jueves, 2 de junio de 2016

Valle de San Antonio: Los costos de la fama

El valle costero alcanzó un punto de quiebre. La escasez de agua, el aumento de los costos productivos y la caída del precio de sus uvas, obliga a sus viñas a redoblar sus esfuerzos para seguir manteniéndose en la cresta de la ola.


Después de un crecimiento explosivo en las últimas décadas, el valle de San Antonio ha llegado a un punto de inflexión. La insuficiencia de fuentes hídricas, una de las grandes barreras de entrada del secano costero, sumado a una caída en el precio de sus uvas, han obligado a sus actores a repensar su futuro para contraatacar con nuevas fuerzas en los mercados.

Según el último Catastro Vitícola del SAG, el valle de San Antonio cuenta con una superficie plantada de más de 2.400 hectáreas, de las cuales 1.730 corresponden a cepajes blancos. “Si bien a fines de la década pasada hubo un crecimiento importante, hoy no hay nuevas plantaciones de vitis vinífera significativas. Incluso hay campos que se han ido reconvirtiendo a otro tipo de frutales”, explica Ignacio Casali, viticultor de Viña Garcés Silva, que suma 178 hectáreas en la zona de Leyda.

De acuerdo con el profesional, el agua en este valle siempre ha sido escasa. Hubo que hacer una gran inversión de ingeniería para poder transportar agua desde el río Maipo. “Afortunadamente el río viene con un caudal significativo, proveniente de los deshielos de la cordillera de los Andes, que nos ha permitido regar sin problemas durante la historia de Leyda. Esto no quiere decir que reguemos sin ser eficientes. Para nosotros es primordial la sustentabilidad en el uso de agua”, explica.

Eduardo Alemparte, gerente de Vitivinicultura de Viña Santa Rita, que hoy cuenta con 90 hectáreas de Pinot Noir en Leyda, opina que la superficie plantada está cercana al equilibrio. “Además de la disponibilidad de agua, el costo de transportarla es muy alto. Esto, sumado a los rendimientos medios a bajos y la poca disponibilidad de mano de obra, hacen que Leyda sea una zona que sólo es sustentable para la producción de vinos de alto valor. La superficie plantada no está dada sólo por la disponibilidad de agua, sino que también por cuánto vino de alto valor seamos capaces de vender como país”, sostiene.

Para Rafael Urrejola, enólogo jefe de Viña Undurraga, que cuenta con 170 hectáreas propias en Leyda, el bajo precio de la uva en los últimos años ha sido fundamental para desincentivar las nuevas plantaciones. Incluso la familia Fernández, pionera en el valle, arrancó una gran porción de sus viñedos para reemplazarlos por otras unidades productivas como nogales y perales. Una vez más la palabra clave es ren-ta-bi-li-dad. Así. ¡Con todas sus sílabas!

Por casi una década sus uvas no se transaban por menos de US$ 1,5 el kilo, convirtiéndose en la vedette de los campos chilenos. Pero esa realidad ha ido cambiando. Esta temporada se ha pagado incluso US$ 0,5 por el kilo de Sauvignon Blanc. “Finalmente se ha llegado a un punto de equilibrio entre la oferta y la demanda. Si a eso le sumas los bajos rendimientos naturales, y los costos de producción más altos, hoy no está tan fácil la cosa”, explica Urrejola.

LEYDA / CASABLANCA

El prestigio de los vinos de San Antonio está sustentado en sus únicas y extremas condiciones climáticas. A diferencia de Casablanca, que cuenta con un clima más continental, este valle es netamente marítimo. Es por eso que sus vinos denotan ese carácter vibrante, salino y profundo, pero también esta característica hace que sus rendimientos por hectárea sean más acotados y, en consecuencia, sus costos de producción más altos que su vecino de la región de Valparaíso.

Para Gerardo Leal, gerente de Vinicultura de Santa Rita, su terroir está definido por su clima frío, muy similar al de Marlborough en Nueva Zelanda, con una baja oscilación térmica entre la mínima y máxima. En Leyda, la mínima promedio en octubre es de 6,9° C y la mínima promedio del mes más cálido es de 11,6° C. En tanto, la máxima promedio va de 18,5° C en octubre hasta los 23,8° C en febrero, según datos históricos de los últimos seis años. Enero es el mes más cálido, pero generalmente es un mes muy nuboso, de mañanas con mucha neblina y tardes más despejadas, por lo tanto la luminosidad es menor a Casablanca, donde las máximas promedio alcanzan 27,2° C en el mes más cálido (enero).

“Los días-grados acumulados en Leyda en la temporada octubre-abril suman 1.100 (1.280 días-grados en Casablanca). Leyda, en general, tiene menos riesgo de heladas. En ambos valles las lluvias se concentran de mayo a septiembre. La evaporación de bandeja promedio es mayor en Casablanca, siendo de 6,5 mm en el mes más cálido (enero). En cambio, en Leyda es de 4,8 mm en enero y febrero”, sostiene el enólogo.

“Además de la baja temperatura, tenemos un suelo con un elevado contenido de arcilla, haciendo más difícil completar la madurez. Por lo tanto, se requieren manejos de control de vigor para lograr una óptima madurez. Casablanca, además de ser más cálido, tiene suelos con mayor contenido de arena, lo que muchas veces ayuda a acelerar la madurez. Definitivamente Leyda es una zona más extrema”, complementa Alemparte.

CRISOL DE TERRUÑOS

Pero también es importante hacer distinciones. En San Antonio existen zonas con características disímiles, que no sólo marcan la personalidad de sus vinos, sino también sus puntos de equilibrio en términos de rentabilidad. Viña Matetic, por ejemplo, cuenta con 160 hectáreas plantadas en San Antonio y Casablanca. Pero es en San Antonio, específicamente en su fundo El Rosario, donde se ha dado a conocer como bodega, vinificando el primer Syrah chileno de clima frío. Es un fundo de nada menos que 16 mil hectáreas, pero más protegido de la influencia del mar por los lomajes de la cordillera de la Costa.

Para su enólogo Julio Bastías, esta distinción entre San Antonio y Leyda puede ser un tanto confusa para los consumidores y quizás innecesaria, pues ambas comparten la cercanía con el mar, la exposición sur poniente a los vientos y la matriz de suelo es bastante homogénea, con la complejidad local en cada uno de los viñedos. “Creo que El Rosario esta posicionado en un perfecto balance entre influencia costera intensa y lo mediterráneo de una cordillera de la Costa mirando al Pacífico. En pocas palabras, clima frío costero con buena oscilación térmica por el efecto mediterráneo. Los suelos comparten el origen granítico, pero la complejidad local de El Rosario está dada por el alto contenido de cuarzo y materiales volcánicos que son bastante raros, pero abundantes en estas laderas”, explica.

