martes, 9 de mayo de 2017

Tres miradas al secano maulino


Recorrimos tres viñas del secano maulino con muy distintas filosofías y enfoques comerciales. Todo para comprobar la versatilidad de una zona que no se cansa de sorprender.

Amanecer en el secano maulino es una experiencia dramática. La neblina espesa entra y cubre como un océano los viñedos, las luces fulgurosas del cielo contrastan con las nubes negras y las temperaturas a fines de abril calan los huesos y las estructuras de las vides antiguas. Pero en Casa Bouchon, en su hermoso campo de Mingre, su hot tub siempre está disponible. A primera hora, cuando solo quieres una taza de café, puedes ver a los huéspedes con bata y pantuflas celebrando la salida del sol y el comienzo de una nueva jornada.

Invitado por Julio Bouchon, compartí una mini gira técnica con un grupo de viticultores de Sudáfrica. A primera vista, dos cosas me llaman poderosamente la atención: visten shorts a pesar de los escasos grados (“cuando hace mucho frío, nos ponemos dos shorts”, me dice uno de ellos) y que todos, sin excepción, lucen una chaqueta de Distell, una de las grandes compañías de vino sudafricano. Ellos se sienten orgullosos de ser sus proveedores. Lucir su logo refleja la calidad de su fruta, algo francamente imposible de ver entre los productores de las grandes viñas chilenas.

El golpe de timón de Bouchon en el último lustro también ha sido dramático. Julio y su hermano menor Juan José, ex jefe de Gabinete del Ministerio de Economía en el gobierno de Sebastián Piñera, tomaron las riendas de la viña en 2013 y dieron un gran vuelco a su modelo enológico y comercial. Esta bodega familiar, ubicada en el corazón del secano maulino, siempre se caracterizó por un estilo más bien bordelés. Con Patrick Valette como asesor, el foco estaba puesto en sus Cabernet Sauvignon y Carmenère. Hoy la estrategia es otra: reflejar en gloria y majestad su territorio. Así de simple. Con el rescate de cepas tradicionales, como País y Carignan, han despercudido la imagen de la viña, haciéndola más genuina y luminosa.

Pero no solo eso. Otro aspecto que también llama mucho la atención es la comprensión de la realidad de la vitivinicultura chilena y del valor de la asociatividad como el único camino posible para promocionar nuestros vinos. El recorrido de los sudafricanos no solo comprendió los campos de Bouchon, sino una visita a El Viejo Almacén de Sauzal y al nuevo campo de Baron Philippe de Rothschild en Loncomilla. Tres miradas súper distintas, tres filosofías, tres modelos comerciales, tres formas de enfrentar los desafíos y oportunidades que obsequia el secano maulino.

VINO TRADICIONAL

El pueblo de Sauzal está sitiado por la devastación del fuego. Algunos dicen sin remilgos que se trató de un ataque concertado de grupos terroristas, que quisieron sembrar fuego y anarquía a lo largo del país. Otros que los culpables fueron algunos pirómanos cómplices de las inusitadas altas temperaturas estivales. Lo cierto es que resulta sobrecogedor observar desolados campos de cenizas, mientras las antiguas vides de País resisten el calor, el olvido, el insondable paso de los siglos.

En el campo familiar de Renán Cancino, en una de las esquinas de Sauzal, los viticultores observan las parras de País y cuarteles de Garnacha y Cariñena. Les cuesta creer la edad de las parras y la obsesión de mantener esta tradición intacta pese a los ridículos precios de sus uvas. Cancino les explica que su objetivo es demostrar que se pueden hacer vinos serios con cepas patrimoniales, quizás rústicas y subvaloradas, pero llenos de sabor e identidad. “La única solución es que los productores embotellen sus propios vinos”, dice, mientras los viticultores, todos ellos de buen pasar, no pueden creer que se pague por un kilo de País alrededor de US$ 0,12.

Ya en la bodega, entre lagares de raulí y viejas barricas, degustaron la cosecha 2016 de Huaso de Sauzal Chilena. Este vino, elaborado con uvas del vecino Truquilemu (el País de la parte plana de Sauzal, más ligero y fresco, se vende para la producción de espumante), hace gala de su carácter y profundidad, pero además de una textura muy elegante. Preguntan si se trata de un vino natural o biodinámico (una categoría poco relevante en Sudáfrica). Cancino responde que simplemente es un vino tradicional, producido sin productos químicos o enológicos, tal cual lo hacían los antepasados en Sauzal hace ya más de 300 años.

NOBLE SECANO

Algunos kilómetros hacia la cordillera de los Andes, en la zona de Loncomilla, se encuentra el campo maulino de Baron Phillipe de Rothschild. Adquirido hace algunos años, es una propiedad de más de 1.000 hectáreas de las cuales alrededor de 250 están plantadas con diferentes variedades. La propiedad es preciosa. Los viñedos caen hacia el poniente, formando un pequeño valle, pero con mucho potencial de crecimiento.

