miércoles, 11 de diciembre de 2013

10 espumosos para celebrar

Hace una década los espumosos eran sólo para celebrar las festividades. Su consumo era súper estacional y basado principalmente en el estilo demi sec. Hoy las burbujas explosionan, serpentean y alcanzan nuevos umbrales cualitativos. Las bodegas chilenas han afinado la mano. El mercado se expande. La fiesta es de verdad.
A los chilenos definitivamente se les subieron las burbujas a la cabeza. En los últimos cinco años el consumo de espumosos casi se ha doblado, pasando de US$ 31 millones a US$ 61 millones. Pero no sólo eso. Ya no necesitan esperar la noche de Año Nuevo para descorchar una botella. Tampoco quedarse pegados en los demi sec o moscato. Los paladares se han refinado. La demanda por vinos secos empuja un carro que parece no tener punto de retorno. Los consumidores ya gastan casi US$ 4 al año, despertando una categoría que hibernaba como los espum-osos.

Ha sido un proceso mucho más lento, pero la demanda de espumosos chilenos en el exterior comienza a sacudirse la modorra. De acuerdo con datos de ProChile, durante los primeros nueve meses de 2013 se exportaron prácticamente US$ 15 millones, un 8% superior al mismo período del año pasado, principalmente a Japón, Venezuela y Reino Unido. Liderados por Undurraga, Concha y Toro y Valdivieso, los envíos al extranjero, en una estrategia de mediano y largo plazo, también representan un aliciente para que las viñas nacionales aumenten la oferta y calidad de sus espumosos.

El mercado chileno, aunque es muy pequeño en comparación a otros países –los argentinos beben US$ 364 millones de espumosos–, es atractivo en segmentos superiores de precio debido al sostenido crecimiento económico durante los últimos años y al carácter cada vez más cosmopolita de su capital Santiago. Esto no sólo ha tentado a marcas extranjeras a comercializar sus productos en Chile, especialmente argentinas, españolas y francesas, sino además ha generado todo un cambio cualitativo en la oferta de vinos locales, levantando fuertemente la categoría de espumosos secos y elaborados bajo el método tradicional o champenoise.

Hoy en Chile se producen espumosos desde Limarí hasta Bío Bío, destinando los mejores terruños para cosechar uvas frescas y vibrantes. La mayoría de ellas provienen de valles costeros, como Casablanca y Leyda, pero en los últimos años el sur profundo ha sido redescubierto como un muy buen proveedor de uvas con pHs bajos y una personalidad muy distintiva.

En Itata, por ejemplo, un grupo de productores tradicionales ha unido fuerzas para rentabilizar sus antiguos viñedos de Moscatel y Cinsault, comenzando una auspiciosa saga que tiene muy expectante a la prensa especializada. Incluso en la orilla del lago Ranco –un proyecto de la familia Silva– y en la ribera del río Pilmaiquén, en la osornina comuna de San Pablo –un emprendimiento de Christian Sotomayor y Alejandro Herbach-, han logrado atrapar burbujas que deparan futuras y felices sorpresas.

Junto con los terruños adecuados para la elaboración de los vinos base, la mayoría de ellos mezclas de cepas tradicionales francesas, se ha depurado muchísimo la técnica para la producción de champenoise y charmat. Hoy la oferta es amplia y de una calidad creciente. Podemos encontrar en las estanterías espumosos simples, alegres y refrescantes. Otros elegantes, complejos y firmes. Ya no hay que buscar excusas. Los espumosos chilenos ya no sólo sirven para aplacar la sed de las festividades, sino que son una celebración en sí mismos.

Morandé Brut Nature, Casablanca

Con un 60% de Chardonnay –y el resto Pinot Noir– provenientes del fundo Belén, estamos ante un espumoso elaborado bajo el método tradicional, elegante y ambicioso, producto de casi cuatro años de crianza. Con aromas florales y frutosos, pero muy bien apoyados por notas de pan tostado y trufa fresca, seduce por su fineza y complejidad. Su boca es firme, oleosa y fresca.

Tamaya T Nature Chardonnay 2010, Limarí

Es un espumoso serio, atípico y profundamente mineral. De los viñedos de la parte norte de su campo en Quebrada Seca, caracterizado por sus suelos con un mayor contenido de componentes calcáreos, presenta aromas sutiles, delicados, pero una boca punzante y en extremo seca. Es un vino artesanal y t… tremendamente atractivo.

Casa Silva Fervor, Colchagua

Con Pinot Noir y Chardonnay provenientes de sus campos de Lolol y Paredones, este espumoso con segunda fermentación en botella conquista por su carácter, elegancia y potencia en boca. Con notas cítricas y minerales, que regala el Colchagua más costero, es un vino hecho para sentarse a la mesa y disfrutar con fervor de una gran sierra grillada.

Valdivieso Blanc de Blancs, Casablanca y Curicó

Es un Chardonnay delicado y elegante. Elaborado bajo el método champenoise, con nada menos que 30 meses de crianza, regala notas de flores silvestres, manzana verde, nueces y pan tostado. Es un vino muy equilibrado en sus aromas y con el peso justo para acompañar un lujurioso ceviche de lenguado.

Portal del Alto Brut, Itata

Proveniente de la zona de Quillón, este espumoso charmat está compuesto por una base de Chardonnay, pero con un 10% de Moscatel que perfuma, alegra y hace bailar sus finas burbujas. Es un espumoso con notas florales y de manzana verde, simple y directo, con una excelente relación precio / calidad.

Leyda Extra Brut Blanc de Blancs, Leyda

Un espumoso refrescante, que refleja todo la personalidad de esas parras de Chardonnay que encaran el Pacífico. Con expresivas notas cítricas y de manzana verde, y con un toque de pan tostado producto de una crianza de 18 meses con sus lías, este champenoise atrae por su simpleza y elocuente acidez.

Miguel Torres Estelado País, Secano Interior

Este Rosé no sólo rescata una olvidada denominación como Secano Interior, sino además pone en valor una cepa rústica y castiza como la País, destinada principalmente a la elaboración de humildes vinos campesinos. El resultado: un espumoso que cautiva con sus aromas de frutilla y frambuesa, pero al mismo tiempo con una boca firme, suave y chispeante.

Undurraga Titillum Original, Leyda

Esta mezcla tradicional de Chardonnay y Pinot Noir, destaca por sus burbujas finas y punzantes. Con aromas de flores, damascos y frambuesas, muy bien fundidas con los tonos ahumados de su crianza, ofrece una boca bien estructurada, sabrosa y ligeramente dulce.

Cono Sur Brut Special, Bío Bío

A partir de su cosecha 2012 ya no tiene Riesling en su mezcla, pero continúa conservando su carácter y ese acidez distinta del sur de Chile. Con un 93% de Chardonnay y el resto Pinot Noir, este espumoso elaborado bajo el método charmat presenta notas de flores blancas, manzana roja y ciertos tonos amielados que complementan su vocación por la frescura.

Bandido Neira Cinsault 2012, Itata

Es un espumoso hecho a lo bandido. Y desde su primera cosecha nos tomó por asalto su elocuente personalidad. Con notas de frambuesas y guindas ácidas, este espumoso con segunda fermentación en botella abre un promisorio camino para el Cinsault del Itata. Es un rosé para beberlo joven y despreocupadamente. Hasta la última gota.






miércoles, 30 de octubre de 2013

Vinos del Balaton: La nueva revolución húngara

Si bien está región es dominada por los blancos, especialmente por sus florales Olaszrizling, en la orilla sur del lago irrumpen algunos tintos excepcionales: vinos que confieren una nueva dimensión a cepajes internacionales, como Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot. Una personalidad marcadamente especiada, profundamente húngara.
En Budapest se respira modernidad, un ambiente cosmopolita y efervescente, pero también el imponente y sobrecogedor peso de su historia. A pesar de sus múltiples guerras y revoluciones, su carácter imperial se mantiene incólume. Sus variados estilos arquitectónicos, muchas veces recargados y asimétricos, son el escenario de una capital donde se vive intensamente las artes, la gastronomía y el vino. Por la orilla del Danubio, este río-literario que separa Buda de Pest, pasean más de 4 millones de turistas al año, colmando sus coloridos restaurantes y bares. Y frente al imponente castillo de Buda, que vigila los nerviosos movimientos de la ciudad, descorchamos un Tokaji Demeter Furmint 2008, un vino seco, fresco y profundamente delicioso, que simboliza un antes y un después, que representa de gran forma los nuevos aires de la vitivinicultura húngara.

Los vinos húngaros viven una nueva revolución. Después de casi medio siglo de siesta, descansando en sus viejos laureles, intentando calmar la insaciable sed del imperio soviético, despierta con un renovado espíritu. Tokaj, su región más emblemática, la cuna de los más sublimes vinos dulces del mundo, hoy se abre al cambio, a la innovación, escapando a ratos de la podredumbre noble para ofrecer vinos secos, frescos y vibrantes. La pequeña gran Somló, a los pies del volcán del mismo nombre, persevera en la potente mineralidad de sus vinos, embotellando Furmint y Hárslevelű que sacan chispas. Y las regiones del Balaton, ubicadas a tan solo un centenar de kilómetros de Budapest, se reinventan para producir jugosos blancos y algunos de los mejores tintos de Hungría.

LOS IMPRONUNCIABLES BLANCOS

El lago Balaton es también conocido como el mar de Hungría. Y tiene credenciales de sobra. Con nada menos que 77 kilómetros de largo y un promedio de 7,8 de ancho, es el balneario predilecto de los húngaros y muchos de sus vecinos, pero también el epicentro de cuatro importantes regiones vitivinícolas: en su orilla norte, Balatonfured-Csopak, Badacsony y Balatonfelvidék; y en el extremo sur, Balatonboglár. Ambos lados presentan características muy diferentes. La parte norte es más accidentada. De espaldas a una formación volcánica, produce vinos blancos con marcados tonos minerales, francos y ligeros, pero quizás sin la complejidad de los grandes de Somló.