Jaime de la Cerda, enólogo de MontGras, explica que su campo de Amaral en Leyda, donde ya existen 100 hectáreas plantadas, cuenta con condiciones especiales por su cercanía al río Maipo. El promedio de las temperaturas máximas durante los meses más cálidos (enero, febrero y marzo) no supera los 23.5 – 23.7º C. Como colinda con el río Maipo, el promedio de las máximas son hasta 2º C que en la zona de Leyda más continental o lejana al río. Sostiene que otro factor importante es la mineralidad que reflejan sus vinos.

La base de Leyda está sentada sobre la cordillera de la Costa, por lo tanto es fuertemente granítica. “Por otro lado, coexisten otras geologías, las cuales podemos ver con mayor evidencia en sus terrazas marinas, tales como depósitos sedimentarios marinos (calcáreos) y aluviales antiguos. Todas estas geologías y morfologías, moldeadas por este clima de temperaturas bajas, provocan una sinfonía de mineralidad y sabores, aportando carácter y consistencia a los vinos”, señala.

Distinto es el caso de Casa Marín, ubicada en Lo Abarca, a sólo 4 kilómetros del océano. Según su propietaria y enóloga María Luz Marín, las 48 hectáreas que componen su viñedo tienen una influencia marina más marcada, con neblinas matinales, donde el sol aparece a mediodía, y soplan fuertes los vientos en las tardes, haciendo que las temperaturas sean más bajas que en Leyda o Casablanca. “Esto nos lleva a que nuestras uvas maduren más lentamente, obteniendo mayores niveles de concentración, aromas más finos y elegantes, y una acidez más alta que nuestros vecinos. Además en Lo Abarca, como el 80% está plantado en cerros con pendientes muy grandes, todo el trabajo es manual, desde la poda hasta la cosecha. (nuestros vecinos están cosechando mucho a máquina). Esta situación nos permite poder hacer una excelente limpieza y selección de nuestras uvas y tener vinos más puros y limpios, con una acidez crujiente y natural, que les permite tener una vida más larga en botella”, asegura.

Pero lo más importante para María Luz Marín es que en Lo Abarca el suelo es pobre en nutrientes y, sumado a la poca agua que absorben sus plantas, los rendimientos son muy bajos, de un máximo de 4 a 5 toneladas por hectárea. “Esto hace que nuestros vinos sean muy concentrados y de muy buena calidad. En otros valles costeros no aceptarían nunca estos rendimientos, ya que afecta la rentabilidad de la empresa, y debes defenderte con precios más altos. Y es difícil vender vinos a más alto precio”, opina.

Para Rafael Urrejola, quien vinifica uvas de Leyda, Lo Abarca y Las Gaviotas para su elogiada línea T.H. (Terroir Hunter), las diferencias son muy marcadas. “Hay un grupo más grande en Leyda y otro más radical en la costa de San Antonio. En Leyda es tanto el volumen que las viñas mandan en la comunicación. Además Leyda ha pasado a vender más vinos commodity, que en algunos casos cuestan menos de US$ 5 por botella. San Antonio, en cambio, tiene un promedio más alto y por eso es más exclusivo”, explica.

MONOPOLIO BLANC

Si bien las primeras parras se plantaron a fines de los años 90, rápidamente su Sauvignon Blanc se posicionó en los mercados internacionales, especialmente en Reino Unido, como una verdadera estrella. Su carácter herbal y cítrico, muchas veces con intrigantes acentos minerales, y una acidez vibrante y profunda, cimentaron el prestigio del valle. El clásico Chardonnay fue quedando rezagado (sólo hay 377 hectáreas plantadas en el valle), mientras que irrumpieron, aún con cierta timidez, las tintas Pinot Noir (786 hectáreas) y en el último tiempo también Syrah (118 hectáreas).

Según Ignacio Casali, esta especialización del valle se debió principalmente a la calidad de los clones de Sauvignon Blanc que se plantaron en el valle. “Se hizo con buen material genético, con clones traídos de Francia y EE.UU, lo que contribuyó a entregar calidad y variabilidad. En el caso de los Chardonnay y Pinot noir, se plantaron selecciones masales de dudoso origen, con problemas sanitarios y con nula trazabilidad. Esto está empezando a cambiar. Nosotros en los últimos años hemos ido reemplazando las plantaciones antiguas por nuevo material genético, una gran variedad de clones, los que ya están dando muy buena calidad y que seguramente nos seguirán sorprendiendo positivamente con el paso de los años”, explica.

Para Gerardo Leal el Sauvignon Blanc es un cepaje que alcanza mayores vigores y tipicidades frescas en sus uvas, al igual que en zonas de blancos como Nueva Zelanda. El balance de las viñas, la producción por planta y los sabores y aromas están asegurados para los niveles de producción que se alcanzan. Sin embargo, para el caso de los Chardonnay y en particular para los Pinot Noir, las viñas alcanzan un mayor potencial de vigor y desbalance. Esto implica trabajar los viñedos con menores rendimientos para alcanzar la madurez óptima, usando sistemas de poda desvigorizantes, riegos más precisos según estados fenológicos (y menos frecuentes) y un nivel de hojas menor que permita una buena transparencia de canopias para aumentar la luminosidad de brotes y racimos”, relata.

María Luz Marín afirma que el Pinot Noir es una cepa muy difícil de producir, tanto en el viñedo como en la bodega. “Pero también a nivel de los consumidores es difícil de entender. La mayor parte de la gente no sabe apreciarla”, afirma. Eduardo Alemparte, en cambio, sostiene que la gran apuesta de Santa Rita en el valle ha sido por el Pinot Noir “A pesar de ser de difícil manejo y entendimiento, tiene un potencial tremendo. Nosotros estamos en un proceso de aprendizaje, conociendo bien nuestro campo. Tenemos resultados que hasta el momento son muy interesantes, pero falta camino por recorrer. Aún tenemos que hilar fino con los manejos y con la interpretación de los diferentes cuarteles, ya que hay una gran variedad de orientaciones, pendientes y diferentes tipos de suelo”, comenta.

De acuerdo con Rafael Urrejola, producir Sauvignon Blanc es mucho más fácil en el valle, pues representa mucha consistencia en términos cualitativos y es más rentable por sus rendimientos naturales. El Chardonnay, en cambio, produce muy pocos kilos por hectárea y a las viñas no les gusta remar contra la corriente, aunque es tremendamente valiosa para la elaboración de espumantes. Pinot Noir hay poco, pero bueno. Lamentablemente es una cepa muy exigente y cuesta muchísimo vender el vino. Es la principal candidata para los arranques. El Syrah, por último, simplemente le fascina. Cuenta que anoche descorchó una botella de T.H. Syrah y aún siente el vino en su garganta. “Sin duda es de las cepas más interesantes de Leyda por su gran evolución en botella. Los compradores en EE.UU y Europa nos dicen que no quieren Syrah, pero una vez que lo prueban no pueden dejar de comprarlo”, relata.