El foco de este campo está puesto en las cepas Cabernet Sauvignon, Sauvignon Blanc y Carmenère (en ese orden de importancia), destinadas principalmente a su línea Anderra o, como lo llaman sus enólogos, a varietal plus. Al frente nuestro, sobrevolando un enorme tranque de regadío, asoma una montaña granítica en cuyas laderas se proyecta un vino superior a la línea Escudo Rojo. Seguramente se tratará de una mezcla bordelesa en base a Cabernet Sauvignon.

A unos metros de una preciosa bodega centenaria, que alberga enormes fudres de raulí, sobreviven algunos viñedos de País que, según registros del SAG tienen 75 años, pero los antiguos afirman que podrían sobrepasar el siglo. La mayoría de estas viñas leñosas, que se yerguen en la parte más plana del campo, serán injertadas con Malbec. Solo se dejarán algunas, que crecen en forma casi silvestre, pero hasta el momento sin un destino conocido. Lo más probable es que su fruta se venda para la producción de granel o embotellado, dependiendo su potencial de calidad.

Según Julio Bouchon, el secano maulino representa también un muy buen terruño para cepajes franceses. Así lo han demostrado productores como Gillmore, Erasmo y el propio Bouchon. Por eso en el campo de Las Mercedes (o Los Morros) decidieron enfocarse principalmente en la producción de Cabernet Sauvignon y Carmenère. Con disponibilidad de agua, y sobre suelos aluviales, las parras producen vinos con un carácter frutal y muy buenas texturas si se hace el trabajo adecuado en la bodega. Es decir, vinificaciones más delicadas.

La reconversión de Bouchon ha sido radical y su foco está puesto en el justo medio entre la filosofía de El Viejo Almacén de Sauzal y Baron Philippe de Rothschild. A la nueva generación Bouchon no le ha temblado la mano. Decidió arrancar 200 hectáreas de viñedos en su campo de Santa Rosa, a orillas del río Maule (y plantar avellanos), dejando 150 para la producción de solo vinos de alta gama. En otras palabras, el objetivo es seguir produciendo cepajes franceses para su línea Las Mercedes (y Sauvignon Blanc de un campo muy interesante ubicado en el más costero Batuco) y vinos de especialidad, principalmente en el secano de Mingre, donde nacen sus estupendos País Salvaje y una línea llamada Granito que refleja toda la pureza de sus cepas.

Si bien el prestigio de Bouchon se ha cimentado sobre cepajes tradicionales franceses, hoy es un verdadero campo de experimentación. Luego de mapear todo el campo de Mingre con calicatas y viticultura de precisión, como ha sido medir los porcentajes de arcilla mediante la conductividad del suelo (otro aspecto novedoso para los sudafricanos), están en condiciones de sacarle el máximo provecho a esos suelos de la cordillera de la Costa e incluso plantar nuevos viñedos de País (sin duda una decisión inédita en un país que no sabe qué hacer con las más de 8.000 hectáreas de su cepa fundacional).

Entre los estrenos de Bouchon, y que reflejan esta nueva filosofía, podemos nombrar al sabroso País Salvaje Blanco 2016 (Mingre), que proviene de sus ya famosos viñedos silvestres, que se encaraman en los árboles nativos; Las Mercedes Singular Semillón 2015 (Batuco), Granito Semillón 2015 (Mingre), fermentado en barricas; y un exquisito Granito Chenin Blanc 2015, donde fue fundamental la influencia de su asesor sudafricano David Nieuwoudt, con quien colaboran en toda la línea Longaví.

El secano maulino no es solo sinónimo de añosos País y Carignan. Si se trabaja con foco y decisión, es una zona que seguirá sorprendiendo nuestros paladares.

viernes, 28 de abril de 2017

Pinot Noir: Metamorfosis noir


Desde vinos simples y frutales, que se posicionaron en los segmentos básicos a principios del nuevo milenio, hasta vinos más ambiciosos y complejos, que no solo pretenden instalarse en segmentos superiores, sino establecer una declaración de principios. La metamorfosis del Pinot Noir ha sido dramática, probablemente de novela.

El estreno de la cinta “Sideways” en 2004 no solo fue un gran espaldarazo para el Pinor Noir en los medios masivos, especialmente los hollywoodenses, sino desató una singular fiebre por propagar esta variedad en Chile. Este fenómeno raro, farandulero, no solo explosionó en más de 4 mil hectáreas plantadas, casi la mitad en los costeros valles de Casablanca y San Antonio, sino además en una suerte de cambio de paradigma: un país vitivinícola latino, cálido, estridente y voluptuoso era capaz de atrapar en una botella elegancia y delicadeza, frescor y profundidad de sabores.