En Badacsony, por ejemplo, las variedades más cultivadas son Olaszrizling y Rajnai Rizling. También para los paladares más exigentes, que siempre andan en busca de rarezas, encontramos botellas del salino Kéknyelű, el vino favorito del gran escritor Sándor Márai. De la mano de próceres como Huba Szeremley, esta cepa autóctona alcanza dimensiones insospechadas y un potencial de guarda que puede sobrepasar fácilmente una década.

Si bien en Balatonfelvidék bajamos un poco en intensidad, encontramos algunas cosas muy peculiares y únicas. De acuerdo con el experto húngaro József Kósarka, los vinos más populares de esta zona provienen de la blanca Cserszegi Fűszres, una uva híbrida que proviene del cruce de Irsai Olivér y Tramini, creada hace medio siglo y que hoy crece casi exclusivamente junto al pequeño balneario Héviz, considerado la mayor fuente de aguas termales de Europa. “Comercializada en el mercado británico como ‘El impronunciable’, esta cepa regala vinos ligeros, con intensos y complejos aromas de frutas tropicales y de flores de saúco, y un final de delicadamente boca dulce”, explica.

En Balatonfured-Csopak existen muy buenos terruños para blancos, pero también algunos para tintos de ciclo corto de maduración como Merlot y Zweigelt, plantados mayoritariamente en la península de Tihany, cuya abadía fue construida hace más de mil años y donde se encontraron los primeros documentos escritos en húngaro. Sin embargo, la variedad más extendida es la Olaszrizling –conocida también como Welschriesling, no es pariente del acorazado alemán-, junto a cepajes como Szürkebarát, Chardonnay y Sauvignon Blanc. Quizás los vinos más interesantes de la zona son los Olaszrizling de István Jásdi, elaborados con levaduras indígenas, frescos y punzantes, con alcoholes que no superan los 13º, o bien, sus más estructurados ensamblajes de Olaszrizling y Furmint.

EL PEQUEÑO REINO TINTO

Si en la orilla norte dominan los blancos, en Balatonboglár los tintos son sin duda la especialidad de la casa, probablemente los más interesantes y bien logrados de Hungría. Sus suelos más pesados, amarillentos y arenosos, con un buen porcentaje de gravilla, que caen suavemente hacia el lago, ofrecen la exposición ideal para que maduren cepajes como Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot. Estos vinos, con crianzas en barricas de roble francés y húngaro, cautivan por su personalidad especiada, pero sobre todo por su jugosidad y profundidad en boca, destacando especialmente productores como Vencel Garamvári, János Konyári y Ottó Légli.

En la hermosa y moderna bodega Konyári, hicimos un alto para disfrutar del paisaje y de los vinos. Liderada por János Konyári y su hijo Daniel, la filosofía de la casa es tratar las uvas con mucho respeto y limpieza, manejando gravitacionalmente todo su proceso de vinificación. Sus vinos transmiten toda la tipicidad de la orilla sur del Balaton, moldeada por la humedad y temperaturas de un verano que coquetea en forma muy natural con los cepajes tintos. Pero también con algunos blancos que ostentan un muy buen equilibrio entre azúcar y acidez, como su Loliense 2011: una mezcla de Sauvignon Blanc, Chardonnay y Olaszrizling, muy floral, con tonos cítricos, un ligero toque metálico y una acidez bastante pronunciada.

Pero, sin duda, son sus tintos los que marcan pauta y abren un inexplorado y
prometedor camino para los vinos húngaros. Como aperitivo, Jánoshegyi Kékfrancos 2011, un ligero y súper especiado tinto, que cautiva por su gran personalidad; Sessio 2009, un ensamblaje de Merlot y Cabernet Franc, salpimentado y profundo; Páva 2009, una mezcla de Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Petit Verdot y Merlot, un vino poderoso, pero de modales delicados, considerado por la crítica húngara como el tinto más elegante de Hungría; y una gran primicia: Konyári 2009, un Cabernet Sauvignon firme y vibrante, fino y complejo, que insinúa un tremendo potencial de guarda.

Si bien Hungría es y será reconocida por sus blancos, desde sus minerales exponentes de Badacsony o Somló hasta sus míticos Tokaji Aszú, su paleta de colores y sabores se amplía con una nueva generación de tintos que tiene mucho por decir. Ya sea con variedades internacionales, o rescatando menospreciados cepajes como Kékfrancos, sus vinos expresan una personalidad distintiva y que armoniza muy bien con las cocinas condimentadas del mundo gracias a sus exóticos matices aromáticos y marcada frescura.

Sin abandonar las antiguas tradiciones, utilizando sus variedades autóctonas y barricas de gran calidad, los húngaros sin duda despertaron de su larga siesta para ponerse pantalones largos.







jueves, 8 de agosto de 2013

10 vinos dulces para recordar

Desde las nuevas zonas costeras hasta el tradicional secano interior, los Cosecha Tardía chilenos recuperan la chispa y elocuencia que habían quedado presos del olvido. Hoy son una categoría que se toma en serio, mostrando, en ciertos casos, un gran equilibrio entre dulzor y acidez. Una contundente y untuosa personalidad que no se achica frente a los grandes exponentes del Viejo Mundo.
Dicen que comer pasas ayuda a la memoria, pero el gusto por estos frutos deshidratados parece ir en franca retirada. Hoy escasea en el pino de las empanadas. Se echa de menos en el cambalache de maníes y almendras a la hora del aperitivo. Esta falta de pasas, esta afrenta contra el sol, este imperdonable olvido, nos tiene convencidos de que la producción de vinos dulces en Chile es un fenómeno reciente, que se inauguró en 1988, cuando Pablo Morandé, entonces enólogo de Concha y Toro, elaboró el primer vino etiquetado como Late Harvest o Cosecha Tardía.

Sin embargo, los vinos dulces tienen antecedentes coloniales, profundos y embebidos por la tradición castiza de las Mistelas y otros brebajes que endulzaban los albores de la nación. No podemos olvidarnos de los elocuentes Pajaretes del Valle de Limarí, con los florales y amielados tonos de sus Moscateles, que hoy se redescubren y revaloran como un patrimonio de la vitivinicultura nortina. Tampoco de los Asoleados de Cauquenes, esos vinos rústicos y sabrosos hechos a partir de la tinta Criolla o País, cuyos racimos eran cortados y dejados secar bajo el inclemente sol del secano interior maulino.

No hay cepas exclusivas para la elaboración de Late Harvest, aunque resulta mucho más sencillo con variedades de pieles más sensibles, como Sauvignon Blanc, Semillon o Gewürztraminer. Fieles a nuestra tradición francesa, que se impuso a partir de la segunda mitad del siglo XIX, muchos intentan emular los Sauternes, esos portaestandartes que nacen a partir de Semillon (y a veces con un porcentaje menor de Sauvignon blanc), como el mítico Château d'Yquem. Sin embargo, no existen dogmas al respecto. Todo depende de la imaginación del enólogo y, por supuesto, de las únicas y peculiares características del terroir.

Como sabemos, no es fácil reunir en un mismo lugar las condiciones de calor y humedad para propiciar la botrytis cinerea o podredumbre noble. A diferencia de la podredumbre gris, que destruye sin asco los granos, la botrytis cinerea penetra con ternura los microporos de sus pieles y absorbe el agua, aumentando el nivel de glicerina en el interior de la baya. Luego de una serie de reacciones químicas, este hongo milagroso confiere a los vinos una textura untuosa y exuberantes notas de miel, flores, membrillos, almendras y otros descriptores que van surgiendo a medida que el jugo descansa en estanques o barricas de roble.

Pero no es fácil conseguir tamaña nobleza. El desarrollo de botrytis muchas veces es irregular o disperso, incluso en un mismo racimo, obligando a los viticultores a vendimiar por pasadas o grano por grano, encareciendo la mano de obra y el vino que finalmente se colocará en el mercado. Para lograr un vino equilibrado (la perfecta ecuación entre dulzura y frescor), es fundamental cuidar la acidez natural de la fruta. Las uvas con botrytis pueden sobrepasar fácilmente los 20° de alcohol probable, dejando, a la postre, muchos gramos de azúcar sin fermentar.

Sin duda este balance es más sencillo de conseguir en regiones frías, como Alemania, Austria o Canadá, pero no tanto en zonas más cálidas, donde en ocasiones se requiere corregir la acidez con tartárico. Sin embargo, los enólogos chilenos, poco a poco, gota a gota, comienzan a tomarse la categoría mucho más en serio. Así lo refleja la incasable búsqueda de los terroirs más adecuados, desde la costa nortina hasta las tradicionales zonas del secano, combinaciones de cepajes que proyectan una personalidad diferenciadora, y el rescate de valles patrimoniales y con una historia dulce e imperecedera, como Cauquenes, Itata y Bío Bío.

Los Cosecha Tardía chilenos tienen mucho que decir. Y lo dicen con una dulzura extrema, a veces avasalladora, pero con un discurso cada vez más equilibrado y profundo. La categoría, más tarde que nunca, recupera su memoria.

MORANDÉ GOLDEN HARVEST 2007

Sólo se han embotellado dos cosechas de este Sauvignon Blanc: 2000 y 2007, cuando en su terroir de Casablanca se dan las condiciones perfectas para la mágica irrupción de la botrytis cinerea. Aromas de jazmín, damasco, papaya, melón, macadamia y trufa blanca. Untuoso y profundo. Serio, complejo y fantasmal. Una leyenda dorada.