VARIANDO A DESPEJADO

Si bien el Sauvignon Blanc toma la bandera, complementado por el Pinot Noir y en menor medida el Syrah, el futuro para el Valle de San Antonio, pese a las brumas matinales, podría continuar siendo luminoso. “Leyda ha logrado hacerse un espacio en el mundo, pero aún queda mucho por hacer. Este es un rubro que necesita tiempo, adaptación y conocimiento. La irrupción de otros valles costeros es sin duda un desafío, un constante trabajo por buscar la diferenciación, teniendo como foco la calidad. Creo que los vinos del valle de Leyda tienen un gran futuro”, opina Casali.

“Después de Casablanca, el valle de San Antonio está siendo cada vez más reconocido. Es asociado internacionalmente a clima costero frío con vinos intensos aromáticos y frescos. Creo que San Antonio tiene un gran futuro. Todas las bodegas están haciendo cambios importantes en la búsqueda de vinos más puros y con mayor identidad, con el sello del lugar. Creo que como alguna vez dijo nuestro recordado amigo Alan York, lo mejor de estas tierras esta mostrándose y seguirá haciéndolo hacia el futuro”, complementa Julio Bastías.

Para Jaime de la Cerda, posicionarse y consolidarse a nivel internacional no es fácil. Toma tiempo y dedicación. Leyda está avanzando poco a poco, como un gran origen de vinos de clima frío de calidad, fuertemente empujado por el Sauvignon Blanc. “Hace algunos años sólo se conocía Casablanca como el valle de calidad chileno para variedades de climas más fríos. Hoy eso claramente ha cambiado: Leyda es percibido y se ha posicionado, a su corta edad, como un valle muy fuerte, en términos de calidad, carácter y aptitud. Hay potencial también en otros nuevos valles costeros, pero Leyda va un paso más adelante. Sin duda, podemos vislumbrar un gran futuro”, afirma.

“Leyda es el valle costero frío por excelencia en Chile: el más frío si lo comparamos con el sector más fresco de Casablanca, Aconcagua e incluso Colchagua. A nivel internacional, su competencia directa en el Nuevo Mundo es Marlborough en Nueva Zelanda. Pero la principal diferencia y potencial está en nuestros suelos graníticos con cuarzo. En Nueva Zelanda los suelos son más profundos, francos, y con mayor potencial de vigor”, sostiene Gerardo Leal.

“Puedo hablar por Lo Abarca. En Leyda hay muchos players y todos son relativamente grandes. No sé cuál será la política para llevar sus viñedos, pero quiero imaginar que van a seguir manteniendo su buena calidad. Si aparecen otros valles costeros en Chile, que ojalá suceda, por ningún motivo creo que vaya a mermar el posicionamiento que ya ha ganado San Antonio. Respecto a mis propios vinos de Lo Abarca, me siento muy segura de seguir con la consistencia en calidad que hemos tenido hasta ahora, ya que tenemos un terroir único en el mundo, que hace la diferencia, que entendemos y respetamos”, dice María Luz Marín.

Por todas estas razones a San Antonio hay que cuidarlo, alejándose lo más posible de los vinos commodities, manteniéndose chicos y haciendo todos los esfuerzos posibles para mantener o elevar sus precios. Para esto es fundamental no sólo lidiar con la falta de agua y el aumento de los costos productivos, sino es imprescindible alinear los esfuerzos enológicos y comerciales. Sólo manteniendo el timón firme San Antonio podrá capear las olas y proyectar su bien ganada fama.


miércoles, 25 de mayo de 2016

Vitivinicultura en el Caribe: Al rescate de los primeros vinos americanos

El destino unió a un empresario dominicano y un enólogo chileno para vinificar los primeros vinos provenientes de Ocoa Bay en República Dominicana, reviviendo los sueños viníferos de los primeros conquistadores españoles.


Las primeras vides zarparon al continente americano desde las Islas Canarias a bordo de las carabelas de Colón. El viaje fue tedioso, pero bien irrigado. Como no se puede evangelizar sin vino, esas primeras estacas de Listán Prieto –conocida como País en Chile- se asentaron en las llamadas Antillas Españolas. En la otrora isla Española, actualmente República Dominicana, se produjeron los primeros vinos y habría sido el mismísimo conquistador Hernán Cortés quien cultivó los viñedos durante más de un lustro, hasta que reunió el suficiente valor para lanzarse contra el imperio azteca.

Pero la vid desapareció del mapa dominicano. Fue remplazada por otros frutales y hortalizas. Hasta que 500 años después un arquitecto y empresario inmobiliario llamado Gabriel Acevedo concibió la loca idea de recobrar el tiempo perdido, de refundar una vitivinicultura incipiente, dudosa, pero colmada de historia y leyendas de armaduras, ristres y estacas en formas de cruces.

En sus numerosos viajes por el mundo, Acevedo se reunió con productores californianos y europeos, incluso con Aubert de Villaine, propietario del legendario Domaine de la Romanée Conti. El fallo fue unánime. “No, Gabriel, ¿para qué vas a plantar vides? Mejor cultiva coconauts, bananas…”. Después viajó a Suiza y un buen amigo vitivinicultor le dijo: “Gabriel, hazlo. Sigue tus sueños”. Y él los siguió.

EL ENCUENTRO

Por esas coincidencias de la vida, Acevedo era amigo de Amable Padilla, ex embajador chileno en República Dominicana, quien le dio una sabia sugerencia. “Tengo un sobrino enólogo de Cauquenes. Él te puede orientar”. Ahí apareció en escena Felipe Zúñiga, hoy propietario de viña San Clemente y otrora responsable de los vinos de la cooperativa Lomas de Cauquenes.

Según relata el enólogo, su primer encuentro con la vitivinicultura dominicana fue con dos botellas provenientes de la región de Neyba, en el empobrecido límite con Haití, donde se cultiva principalmente la cepa Aramón. “Recuerdo que descorché las botellas y fui honesto en mi comentario. El vino estaba turbio, oxidado, plano, muerto… La foto-respiración de las plantas es altísima y la acidez de las uvas cae muy rápido. La verdad: no le veía mucho futuro”, confiesa.

En una reunión en Punta Cana, Gabriel le contó su loca idea de una plantación en la bahía de Ocoa, ubicada al sur de Dominicana, en una ladera a escasos 400 metros de la playa. Se trata de un viñedo inserto en un complejo turístico llamado Ocoa Bay que, bajo el concepto de Comunidad de la Vid, los turistas no sólo pueden disfrutar de las atracciones del Caribe, sino además vivir y disfrutar de la cultura del vino.