Esta fiebre de la Pinot Noir fue propiciada, en gran parte, por los críticos británicos, la mayoría de ellos instigadores de vinos más ligeros y frescos. La reencarnación de esta variedad borgoñona en el litoral chileno cumplía con sus tres mandamientos: bueno, bonito y barato. Sin la complejidad de los grandes referentes de la cepa, pero con mucho frescor y carácter marino, lograron los puntos necesarios para refrescar los egos de los productores e ir más allá de los sabores primarios de frutillas y frambuesas.

Lo confieso: nunca compartí tanto entusiasmo. Me parecía excesivo e incluso contraproducente. La Pinot Noir, como todos saben, es una cepa de nicho, que los entendidos aman, pero que la gran masa no logra comprender en toda su dimensión. Es demasiado minimalista, incluso a veces arrogante y elitista, en un mundo donde los recursos escasean y los comensales prefieren sentir en sus copas, por el mismo precio, mayores niveles de concentración: más alcohol, más cuerpo, más dulzura.

Por otro lado, es una cepa muy difícil de cultivar. Las regiones, fuera de las alturas de la Borgoña, donde se siente cómoda y segura, saben a malas copias o simplemente a vinos que tocan otras esferas, que pueden incluso desbordar los parámetros de la categoría. Para lucir sus mejores atributos, la Pinot Noir demanda terruños con características especiales, parras maduras, por no decir antiguas, y rendimientos bajos para no diluirse en discursos populistas. En otras palabras, es una apuesta muy poco rentable, sobre todo para muchos productores que pensaban hacerse ricos de la noche a la mañana, sin vislumbrar que estamos ante un desafío de muy largo aliento.

En último término, intuía que no bastaba con los antiguos suelos de la cordillera de la Costa y el frescor del Pacífico. La Pinot Noir es una cepa delicada, es cierto, pero en sus mejores versiones ostenta una estructura firme y maleable, que sostiene, como un atril, sus sabores frutosos, especiados y terrosos. La menor diferencia térmica entre el día y la noche en las zonas costeras atenta contra la fortaleza de su paladar medio. El productor debe estar prevenido y hacer todos los manejos en el viñedo y en la bodega para lograr un correcto equilibrio entre frescor y estructura tánica. Sí, parece que estamos todos de acuerdo, es una cepa jodida.

COSTA BRAVA

Cono Sur fue una de las primeras viñas chilenas en apostar decididamente por la Pinor Noir. No solo se la jugó con Ocio, el pionero top de línea de esta cepa, sino construyó gran parte de su imagen a partir de ella. Parecía una movida arriesgada, era que no, pero que tenía un sólido sustento en sus antiguos viñedos en Chimbarongo (Colchagua). Según su gerente general y enólogo Adolfo Hurtado, se trata de una selección del clon Pommard traído de California en 1968. Esas plantas, que se han propagado por todo Chile, han sido la base del éxito de la viña con la cepa y el ensamblaje de una bicicleta que no se ha cansado de rodar por el mundo entero, conquistando muchas etapas y el maillot verde en Reino Unido. Hoy producen más de 6 millones de botellas y Bicicleta es el Pinot Noir más vendido en Inglaterra.

“No es una variedad fácil de vender, pero Chile tiene mucho potencial. ¡Le puede ir muy bien! La gracia es la combinación única de clima frío, escasez de lluvias durante la temporada de cosecha y gran luminosidad. Esto ha construido el éxito de los vinos blancos chilenos y del Pinot Noir”, sostiene.

Cono Sur obtiene su Pinot Noir de cuatro orígenes distintos: Casablanca, San Antonio, Chimbarongo (Colchagua), San Clemente (Maule) y Biobío para comercializar nada menos que seis líneas distintas: Bicicleta, Orgánico, Reserva Especial, Single Vineyard, 20 Barrels y Ocio. Adolfo Hurtado, sin embargo, destaca especialmente el carácter de la fruta casablanquina por su clima marítimo, pero por sobre todo por la madurez de sus parras. “Antes de 10 años pasa poco y nada con la cepa. Hay que aprender a esperarla”, afirma. Con una combinación de la selección Pommard y el clon 777 logra mucho color, frutos rojos y negros, estructura e intensidad. A diferencia de San Antonio, donde el perfil es más rojo, floral y cárnico, Casablanca es sinónimo de fuerza y jugosidad.

En la misma línea opina Gonzalo Bertelsen, gerente general y enólogo de Casablanca. La viña comercializa tres líneas de Pinot Noir: Cefiro, Nimbus y Pinot del Cerro, cada una de ellas con una filosofía distinta. Mientras Cefiro, proveniente de las partes planas de Tapihue y La Rotunda, explora el lado más floral y delicado de la cepa para un consumidor que no quiere entelequias, sino el simple placer de beber algo fresco, Nimbus nace en las laderas de los cerros, logrando mayores niveles de concentración y complejidad.