ECHEVERRÍA LATE HARVEST 2007

Es el escudo familiar de la viña de Molina. Un Sauvignon Blanc concentrado, pero de movimientos gráciles, que recuerda frutos confitados, pistachos, trufas blancas, avellanas y semillas de girasol tostadas. Un homenaje a la más noble de las podredumbres. Y al vino mismo.

RESERVA DE CALIBORO ERASMO 2009

Un hallazgo, quizás una reliquia del secano maulino. Un vino en base a Torontel que recoge la antigua tradición de cortar los racimos y dejarlos colgando al sol. Flores silvestres, damascos secos y cítricos confitados. Un vino que regala un toque ancestral y de locura.

MIGUEL TORRES NECTARIA RIESLING 2009

Un curicano que trasmite paciencia y sabiduría. Con la irrupción natural de la botrytis cinerea, o ayudada por la mano del hombre, este Riesling regala mucha concentración y frescura. Con notas de duraznos maduros y confitura de naranja, se muestra nervioso y profundo, prometiendo (y no en vano) un gran potencial de guarda.

VALDIVIESO ECLAT SEMILLON 2011

En los faldeos cordilleranos de Molina, nace este Semillon 100% botrytis noble. Es un vino concentrado, pero en extremo vivaz, que va develando lentamente distintas capas de sabores, distintas complejidades, desde papayas hasta mermeladas de cítricos. Es complejo y untuoso. Profundo y elocuente.

CASAS DEL BOSQUE LATE HARVEST RIESLING 2011

Es un fiel representante de una de las zonas más frías de Casablanca. Un Riesling que huele a flores de acacia, dulce de membrillo, cáscara de naranja y hierbas aromáticas. Es un Late Harvest que profundiza en un estilo fresco, tentándonos (o obligándonos) a terminar con la botella.

CHOCALÁN MALVILLA RIESLING 2011

Proveniente de la zona de Malvilla, ubicada a sólo 5 kilómetros del mar, este Riesling sorprende con su cuerpo ligero y por una frescura que persevera y persevera en el paladar. Con notas de azahares, damascos secos y confitura de naranja, nos deja un recuerdo dulce y salino. De vacaciones. De mar y viento.

CONO SUR COSECHA NOBLE RIESLING 2011

Orgullosamente de Mulchén, en el Valle de Bío Bío, este Riesling muestra un gran equilibrio entre dulzor y acidez, entre su cuerpo firme y sus movimientos elegantes. Es un vino que serpentea en el paladar, que conquista con sus notas de flores blancas y carácter cítrico. Con su exquisita acidez.

TAMAYA SWEET GOAT MOSCATEL DE ALEJANDRÍA 2012

Me encanta el carácter floral de los Moscateles de Limarí. Y esa ligereza y suave balanceo que acaricia el paladar. Es un ramillete de flores. Lirios, rosas, jazmines y peonias. Frutos como papayas, damascos y mandarinas. Proveniente de parronales, este vino proyecta de muy buena forma la más dulce tradición nortina.

VIU MANENT NOBLE SEMILLON 2012

Había mucho, pero hoy cuesta encontrar viñedos antiguos de Semillon. Pero en el Fundo San Carlos, en el corazón de Colchagua, Viu produce este concentrado vino que proviene de parras de 40 años de edad. Con notas de miel, damascos, almendras y cáscaras de naranja confitadas, este vino es pecaminoso. Es pura voluptuosidad.



martes, 6 de agosto de 2013

Valle de San Antonio: La locura que terminó contagiando a todos

Pese a su breve historia, es uno de los valles más cotizados y la cuna de algunos de los Sauvignon Blanc más impresionantes de la escena nacional. Pero hay otras cepas que también tienen algo que decir. Y aún hay tiempo. Aún hay mucho paño blanco (y tinto) que cortar.
Pareciera que los viñedos siempre hubieran estado allí, como eternos vigilantes de las olas, pero la historia del Valle de San Antonio comenzó hace tan sólo 15 años, cuando el empresario Luis Alberto Fernández plantó las primeras estacas de Chardonnay, salpicando con un poco de verde los agrestes suelos del secano costero, donde sobrevivía una agricultura de humildes raíces campesinas, dedicada principalmente al cultivo de hortalizas y cereales.

Con una pluviometría que apenas promedia los 350 mm al año, el empresario debió realizar una millonaria y fundamental inversión para irrigar esta tierra virgen y sedienta de un mejor destino: construir una tubería de 8 kilómetros que guiara las aguas del río Maipo hasta los viñedos. Una locura, para muchos, pero a final de cuentas una visionaria y rentable jugada. Así fueron los inicios de la pionera Viña Leyda –hoy controlada por el Grupo San Pedro-Tarapacá-, y de una saga que está lejos, muy lejos de terminar.

En un abrir y cerrar de ojos, se levantaron las bodegas de Garcés Silva, ubicada en la zona de Leyda, Casa Marín, en la más costera Lo Abarca, y Matetic, en las suaves colinas de El Rosario, casi en el límite con el Valle de Casablanca. Este triángulo virtuoso, que prácticamente delimita el Valle de San Antonio, fue consolidando el prestigio de esta incipiente denominación, convirtiéndola en un tremendo polo de atracción para los críticos de vinos y, en consecuencia, para el resto de los actores vitivinícolas que buscaba desesperadamente acercarse al mar para refrescar sus portafolios.

A pesar de las restricciones hídricas, que han sabido mantener a raya el exceso de entusiasmo empresarial, el Valle de San Antonio ha experimentado un crecimiento explosivo, sumando más de 2 mil hectáreas plantadas, de las cuales casi dos tercios corresponden a cepajes blancos. Con un timing envidiable, irrumpió en pleno boom del Sauvignon Blanc, cuando los mercados comenzaban a cansarse de los empalagosos ritmos tropicales de la Chardonnay, para escuchar otras melodías, otros acordes, otros sonidos, quizás más extremos, más ácidos, más vertiginosos.

ESTRELLA BLANCA

A diferencia del Valle de Casablanca, influenciado por un clima más continental, donde las temperaturas entre el día y la noche son mucho más marcadas, en San Antonio casi no existen barreras para el accionar del viento. Esta constante brisa marina, que se hace sentir con fuerza durante las tardes, mantiene bajo control los rendimientos de las plantas –imposible pensar en un negocio de grandes volúmenes-, pero, por contrapartida, también los cuadros de heladas y enfermedades fungosas. Estas características han obligado a sus productores a enfocarse en segmentos superiores de precio, impidiendo que se diluya su bien ganado prestigio.

En sus terrazas de granito, erosionadas por el paso del tiempo y la constante brisa del mar, se pueden esculpir vinos de sinigual fuerza y carácter, pero entre ellos el Sauvignon Blanc ha sabido ubicarse y mantenerse en una posición de avanzada. Con casi 1.200 hectáreas plantadas, sin duda es la cepa más extendida y consistente. Dependiendo de su cercanía al mar, exposición y porcentaje de arcilla en los suelos, ha desarrollado una personalidad tan atractiva como multifacética, pero siempre marcada por sus exuberantes notas cítricas y de hierbas, tonos minerales y a veces avasalladora profundidad.

Tal vez el Sauvignon Blanc más emblemático del valle, el más reconocido y reconocible, es Casa Marín Cipreses Vineyard. Proveniente de uno de los cuarteles más fríos de Lo Abarca, a tan sólo 4 kilómetros del océano, este vino impresiona por sus notas de pólvora y asombrosa verticalidad. Es la más pura expresión de una búsqueda por resaltar las características de un terroir extremo y que se ha convertido en todo un referente para la nueva generación de blancos que empuja, cada vez con mayor fuerza, la categoría chilena en el mundo.

Otro ejemplo emblemático del valle, y que demuestra toda la versatilidad de la cepa, es Amayna Barrel Fermented de Garcés Silva. De la más templada zona de Leyda, es un vino que se desmarca de sus pares, toca otras teclas, otros registros, pero en definitiva demuestra el enorme potencial de una cepa que no nos deja de sorprender. Fermentado y con un año de guarda en barrica, este Sauvignon Blanc hace gala de su fortaleza estructural, pero siempre acompañada por una rica acidez que le permite evolucionar en botella por largos años, alcanzando nuevas y seductoras complejidades aromáticas.

Estos exitosos ejemplos han empujado a viñas tan tradicionales como Undurraga a desarrollar millonarias inversiones en el valle. Con un proyecto de 170 hectáreas, donde casi la mitad está plantado con Sauvignon Blanc, la bodega ha convertido su propiedad en un verdadero campo de experimentación. Allí no sólo se cosecha la uva para su línea de espumantes Titillum, sino además la mayoría de sus blancos de alta gama. Un caso especial es su T.H. Sauvignon Blanc de Lo Abarca. Un vino que es pura potencia e intensidad. Un costero de libro. Para atesorar.

La lista de vinos, sin embargo, es larga y mantiene un nivel inusitadamente alto, entre ellos Ventolera de Stefano Gandolini y Vicente Izquierdo –este último uno de los pioneros y más importantes productores de Leyda-, Matetic Corralillo de San Antonio, Leyda Single Vineyard Garuma de Leyda, Luis Felipe Edwards Marea de Leyda, San Pedro 1865 de Leyda, Amaral de Leyda, Anakena Single Vineyard Plot Yunco de San Antonio y Chocalán de Malvilla, proveniente de otra de las zonas más costeras del valle, emplazada al poniente de Leyda y a escasos 4 kilómetros del mar.

Tampoco podemos olvidarnos de otras viñas que han elegido las uvas de San Antonio para producir Sauvignon Blanc de un gran nivel cualitativo. Sus estrategias comerciales y enológicas, que las empujan a explorar los mejores terruños para cada variedad, han hecho posible el nacimiento de este grupo de vinos excepcionales, que han sabido mantener su calidad a través de contratos a largo a plazo, como son los casos de Valdivieso Single Vineyard de Leyda, Montes Limited Selection de Leyda, Santa Carolina Specialties Ocean Side de Leyda, Aresti Trisquel de Leyda y Aylin de Leyda.