Acevedo plantó una tarea de variedades (16 tareas equivalen a una hectárea), entre ellas Colombard, Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Moscato de Hamburgo, Italia, Malvasía, Montepulciano, Alfonso Lavallée, Passerina, Syrah, Rebo, Cannonau di Sardegna, Sauvignon Blanc y Xarel-ló. “Esto es mentira”, pensó Felipe, mientras divisaba los viñedos desde el mar, que caían suavemente sobre la arena. Pero era verdad. Recorrió el viñedo y en una hilera de Colombard se echó un grano a la boca. “Aquí estamos”, pensó. La uva encerraba ricos sabores frutales y una acidez que le permitía trabajar y proyectar el vino hacia lo posible.

En 2011 fue la primera cosecha. Una cuadrilla de treinta personas cortó la fruta y luego la prensó delicadamente en pañales de guagua. El jugo brotaba prístino y protegido. En un refrigerador gigante vinificaron el mosto en ollas. Y el vino quedó sabroso. Al año siguiente los pañales y las ollas se transformaron en una prensa neumática y cubitas de acero inoxidable. La locura se había transformado en realidad.

TERROIR CARIBEÑO

En Neyba es habitual cosechar hasta 4 veces al año, pero Felipe, manejando las parras de Ocoa Bay, decidió bajar a dos cosechas anuales, en junio y enero, escapando de la temporada de los ciclones. “La de invierno es mucho mejor porque la humedad no es tan alta. A diferencia del resto del país, donde la humedad alcanza 90%, en Ocoa Bay es de 57% a 60%. Eso nos permite manejar el vigor de las plantas y concentrarnos en sus frutos”, explica.

El enólogo hace un secado de las parras muy fuerte, hasta que la planta siente que ya no da más, que la muerte es inminente. “Es bien tétrico”, comenta. Cuando se caen las hojas inmediatamente se poda, alrededor de 3 a 4 meses antes de vendimia. Luego caen las lluvias y la planta resucita como el ave Fénix y comienza nuevamente a crecer como una loca sobre estos ondulados suelos graníticos y calcáreos.

Felipe trabaja con un agrónomo experto en bananas, pero sus conocimientos en fisiología vegetal le permiten lidiar con los tropicales humores de la vides. Los suelos son muy interesantes y la pluviometría en la bahía no es tan alta como en el resto de la isla. Caen aproximadamente 600 mm anuales, un registro muy similar a los históricos de Cauquenes.

En este rincón paradisíaco el paisaje es impresionante. Las vides conviven con cactus, quiscos y guayacanes. Estos últimos demoran un siglo en desarrollar sus raíces y tienen su madera tan densa que no flota. “En la vida hay que ser como el guayacán, dicen por aquí”, comenta Felipe, explicando de alguna forma esta osada aventura vitivinícola.

En los años siguientes se renovaron las cepas Colombard, Tempranillo y un País traído por el mismo enólogo desde Cauquenes. Estas tres cepas conforman hoy el triunvirato de Ocoa Bay y simbolizan el rescate de una vitivinicultura primigenia, fundacional, que hoy se reactualiza gracias al mágico encuentro entre un empresario turístico dominicano y un enólogo cauquenino.



PRIMER ESPUMANTE DOMINICANO

Junto con el proyecto de Ocoa Bay, el empresario Gabriel Acevedo está empeñado en levantar la vitivinicultura de Neyba. Esta región limítrofe cuenta con un plan de fomento estatal, la creación de INUVA (Instituto Nacional de la Uva) y una bodega piloto con capacidad para 250 mil litros. Sin embargo, aún es escasa la producción y prácticamente el Estado compra todo el vino para las fiestas de fin de año. “Así la cosa no mejora”, sostiene Felipe Zúñiga, viendo aún lejana la posibilidad de exportar vinos de calidad a Puerto Rico y otros estados. Decidieron adquirir cubas isobáricas para vinificar el primer espumante dominicano: un rosado de País. Un vino que abre una burbujeante perspectiva para Neyba y la vitivinicultura caribeña.



martes, 12 de abril de 2016

El ocaso de los fisiculturistas

La producción de vinos más ligeros es una tendencia que cada día gana más adeptos. Pero, ¿se trata de elaborar vinos con menores graduaciones alcohólicas o con un mejor equilibrio entre azúcar y acidez? La discusión está que arde.



Al aparecer ya no es una moda. Es una tendencia. Los vinos con menores graduaciones alcohólicas, más ligeros y frescos, están en boca de todos. Es un discurso contagioso, quizás políticamente correcto, que se opone a los grandes blockbusters que dominaron la escena mundial a partir de los años 90.

La pérdida de influencia del crítico norteamericano Robert Parker, quien alentó con sus puntajes los vinos ampulosos, hoy ha dejado espacio a una nueva generación que redescubre los humores más ácidos y una estética más minimalista. Si antes se robaban las cámaras los fisiculturistas, con sus tonos bronceados e impresionantes músculos, ahora la atención está puesta en otro genotipo: cuerpos firmes, claro está, pero más livianos y gráciles.

“Es una tendencia que llegó para quedarse”, afirma el enólogo Juan Alejandro Jofré, autor de este nuevo concepto llamado “Tintos fríos del año”. “Partió como un fenómeno de nicho, pero se ha ido masificando. La gente pide vinos con alcoholes más bajos y en general productos más saludables”, sostiene.

Hace 30 años el Cabernet Sauvignon de Maipo apenas sobrepasaba los 12º de alcohol. Sus uvas se cosechaban en marzo, sin mayores miramientos, y entraban todas juntas (y revueltas) a la bodega para alimentar los grandes fudres de raulí. Hoy parece que innovar es reactualizar el pasado, pero agregando nuevas técnicas y conocimientos.

Sin embargo, a partir de la década del 90, se impuso un estilo y una forma de hacer las cosas donde tuvieron mucho que decir los flying winemakers que justificaban su pega a través de los puntajes de los gurúes de la crítica: vinos maduros, ligera o derechamente dulzones, ultra concentrados y con gran protagonismo de las barricas nuevas.

Aunque esta tendencia siempre tuvo sus detractores en Chile, debido principalmente a la pérdida de tipicidad de los vinos (una uva sobremadura es una uva sobremadura), la receta se popularizó de norte a sur. Los productores estresaban a morir las parras, esperando hasta bien entrado el otoño para cosechar, y luego vinifican caldos, como dicen los españoles, muy espesos y golosos, producto de las largas maceraciones postfermentativas y las profusas notas de la madera.

Según Julio Bastías, enólogo de Matetic, actualmente hay mucha gente que está buscando vinos más ligeros y frescos. “La viticultura se está adaptando al cambio climático, aplicando técnicas, cosechando más temprano, buscando más fruta fresca. Ya nadie (o casi nadie) espera un Cabernet Sauvignon hasta fines de abril. Es una locura. La tendencia es hacer vinos que no sobrepasen los 14º de alcohol. No hay vuelta atrás”, sentencia.