“Son lotes pequeños, fermentados en tinas abiertas y en menor proporción en barricas. Como las uvas son más concentradas, la extracción es clave. No podemos pasarnos. Es por eso que hemos migrado desde tinas abiertas muy horizontales a tanques de acero más verticales. El objetivo es tener menos superficie de contacto con el sombrero. Nos dimos cuenta que no siempre fermentar en contenedores pequeños y artesanales es lo mejor porque estábamos extrayendo mucho”, explica.

También es muy importante el punto de cosecha. El umbral entre fruta fresca y sobremadura es particularmente estrecho en el caso de la Pinot Noir, sobre todo si se quiere embotellar un vino sin corrección de acidez. Este desafío es perentorio en un vino ambicioso como Pinot del Cerro, cuyas vides se encaraman en pendientes muy extremas y con diferentes exposiciones. La sintonía debe ser muy fina para que pueda expresarse y trascender en el tiempo la fruta fresca, el granito y el nervio que confiere la roca de la cordillera de la Costa.

Marcelo Papa, enólogo de Concha y Toro, ha recorrido todo Chile en busca de los mejores Pinot Noir. Tradicionalmente fue Casablanca su campo base. Allí cuenta con tres viñedos con dos condiciones muy diferentes: suelos rojos, arcillosos, con una base granítica, asociados a los cerros de la cordillera de la Costa, donde el porcentaje de arcilla es cercana al 30% y el subsuelo contiene maicillo. La arcilla aporta buena estructura y el granito endurece un poco los taninos. La neblina en Casablanca se levanta más temprano que en Limarí, por lo tanto, es más luminoso y los vinos son más grasos y estructurados. Por otro lado, están los suelos sedimentarios, un clásico del sector plano de Casablanca, más liviano, arenoso y con menor cantidad de arcilla. “En general, en estos sectores los Pinot Noir tienen mucha fruta, son redondos y muy suaves. Son más ligeros que los provenientes de suelos de arcilla, pero al mismo tiempo más elegantes”, sostiene.

De acuerdo con Cristián Aliaga, enólogo de William Fèvre Chile, hay que tener mucho cuidado en los valles costeros con la ventana de cosecha. ¡Es muy corta! “En dos días puede cambiar mucho la condición de la uva. Mientras uno espera los sabores y madurez de la uva, puede pasar muy rápido a fruta cocida. Por otra parte, en los valles más cálidos, aunque esté muy cubierto el racimo, el perfil aromático tiende a irse hacia el mentol, desarrollando muy poca complejidad y estructura”, sostiene.

Francisco Baettig, director técnico de Errázuriz, ha puesto todas sus fichas en los campos de Chilhué y Manzanar en Aconcagua Costa, donde nace Las Pizarras Pinot Noir, un vino que nos acerca cada vez más a los Grand Cru borgoñones. Para el enólogo, el Pinot Noir de Casablanca es un poco más goloso, más ancho y con notas de fruta intensas, pero con menor complejidad en nariz y boca. “El de Aconcagua Costa no es solo fruta fresca y vibrante, sino tiene una complejidad mayor, con tenues notas de yodo, fierro y sangre. Además de taninos texturados, expresa una mineralidad más marcada y un perfil más vertical. Son vinos más lineales y con más capas. Asumo que el suelo de roca metamórfica y con algo de contenido de manganeso, explica todo eso”, sostiene.

EXTREMOS QUE SE ATRAEN

Aunque las manos de Marcelo Papa se han teñido con la fruta de Casablanca, su corazón sin lugar a dudas está puesto en Limarí. Allí cuenta con dos viñedos: Quebrada Seca y San Julián. El primero está ubicado en la ribera norte del río Limarí, a 18 kilómetros del mar. El suelo es coluvial, con un porcentaje de arcilla roja de aproximadamente 30% y con una fuerte presencia de carbonato a partir de los 30 centímetros. La camanchaca se hace presente muchos días durante la temporada y se despeja al menos dos horas más tarde que en la zona interior del valle. “Estas condiciones nos regalan un vino con fruta roja ligera, muy buena estructura y tensión, una excelente acidez y carácter mineral”, sostiene.

San Julián, por otro lado, está ubicado en la ribera sur del río, a 30 kilómetros del mar. El suelo es aluvial, con un porcentaje de arcilla de 40% y una gran presencia de carbonato a partir de los 70 centímetros. En este caso, la camanchaca, que entra desde el mar durante las noches, se retira un poco más temprano, por lo tanto, los vinos tienen un poco más de estructura y grasa. “Guardando las distancias, Quebrada Seca sería más Gevrey y San Julián más Pommard”, explica.

