estas razones a San Antonio hay que cuidarlo, alejándose lo más posible de los vinos commodities, manteniéndose chicos y haciendo todos los esfuerzos posibles para mantener o elevar sus precios. Para esto es fundamental no sólo lidiar con la falta de agua y el aumento de los costos productivos, sino es imprescindible alinear los esfuerzos enológicos y comerciales. Sólo manteniendo el timón firme San Antonio podrá capear las olas y proyectar su bien ganada fama.


miércoles, 25 de mayo de 2016

Vitivinicultura en el Caribe: Al rescate de los primeros vinos americanos

El destino unió a un empresario dominicano y un enólogo chileno para vinificar los primeros vinos provenientes de Ocoa Bay en República Dominicana, reviviendo los sueños viníferos de los primeros conquistadores españoles.


Las primeras vides zarparon al continente americano desde las Islas Canarias a bordo de las carabelas de Colón. El viaje fue tedioso, pero bien irrigado. Como no se puede evangelizar sin vino, esas primeras estacas de Listán Prieto –conocida como País en Chile- se asentaron en las llamadas Antillas Españolas. En la otrora isla Española, actualmente República Dominicana, se produjeron los primeros vinos y habría sido el mismísimo conquistador Hernán Cortés quien cultivó los viñedos durante más de un lustro, hasta que reunió el suficiente valor para lanzarse contra el imperio azteca.

Pero la vid desapareció del mapa dominicano. Fue remplazada por otros frutales y hortalizas. Hasta que 500 años después un arquitecto y empresario inmobiliario llamado Gabriel Acevedo concibió la loca idea de recobrar el tiempo perdido, de refundar una vitivinicultura incipiente, dudosa, pero colmada de historia y leyendas de armaduras, ristres y estacas en formas de cruces.

En sus numerosos viajes por el mundo, Acevedo se reunió con productores californianos y europeos, incluso con Aubert de Villaine, propietario del legendario Domaine de la Romanée Conti. El fallo fue unánime. “No, Gabriel, ¿para qué vas a plantar vides? Mejor cultiva coconauts, bananas…”. Después viajó a Suiza y un buen amigo vitivinicultor le dijo: “Gabriel, hazlo. Sigue tus sueños”. Y él los siguió.

EL ENCUENTRO

Por esas coincidencias de la vida, Acevedo era amigo de Amable Padilla, ex embajador chileno en República Dominicana, quien le dio una sabia sugerencia. “Tengo un sobrino enólogo de Cauquenes. Él te puede orientar”. Ahí apareció en escena Felipe Zúñiga, hoy propietario de viña San Clemente y otrora responsable de los vinos de la cooperativa Lomas de Cauquenes.

Según relata el enólogo, su primer encuentro con la vitivinicultura dominicana fue con dos botellas provenientes de la región de Neyba, en el empobrecido límite con Haití, donde se cultiva principalmente la cepa Aramón. “Recuerdo que descorché las botellas y fui honesto en mi comentario. El vino estaba turbio, oxidado, plano, muerto… La foto-respiración de las plantas es altísima y la acidez de las uvas cae muy rápido. La verdad: no le veía mucho futuro”, confiesa.

En una reunión en Punta Cana, Gabriel le contó su loca idea de una plantación en la bahía de Ocoa, ubicada al sur de Dominicana, en una ladera a escasos 400 metros de la playa. Se trata de un viñedo inserto en un complejo turístico llamado Ocoa Bay que, bajo el concepto de Comunidad de la Vid, los turistas no sólo pueden disfrutar de las atracciones del Caribe, sino además vivir y disfrutar de la cultura del vino.

Acevedo plantó una tarea de variedades (16 tareas equivalen a una hectárea), entre ellas Colombard, Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Moscato de Hamburgo, Italia, Malvasía, Montepulciano, Alfonso Lavallée, Passerina, Syrah, Rebo, Cannonau di Sardegna, Sauvignon Blanc y Xarel-ló. “Esto es mentira”, pensó Felipe, mientras divisaba los viñedos desde el mar, que caían suavemente sobre la arena. Pero era verdad. Recorrió el viñedo y en una hilera de Colombard se echó un grano a la boca. “Aquí estamos”, pensó. La uva encerraba ricos sabores frutales y una acidez que le permitía trabajar y proyectar el vino hacia lo posible.