VIDA SANA

Está tendencia tiene muchísimo que ver con el fenómeno de privilegiar una vida más saludable. Hoy los enólogos no sólo trotan en sus tiempos libres, sino además adaptan sus vinos a esta nueva realidad. Para Andrea León, enóloga de Lapostolle, ha sido un factor fundamental. “El tema de la salud y del consumo responsable, de alguna forma ha empujado la demanda por estos vinos. Sin duda es una tendencia global”, asegura.

Hace algún tiempo se publicó un estudio del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) que, por medio de resonancias magnéticas, analizó el comportamiento de los consumidores frente a un mismo vino con diferentes niveles de alcohol. Y los resultados, según su director Ram Frost, son concluyentes: “Los vinos con menor contenido alcohólico inducen a una mayor atención cerebral a aspectos como el aroma, el olor o el gusto de los caldos. El experimento muestra que el cerebro obtiene más placer en los vinos con menos alcohol”.

De acuerdo con Juan Aurelio Muñoz, enólogo de La Ronciere, el consumo de vino está directamente conectado a las sensaciones placenteras. “La gente no puede tomarse toda la botella. No toma para emborracharse, sino para pasar un momento agradable. Me gusta esta tendencia de vinos de 13º de alcohol, frescos, frutosos, que no sean cansadores”, explica.

TERROIR Y MANEJO

Hoy existe la tecnología para desalcoholizar vinos. La osmosis inversa es una de ellas ellas. Sin embargo, para Juan Aurelio Muñoz no tiene mucho sentido cuando se quiere elaborar un vino que realmente represente un terroir.

“Puedes usar técnicas, pero se pierde la magia. No es el camino que quiero”, dice. “Para producir vinos con menores graduaciones hay que encontrar precisamente orígenes más frescos como nuestro viñedos en Idahue, ubicados en la costa curicana. Si cosechas uvas maduras, y luego rebajas alcohol artificialmente, te queda un menjunje que no se entiende: un vino con notas dulces, taninos generalmente verdes y una acidez que no calza con nada”, explica.

Cristián Aliaga, enólogo de William Fèvre, también destaca la importancia del origen para producir vinos más frescos. Por ejemplo, en sus viñedos en Malleco, una de las zonas más australes de Chile, el umbral de cosecha es muy estrecho, de no más de una semana. En la temporada 2014 se cosechó Sauvignon Blanc y Pinot Noir el 24 y 25 de abril y el resultado fueron vinos de 11,4º. El siguiente año se cortó la fruta exactamente en la misma fecha y los vinos alcanzaron 12,6º. Pese a la diferencias de la temporada, no se puede escapar del terroir. “Nunca van a ser vinos golosos, sobrecocidos. No puedo cosechar en Colchagua con esos parámetros. Si quieres vinos con alcoholes bajos, simplemente cámbiate de zona”, explica.

Pero también la importancia de los manejos vitícolas son vitales para obtener vinos más livianos y frescos. Para el enólogo de Matetic el secreto es predecir mejor la temporada y realizar un manejo razonable de estrés. “Hay que ocultar mejor la fruta y regar cuando es necesario. Las parras felices funcionan mejor. Por otro lado, la viticultura biológica te permite tener el suelo más aireado, vivo, con más disponibilidad de agua. Esto es fundamental en condiciones como la nuestra en el secano costero de San Antonio, donde no tienes disponibilidad de agua. Con un viñedo equilibrado te cuesta menos hacer vino. En general tienen una expresión más natural y un mejor balance”, sostiene.

Para Julio Bastías, el manejo convencional ha matado las plantas, como ha pasado en valles como Maipo o Casablanca. “Todo este discurso es vacío si las plantas están enfermas. En Maule, por ejemplo, quizás por falta de recursos y sin saberlo, han practicado desde siempre una viticultura orgánica. Y ahí están las plantas después de cientos de años, más vivas que nunca y produciendo sus uvas año tras año bajo condiciones muy difíciles. Es una tapa boca para toda la viticultura convencional”, sentencia.

En zonas más cálidas, como es el caso de Colchagua, también se pueden hacer vinos con alcoholes más razonables. Para Rodrigo Romero, enólogo de Maquis, es un mito que el ciclo de la vid debe durar 60 días después de pinta. Es perfectamente posible acortar los tiempos para lograr vinos frescos, pero al mismo tiempo con una buena madurez fenólica.

“Un vino ícono como Franco (Cabernet Franc) se cosecha en la segunda semana de marzo. En la arcilla sobre roca de Maquis el viñedo se estresa de forma muy natural. No hay problema. En Marchigüe, en una viña sobre lomaje, tenemos suelos más restrictivos y regulamos a través del riego. El verdor se puede ir muy temprano. De pinta a cosecha no pasan más de 30 días. No tienes que esperar tanto”, explica.

Además explica que el trabajo en bodega es muy relevante, pues con Franco realiza fermentaciones a 21º, súper gentiles, con movimientos sólo una vez por día. “La idea es extraer lo menos posible y que el vino se vaya haciendo en forma lenta y muy natural, casi como si fuera un Pinot Noir”, explica.

CUESTIÓN DE BALANCE

Pero no para todos es un tema prioritario elaborar vinos con bajas graduaciones. El asunto no está zanjado. Para Sven Bruchfeld, enólogo y socio de Polkura, no es una tendencia que llegó para quedarse, sino una más de las vueltas que protagoniza el mercado vitivinícola. “En los 20 años que llevo en la industria no hay nada definitivo. Todo es cíclico. Me imagino que finalmente esta demanda por vinos menos alcohólicos se va a equilibrar para quedarse en un punto medio”, sostiene.

Según el enólogo, se seguirán produciendo vinos con alcoholes altos, pero con un pequeño gran detalle: sin sobremadurez. Los vinos con alcoholes potenciales de 16º ó 17º, que son rebajados de diferentes formas, entre ellas la osmosis inversa, quedaron atrás para siempre. “Si me tomo un vino como los que hacían hace 10 años me muero de lata. Hoy no llegarían ni a los 90 puntos. Por ahí no va la micro”, sostiene.

En la misma línea opina Rodrigo Romero. “No tengo problemas con los vinos alcohólicos tampoco. Es un tema de balance. Nosotros no buscamos alcohol bajo, sino equilibrio, que la estructura esté dada por los taninos y la acidez. El bajo alcohol es una consecuencia de todo eso”, explica. “En Chile es un pecado hacer vinos verdes. No lo quiero caricaturizar, pero antes esperábamos hasta el 20 de mayo para cosechar. Ahora el que cosecha el 20 de marzo es el más choro. Pero, ¡cuidado! Las pirazinas pueden ser de terror”, agrega Cristián Aliaga.

Precisamente la principal preocupación con este estilo de vinos es la madurez fenólica. Sven Bruchfeld afirma que la producción de vinos livianos y frescos es positiva, pero los taninos son chúcaros para vinos comerciales (no para los vinos de nicho que tienen otra lógica). Dice que no todos saben manejar los taninos y duda si el mercado está preparado para entender esos vinos. Incluso pueden no ser sostenibles en el largo plazo, salvo en mercados muy específicos.