En el otro extremo, en Mulchén (Biobío), los suelos son rojos con un porcentaje de arcilla en torno al 35%, con un subsuelo con piedras angulosas de la cordillera. Aunque estamos a casi un millar de kilómetros al sur de Limarí, el clima es más cálido y los días muy luminosos. No hay neblina, por lo tanto, la cantidad de luz es mayor y los vinos más exuberantes. Por tratarse de suelos de arcilla roja, los vinos son grasos y suaves, además las piedras angulares no ponen dificultad a las raíces como el granito.
Para el enólogo, hay cuatro variables que marcan el carácter de los vinos: mayor cantidad de luz, mayor intensidad frutal; mayor porcentaje de arcilla roja, mayor volumen; mayor presencia de arena, menor color y volumen, pero más suavidad; mayor presencia de granito, mayor dureza; y mayor nivel de carbonato, mayor tensión y mineralidad.

Aún más al sur, en Perquenco (Malleco), Cristián Aliaga enfrenta condiciones mucho más extremas. Los vinos tienen un equilibrio muy distinto, que se refleja claramente en los números. Por ejemplo, en Casablanca o Leyda, las uvas pueden llegar fácilmente a los 24 o incluso 25º Brix si el enólogo se descuida. Sin embargo, en Malleco nunca sus vinos han superado los 21,5º Brix. La uva tiene un nivel de azúcar bajo y la acidez es muy punzante, pero al mismo logra adecuados niveles de madurez y un carácter muy silvestre.

Mientras en la zona central se trata de proteger el racimo del sol, en Malleco hay que deshojar temprano para ayudar a la madurez y evitar problemas sanitarios, sobre todo en suelos muy fértiles que provocan emboscamiento en los viñedos. La cosecha muchas veces está marcada por el clima y no los números. En el sur hiela y llueve mucho más temprano en la temporada. Si en abril la lluvia cae durante tres días (100 a 120 mm) hay que cosechar sí o sí, sin ponerse demasiado puristas o exigentes.

“En cuanto a la vinificación, no sé si hay muchas diferencias. En los valles muy fríos, donde los taninos son duros y rústicos, hay que ser muy delicados con la extracción y acortar los tiempos con las pieles. Pero, cómo macerar, fermentar o inocular (o no), depende más de cada enólogo o bodega. En mi caso, prefiero hacer los Pinot sin levaduras comerciales y fermentaciones bajo los 24ºC. El nivel de maceración o pisoneo está determinado por la calidad de la fruta de cada temporada”, explica.

Para Felipe de Solminihac, socio de Aquitania y enólogo de la celebrada línea SoldeSol de Traiguén (Malleco), la Pinot Noir en zonas medianamente frías produce cantidades que hay que regular. De lo contrario, el vino puede resultar diluido y a veces con taninos demasiado presentes. En Malleco, sin embargo, la producción se regula sola por las bajas temperaturas. La menor cantidad de racimos y su menor tamaño ayudan a lograr un vino concentrado. En el sur profundo las producciones no pasan de un kilo ochocientos a dos kilos por planta.

Según el enólogo, el vino tiene muy buen color, pH bajo, entre 3,38 y 3,4 después de la fermentación maloláctica y, por lo tanto, una acidez natural más alta, rica y fresca. En Malleco el ciclo de la vid es más tardío. Todo es más tardío. La planta brota y desarrolla todos sus elementos a partir de fines de septiembre o principios de octubre, mientras la floración y cuaja se produce bien avanzado diciembre, dificultando la formación de racimos de gran tamaño. La pinta comienza a fines de febrero, cuando ya pasó el calor del verano y la radiación solar no destruye los antocianos. Así la uva conserva los ácidos, especialmente los málico y tartárico.

La madurez con bajas temperaturas permite tener uvas llenas de aromas y sabores frutales, especialmente guinda y cereza, y una mineralidad muy marcada por sus suelos arcillosos sobre una base volcánica. También desarrolla aromas de bosque húmedo, como la tierra después de una lluvia y los champiñones del bosque sureño. “El Pinot Noir de Malleco es frutal, mineral, complejo en aromas. En boca es fresco, muy redondo por la gran cantidad de ácido málico que se transformó en láctico, de buena estructura, con mucha fineza y gran potencial de guarda. Nuestra experiencia es que, a medida que pasan los años, los vinos van ganando mucho en calidad y elegancia”, sostiene. 

Si bien la Pinot Noir es una cepa caprichosa y exigente, en los extremos de Chile ha logrado alcanzar su máximo potencial, desde las arenas costeras hasta las rocosas pendientes cordilleranas, desde los carbonatados suelos del norte, hasta los rojos trumaos del sur profundo. Una metamorfosis cada vez menos kafkiana, cada vez con más ventanas de luz.


jueves, 30 de marzo de 2017

Viña De Neira: Bandidos buenos


La familia Neira está haciendo escuela en Altos de Guariligüe (Itata Profundo), preservando y realzando la identidad de sus parras de más de 200 años y bosques nativos endémicos que luchan cuerpo a cuerpo contra los pinos y eucaliptus.