LAS ESPECIALIDADES

Aunque el Sauvignon Blanc brilla con demasiada intensidad, eclipsando el resto de los cepajes blancos, asoman algunos muy buenos exponentes de Chardonnay, como Leyda Lot 5 y Amayna. Sin embargo, su clima costero, quizás sin la amplitud térmica necesaria para construir vinos con una importante solidez estructural, han mantenido esta cepa en un rol más bien secundario. Tal vez la nueva generación de Chardonnay, que cuentan con materiales clonales franceses y una mayor experiencia de los viticultores para manejar esta cepa delicada y de brotación temprana, terminen por taparnos la boca, mediante versiones más puristas, que profundicen en la mineralidad de los suelos, que se alejen de los tentadores influjos de la madera.

Por otro lado, cepas blancas no tradicionales en Chile, han asombrado por su tremendo carácter y alto nivel cualitativo. El Sauvignon Gris, sin la nariz extrovertida del Blanc, pero con una estructura y profundidad que en ciertos casos remece nuestro paladar, abre el abanico de posibilidades. Leyda Single Vineyard Kadú, por ejemplo, es un extraordinario referente de esta cepa que aguarda y probablemente seguirá aguardando un espacio en un mercado abarrotado de Sauvignon Blanc y Chardonnay.

Lo mismo ocurre con el Riesling, una cepa que alcanza sus mayores alturas en Rin y Alsacia, pero que aquí, en San Antonio, desenvuelve una personalidad atractiva y fresca, salina y mineral. Los vinos responden a la lógica del Nuevo Mundo, de eso no hay duda alguna, pero aportan una nueva dimensión a una cepa que merece un público mucho más amplio. Los ejemplos de Casa Marín Miramar Vineyard de Lo Abarca y T.H. de San Antonio, por nombrar algunos, tendrán que dar mucho más cuando sus viñedos se asienten y logren lidiar con la intensidad de la brisa marina.

Algo similar sentimos con el Gewürztraminer. En la mayoría de los valles chilenos, incluso en aquellos más costeros, desarrolla un carácter un tanto empalagoso, cansador, sin la acidez suficiente para contrastar el intenso dulzor de sus perfumes. Sin embargo, vinos como Matetic Corralillo y Chocalán de Malvilla, van por el camino correcto, encontrando el justo medio, cierta convincente y atractiva templanza.

TINTOS EXTREMOS

Pero San Antonio no sólo vive de blancos. Los tintos de ciclo de madurez corta también tienen mucho que decir, especialmente el Pinot Noir. En este valle se producen algunos de los mejores exponentes chilenos. La proximidad del mar, y esos suelos arcillosos que aportan estructura tánica, permiten la elaboración de vinos con un muy buen balance entre fruta fresca y peso en boca.

Leyda Lot 21 de Leyda, Undurraga T.H. de Leyda y Anakena Single Vineyard Plot Deu de Leyda, son excelentes ejemplos de un estilo donde manda la fruta roja, la intensidad y profundidad de sabores, alejándose de las mermeladas, de esa raza más madura de Pinot Noir, muchas veces sobrepasada por la madera, que pareció mandar en las estanterías del Nuevo Mundo.

También asoman algunos interesantes Syrah que enamoran con sus cuerpos gráciles y firmes, salpimentados y verticales. Las condiciones climáticas son un tanto extremas para esta variedad tinta, quizás más acostumbrada al calor de lo valles interiores, por lo tanto son más bien escasos y probablemente continuarán siéndolo en el valle. Sus bajos rendimientos, pese a que estamos ante una de las cepas más vigorosas del universo, merman los márgenes de rentabilidad y obligan a los productores a mantenerlos como un vino de especialidad, quizás una rareza, pero que sin duda engrosa la marca, la diversidad y el prestigio del valle.

El caso más célebre es, sin duda, Matetic EQ. Proveniente de un viñedo con suelos más bien arcillosos, y protegido por esos ondulantes lomajes del fundo El Rosario, este vino no sólo fue un pionero en San Antonio, sino inauguró la categoría de Syrah costero en Chile. A partir de su primera cosecha en 2001, dio un golpe a la cátedra con un su fresca y especiada personalidad, firmeza en boca y asombrosa profundidad de sabores.

El ejemplo de Matetic fue seguido en el resto de los valles costeros, como Casablanca y Limarí, donde esta cepa se ha convertido en una de las más atractivas banderas vitivinícolas, pero también cuenta con sobresalientes versiones entre sus vecinos, como Casa Marín Miramar Vineyard de Lo Abarca, Amayna de Leyda y Undurraga T.H. de Leyda.

Con el Sauvignon Blanc como punta de lanza, la consistencia del Pinot Noir y algunos vinos de especialidad que complementan y enriquecen los portafolios, su vitivinicultura está ya muy lejos de ser una locura, una extravagancia, una aventura riesgosa, sino una apuesta más bien segura para los que buscan una sana y equilibrada ecuación entre calidad superior y rendimientos aceptables. El futuro del valle es blanco y tinto, pero lleno de sorprendentes matices. El futuro del valle depende de San Antonio. Del agua.


martes, 30 de julio de 2013

10 mezclas más exóticas

¿Un acto de emancipación frente al Viejo Mundo o simplemente o un uso de los espacios de libertad? Las mezclas de cepajes ganan cada vez más terreno en el portafolio chileno, buscando un sello propio, quizás una nueva identidad.

El Nuevo Mundo es sinónimo de novedad, mestizaje, libertad. Y los enólogos se lo han tomado a pecho. Sin las ataduras de las apelaciones europeas, pueden hacer y deshacer, mezclando abiertamente distintas cepas, valles y regiones. Lo que partió como un acto de rebeldía frente a los productores tradicionales –emancipación, si se quiere-, fue convirtiéndose, casi por inercia, en una estrategia diferenciadora, donde el concepto de innovación juega un rol preponderante.

Pese a que en Chile existía la tradición de ensamblajes franceses, como los populares vinos Burdeos o Borgoñas, en la década del noventa, durante el boom de sus exportaciones, el país se dio a conocer al mundo como un exportador de monovarietales, entre los cuales el Cabernet Sauvignon tenía un poder casi hegemónico.

Hace algo más de una década, sin abandonar la filosofía monovarietal, los productores volvieron a impulsar las mezclas, intentando un camino nuevo que refrescara sus monotemáticos portafolios. Pero, a diferencia de los vinos de apelación, donde el origen manda sobre los cepajes, los componentes de mezcla eran destacados con nombre y apellido en las etiquetas.

Aunque estos vinos respondían a la lógica comercial del Nuevo Mundo, la mayoría continuó siendo fiel a la herencia bordelesa, ensamblando principalmente Cabernet Sauvignon, Merlot, Carmenère y/o Cabernet Franc. Sin embargo, a partir de la introducción de la Syrah a finales de los 90, de su rápida y exitosa adaptación a las condiciones edafoclimáticas chilenas, el proceso terminó por liberalizarse por completo.
Con cierto arrojo –o impudicia, bajo los criterios europeos-, los enólogos mezclaron cepajes de Burdeos y Ródano. De ahí en adelante los límites fueron sólo la imaginación o el talento de los productores, quienes barrieron con todos prejuicios y, al mismo tiempo, con muchos siglos de historia vitivinícola.

Si bien las mezclas son cada vez más relevantes en la oferta chilena, y hoy concentran la mayoría de las medallas de oro en los concursos internacionales –ver Ranking VITIS Magazine, edición Nº 49-, la enología ha llegado a un punto de equilibrio, quizás de madurez, donde ya no es importante sorprender por sorprender, sino que los vinos deben obedecer a cierta lógica, a criterios que van más allá de una necesaria –y a veces desesperada- búsqueda de originalidad.

Hoy algunas viñas crean versiones muy bien logradas de mezclas mediterráneas. Otras reactualizan y llevan a una nueva dimensión los ensamblajes bordeleses. Las mezclas blancas del Ródano. Del Loira. Del Rin. Rescatan del olvido cepas tradicionales, históricas o fundacionales. Cofermentan. Experimentan. Buscan, a través del mestizaje, una nueva emancipación y, por qué no, tal vez una renovada identidad.

Esta nueva generación ya no teme a la diversidad. Perdió la timidez. Habla con seguridad de distintos cepajes, de distintas tradiciones, pero sin obviar que las variedades tienen que potenciarse unas a otras, que el todo, en definitiva, tiene que ser más, mucho más que las partes.

ANAKENA ONA WHITE BLEND 2011

Proveniente del viñedo Las Brisas de Leyda, este vino reúne tres tradiciones vitivinícolas: Riesling, Chardonnay y Viognier. Notas tropicales, de damascos maduros, flores blancas y ciertos toques minerales. Su carácter es dulce, extrovertido, pero apoyado por una firme acidez.

CASA SILVA QUINTA GENERACIÓN WHITE BLEND 2010

Está mezcla de diferentes microterroirs colchagüinos es ya un clásico de la casa: Sauvignon Blanc, Chardonnay, Viognier y Sauvignon Gris. Cuatro cepas que proyectan aromas florales y de frutos blancos, con tonos gourmand aportados por su paso por barrica. Es un vino jugoso y extremadamente redondo.

RAMIRANA GRAN RESERVA SAUVIGNON BLANC / GEWÜRZTRAMINER 2012

Este vino nace en la zona de Lolol y está compuesto por 70% de Sauvignon Blanc y 30% de Gewürztraminer. En nariz es goloso y entretenido. Resaltan sus notas de pomelo rosado, chirimoya y azahares. Marcado por una añada más bien cálida, es una mezcla untuosa, firme, que invita a comer.