“A mí me gusta un vino de cuerpo, pero no alcoholizado. Es el estilo de la casa, sin sabores sobremaduros, sin sobreextracciones, y con una acidez que equilibre los componentes. No le tengo miedo a los 14,5º o más. No tengo ningún problema con eso. Hay muchos vinos con altas graduaciones, como los Madeira, que son equilibrados y frescos. Estoy siempre en un aburrido centro y lo peor es que estoy solo. Todos se están yendo a los extremos”, se ríe.

En la misma dirección apunta Andrea León. “No es tan relevante el tema del alcohol. He presentado a periodistas vinos con “n” alcohol y pasan bien. Además no podemos escapar de la historia. Tenemos vinos como el Carignan del secano del Maule con altas graduaciones, pero con un equilibrio exquisito. O bien, los vinos de Elqui (la enóloga embotella un Mourvédre de Alcohuaz en su línea Collection). Esos vinos son parte de una historia. Pueden tener 15, 5º de alcohol y pHs bajísimos de 3,2. Y los vinos se sienten frescos”, explica.

DEBATE FINAL

Sergio Hormazábal, enólogo de Ventisquero, no está muy convencido que la demanda de vinos con menos graduaciones alcohólicas se esté imponiendo, incluso en mercados que supuestamente han empujado este estilo a través de sus críticos y periodistas. “Hace tres meses que estoy a cargo del mercado de Reino Unido y negociar con los ingleses es durísimo. Piden una calidad extraordinaria, un precio bajísimo y todos los papeles del mundo. Te piden hasta el certificado de Green Peace”, dice con humor.

Por otro lado, asegura que la demanda por un supuesto estilo más fresco, seco (serio, si se quiere), es un mito y se contrapone a lo que sostienen, casi majaderamente, buena parte de la crítica. Ellos jamás lo van a reconocer, pero el vino que rota, el vino de volumen, tiene un mayor nivel de azúcar. Son vinos dulces, sin taninos, sin aristas, demasiado “descafeinados”. Y lo más curioso de todo: con madera. Es lo que pasa en las grandes cadenas, como Tesco, Sainsbury’s o Majestic. Te dicen “me gusta el Chardonnay, pero ponle maderita”. Y yo me pregunto si le estoy vendiendo a los gringos o a los ingleses. Realmente estoy impactado”, relata.

Ahora, en la alta gama, es una historia muy diferente. En las líneas superiores Ventisquero se ha jugado por las especies, la frescura y la madera usada en forma súper racional. “Nos hemos posicionado en ese nicho y no nos vamos a mover. Es un sello de nuestra viña. El alcohol es lo que menos me preocupa. Es lo mismo que estoy haciendo hace 8 años: Rosé con 12º, Sauvignon Blanc con 12,5º y Chardonnay con 13º. Nadie me pide un Sauvignon Blanc de 11º”, dice.

Es que precisamente ahí parece estar la clave. Según Juan Aurelio Muñoz, los vinos de alta graduación alcohólica también tienen su nicho. “El error que se comete es obedecer siempre a las variadas tendencias de los mercados y no desarrollar un estilo propio. Cada viña debe tener su propia identidad. Un concepto que identifique a la bodega. El objetivo es que los críticos y consumidores puedan entender lo que hay detrás de cada proyecto”, explica.

Para Juan Alejandro Jofré, es una tontera hacer vinos bajos en alcohol. “No tiene que ver con el número, sino con el equilibrio. Y a mí me gusta más un equilibrio más ácido que dulce. Eso es lo que intento reflejar en todos mis vinos, sin importar si vienen de un lugar más cálido como Curicó o más fresco, como su nuevo Sauvignon Blanc / Sauvignonasse de Los Queñes. “Ya no me acuerdo cómo se hacen esos vinos de los 90. Ni siquiera puedo tomarlos. Ya no hay vuelta atrás”, asegura.

Según explica, hay consumidores que aprecian mucho la facilidad para beber estos vinos más ligeros y frescos. Otros hay que explicárselos un poco más, pues todavía asocian el alcohol y la madera con calidad. “Lo que hago es adaptar el lugar a lo que yo quiero hacer y no imitar lo que hacen los vecinos. Sin ser soberbio, lamentablemente hay muchos enólogos haciendo Coca Cola porque tienen que respetar las reglas de la compañía donde trabajan. Pero el máximo orgullo es que te reconozcan por un cierto estilo. En el caso de un pequeño productor como yo, no es un gusto que me doy. Es una obligación”, concluye.


miércoles, 23 de marzo de 2016

Las Luciérnagas: Nostalgia de la luz

El emprendimiento familiar del enólogo Felipe Ramírez es un destello dentro del creciente portafolio mediterráneo de Chile. Son un poco más de un millar de botellas de una mezcla tinta de Melozal (secano maulino), pero muy pronto verán la luz otras propuestas.


El enólogo Felipe Ramírez creció en la calle Las Luciérnagas en Santiago. Esa vida de barrio, donde los niños jugaban con asfalto y tierra en lugar de joysticks y pantallas planas, aún sobrevuela en su memoria y la embotella en una mezcla de cepas y emociones. Su padre entomólogo llegaba en las tardes con una bolsa de bichos vivos. Su madre se espantaba. Pero Felipe se divertía. Y grabó en su memoria esos insectos luminosos, el nombre de la calle y cuando la vida quizás era más simple, austera y asombrosa.

“Las Luciérnagas nació de la inquietud que tenemos los enólogos de la industria para expresarte y hacer algo más personal, que implique tu familia y conectándolo con el terroir”, explica.

Felipe es el primero de la familia que se dedica al vino y este proyecto busca aportar y dejar algo a las nuevas generaciones. Al enólogo le llama la atención cuando los viñateros hablan de su historia, de los abuelos y bisabuelos que plantaron las primeras estacas. Junto a su esposa Cinthia, decidieron partir con Las Luciérnagas en 2013, el mismo año en que nació Nicanor, su primer hijo y el heredero de esta novel tradición.

Este primer vino nace en el secano maulino, en un sinuoso campo de Melozal. Es una mezcla mediterránea de Carignan, Grenache y Syrah que ilumina los sentidos con sus notas de violetas, guindas ácidas, hongos silvestres y hojas de tomillo. Esas tierras de rulo y esos cepajes no fueron elegidos por casualidad. El enólogo perfeccionó sus conocimientos en Montpellier y simplemente quedó enamorado de los vinos de Languedoc-Roussillon.

“En ese tiempo no tenía un peso y como estudiante iba con mi botellón de 5 litros a comprar vinos a las bodegas. Allá es súper común que te vendan Grenache o Mourvédre a granel. Era un vino exquisito y con eso me alcanzaba para toda la semana. Volví con ese recuerdo. Por eso hacer vinos en Maule nace de forma súper natural y me hace muchísimo sentido”, sostiene.