En 2011 fue la primera cosecha. Una cuadrilla de treinta personas cortó la fruta y luego la prensó delicadamente en pañales de guagua. El jugo brotaba prístino y protegido. En un refrigerador gigante vinificaron el mosto en ollas. Y el vino quedó sabroso. Al año siguiente los pañales y las ollas se transformaron en una prensa neumática y cubitas de acero inoxidable. La locura se había transformado en realidad.

TERROIR CARIBEÑO

En Neyba es habitual cosechar hasta 4 veces al año, pero Felipe, manejando las parras de Ocoa Bay, decidió bajar a dos cosechas anuales, en junio y enero, escapando de la temporada de los ciclones. “La de invierno es mucho mejor porque la humedad no es tan alta. A diferencia del resto del país, donde la humedad alcanza 90%, en Ocoa Bay es de 57% a 60%. Eso nos permite manejar el vigor de las plantas y concentrarnos en sus frutos”, explica.

El enólogo hace un secado de las parras muy fuerte, hasta que la planta siente que ya no da más, que la muerte es inminente. “Es bien tétrico”, comenta. Cuando se caen las hojas inmediatamente se poda, alrededor de 3 a 4 meses antes de vendimia. Luego caen las lluvias y la planta resucita como el ave Fénix y comienza nuevamente a crecer como una loca sobre estos ondulados suelos graníticos y calcáreos.

Felipe trabaja con un agrónomo experto en bananas, pero sus conocimientos en fisiología vegetal le permiten lidiar con los tropicales humores de la vides. Los suelos son muy interesantes y la pluviometría en la bahía no es tan alta como en el resto de la isla. Caen aproximadamente 600 mm anuales, un registro muy similar a los históricos de Cauquenes.

En este rincón paradisíaco el paisaje es impresionante. Las vides conviven con cactus, quiscos y guayacanes. Estos últimos demoran un siglo en desarrollar sus raíces y tienen su madera tan densa que no flota. “En la vida hay que ser como el guayacán, dicen por aquí”, comenta Felipe, explicando de alguna forma esta osada aventura vitivinícola.

En los años siguientes se renovaron las cepas Colombard, Tempranillo y un País traído por el mismo enólogo desde Cauquenes. Estas tres cepas conforman hoy el triunvirato de Ocoa Bay y simbolizan el rescate de una vitivinicultura primigenia, fundacional, que hoy se reactualiza gracias al mágico encuentro entre un empresario turístico dominicano y un enólogo cauquenino.



PRIMER ESPUMANTE DOMINICANO

Junto con el proyecto de Ocoa Bay, el empresario Gabriel Acevedo está empeñado en levantar la vitivinicultura de Neyba. Esta región limítrofe cuenta con un plan de fomento estatal, la creación de INUVA (Instituto Nacional de la Uva) y una bodega piloto con capacidad para 250 mil litros. Sin embargo, aún es escasa la producción y prácticamente el Estado compra todo el vino para las fiestas de fin de año. “Así la cosa no mejora”, sostiene Felipe Zúñiga, viendo aún lejana la posibilidad de exportar vinos de calidad a Puerto Rico y otros estados. Decidieron adquirir cubas isobáricas para vinificar el primer espumante dominicano: un rosado de País. Un vino que abre una burbujeante perspectiva para Neyba y la vitivinicultura caribeña.



martes, 12 de abril de 2016

El ocaso de los fisiculturistas

La producción de vinos más ligeros es una tendencia que cada día gana más adeptos. Pero, ¿se trata de elaborar vinos con menores graduaciones alcohólicas o con un mejor equilibrio entre azúcar y acidez? La discusión está que arde.



Al aparecer ya no es una moda. Es una tendencia. Los vinos con menores graduaciones alcohólicas, más ligeros y frescos, están en boca de todos. Es un discurso contagioso, quizás políticamente correcto, que se opone a los grandes blockbusters que dominaron la escena mundial a partir de los años 90.

La pérdida de influencia del crítico norteamericano Robert Parker, quien alentó con sus puntajes los vinos ampulosos, hoy ha dejado espacio a una nueva generación que redescubre los humores más ácidos y una estética más minimalista. Si antes se robaban las cámaras los fisiculturistas, con sus tonos bronceados e impresionantes músculos, ahora la atención está puesta en otro genotipo: cuerpos firmes, claro está, pero más livianos y gráciles.

“Es una tendencia que llegó para quedarse”, afirma el enólogo Juan Alejandro Jofré, autor de este nuevo concepto llamado “Tintos fríos del año”. “Partió como un fenómeno de nicho, pero se ha ido masificando. La gente pide vinos con alcoholes más bajos y en general productos más saludables”, sostiene.

