jueves, 28 de agosto de 2014

La fiebre de los puntajes

Esta vez el informe de The Wine Advocate provocó más sonrisas que dolores estomacales, pero las cuentas no son tan alegres como parecen. ¿Le conviene a Chile tomar tan a pecho los vaticinios de los gurúes de la crítica? ¿Son los puntajes un mal (in) necesario?


Perdón, pero tengo que partir así: no me gustan los puntajes. Tampoco creo en ellos. Por muy avezado que sea el catador, por más experiencia que tenga en el mundo del vino, son sólo una radiografía del momento, un instante, efímero, pasajero, como un tren que pasa dejando una imagen difuminada. Son una burda reducción de un universo complejo, prácticamente inabarcable, que reúne variables imposibles de cuantificar, sobre todo cuando se cata a ciegas, sin contexto, sin un rostro detrás del vino, sin sentir la vibración de su viñedo, solo ante este líquido viscoso que se balancea en una copa, exudando aromas lejanos que tratamos de reconocer a través de nuestros propios recuerdos.

En la apreciación del vino influyen muchas variables. La técnica y experiencia del catador son fundamentales, por supuesto, pero también su estado de ánimo y el contexto en el que se desenvuelve la degustación. No es lo mismo catar en un ambiente prístino de laboratorio que en un quincho rodeado de viñas y cantos de pájaros. No es lo mismo catar a primera hora de la mañana que después de un regado cordero al palo. No es lo mismo catar en solitario que en un panel donde se debate, compara y polemiza. No es lo mismo catar 15 minutos con un enólogo que pasar toda la tarde con el dueño de una viña, dando vueltas en helicóptero, mirando el negocio desde arriba. No, no puede ser lo mismo.

Tampoco los puntajes reflejan sólo la opinión honesta y cristalina de un catador. Responden a la línea editorial del medio al cual pertenecen (y en algunos casos de sus compromisos comerciales). Hay medios más enfocados al mercado del lujo, donde un modesto Cinsault del Itata simplemente no encuentra escala posible. Algunos tienen como referentes los grandes clásicos franceses, y los vinos de otros lares, especialmente los del fin del mundo, tienen que pelear contra prejuicios, fantasmas y mitos. Y los nunca bien ponderados bloggies, aunque gozan de mayor independencia y a veces incluso arrojo, lamentablemente aún su influencia es tan precaria como sus recursos para viajar y apilar muestras.

Los puntajes, especialmente la escala de las 100 unidades, han provocado consecuencias contradictorias. Por un lado, han acercado el mundo del vino a una masa que mantenía distancia con este lenguaje de taninos y ésteres, ataviado con candelabros y señoriales retratos, pero, por otro lado, han impuesto una visión simplista y en ciertos casos totalizadora. Unos pocos medios, que han sido visionarios y sagaces al imponer un exitoso modelo comercial en una actividad que antaño era un lúdico pasatiempo, han hecho sentir sus preferencias por ciertos estilos de vino y de alguna forma han influenciado su mismísima elaboración, convirtiendo un producto único e irrepetible en un simple commodity. Este proceso de estandarización, donde los vinos batallan en las góndolas por imagen y precio, ha terminado por distanciar el vino de su propia naturaleza.

CONSAGRACIÓN DEL CARIGNAN

La visita de Luis Gutiérrez, quien ensayaba su primer informe sobre Chile para The Wine Advocate de Robert Parker Jr., dejó una muy buena sensación de boca. No sólo hubo un cambio de estilo en la relación con los productores chilenos, un trato más distendido y coloquial, más relajado, si se quiere, sino además los puntajes dejaron contentos (al menos satisfechos) a moros y cristianos. Después del terremoto que provocó el británico Neal Martin, su antecesor en esta complicada e incomprendida pega, los puntajes y apreciaciones de Gutiérrez generaron más suspiros de alivio que tiritones.

“Neal Martin es un degustador de un gran nivel y con mucha experiencia, pero fue demasiado franco y directo con los chilenos. En una semana nos sacó una radiografía rápida, limpia, seca y que nadie quería escuchar. Para nosotros fue una pérdida, porque siempre nos fue bien con él. Con Luis Gutiérrez es diferente. Es español y entiende mejor nuestra cultura. Además es un gozador. Le gusta tomar, comer y conversar”, cuenta Marcelo Retamal, quien obtuvo 95 puntos con Vigno Single Vineyard La Aguada Carignan 2011, encabezando el ranking chileno en el último informe de The Wine Advocate.

Retamal dice que todos los premios son importantes, pero éste tiene un especial significado. “De alguna manera reafirma y valida nuestra declaración de principios, la decisión que tomamos como viña en 2011: desechar las barricas para vinificar en fudres, cosechar más temprano para hacer vinos más bajos en alcohol y destacar lo más posible la tipicidad de nuestros viñedos y uvas”.