José Miguel Neira, más conocido como Bandido Neira, era fornido y diestro con el corvo. Con sus montoneros, asolaron los campos desde Talca hasta Rancagua. El gobernador Casimiro Marcó del Pont puso precio a su cabeza, pero solo logró que alguien lo aturdiera con un chuzo. Fue nombrado coronel por Manuel Rodríguez y su contribución a la causa patriota fue clave para que el ejército libertador se abriera paso por el norte. Sus andanzas no fueron recompensadas por el gobierno patriota, volvió al pillaje y finalmente fue fusilado por órdenes del general Ramón Freire en 1817.

Sus descendientes se establecieron en los alrededores de Concepción y se dedicaron a la agricultura y ganadería. El corvo comenzó a utilizarse para la poda de las cabezas de Moscatel de Alejandría y País que se desparramaban por los abruptos lomajes del paisaje sureño.
Yamil Neira Hinojosa, doctor en Química e investigador de la Universidad de Concepción, tenía planeado hasta el último elemento. No se trataba de un ultraje, como acostumbraba su antepasado José Miguel, sino de una declaración de amor. Bajo un frondoso quillay en Bularco, uno de los viñedos emblemáticos del llamado Itata Profundo, se comprometió con su colega Elizabeth González. Como buen hombre de rulo, Yamil no perdió el tiempo. Nacieron Víctor y Felipe, quienes, a diferencia de muchos hijos del secano, quisieron mantener sus raíces y continuar con el legado vitícola de su familia.

En lugar de vender la totalidad de su fruta a precios irrisorios, en 2009 decidieron dar el paso y atreverse a embotellar. Siguiendo la tendencia de esos años, cuando las autoridades y algunos asesores insistían en que el futuro de Itata iba por otro lado, plantaron e injertaron plantas con Cabernet Sauvignon y Pinot Noir. Los vinos no estaban mal, pero eran más de lo mismo. Un periodista especializado en vinos, quien encontró unas polvorientas botellas de Cinsault amontonadas en una terremoteada bodega de adobe, quedó encandilado con el vino y les sugirió que torcieran el destino, potenciando sus cepajes autóctonos.

Hoy Viña De Neira, bajo la marca Bandido Neira, está comprometida con exaltar las cepas fundacionales y la tradición de sus ancestros. “Nos definimos como una viña familiar que mantiene una tradición de más de 150 años. Apostamos por preservar el patrimonio de las parras de nuestros antepasados y por un cultivo natural”, dice Felipe, quien se ha convertido en el gran motor del proyecto. “Lo más importante es el arraigo familiar. No somos ni seremos nunca una viña industrial. Nuestra esencia es otra. Tenemos una historia de bandido”, se ríe su padre Yamil.

Viña De Neira cuenta con 25 hectáreas plantadas (de un total de 150 que pertenecen al grupo familiar) en el sector Altos de Guarilihue y bosque nativo certificado, que cuidan y preservan para las generaciones futuras, donde se pueden encontrar rarezas como la especie endémica huilli-patagua. Actualmente embotellan Cinsault y Moscatel de Alejandría seco y dulce, además de una luminosa línea de espumantes elaborados bajo el método tradicional. Además, experimentan con otras cepas que permanecían ocultas en sus viñedos, como la llamada uva de la manzana (algunos expertos dicen que se trata de Aramón, otros de Malbec), que ya se encuentra en crianza con sus lías.

La producción total es de 18 mil botellas. El resto de la fruta la venden. La idea es ir creciendo poco a poco, pero jamás superar las 100 mil botellas. Sus vinos ya están en Santiago en el wine bar Lex Dix Vins y muy pronto exportarán a Estados Unidos a un precio de US$ 70 dólares por caja.

Según Felipe, el objetivo es seguir perfeccionando las técnicas de los antiguos para embotellar calidad e identidad. ¡Eso no se transa! Pero además seguir desarrollando un proyecto eco-eno-turístico que hoy atrae visitantes de Chile y el extranjero, quienes despiertan con los sobrecogedores paisajes de la cordillera de la Costa del Itata, participan de los ceremoniales de degüelle de sus espumantes (con un corvo, como un tardío homenaje al Bandido) y de la calidez de una familia que abraza y reinventa las tradiciones del secano.



miércoles, 15 de febrero de 2017

16 revelaciones de 2016


A diferencia de lo que ocurre en la actividad política, costó hacer este listado, pues abundaban muchos buenos candidatos. Al final quedaron esos vinos que se atrevieron a ir más allá, despertando hasta los más aletargados paladares.