Hace 30 años el Cabernet Sauvignon de Maipo apenas sobrepasaba los 12º de alcohol. Sus uvas se cosechaban en marzo, sin mayores miramientos, y entraban todas juntas (y revueltas) a la bodega para alimentar los grandes fudres de raulí. Hoy parece que innovar es reactualizar el pasado, pero agregando nuevas técnicas y conocimientos.

Sin embargo, a partir de la década del 90, se impuso un estilo y una forma de hacer las cosas donde tuvieron mucho que decir los flying winemakers que justificaban su pega a través de los puntajes de los gurúes de la crítica: vinos maduros, ligera o derechamente dulzones, ultra concentrados y con gran protagonismo de las barricas nuevas.

Aunque esta tendencia siempre tuvo sus detractores en Chile, debido principalmente a la pérdida de tipicidad de los vinos (una uva sobremadura es una uva sobremadura), la receta se popularizó de norte a sur. Los productores estresaban a morir las parras, esperando hasta bien entrado el otoño para cosechar, y luego vinifican caldos, como dicen los españoles, muy espesos y golosos, producto de las largas maceraciones postfermentativas y las profusas notas de la madera.

Según Julio Bastías, enólogo de Matetic, actualmente hay mucha gente que está buscando vinos más ligeros y frescos. “La viticultura se está adaptando al cambio climático, aplicando técnicas, cosechando más temprano, buscando más fruta fresca. Ya nadie (o casi nadie) espera un Cabernet Sauvignon hasta fines de abril. Es una locura. La tendencia es hacer vinos que no sobrepasen los 14º de alcohol. No hay vuelta atrás”, sentencia.

VIDA SANA

Está tendencia tiene muchísimo que ver con el fenómeno de privilegiar una vida más saludable. Hoy los enólogos no sólo trotan en sus tiempos libres, sino además adaptan sus vinos a esta nueva realidad. Para Andrea León, enóloga de Lapostolle, ha sido un factor fundamental. “El tema de la salud y del consumo responsable, de alguna forma ha empujado la demanda por estos vinos. Sin duda es una tendencia global”, asegura.

Hace algún tiempo se publicó un estudio del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) que, por medio de resonancias magnéticas, analizó el comportamiento de los consumidores frente a un mismo vino con diferentes niveles de alcohol. Y los resultados, según su director Ram Frost, son concluyentes: “Los vinos con menor contenido alcohólico inducen a una mayor atención cerebral a aspectos como el aroma, el olor o el gusto de los caldos. El experimento muestra que el cerebro obtiene más placer en los vinos con menos alcohol”.

De acuerdo con Juan Aurelio Muñoz, enólogo de La Ronciere, el consumo de vino está directamente conectado a las sensaciones placenteras. “La gente no puede tomarse toda la botella. No toma para emborracharse, sino para pasar un momento agradable. Me gusta esta tendencia de vinos de 13º de alcohol, frescos, frutosos, que no sean cansadores”, explica.

TERROIR Y MANEJO

Hoy existe la tecnología para desalcoholizar vinos. La osmosis inversa es una de ellas ellas. Sin embargo, para Juan Aurelio Muñoz no tiene mucho sentido cuando se quiere elaborar un vino que realmente represente un terroir.

“Puedes usar técnicas, pero se pierde la magia. No es el camino que quiero”, dice. “Para producir vinos con menores graduaciones hay que encontrar precisamente orígenes más frescos como nuestro viñedos en Idahue, ubicados en la costa curicana. Si cosechas uvas maduras, y luego rebajas alcohol artificialmente, te queda un menjunje que no se entiende: un vino con notas dulces, taninos generalmente verdes y una acidez que no calza con nada”, explica.

Cristián Aliaga, enólogo de William Fèvre, también destaca la importancia del origen para producir vinos más frescos. Por ejemplo, en sus viñedos en Malleco, una de las zonas más australes de Chile, el umbral de cosecha es muy estrecho, de no más de una semana. En la temporada 2014 se cosechó Sauvignon Blanc y Pinot Noir el 24 y 25 de abril y el resultado fueron vinos de 11,4º. El siguiente año se cortó la fruta exactamente en la misma fecha y los vinos alcanzaron 12,6º. Pese a la diferencias de la temporada, no se puede escapar del terroir. “Nunca van a ser vinos golosos, sobrecocidos. No puedo cosechar en Colchagua con esos parámetros. Si quieres vinos con alcoholes bajos, simplemente cámbiate de zona”, explica.