Hoy tiene en bodega las cosechas 2013, 2014 y 2015 de Las Luciérnagas, además de un vino fortificado tipo Porto llamado Pequeño Saltamontes que vinifica año por medio. La idea en las próximas temporadas es llegar a una producción de 3 mil botellas de Las Luciérnagas y agregar un Semillón y un País. El enólogo realizó un estudio sobre la cepa fundacional chilena y la ha vinificado de todas las formas posibles y espera muy pronto sorprender con su propuesta.

Las Luciérnagas es un proyecto que reactualiza la nostalgia, apuntando al futuro sin prisa, pensando en los hijos y nietos de Nicanor.


sábado, 6 de febrero de 2016

15 revelaciones de 2015

Nuevos proyectos, nuevas mezclas, nuevos orígenes, nuevas cosechas. Estos son los vinos que refrescaron y sacudieron nuestro paladar.


El país vitivinícola crece. Es más alto, pero también más ancho. En las última década se ha producido una verdadera revolución con nuevas plantaciones en altura, en el borde costero, en el sur profundo; con el rescate de cepajes y valles olvidados por la historia, que hoy contemplan el paisaje con un renovado optimismo; con la irrupción de proyectos familiares o a escala humana; con verdaderos vinos de origen, naturales, innovadores; con un carácter e identidad que aporta al fortalecimiento de la imagen del sector en los mercados internacionales.

Es como una olla en ebullición, aún algo desagregada, quizás inorgánica, pero que refresca y diversifica el panorama vitivinícola.

Después de haber catado más de mil vinos durante 2015, hemos realizado una selección de aquellos que reflejan este nuevo espíritu, muchos de ellos primeras cosechas de promisorios proyectos o clásicos que se reinventan para reverdecer sus laureles. Estos vinos representan distintos cepajes y orígenes, pero tienen algo en común: intentan escapar del status quo, de escalar nuevos peldaños cualitativos, de profundizar en un estilo propio y coherente en el tiempo.

Brutall Juan Rosales Cinsault

Este espumante no sólo rescata una cepa rústica y menospreciada, proveniente de un valle fundacional como Itata, sino además pone en valor la asociatividad como un camino imprescindible para los pequeños productores. Perteneciente al colectivo Centinelas del Itata Profundo, que reúne una veintena de representantes de la vitivinicultura familiar campesina, este vino elaborado con el método tradicional conquista con sus notas de frutillas y copihues rojos.

Calyptra Gran Reserva Sauvignon Blanc 2012

Definitivamente rompe los moldes. Trepa la cordillera para reivindicar Los Andes (Coya, Cachapoal) como un gran terroir para vinos blancos y demuestra que el Sauvignon Blanc sí puede envejecer con dignidad, alcanzando mayores alturas y complejidades. Estuvo 18 meses en barricas y es un vino inmenso, colmado de capas aromáticas y con un insospechado potencial de guarda. Perfectamente se puede descorchar en cinco años más y continuará teniendo ese carácter firme y vibrante.

El Pellín Vino Blanco de la Zona 2014

Causó una gran impresión en el jurado del pasado Six Nations Wine Challenge en Sydney y no muchos de ellos eran fans de los vinos naturales. Es que esta mezcla de Chardonnay y Pinot Blanc osornina rompe con las etiquetas y convenciones. Impresiona por su textura sedosa y la mineralidad que regalan esos suelos de toba volcánica. Es un blanco atípico, pero no demasiado difícil de comprender. Seduce al primer sorbo.

Trabún Syrah 2009

Es uno de esos Syrah que no dejan indiferentes a nadie. Coquetea con sus notas de murta y hierbas, pero en boca definitivamente consuma la relación con los consumidores. Es un vino lleno de quiebres y sutilezas, con una boca profunda, eléctrica y salina. Algunos lo llaman elegancia. Prefiero decir que es un vino con carácter, equilibrado, que refleja muy bien su origen en Cachapoal, pero con un toque muy distintivo.

Ventisquero Herú Pinot Noir 2013

Refleja la voluntad de ir creciendo con esta cepa y llevarla más allá en un segmento donde abundan los vinos de buena relación precio / calidad. Después de cinco entregas, este Pinot Noir, que nace en una ladera granítica de Casablanca, emociona con sus notas de frambuesa, sal marina, yodo y hierba fresca. Es la mejor cosecha de Herú. Un Pinot Noir de fuste, fino y equilibrado, pero por sobre todo con una personalidad atractiva.

J.A. Jofré Tempranillo / Cariñena / Carmenère 2014


No sé si este vino adhiere a la filosofía de Vinos Fríos del Año, como reza el proyecto del enólogo Juan Alejandro Jofré, pero sí impresiona por el atrevimiento de sus componentes y por la vibrante acidez que caracteriza sus propuestas. Con notas de frutos silvestres, flores y especias dulces, es una mezcla portentosa y equilibrada, donde el Carmenère abrocha muy bien las cepas mediterráneas, suavizando sus ángulos, esculpiendo un tinto firme pero locuaz.

Aresti Trisquel Series Altitud Merlot 2014


No hay demasiados Merlot que vuelen la cabeza. Ni muchos curicanos que huyan de la depresión intermedia. Pero este vino se pone los bototos y sube a 1.245 metros de altura. Es un vino con un alcohol considerable, pero que impresiona y desconcierta con sus excéntricas notas de flores silvestres, frutillas, comino y eneldo. Es vino un andino de tomo y lomo, que rompe la monotonía del segmento, que lleva los tintos de Curicó a nuevas alturas.

Tartufo Malbec 2013

Proviene de un viñedo que probablemente sobrepasa los dos siglos de edad. ¡Todo un hallazgo en San Rosendo! Esta interpretación de Viñas Inéditas refleja la sabiduría de estas parras, la templanza y profundidad que sólo dan los años. Con notas de cassis y grosellas negras, mucho toffee y una bocanada de humo, este vino transita por el paladar con personalidad y dulzura, dejándonos el recuerdo de una saga que recién comienza a mostrar sus mejores frutos.

Matetic EQ Syrah 2012

Fue el pionero en producir Syrah costeros o de clima frío, provocando debate y controversia entre los enólogos. Pero este estilo logró imponer sus términos. Hoy es una categoría que suma cada vez más adeptos en Casablanca, San Antonio, Leyda, Aconcagua Costa, Limarí y Elqui. Con esta cosecha, EQ demuestra toda su vigencia y poder de seducción de sus violetas, moras silvestres, hojas de laurel y pimienta negra.

Garage Wine Co Lot 47 Carignan 2013

No sólo interpreta con fidelidad el carácter del secano maulino, de esas viejas parras de Carignan que superaron los vaivenes del mercado, sino que profundiza aún más en su origen. Proveniente de Truquilemu (Sauzal), este vino es un delicioso cóctel de flores, guindas ácidas y hierbas silvestres. Con el nombre de su viñedo bien puesto en la etiqueta, no sólo reivindica una cepa, sino además el esfuerzo del campesino que con muchísimo esfuerzo ha mantenido la tradición familiar del cultivo de las vides.