BOTALCURA DELIRIO SYRAH / MALBEC 2012

Proveniente de Pencahue, una de las zonas más cálidas del Maule, esta delirante mezcla es pura intensidad y estructura frutal. Con 60% de Syrah y 40% de Malbec, nos engolosina con sus violetas, moras, cerezas negras y frutos secos. Con su personalidad elocuente y generosa.

CASAS DEL BOSQUE GRAN ESTATE SELECTION 2009

Nace en una de las zonas más frescas de Casablanca y no traiciona su origen, sino más bien profundiza en la fría lógica del Pacífico. Compuesto por 91% de Syrah y 9% de Pinot Noir, una selección de los mejores cuarteles tintos de la casa, el vino es un turgente monumento a los frutos silvestres, como grosellas y maquis, complementados con tonos florales, cuero y pimienta.

ESTAMPA GOLD 2009

Esta viña colchagüina nació como la viña de los ensamblajes. Y persiste en su apuesta diferenciadora, mezclando uvas de sus campos de Marchigüe y Palmilla, mezclando Syrah, Cabernet Sauvignon, Merlot y Malbec. Es un vino de alma golosa y taninos inquietos. Con atractivas notas de frambuesa, murtilla y especias dulces.

MIGUEL TORRES CONDE SUPERUNDA 2009

Fiel a su carácter transnacional, este conde ensambla cepajes españoles y franceses (chilenos, por adopción), simbolizando el encuentro entre ambos mundos. Cabernet Sauvignon, Carmenère, Monastrell y Tempranillo, conforman una mezcla compleja, generosa y profunda, regalándonos notas cárnicas, de frutos silvestres, ciruelas secas y harina tostada.

MORANDÉ VIGNO 2010

Con 78% de Carignan, 18% de Syrah y 4% Chardonnay, es uno de los mejores representantes de la cofradía Vignadores de Carignan. Y sin duda el más extravagante. Un vino que refleja el carácter campesino del secano de Loncomilla y su patrimonio de vides antiguas, pero... con un porcentaje de Chardonnay que aporta una femenina jovialidad y alegría.

TERRAMATER UNUSUAL 2010

Una mezcla inusual, sin duda, pero también un vino que representa un homenaje al espíritu pionero e innovador de la familia Canepa en Isla de Maipo. Proveniente de su fundo Caperana, este tinto está compuesto por 65% de Cabernet Sauvignon, 20% de Shiraz y 15% de Zinfandel. Un tinto maduro, licoroso, con una madera que no es simple comparsa.

LAPOSTOLLE BOROBO 2010

Francesa en esencia, Lapostolle deja claro que es chilena de nacimiento, mezclando sin tapujos cepajes originarios de Burdeos, Ródano y Borgoña, valles de Apalta, Cachapoal y Casablanca, y uvas Carmenère, Cabernet Sauvignon, Syrah y Pinot Noir. Un vino que desconcierta gratamente. Que despeina la tradición francesa. Que firma una declaración de principios.

viernes, 31 de mayo de 2013

10 Chardonnay que rompen el molde

Después de una larga siesta, donde costaba distinguir un vino de otro, una nueva generación de Chardonnay chilenos despierta nuestro entusiasmo, profundizando en la cepa y en las particularidades de sus distintos terruños. El presente de la cepa es promisorio, pero lo mejor aún está por venir.

Estuvo descuidado. Perdido. Travestido. El Chardonnay, una de las cuatro cepajes fundamentales de la vitivinicultura posmoderna, no encontraba su justo medio. Jugaba en los extremos, con un ritmo cansino, predecible, empujado por las modas imperantes, sin desarrollar una personalidad propia ni menos profundizar en sus distintos orígenes. Cuando se plantó en Casablanca, a principios de la década del 80, pensábamos que su fortuna cambiaría. Incluso, intuíamos, que sería la principal cepa del primer valle costero de Chile y la bandera de los blancos chilenos.

Sin embargo, se cometieron muchos errores. Algunos de ellos por omisión, pero otros derechamente fueron un impúdico atentado contra su naturaleza.

Alentados por el estilo californiano que dominó a partir de la década del 90, vinos gorditos y dulzones, maquillados con una madera con desvaríos hollywoodenses, los Chardonnay chilenos se convirtieron en un commodity, en una pachanga tropical, en un homenaje a la vainillina, en unos fisiculturistas con músculos decorativos, incapaces de correr 50 metros planos sin presentar síntomas de ahogo. La receta se fotocopiaba y pasaba de mano en mano en las bodegas. Cosechar bien entrado el otoño, fermentaciones reductivas en estanques y luego un upper cut de barrica nueva que nos dejaba en la lona.

Otro problema fue el material vegetativo. Como el Chardonnay estaba de moda, se propagaron indiscriminadamente las plantas que estaban más a la mano. Se trataba del tristemente célebre clon Mendoza, una selección masal que atravesó la cordillera sin dar nunca pruebas de blancura. Con aromas demasiado estridentes, y una mezquina acidez, no era el clon para estrenar la nueva generación de Chardonnay chilenos. Hoy se pagan los platos rotos. Muchas de aquellas plantaciones, luego de superar la adolescencia, muestran signos de una vejez prematura, obligando a los viticultores a labores de replantes y a un desesperado juego de ensayo y error con la importación de nuevos clones franceses.

El Chardonnay ya no goza de la incontrarrestable popularidad de antaño -el Sauvignon Blanc lo ha eclipsado incluso en Casablanca-, pero este cepaje vuelve a resurgir con mucha fuerza en los últimos diez o quizás cinco años. La introducción de plantas clonales y patrones, que se han adaptado a las distintas condiciones de suelo y tolerantes a plagas como los nemátodos, sumado a la búsqueda de nuevos conceptos enológicos, han provocado un vuelco cualitativo que se deja sentir en nariz, pero sobre todo en boca.

Aunque aún no logra su consolidación definitiva, y aún encontramos una masa uniforme que baila al ritmo de las cambiantes preferencias de los mercados, cada vez son más los enólogos que han decidido tomarse el Chardonnay en serio, buscando su propio camino, su propia identidad. La vuelta de los fudres y tinajas, de fermentaciones más lentas y oxidativas, y en general el objetivo enológico de construir bocas más firmes y profundas, no sólo permiten alcanzar nuevos umbrales de calidad, sino vinos que pueden crecer con el tiempo, alcanzando otros sabores, otros matices, otras complejidades.

El descubrimiento y consolidación de nuevas zonas vitícolas, como los valles de Limarí, en el norte, y Malleco, en el sur, también han abierto el abanico de posibilidades para esta cepa que hoy se reinventa para mostrar la mejor de sus caras. El respeto al tiempo durante el proceso, la pérdida del miedo al oxígeno, el uso más razonable de la madera, y un genuina búsqueda por resaltar las particularidades únicas de los distintos orígenes, han dado vida a una nueva camada de Chardonnay que despierta entusiasmo y, en ciertos casos, incluso logra emocionar.

TABALÍ TALINAY CHARDONNAY 2011

Es el vino que más me gusta de esta joven bodega del Limarí. Es el más radical y jugado de la dupla conformada por Felipe Müller y Héctor Rojas. Intenso y fresco, como pocos, quizás como ninguno. Cítrico y con un retrogusto salino que hace salivar, invitándonos a beber una nueva, una nueva, una nueva copa. Proveniente de la zona de Fray Jorge, a sólo 12 kilómetros del océano, este vino es hijo de la tiza, la camanchaca y el viento.

DE MARTINO SINGLE VINEYARD QUEBRADA SECA CHARDONNAY 2010

A 19 kilómetros del mar, al norte del río Limarí, Quebrada Seca se ha convertido en un barrio de lujo para los Chardonnay chilenos. Y De Martino y su enólogo Marcelo Retamal han sabido resaltar las características de este paisaje desértico, donde las parras son manchones verdes en un suelo de tonos anaranjados y blancos. En un año de mucha concentración, este vino muestra su lado más potente y mineral.

MAYCAS DEL LIMARÍ QUEBRADA SECA CHARDONNAY 2010

Es el vino que lidera el portafolio de Maycas. Y con todos los merecimientos. Es un Chardonnay intenso y concentrado. Mientras su nariz es elegante, llena de sutilezas, su boca muestra todo su poder y profundidad de sabores. Sin duda el enólogo Marcelo Papa ha consolidado su relación amorosa con el valle y la cepa. Es un vino bien trabajado, que abre el apetito, que invita a esperar… a disfrutar de su gran potencial de guarda.

CONCHA Y TORO AMELIA CHARDONNAY 2011

Proveniente del viñedo Las Petras, a sólo 10 kilómetros del mar, este Chardonnay es todo un referente del valle. No sólo reafirma la vocación de Casablanca por la cepa, sino que muestra una nueva dimensión en términos de fineza y profundidad. La mano de Ignacio Recabarren se hace notar. Es un vino de mucha complejidad aromática, pero por sobre todo con una exquisita textura.

VILLARD GRAND VIN CHARDONNAY 2011

Este vino es un tributo a la paciencia. Al respeto por la cepa y sus tiempos. Charly Villard no tiene prisas y lo demuestra con este Chardonnay que demoró casi un año su proceso de fermentación en barricas de roble francés. Con uvas de Tapihue y Ovalle, en el corazón de Casablanca, seduce por su cremosidad, por su complejidad de sabores, por su consecuencia.

ERRÁZURIZ WILD FERMENT CHARDONNAY 2011

Este vino de domicilio. Casablanca por Manzanar (Aconcagua Costa). Y ganó en complejidad, pero sobre todo en frescura y profundidad de sabores. Fermentado con levaduras nativas, el enólogo Francisco Baettig revela otros aromas, explora otros registros. Con sus tonos lácteos y notas de flores y miel, sumado a una potente acidez, juega con nuestros sentidos, mostrándose a veces goloso, a veces profundamente fresco.