Pero también la importancia de los manejos vitícolas son vitales para obtener vinos más livianos y frescos. Para el enólogo de Matetic el secreto es predecir mejor la temporada y realizar un manejo razonable de estrés. “Hay que ocultar mejor la fruta y regar cuando es necesario. Las parras felices funcionan mejor. Por otro lado, la viticultura biológica te permite tener el suelo más aireado, vivo, con más disponibilidad de agua. Esto es fundamental en condiciones como la nuestra en el secano costero de San Antonio, donde no tienes disponibilidad de agua. Con un viñedo equilibrado te cuesta menos hacer vino. En general tienen una expresión más natural y un mejor balance”, sostiene.

Para Julio Bastías, el manejo convencional ha matado las plantas, como ha pasado en valles como Maipo o Casablanca. “Todo este discurso es vacío si las plantas están enfermas. En Maule, por ejemplo, quizás por falta de recursos y sin saberlo, han practicado desde siempre una viticultura orgánica. Y ahí están las plantas después de cientos de años, más vivas que nunca y produciendo sus uvas año tras año bajo condiciones muy difíciles. Es una tapa boca para toda la viticultura convencional”, sentencia.

En zonas más cálidas, como es el caso de Colchagua, también se pueden hacer vinos con alcoholes más razonables. Para Rodrigo Romero, enólogo de Maquis, es un mito que el ciclo de la vid debe durar 60 días después de pinta. Es perfectamente posible acortar los tiempos para lograr vinos frescos, pero al mismo tiempo con una buena madurez fenólica.

“Un vino ícono como Franco (Cabernet Franc) se cosecha en la segunda semana de marzo. En la arcilla sobre roca de Maquis el viñedo se estresa de forma muy natural. No hay problema. En Marchigüe, en una viña sobre lomaje, tenemos suelos más restrictivos y regulamos a través del riego. El verdor se puede ir muy temprano. De pinta a cosecha no pasan más de 30 días. No tienes que esperar tanto”, explica.

Además explica que el trabajo en bodega es muy relevante, pues con Franco realiza fermentaciones a 21º, súper gentiles, con movimientos sólo una vez por día. “La idea es extraer lo menos posible y que el vino se vaya haciendo en forma lenta y muy natural, casi como si fuera un Pinot Noir”, explica.

CUESTIÓN DE BALANCE

Pero no para todos es un tema prioritario elaborar vinos con bajas graduaciones. El asunto no está zanjado. Para Sven Bruchfeld, enólogo y socio de Polkura, no es una tendencia que llegó para quedarse, sino una más de las vueltas que protagoniza el mercado vitivinícola. “En los 20 años que llevo en la industria no hay nada definitivo. Todo es cíclico. Me imagino que finalmente esta demanda por vinos menos alcohólicos se va a equilibrar para quedarse en un punto medio”, sostiene.

Según el enólogo, se seguirán produciendo vinos con alcoholes altos, pero con un pequeño gran detalle: sin sobremadurez. Los vinos con alcoholes potenciales de 16º ó 17º, que son rebajados de diferentes formas, entre ellas la osmosis inversa, quedaron atrás para siempre. “Si me tomo un vino como los que hacían hace 10 años me muero de lata. Hoy no llegarían ni a los 90 puntos. Por ahí no va la micro”, sostiene.

En la misma línea opina Rodrigo Romero. “No tengo problemas con los vinos alcohólicos tampoco. Es un tema de balance. Nosotros no buscamos alcohol bajo, sino equilibrio, que la estructura esté dada por los taninos y la acidez. El bajo alcohol es una consecuencia de todo eso”, explica. “En Chile es un pecado hacer vinos verdes. No lo quiero caricaturizar, pero antes esperábamos hasta el 20 de mayo para cosechar. Ahora el que cosecha el 20 de marzo es el más choro. Pero, ¡cuidado! Las pirazinas pueden ser de terror”, agrega Cristián Aliaga.

Precisamente la principal preocupación con este estilo de vinos es la madurez fenólica. Sven Bruchfeld afirma que la producción de vinos livianos y frescos es positiva, pero los taninos son chúcaros para vinos comerciales (no para los vinos de nicho que tienen otra lógica). Dice que no todos saben manejar los taninos y duda si el mercado está preparado para entender esos vinos. Incluso pueden no ser sostenibles en el largo plazo, salvo en mercados muy específicos.