Caballo Loco Nº1

Ya desde el ritual del descorche es una aventura. Y cuando se decanta comienzan a irrumpir sus atractivos y complejos aromas. Después de tres lustros, esta misteriosa mezcla de Sagrada Familia conserva intacta toda su chispa y profundidad de sabores. No sólo es un vino que innova en términos enológicos y de marketing, preservando en la mezcla siempre la mitad de la cosecha anterior, sino además emociona con sus notas de guindas y ciruelas, granos de café y canela, historias y enigmas aún por descubrir.

Terco País 2015


Aunque aún se paga una miseria por sus uvas, la País levanta su cabeza y desafía con orgullo el horizonte. Terco, como su nombre lo indica, es un ejemplo de los campesinos que rescatan y ponen en valor esta cepa que ha sido menospreciada durante siglos. Sebastián Sánchez, hijo de unos productores tradicionales de pipeño, embotella por primera vez este País del humedal de las Ciénagas del Name (Cauquenes) que nos devuelve el alma al cuerpo con sus delicadas notas de frutillas y flores.

Las Luciérnagas 2013


Es el primer vino del proyecto familiar de enólogo Felipe Ramírez. “Otra mezcla mediterránea más”, pensé cuando lo descorché. Pero Las Luciérnagas ilumina la escena y agrega nuevas tonalidades a uno de los segmentos con mayor crecimiento en el último año. Con esta mezcla de Grenache, Carignan y Syrah (Melozal), este vino proyecta notas de violetas, dihueñes y hojas de tomillo. Un extraordinario debut para un nuevo representante del secano interior.

De Martino Viejas Tinajas Muscat 2014


No es fácil vinificar en tinaja. Tampoco conseguirlas. Pero este vino rescata esta preciosa tradición (aún no estoy seguro si los antiguos fermentaban en greda o sólo la utilizaban como recipiente) y la reactualiza con inusitados niveles cualitativos. Este Moscatel del Itata sorprende con su color dorado y exquisitas notas de flores blancas, damascos, pasas rubias, heno y tierra húmeda. Es la mejor versión de un vino que ya pinta para clásico.

Polkura Secano Syrah / Grenache 2013


Cuando lo degusté aún no tenía una etiqueta definitiva, pero qué más da. Este representante de Marchigüe me doblegó desde el primer sorbo con su carácter firme, elocuente y divertido. Es un vino maduro y voluptuoso, pero al mismo tiempo jugoso y especiado. No sólo demuestra que en el valle colchagüino las mezclas mediterráneas llegaron para quedarse, sino además que se puede practicar una más ecológica viticultura de secano.



sábado, 2 de enero de 2016

Pulso: El latido de la naturaleza

Este proyecto nació en 2013 con una mezcla tinta en base de Malbec. Un vino purista, delicado y complejo, que refleja el terroir de Colchagua Costa, luciendo el lado más floral de esta cepa.


Ximena Pacheco siempre tuvo la inquietud de hacer sus propios vinos, pero la idea comenzó a cobrar fuerza cuando trabajaba como enóloga en Hungría, codo a codo con el asesor internacional Paul Hobbes. Allí, entre Villány y Tokaj, este sueño se fue materializando en su cabeza, hasta que en diciembre de 2012, luego de dejar la bodega de Viña Casablanca, dio el paso decisivo vinificando una partida de uvas de Lolol.

Así nació Pulso, una mezcla tinta en base de Malbec, con pequeños aportes de Merlot y Cabernet Sauvignon. “En 2013 vinifiqué Malbec de la zona y me encantó la expresión de la fruta. No parecía Colchagua. Tenía esa mezcla de flores y fruta roja que lo hace tan especial”, explica la enóloga.

Ximena cuenta con tres socios, quienes son los dueños del campo de 385 hectáreas, donde existen 50 de viñas, 20 de ciruelos y 2 centeneras de ovejas que recorren el paisaje y vigilan las producciones. “Mis socios han sido muy respetuosos de mi trabajo y me han dejado hacer, desde la concepción del vino hasta todo el tema de la imagen y comercialización”, sostiene.

La cosecha 2013 fue vinificada en Viña Lafquén, pero a partir de este año toda la producción se trasladó a la bodega de Viña Odjfell, que ha abierto un espacio a pequeños proyectos que comparten la pasión por hacer vinos a pequeña escala. “Me encanta trabajar en equipo y eso echaba de menos cuando me fui a trabajar a Casablanca”, explica.

Esta mezcla tinta, que busca seducir con su carácter floral, frescura, delicadeza y complejidad, nace en los suelos franco-arenosos de un viñedo recostado a los pies de una loma granítica. Allí por las tardes se cuela el viento de la costa y refresca los racimos, permitiendo cosechar uvas con una excelente relación azúcar / acidez y cuyos vinos no sobrepasan los 14º de alcohol.

Las uvas son cortadas muy temprano en la temporada (el 14 de marzo en 2013) y luego vinificadas mediante tres diferentes procesos para hacer un vino más complejo y multidimensional: una primera fracción va directo a bins y los innovadores huevos Apollo (elaborados con un material poroso de polímeros que permite cierto grado de microoxigenación); otra fracción recibe un 30% de escobajos para ganar en estructura y resaltar las notas herbales: y una última fracción, compuesta de granos enteros, van a barricas viejas para destacar su carácter frutal.

Ximena no cree en la fermentación en frío, pues prefiere evitar el gasto de energía en refrigeración. Además utiliza sólo levaduras nativas en el proceso de fermentación. Su objetivo es lograr un vino que destaque por su pureza y que muestre sin interferencias las características del terroir de Lolol.

La enóloga afirma que, además del Malbec, la calidad del Cabernet Franc y Merlot es sobresaliente, por lo tanto ya está diseñando una nueva mezcla correspondiente a la cosecha 2014. Aún no tiene un nombre definido. Sólo adelanta que sus uvas fueron cosechadas el 4 de marzo, cuando muchos colegas volvían de vacaciones en guayabera. “Estamos definiendo una marca paraguas. A diferencia de otros proyectos, éste ha sido súper intuitivo. Tenía este vino en mi cabeza. Lo envasé y no tenía ni etiqueta ni nombre”, explica.

La producción de Pulso 2013 es de 3.500 botellas, pero el proyecto tiene contemplado llegar a 2 mil cajas en los próximos cinco años a un precio de $ 21.900 por botella. Mientras tanto, este primer vino podría comenzar a venderse en Estados Unidos en los próximos meses y ya está presente en algunos restaurantes emblemáticos de nuestros país, como Espíritu Santo de Valparaíso y los santiaguinos Ambrosía y Barrica 94.