WILLIAM FÈVRE CHACAI CHARDONNAY 2009

Proveniente del viñedo San Juan, ubicado a 900 metros de altura, este vino es el buque insignia de la nueva generación de blancos del llamado Muy Alto Maipo. Es un vino austero en aromas, pero con una tremenda estructura. Vinificado por el enólogo Felipe Uribe, este Chardonnay profundiza su relación con la precordillera, encajonando sus vientos para emprender una larga travesía por nuestro paladar.

CALYPTRA GRAN RESERVA CHARDONNAY 2009

En el sector de Coya, entre las montañas del Alto Cachapoal, donde los días son más cortos y la relación con la naturaleza es más íntima, nace este Chardonnay que vuelve a los orígenes de la enología. Fermentado en barricas de roble francés, este vino coquetea con el oxígeno para entregar aromas y sabores voluptuosos, dulces, pero apoyados por una firme acidez. Es un vino hecho a la antigua, como le gusta decir a su enólogo Francois Massoc.

PANDOLFI PRICE LOS PATRICIOS CHARDONNAY 2010

En Itata se fundó la vitivinicultura chilena y hoy se reinventa, estiliza, reencuentra con sus raíces para demostrar su tremendo potencial. Este Chardonnay de la zona de Larqui, cuyas plantaciones se remontan a 1992 y se manejan a la antigua, sin irrigación, cautivan por un carácter único, original, moldeado por sabores maduros y un tono mineral que se funde armoniosamente con las elocuentes notas de la madera.

AQUITANIA SOL DE SOL CHARDONNAY 2009

Con sólo 5 hectáreas plantadas en 1995, el enólogo Felipe de Solminihac inauguró la denominación de Traiguén (Malleco), mostrando una nueva dimensión para el Chardonnay chileno. En un viñedo rodeado de trigales, despeinado por un constante e intenso viento, sus uvas maduran con mucha parsimonia, atrapando notas de frutos blancos, cítricos y una acidez que impresiona por su frescura y redondez. Firmeza y elegancia, son difíciles de conseguir, pero aquí está la mejor de las pruebas.

lunes, 15 de abril de 2013

10 Merlot que devuelven el alma al cuerpo

En Chile los viticultores hacen lo imposible porque la cepa recobre el fulgor y la prestancia de antaño, incluso algunos han decidido partir de cero con la introducción de materiales clonales y programas de replante en zonas más adecuadas. El Merlot no ha muerto. A continuación, 10 vinos que muestran el camino para volver a posicionar esta cepa en el sitial que le corresponde.

Desde que se divorció de la Carmenère en los viñedos -un trámite largo y doloroso, como cualquier separación-, el Merlot chileno perdió su seguridad, ese halo de misterio, esa mirada ganadora que conquistó a los paladares durante la década del noventa. Este cepaje delicado y lleno de matices, que alcanza grandes alturas en Saint Emilion, Pomerol y Bolgheri, de repente se volvió unidimensional, tímido y nostálgico. Hosco e impredecible. La relación con los enólogos rápidamente pasó del amor al odio. Muchos de ellos se cansaron de entregar y recibir poco y nada a cambio. Otros continuaron lidiando con su extrema sensibilidad, esperando que el Merlot despertara y volviera a seducirnos con su fruta roja, fresca y jugosa.

Por largas décadas sus problemas se disimularon por el aporte de la Carmenère. Aunque hubo enólogos que identificaron dos clones distintos en sus selecciones masales -uno mucho más tardío que el otro, claro está-, la mayoría cosechaba la fruta al mismo tiempo. El resultado era una mezcla de un Merlot más bien sobremaduro con un muy especiado Carmenère. Ambos cepajes pulían sus deficiencias y conformaban un vino amable en boca y con un carácter atractivo y muy particular, por lo menos para la gran masa de consumidores.

Una vez que la industria chilena tomó la decisión de sincerar los viñedos, el Merlot mostró su verdadera y vulnerable personalidad. Es un cepaje que sufre de sobremanera durante las temporadas cálidas. Su flojo sistema radicular, y esa tendencia a expresarse principalmente a través de sus grandes hojas, optando por oír en vez de comunicar, obliga a los viticultores a estar muy atentos. No sólo deben mantener a raya su follaje, sino además ser muy cuidadosos con el riego. No es una cepa que conviva de buena gana con el estrés. Cuando pide un vaso de agua, hay que abrir la llave y dejarla correr. Sus raíces, que tienden a crecer en forma horizontal, necesitan profundizar en los suelos para que la planta se asiente y trabaje bien.

Los problemas se agudizaron por el empeño de muchos enólogos en acercar –estilísticamente, hablando- el Merlot al Cabernet Sauvignon. En lugar de aceptar su cuerpo delicado, y profundizar en su carácter fresco, priorizaron su concentración de color y potencia en boca. Y con esta cepa no hay margen de error. Un par de días pueden ser suficientes para pasar de un grano maduro a una pasa. El punto de cosecha es crucial. Había que aprender a leer sus necesidades, a interpretar su lenguaje, a cortarlo antes, mucho antes que la Carmenère.

¿EL FIN DE LA ESPERA?

Junto con aprender a interpretar las añadas y encontrar el punto exacto de cosecha, muchos enólogos salieron a buscar zonas más frescas para la variedad. Pero tampoco ha sido fácil. En los distintos mesoclimas de Casablanca, por ejemplo, el Merlot no se ha querido adaptar, como muchos intuíamos o anhelábamos. En las zonas más altas, donde las temperaturas se elevan hasta 2º C sobre el promedio del valle, igual sufre sus acostumbrados signos de deshidratación. Mientras en las zonas más bajas y frescas, muchas veces no logra un adecuado nivel de madurez fenólica y sus taninos se sienten algo rústicos, mordedores, traicionando la propia esencia de la cepa.

En los últimos años, sin embargo, se ha importado una serie de nuevos clones que pretenden cambiar esta historia. Materiales franceses, como 348, 181, 343 y 347, están en evaluación y seguramente tendrán mucho que decir en el futuro. Si bien algunos clones tienen una mejor adaptación a nuestros suelos gracias a sus sistemas radiculares más robustos, hay que tomarse las cosas con calma y evitar las celebraciones anticipadas. Además de encontrar el material más adecuado para los valles chilenos -la realidad francesa es muy diferente-, es necesario ensayar con patrones resistentes a la sequía y a plagas como margarodes y nemátodos.

Pero, por sobre todo, es necesario encontrar los lugares y manejos más adecuados. Parece no funcionar en los suelos de las terrazas aluviales, donde precisamente el Cabernet Sauvignon se siente a sus anchas. Tampoco en esas laderas graníticas donde el Syrah controla sus vigores para entregar su fruta dulce y concentrada. Todo indica que el Merlot necesita suelos más fríos, pesados y profundos, con un mayor porcentaje de arcilla, donde sus raíces no encuentren obstáculos para absorber la humedad y los nutrientes.

Sin duda es un cepaje desafiante, complejo, que exige a los viticultores sudar la gota gorda para lograr resultados satisfactorios. Riegos más prolongados, programas de nutrición en los suelos, aplicaciones foliares y, sobre todo, precisión en su punto de cosecha, son sólo algunas de las tareas que demanda durante la temporada.

El Merlot, aunque ha perdido su protagonismo mediático, mantiene y mantendrá su vigencia en los mercados. Sólo hay que esperar, con mucho ensayo y error, que recupere su confianza para mostrar todas sus bondades: esa fruta roja, vibrante, que convive en un cuerpo delicado, grácil y cautivador, y que en gran medida proyectan estos 10 vinos que nos invitan a volver a creer, que nos devuelven el alma al cuerpo.

TRES PALACIOS FAMILY VINTAGE MERLOT 2010

Escondido en el valle secreto de Cholqui, en el sector más costero del Maipo, el Merlot ha encontrado quizás su mejor forma en esos suelos profundos y arcillosos. Proveniente de dos cuarteles plantados en 1998, equivalentes a sólo 8 hectáreas, el enólogo Camilo Rhamer ha sido capaz de entregar un vino colmado de moras y arándanos, envuelto en una fina túnica de especias y tonos tostados de la madera. Elegante, concentrado y con una acidez que logra levantar una mole de fruta.

COUSIÑO MACUL ANTIGUAS RESERVAS MERLOT 2010

Cousiño Macul es una viña que ha bregado por el Merlot con tenacidad y porfía. Tanto así, que el primer Carmenère de la bodega sólo data de 2009. Este Merlot de la dupla enológica conformada por Pascal Marty y Gabriel Mustakis, que se incorpora a la línea Antiguas Reservas en 2005, es un excelente ejemplo de esos vinos maduros y voluptuosos, colmados de moras y arándanos, que seducen por su potencia frutal, pero también por esa acidez firme que regala el Maipo Alto.

MORANDÉ GRAN RESERVA MERLOT 2010

Esta línea de Morandé se reinventó. De la mano del enólogo Ricardo Baettig, sus vinos ya no buscan tanta concentración, sino más fineza y profundidad en boca. Este estilo ha favorecido principalmente al Merlot. Fermentado en fudres de roble francés, este Gran Reserva seduce por sus notas de guindas licorosas, herbales y carácter salpimentado. Es un Merlot proveniente de los suelos aluviales de Chena, en el corazón del Maipo. Seco, elegante y jugoso.

CONO SUR 20 BARRELS MERLOT 2010

Proveniente de Peralillo, Valle de Colchagua, es un Merlot con mucha estructura y sedosidad, pero al mismo tiempo con una tensión que hace vibrar la fruta en el paladar. Dependiendo de la temporada, recibe pequeños aportes de cepas como Cabernet Sauvignon, Syrah y Alicante Bouschet para ganar en firmeza y complejidad. Sin embargo, los enólogos Adolfo Hurtado y Matías Ríos han logrado mantener un estilo definido y muy consistente.