“A mí me gusta un vino de cuerpo, pero no alcoholizado. Es el estilo de la casa, sin sabores sobremaduros, sin sobreextracciones, y con una acidez que equilibre los componentes. No le tengo miedo a los 14,5º o más. No tengo ningún problema con eso. Hay muchos vinos con altas graduaciones, como los Madeira, que son equilibrados y frescos. Estoy siempre en un aburrido centro y lo peor es que estoy solo. Todos se están yendo a los extremos”, se ríe.

En la misma dirección apunta Andrea León. “No es tan relevante el tema del alcohol. He presentado a periodistas vinos con “n” alcohol y pasan bien. Además no podemos escapar de la historia. Tenemos vinos como el Carignan del secano del Maule con altas graduaciones, pero con un equilibrio exquisito. O bien, los vinos de Elqui (la enóloga embotella un Mourvédre de Alcohuaz en su línea Collection). Esos vinos son parte de una historia. Pueden tener 15, 5º de alcohol y pHs bajísimos de 3,2. Y los vinos se sienten frescos”, explica.

DEBATE FINAL

Sergio Hormazábal, enólogo de Ventisquero, no está muy convencido que la demanda de vinos con menos graduaciones alcohólicas se esté imponiendo, incluso en mercados que supuestamente han empujado este estilo a través de sus críticos y periodistas. “Hace tres meses que estoy a cargo del mercado de Reino Unido y negociar con los ingleses es durísimo. Piden una calidad extraordinaria, un precio bajísimo y todos los papeles del mundo. Te piden hasta el certificado de Green Peace”, dice con humor.

Por otro lado, asegura que la demanda por un supuesto estilo más fresco, seco (serio, si se quiere), es un mito y se contrapone a lo que sostienen, casi majaderamente, buena parte de la crítica. Ellos jamás lo van a reconocer, pero el vino que rota, el vino de volumen, tiene un mayor nivel de azúcar. Son vinos dulces, sin taninos, sin aristas, demasiado “descafeinados”. Y lo más curioso de todo: con madera. Es lo que pasa en las grandes cadenas, como Tesco, Sainsbury’s o Majestic. Te dicen “me gusta el Chardonnay, pero ponle maderita”. Y yo me pregunto si le estoy vendiendo a los gringos o a los ingleses. Realmente estoy impactado”, relata.

Ahora, en la alta gama, es una historia muy diferente. En las líneas superiores Ventisquero se ha jugado por las especies, la frescura y la madera usada en forma súper racional. “Nos hemos posicionado en ese nicho y no nos vamos a mover. Es un sello de nuestra viña. El alcohol es lo que menos me preocupa. Es lo mismo que estoy haciendo hace 8 años: Rosé con 12º, Sauvignon Blanc con 12,5º y Chardonnay con 13º. Nadie me pide un Sauvignon Blanc de 11º”, dice.

Es que precisamente ahí parece estar la clave. Según Juan Aurelio Muñoz, los vinos de alta graduación alcohólica también tienen su nicho. “El error que se comete es obedecer siempre a las variadas tendencias de los mercados y no desarrollar un estilo propio. Cada viña debe tener su propia identidad. Un concepto que identifique a la bodega. El objetivo es que los críticos y consumidores puedan entender lo que hay detrás de cada proyecto”, explica.

Para Juan Alejandro Jofré, es una tontera hacer vinos bajos en alcohol. “No tiene que ver con el número, sino con el equilibrio. Y a mí me gusta más un equilibrio más ácido que dulce. Eso es lo que intento reflejar en todos mis vinos, sin importar si vienen de un lugar más cálido como Curicó o más fresco, como su nuevo Sauvignon Blanc / Sauvignonasse de Los Queñes. “Ya no me acuerdo cómo se hacen esos vinos de los 90. Ni siquiera puedo tomarlos. Ya no hay vuelta atrás”, asegura.

Según explica, hay consumidores que aprecian mucho la facilidad para beber estos vinos más ligeros y frescos. Otros hay que explicárselos un poco más, pues todavía asocian el alcohol y la madera con calidad. “Lo que hago es adaptar el lugar a lo que yo quiero hacer y no imitar lo que hacen los vecinos. Sin ser soberbio, lamentablemente hay muchos enólogos haciendo Coca Cola porque tienen que respetar las reglas de la compañía donde trabajan. Pero el máximo orgullo es que te reconozcan por un cierto estilo. En el caso de un pequeño productor como yo, no es un gusto que me doy. Es una obligación”, concluye.