A propósito de la conversación con Tim Atkin (ver página XX), Chile hace mucho rato dejó de ser un Volvo. Y Volvo un Volvo. Al igual que la marca alemana, el país ya no solo diseña vinos seguros y aburridos, sino nuevas y estilosas líneas, desde deportivos que hacen polvo la ruta Panamericana, descubriendo los dramáticos paisajes costeros, hasta poderosas 4X4 que exploran las serpenteantes huellas de la cordillera de la Costa, las alturas de los Andes o el más profundo de los sures.

Hace una década hubiera sido muy difícil reunir 16 vinos en estas páginas. ¡Una búsqueda frenética, sin duda! Pero hoy la tarea es sencilla, entretenida y muchas veces emocionante. Todos los años irrumpen propuestas que van más allá de los conocidos de siempre, estirando el paisaje vitivinícola como si fuera un pliegue de una camisa Ralph Lauren, quizás la favorita de los ejecutivos de las bodegas.

Aunque el Cabernet Sauvignon continúa soportando el peso de las exportaciones, el portafolio chileno es mucho más colorido. Aparecen propuestas con un marcado sentido de origen, nuevas denominaciones de origen y un consistente movimiento en el Secano Interior que, sospecho, espero, estoy seguro, superó la chapa de “moda” que algunos incrédulos trataron de motejar para convertirse en una feliz realidad.

Estos 16 vinos no son necesariamente los mejores del año, aunque muchos de ellos merecen ese estatus, sino aquellos que se atrevieron a ir más allá, que patearon el tablero, desordenaron el rebaño, lanzaron al mercado propuestas con un alto nivel cualitativo, pero además sorprendieron con un carácter original, innovador y refrescante.

En el listado hay un buen número de vinos del secano del Maule e Itata, pero con una impronta muy particular, cepajes tradicionales con una notable vuelta de tuerca, representantes de los extremos, como las alturas cordilleranas y la Patagonia, mezclas bien funky-pegajosas, otras que rescatan cepas y tradiciones desdeñadas por décadas y un par de rarezas que despierta hasta el más dormido de los paladares.

Viñedos de Alcohuaz Grus 2014

A un promedio de 2 mil metros de altura, en la localidad de Alcohuaz (Elqui), nace este vino místico y elocuente a rabiar. En condiciones difíciles, como una fuerte irradiación solar y bajísimas temperaturas primaverales, esta mezcla de Syrah, Garnacha, Malbec y Petit Sirah, impresiona con la densidad de su colorido y estructura extraterrestre. Es un tinto maduro, pero con una rica acidez. Una mole de fruta.

Undurraga Trama 2013

En la categoría encontramos vinos herbales, maduros, densos y especiados, pero este Pinot Noir rompe los moldes. Proveniente de San Antonio, en suelos con un alto componente calcáreo, este vino brilla por su fineza y complejidad de sabores. No se preocupa de la densidad del color. Tampoco de su concentración. Solo de proyectar sus elegantes y entramadas notas de flores, sotobosque, frutos silvestres y minerales.

Loma Larga Saga 2011

Desde la primera cosecha me sorprendió el carácter del Cabernet Franc de Loma Larga. “Aquí hay algo”, advertí. Después de una década la viña lanza este ícono que no tiene tapujos para exhibir sus exultantes notas de hierbas y flores. Es un vino que no rehúye del clima costero, sino lo abraza para embotellar una propuesta fresca y crujiente, que reafirma y quizás consagra el potencial tinto de Casablanca.

J.A. Jofré Vinos Fríos del Año Blanco 2015

Admiro esa mirada desprejuiciada hacia el pasado de J.A. Jofré. Ese atrevimiento y voluntad para embotellar cepas desechadas por la historia vitivinícola como el Semillon y sobre todo el Sauvignon Vert. Esta mezcla blanca reivindica estas dos cepas, fundiéndolas en un vino sabroso y con mucho peso en boca, de esos que van más allá del aperitivo, que nos obligan a pasar a la mesa.

Trapi del Bueno Sauvignon Blanc 2015

Otro osornino que salta al campo de juego para dejarnos con la abierta con su frescura y profundidad. El Pellín y Coteaux de Trumao habían logrado poner en el mapa vitivinícola el Chardonnay y Pinot Noir de estas latitudes, pero ahora Trapi “la” hizo con este Sauvignon Blanc. Es como beber un jugo de pomelo con toques de yodo y hierbas frescas. Un vino no apto para paladares demasiado sensibles, sino para los aventureros.

Bogus País 2015

Este vino del Fundo San Jorge (Marga-Marga) es más funky que Earth Wind & Fire. De viejas parras de País, este semidulce (qué pocos hay) contagia alegría, cacofonías, armonías pegajosas, pero por sobre todo mucha onda. Es como beber un jugo de fruta con confitura de naranja, geranio y toques de nuez moscada y almendra. Cuesta describirlo y ahí está su encanto.