VIÑEDOS PUERTAS MERLOT 2010

No cualquier viña se atreve a lanzar un ícono en base a Merlot. Sin embargo, José Puertas y su enólogo Carlos Torres tenían algo muy especial en esos preciosos lomajes en Palquibudi, en la más costera zona de Curicó. Con un 7% de Petit Verdot, este Merlot es un festín de frutos rojos ácidos, arándanos, higos y chocolate amargo. Un vino portentoso y que aún tiene mucho que dar.

CARMEN GRAN RESERVA MERLOT 2010

El clima fresco y los suelos profundos son vitales. Y el enólogo Sebastián Labbé encontró la combinación precisa en los arenosos campos de Lo Ovalle, en el Valle de Casablanca. Con pequeños porcentajes de Malbec y Syrah, este Merlot encuentra un muy buen equilibro entre su fruta dulce y sedosa, y una personalidad herbal y compleja. Nos recuerda el lado goloso de la cepa, pero con una acidez que aporta nervio y vivacidad.

CATRALA GRAND RESERVE LIMITED EDITION MERLOT 2009

La enóloga Ana María Pacheco, silenciosa pero con mucha convicción, ha venido trabajando la cepa con mucha consistencia en su campo en Lo Orozco, en el Valle de Casablanca. Con 10 meses en barrica, este Merlot transita por el lado austero y jugoso de la cepa, sin caer en malabarismos ni disfraces. Un Merlot honesto y extremadamente fácil de beber.

EMILIANA NOVAS MERLOT 2010

En La Vinilla, en una de las zonas más altas del Valle de Casablanca, el enólogo biodinámico César Morales ha encontrado el perfecto balance para crear un vino jugoso y evocador. Con sus elocuentes notas de moras, bien casadas con sus 12 meses en barricas, este Novas profundiza en la sicología de la cepa, quizás en su cara más dulce y amable.

VENTISQUERO GREY MERLOT 2010

Grey Merlot nació en el campo Trinidad, en el Valle del Maipo. Hoy, proveniente del fundo Roblería en Apalta, no sólo convence por su potencia en boca, fruta firme y golosa, sino además gana en fineza y profundidad en boca. Con aportes de Syrah y Carmenère, este vino del equipo liderado por Felipe Tosso reivindica el lado más oscuro de la cepa.

TORREÓN DE PAREDES RESERVA PRIVADA MERLOT 2009

Siempre con un perfil muy bajo, mientras sus vecinos renegaban de la cepa, la enóloga Eugenia Díaz y el equipo de Torreón han sabido mantener en alto la bandera del Merlot. En la zona de Rengo, en el Alto Cachapoal, nace este vino suave y armonioso. Con notas de guindas y ciruelas, y un fresco acento herbal, profundiza en el paladar con mucha gracia y encanto.

martes, 19 de febrero de 2013

10 vinos que no quieren (ni pueden) esconder su identidad

Los críticos escriben, casi majaderamente, que Chile es un proveedor confiable, pero que no logra emocionar. Piden más pasión, diversidad y carácter. ¡Piden identidad! Este concepto esencial, camuflado entre miles de millones de litros, hoy no sólo se escucha, sino también se bebe y disfruta en muchos rincones de nuestro país, enseñando un camino, una vuelta a los orígenes, una visión, una declaración de principios, un futuro más luminoso para nuestra vitivinicultura. ¿Quieren identidad? Aquí tienen.

“A la proporción, semejanza, unión e identidad del infinito no te acercas más siendo hombre que siendo hormiga” (Giordano Bruno)

No recuerdo dónde, pero probablemente no era Chile. Tenía otro colorido, otro aroma, otro ritmo. En el antejardín de un castillo que se caía a pedazos –las enredaderas parecían afirmar sus antiquísimas paredes-, sorteábamos el calor del verano bajo la sombra de un frondoso roble, descorchando lánguidamente una docena de vinos de distintos orígenes. Las botellas chapoteaban en una gran cubeta. Y el agua, sin preámbulo amoroso alguno, fueron desnudando las botellas, dejándolas totalmente expuestas, sin sus etiquetas, sin sus “identidades”.

-¿Cuánto pagarías por este Sauvignon Blanc? –le pregunté al dueño de casa, quien intentaba, tan sólo con sus sentidos, descifrar el origen y estirpe del vino.

No se atrevió a darme una respuesta categórica, quizás temiendo mandar al infierno –léase el primer nivel de una góndola de supermercado- su propio vino. Queda claro –más claro que el agua- que las etiquetas no sólo grafican un país, una región o un productor, sino además predisponen las opiniones de los consumidores e, incluso, de los más conspicuos wine writers. Son pocos los que se atreven a ariscar la nariz frente a Grand Cru Classé. O por el contrario: son aún menos los que elevan hasta las nubes un vinito simple, villano, sin denominación alguna.

Las marcas pesan, y mucho. Demasiado. No lo sabrán los visionarios franceses, quienes hace más de 250 años crearon sus aristocráticas menciones de calidad, inaugurando la lucrativa especialidad del marketing de vinos. No lo sabrán algunos productores chilenos, quienes hoy invierten millones en organizar catas por el mundo, enfrentando a ciegas sus más emperifollados vinos con los grandes clásicos de Francia e Italia.

Estas botellas, que se deshicieron de sus etiquetas en esta especie de pila bautismal, encierran una gran paradoja. Perdieron sus pelos y señales, es cierto, pero en modo alguno sus identidades. A través de sus aromas, de sus estructuras, de sus personalidades, nos transportaron hacia el pasado, nos hablaron de diferentes historias, nos transmitieron, con menor o mayor certeza, sobre sus variados e (in)dignos orígenes.

(Imagínense a un flying winemaker buscando infructuosamente su pasaporte frente al counter. Probablemente lo olvidó sobre su cama. Quizás en el asiento trasero de su limosina. Mon Dieu, seguramente no podrá abordar el vuelo programado, pero en ningún caso dejará de ser Michel Rolland. Con o sin documento de identificación, con o sin su currículo a cuestas, plasmará en el aeropuerto los rasgos que lo constituyen como persona y profesional).

Vivimos una época donde la gente está obsesionada por el origen, la trazabilidad, la autenticidad. Ya no basta con un pesado y elegante packaging. Tampoco con ensayar una oda nerudiana en la contraetiqueta. Ni –me atrevo a decir-con un producto bueno, bonito y barato. Los consumidores, cada vez más exigentes, cada vez más empoderados, cada vez con más opciones en las estanterías, exigen saber lo que están comprando: de dónde viene, cómo fue hecho, quiénes son sus productores, cuál es su huella de carbono, cuál es su historia, cuál es la filosofía que subyace, constituye e identifica a un vino como tal.

JUEGO DE CONTRARIOS

No hay duda: la identidad está ligada a la historia y al patrimonio cultural, por lo tanto no existe sin la memoria, sin la capacidad de reconocer el pasado, sin esos elementos simbólicos que la constituyen y marcan su futuro. Identidad es la expresión de un origen, de un estilo de vida, de una memoria histórica, de una forma singular de hacer las cosas. Es una palabra latina hermosa, enigmática, que nos impone un notable juego de contrarios: por un lado, nos habla de semejanza, de igualdad, de rasgos comunes. Pero, por el otro lado, también nos habla de singularidad, de exclusividad, de todos aquellos elementos que nos diferencian del otro y nos convierten en únicos.

En las últimas décadas, las oficinas estatales y los gremios enfocados hacia las exportaciones, se han rebanado los sesos intentando descifrar una identidad chilena para conferirle valor agregado a sus envíos. La tarea parece titánica, pues los estudios señalan una casi total ausencia de una imagen-país en las mentes –y corazones, me temo- de los consumidores del mundo. En otros países, como Italia, Francia o Argentina, todo parece más sencillo. Es la imagen-país, con todos sus simbolismos y asociaciones, la que se traspasa a sus diferentes productos culturales, como música, arquitectura, gastronomía, vinos, etc. En Chile, en cambio, frente a esta imagen imprecisa, el flujo funciona al revés. Los vinos, uno de los pocos productos chilenos que llega a la mesa del consumidor, tienen la gran oportunidad, quizás la responsabilidad, de dotar o esbozar un sello identitario.

Pero, lamentablemente, muchos influyentes críticos del mundo asocian los vinos chilenos a grandes producciones, a volúmenes, a vinos estandarizados, provenientes de una industria –sí, de una industria- que cometió el error de posicionarse como un excelente proveedor de best values. Aprovechando las aptitudes vitícolas de sus valles, concentró sus esfuerzos en elaborar productos correctos y, en ciertos casos, potenciados por marcas potentes y globales (son los menos, incluso caben en un casillero). Esta estrategia hizo ganar en market share, de eso no hay duda, pero el país perdió algo de su esencia, de su tradición, de su historia, de su carácter distintivo.

Actualmente, cuando las nuevas tendencias de consumo reclaman por identidad, por productos con un claro y marcado sentido de origen, la industria chilena debe hacer un alto y replantearse algunos conceptos. Primero, que la vitivinicultura chilena no nació en los años noventa, sino tiene una historia de casi 500 años. Segundo, no avergonzarse de esa historia –aún no me explico cómo no hay un moderno e interactivo museo del vino en Santiago- y mostrarla al mundo con orgullo. Y tercero, atreverse a ser diferente, díscola, atrevida, innovadora, auténtica, escuchando más sus propias convicciones que las fanfarronas sentencias de los gurúes de moda.

El concepto de identidad diferenciadora no va por hacer vinos raros, como una mezcla de uvas de distintos valles, desde Huasco hasta Malleco, y rotularla como Chilenísimo (sorry, si alguien ya la está desarrollando). No va con plantar en lugares imposibles sólo para mostrarse radicales, revolucionarios o temerarios. Tampoco con hacer una selección de una selección de una selección de un viñedo y llamarla atomic-terroir. Ni menos replicar a la pata los vinos del siglo XVI y sus históricos efectos en los hígados coloniales.