Koyle Cerro Basalto 2013

Hace rato que Koyle (Los Lingues, Colchagua Andes) viene pisando fuerte, pero ahora sencillamente se pasó. Cerro Basalto es como morder la roca y convertirla en fragmentos de fruta roja, confitura de higos y jamón curado. Esta mezcla de Monastrell, Garnacha, Syrah y Cariñena es el mejor reflejo de la exuberancia del estilo de vida mediterráneo. Un cerro de sabores macizos y frescos.

Bouchon País Salvaje 2016

Qué rico está este País Salvaje blanco. Las parras crecen libres y silvestres. No se sabe qué cresta son. Probablemente una cepa híbrida. El resultado de cruzas y mutaciones. Todo este misterio para hacer un vino fresco, agradable y con mucho cuento, que alegra las tardes con sus notas de frutos amarillos. Me encanta el giro de Bouchon, que vuelve a sus orígenes en Mingre (Maule) para despuntar sus joyas del secano.

Aresti Trisquel Series Parras Fundadoras Cabernet Sauvignon 2015

Curicó es el principal productor de Sauvignon Blanc en Chile, pero siempre he sentido que sus Cabernet Sauvignon tiene ese qué sé yo. Este vino, proveniente de parras de 65 años del fundo Micaela (Molina), cautiva con sus notas de frutillas, cassis, higos y hierbas frescas. Es un Cabernet Sauvignon que no compite con Maipo Alto, tratando de emular la elegancia de sus taninos, sino se diferencia con su fruta alegre y desinhibida.

Bandido Neira Pipeño Moscatel de Alejandría 2015

Hoy todos quieren redescubrir las antiguas vides de la cordillera de Costa del Itata. Quieren reinventar la rueda. Meter tecnología a centenares de siglos de tradición. Pero en su simpleza está el encanto de estos vinos. Hecho a la antigua, tal vez como Dios manda o mandaba, este pipeño cautiva con sus notas de damascos en almíbar y membrillos. Con su carácter meloso y atrevido. Para innovar hay que mirar al pasado.

Carmen D.O. Melozal El Bajo Portugais Blue 2015

Hoy muchas compañías grandes tienen sus propios MOVIs entre sus filas. Una línea de vinos a pequeña escala, hecho a mano y sorprendentemente innovadora. D.O. no solo rescata un antiguo cuartel de Melozal, sino una cepa que por décadas ha pasado inadvertida. Este Portugais Blue seduce con su cuerpo estilizado y ricas notas de guinda, chocolate y granos de café. Hay que tomarlo en cuenta.

Casa Donoso Sucesor Romano 2015

Camuflada entre sus viñedos maulinos, mezclada con vides de Cabernet Sauvignon, esta antiquísima cepa, también conocida como César Noir, apareció de un sopetón para sorprendernos con su carácter irreductible. Apoyada con un 15% Carignan, este Romano se quita su túnica para regalarnos notas terrosas y ahumadas, mucha fruta negra y flores. Un tremendo Sucesor.

Odfjell Orzada Tannat 2014

En lo más profundo del secano maulino, en un sector llamado Tres Esquinas, donde el sol y el viento miden sus fuerzas, Odjfell experimenta y celebra con cepas atípicas para la realidad chilena. Este salpimentado Tannat impresiona con su color amoratado y notas de flores, té negro y frutos silvestres. Es un vino con muchísimo carácter, que no necesita de Cabernet Franc como en Maridan, y que nos hace preguntar: ¿por qué cepas como el Tannat no llegaron antes?

Bodegas RE Doble Garnacha & Carignan 2016

No lo podía creer. Tuve que ir a Santa Elena de Melozal para verlo con mis propios ojos. Estas vides hermafroditas, que ofrendan Garnacha y Carignan a los dioses del secano, no solo consuman un vino inaudito, sino además un brebaje de guindas ácidas, jugoso y vibrante, intenso y profundamente delicioso. No, no, no es un error de la naturaleza. Es más bien una bendición.

Lomas Campesinas Rosado Cinsault 2016

Este proyecto del viticultor Pedro Izquierdo reúne antiguos viñedos de lomas del secano con el know how de viñas que representan la nueva escena vitivinícola. En este caso Quintay trabajó las uvas del productor Eugenio Uribe de Guarilihue (Itata). El resultado es un rosado que refresca con sus notas de cáscaras de naranja, azahares, pomelos y frutillas. Un vino que refleja sin interferencias la encantadora simpleza del Cinsault.

Viñas Inéditas Terroir Sonoro El Apellinao País Ancestral en Re Mayor 2015

En la década pasada se terminó por enterrar a los contendores de raulí, que criaron durante siglos los mejores vinos chilenos. Es muy invasivo. Es tosco. No tiene el acento del roble francés. Pero este País de Florida (Itata), guardado en barricas de madera nativa, sorprende y encanta con sus notas de canela, menta, tomillo y lavanda. Es un vino que toca una música contracultural y quizás, quién lo sabe, absolutamente reivindicatoria.