Identidad tiene que ver con proyectar la esencia de un lugar determinado, esa mágica conjunción entre cepa, suelo y hombre. Identidad tiene que ver con autenticidad. Identidad tiene que ver con diversidad. Identidad tiene que ver con cultura. Identidad tiene que ver con innovación. Identidad tiene que ver con humildad (anteponer la naturaleza sobre el ego del hombre… y de la mujer). Identidad tiene que ver con futuro. Identidad tiene que ver con dejarse llevar y no rebanarse la cabeza intentando descifrarla.

Antiyal Viñedo Escorial Carmenère 2010

Con su primera cosecha en 1998, Antiyal dio un golpe al status quo. No sólo optó por el Carmenère en tierra de Cabernet Sauvignon, sino fue la primera viña en asumir la filosofía biodinámica y la moral garajista. La viña, el proyecto de vida del enólogo Álvaro Espinoza y su compañera Marina Ashton en el Maipo, sin duda abrió el camino para otros emprendimientos personales y familiares, demostrando que los vinos a escala humana son un proyecto posible y, con paciencia y convicción, también puede ser rentable. Sin embargo, hay algo que no me cuadraba totalmente. Me hacía falta un vino que no recibiera fruta de otros campos, que profundizara en este ecosistema de estrellas, piedras redondas, compost, animales y preparaciones homeopáticas. Con Viñedo El Escorial Carmenère, fermentado en huevos de cemento, la deuda está más que saldada. Es un vino con mucha tipicidad, jugoso, que no esconde su carácter especiado, sino que lo exulta y celebra.

Sol de Sol Chardonnay 2009

Fue intuición, pero también disciplina. Felipe de Solminihac constató que el campo de sus suegros en Traiguén, a 650 kilómetros al sur de Santiago, se encontraba a una latitud similar a la neozelandesa. ¿Y por qué no? En 1996 plantó 5 hectáreas de Chardonnay, introduciendo un punto verde en un infinito amarillo de trigales. Sol de Sol es hoy un vino que exuda carácter y fineza. Con una madera en retirada, que hace resaltar aún más sus frutos blancos y tropicales, sostenidos por una acidez rica y cristalina, con un altísimo porcentaje de málico, abrió el horizonte para una nueva generación de Chardonnay y otros blancos que hoy exploran el sur profundo con entusiasmo y decisión. ¿Qué tiene de identitario producir un vino en una región donde no hay vino?, se preguntará más de alguien. La identidad es dinámica y está entrelazada, firmemente, con la innovación.

RE Cabergnan 2009

Pablo Morandé es un pionero con todas sus letras: participó en la génesis de Don Melchor -el clásico de los clásicos chilenos-, descubrió el valle de Casablanca, empujó la viticultura orgánica, los vinos de cosecha tardía, el regreso de las plantaciones en alta densidad. Y ahora vuelve a sus orígenes familiares, a los suaves lomajes del secano de Loncomilla, no para replicar el vino que hacían sus abuelos, sino para reinventarlo. Con sus hijos Pablo, Macarena y Piedad, y una bodega subterránea en Casablanca donde fermentan sus uvas en tinajas de greda y concreto, remece la crítica con RE Cabergnan, una mezcla de secano con un 80% de Cabernet Sauvignon y 20% de Carignan, colmada de frutos negros y flores silvestres, que reactualiza y profundiza el carácter de esos vinos de antaño, que olían a paisaje agreste, barro, historia y emoción. RE es un referente donde se funden armoniosamente identidad e innovación.

Casa Marín Cipreses Vineyard Sauvignon Blanc 2011

Cuando María Luz Marín concibió su viña en Lo Abarca, a sólo 4 kilómetros del mar, muchos esbozaron una sonrisa de escepticismo, la que se transformó rápidamente en incredulidad al constatar el alto precio de sus vinos. Pero la enóloga perseveró. Y Cipreses Vineyard Sauvignon Blanc, proveniente de un viñedo plantado en 2000 que encara directamente la costa del Pacífico, no sólo se ha transformado en un referente de la categoría, sino ha empujado a otras viñas a escalar nuevos peldaños cualitativos en esta cepa y a descubrir nuevas zonas a lo largo de toda la franja costera de Chile, como Elqui, Fray Jorge, Chilhué, Zapallar y Paredones. Con sus notas profundamente minerales, y una personalidad vertical y filosa, es un vino que grita su origen, que cuenta la historia de una pequeña y empobrecida localidad del secano costero, que asoma con orgullo entre sus áridos lomajes y las olas, que ruega por el viento y la lluvia.

Clos de Fous Cauquenina 2011

Son cuatro locos (Paco Leyton, Francois Massoc, Pedro Parra y Albert Cussen) que decidieron remar contra el mainstream, sin más pretensiones que dejar que la uva se exprese libremente, sin mayores intervenciones enológicas, exaltando el espíritu de sus distintos orígenes. Cauquenina es una mezcla de Malbec, Carmenère, Carignan, País y Syrah. Un vino simple y complejo a la vez. Rústico, alegre y perfumado. Vinificado en el INIA de Cauquenes, el epicentro de la cepa País y la más tradicional cultura de secano, reúne en un mismo vino la porfía de una forma de vida que se niega a morir, que lucha contra la tiranía del mercado, que intenta conectarse con una nueva generación de consumidores, que busca, aunque sin mucha suerte, un vino que simplemente les haga sonreír.

De Martino Viejas Tinajas Cinsault 2012

Con su modesto slogan “Reinventando Chile”, De Martino ha liderado el cada vez más numeroso movimiento que busca (y encuentra) olvidados rincones para elaborar vinos con un marcado sentido de origen. Renegando de los estandarizados gustos impuestos por algunos gurúes de la crítica, incluso del uso de las barricas nuevas, Viejas Tinajas Cinsault es un vino que resume y profundiza su filosofía vitícola y enológica. Rescata una cepa y un valle como Itata, menospreciados por la posmodernidad, y los sitúa en un nuevo escenario, con mucho más luces que sombras. Con sus notas terrosas, fruta roja, alegre y vibrante, este vino elaborado por Marcelo Ratamal hace justicia a nuestra tradición vitivinícola fundacional y amplifica las voces de productores locales como De Neira, Piedras del Encanto y Casa Nova, que han cultivado estas cepas tradicionales desde que se inventó la memoria.

Gillmore Vigno Carignan 2009

Fue la viña que continuó el camino emprendido por la Cooperativa Vitivinícola de Cauquenes, etiquetando con orgullo el primer Carignan moderno en 1995. Gillmore fue fundamental para rescatar la cepa del anonimato –antes permanecía diluida en dudosas mezclas graneleras- y mostró sus mejores atributos: expresivas notas de guindas sureñas y flores silvestres, siempre bien apoyadas por una conmovedora acidez. Su enólogo Andrés Sánchez es uno de los principales motores y presidente de Vignadores de Carignan, una agrupación de 12 productores que se han unido para rescatar y dar a conocer al mundo el patrimonio vitícola que representan esas viejas parras de Carignan y la tradición del secano maulino. Vigno Carignan 2009 es un símbolo de carácter, tradición y espíritu colaborativo.

La Fortuna Sans Soufre Malbec 2012

Lontué, hasta bien entrado el siglo XX, era una de las denominaciones más prestigiosas de Chile. Pero se fue quedando. Cediendo espacio ante Maipo y Colchagua. Perdiendo su protagonismo. La Fortuna, pionero en la producción de Malbec en Chile y viticultura orgánica, quiso reactualizar el mito. ¿Cómo? Volviendo a los orígenes, produciendo un vino sin anhídrido sulfuroso, sin levaduras comerciales, prácticamente sin intervención humana. Según su enólogo Claudio Barría, el objetivo es que el vino exprese fielmente el terroir microbiológico del viñedo. ¿Y el resultado? Un vino de cautivadora simpleza, ligero, jugoso y refrescante, que se desmarca, escabulle y saca la lengua a los corpulentos Malbec del otro lado de la cordillera.

Miguel Torres Estelado Rosé

Lo confieso: tenía mis dudas. Pensaba que era un despropósito hacer burbujear una cepa tan tánica, tan rústica como la País. Tampoco ayudaron los exagerados reconocimientos oficiales (y oficiosos) cuando el proyecto aún estaba en ciernes. Fue como celebrar un gol cuando la pelota aún no estaba en movimiento. Sin embargo, el gran trabajo del enólogo Fernando Almeda terminó por convencerme. Su Estelado País tiene mucha identidad, fineza y carácter, que expresa y lleva a nuevos bares el potencial de esta cepa canaria y fundacional, dándole valor agregado, haciéndonos que, definitivamente, se nos suban las burbujas a la cabeza.

Zaranda Moscatel 2012

El mercado lo pide: hoy todos están ensayando vinos blancos aromáticos para satisfacer una creciente demanda, comprando kilos de Gewürztraminer y de otras cepas con impronunciables nombres. Pero en Itata, sin duda una de las zonas más hermosas del Chile vitivinícola, ha subsistido durante siglos la tradición del Moscatel (o Uva Italia, como la llaman) seco, fragrante y fresco. Juan Ignacio Acuña, un chef con formación de sommelier, colgó los sartenes para rescatar el patrimonio vitícola familiar en Guarilihue, representado por viñedos de más de 100 años, plantados en cabeza en esos suaves lomajes que suben y bajan ante un boscoso horizonte. Zaranda es un Moscatel muy cítrico y floral, que muestra un camino, que invita a beber hasta la última gota, que reactualiza y lleva a una nueva dimensión esta antigua tradición campesina.