Sin embargo, este reporte también valida una cepa que durante décadas estuvo olvidada, diluida en graneles, garrafas y cartones, elevando el secano maulino a lo más alto del podio. Según Derek Mossman, viñatero de Garage Wine Co., la clave del informe es que destruye lo que él llama algunos techos de reticencia. “Los críticos casi siempre han tenido ciertos lugares predilectos que puntean muy arriba, como es el caso de Puente Alto. Ahora se rompió ese esquema. Los puntajes que lograron De Martino y muchos otros Carignan (incluido el suyo) demuestran que las variedades mediterráneas tienen tanto o más potencial que las afrancesadas, ésas que los chilenos siempre han considerado nobles”, afirma.

Para Marcelo Retamal, una de las principales lecturas del informe (al menos, subliminal), es que detrás de los vinos mejor punteados siempre hay una cara reconocible. “El pH de los vinos, la maceración carbónica y la barrica francesa son sólo anécdotas. Los proyectos de Pablo Morandé (Bodegas RE) y Francois Massoc (Aristos, Clos de Fous y Calyptra) recibieron altísimos puntajes porque sus vinos se identifican con ellos. Cuando los críticos ven personas y no empresas cambia la cosa. Es un factor muy relevante”, sostiene.

Francois Massoc opina que las descripciones de los vinos son muy atractivas y detalladas. A diferencia de otros escritores, quienes crucifican los vinos con 80 y tantos puntos, las reseñas de Gutiérrez motivan, invitan a probar, generan curiosidad y expectativa. Además destaca los proyectos nuevos, a escala humana, pero sin dejar a la deriva las grandes compañías. “Les busca también la cosa bonita”, sonríe. “Pero lo más importante es que Chile ya no es sólo Maipo Alto y Cabernet Sauvignon, sino el informe valora otras cepas como la País. Puede que estos vinos no saquen 95 puntos, pero los pone ahí, entre los grandes”.

Los resultados publicados por The Wine Advocate, sin embargo, no dan para bailar cueca toda la noche. De acuerdo con el enólogo de De Martino, si los comparamos con los de Argentina, las cuentas no son tan alegres. “Con 94 puntos o más, fueron calificados más de 30 vinos argentinos contra 7 chilenos. ¡Fue una paliza! ¿Cuál es la razón? La mayoría de los altos puntajes de Argentina correspondió a Catena Zapata y Gran Enemigo de Alejandro Vigil. Nuevamente lo mismo: hay una persona, una cara visible detrás de estos proyectos”, explica.

La lectura que hace Retamal es que Chile una vez más salió a vender Cabernet Sauvignon porque “es la cepa que paga la cuenta de la luz y porque corresponde a la tradición de los aristócratas que en su tiempo querían ser como Château Margaux. Pero, cuando viene un periodista de este calibre, en pleno verano, cuando caen los patos asados, no le hacen mucho sentido esos vinos. Espera variedades que se adapten mejor a nuestras condiciones climáticas, como pueden ser las mediterráneas y en este caso un Carignan de viñedo viejo y de secano”.

CREERSE EL CUENTO

Para Francois Massoc, es imprescindible mantener siempre la templanza. Después de la publicación de sus puntajes, muchos colegas lo han contactado para preguntarle cómo hace los trasiegos, los remontajes, mientras él se pregunta: “¿Por qué me llaman ahora si nunca antes les habían gustado mis vinos? Así es que no me queda otra que tomarme esto con humildad. No hay que creerse el cuento. Tampoco va con mi carácter. Quien lo hace está sonado. Ha entendido nada. El puntaje no es el juicio final ni mucho menos. Es sólo un indicador, una opinión. Sólo hay que leer los comentarios para mejorar”, explica.

Retamal dice que existe una sobreestimación de los puntajes. “La gente todavía cree que sirven para vender, pero fundamentalmente lo que hacen es crear o posicionar la marca. Los puntajes validan a los enólogos frente al directorio de la empresa, porque no basta con que yo encuentre rico mi vino, sino de alguna forma necesito que alguien lo sostenga”, afirma. “Yo mando mis vinos cuando ya casi no me quedan. Me interesa que el crítico me respalde, pero no ese lote, no esa cosecha en particular, sino el proyecto”, agrega Derek Mossman.

En las últimas décadas muchas viñas han bailado con fruición el monocorde ritmo de los puntajes, llegando al absurdo de producir distintas versiones de un mismo vino para satisfacer paladares que parecen irreconciliables, como son los estadounidenses y británicos. En vez de proyectar el estilo o la filosofía de la casa, en vez de exaltar las características únicas de un viñedo, en vez de construir una identidad propia y distintiva, han preferido intentar satisfacer un supuesto gusto o preferencia de una cierta parte de la crítica.

“Ciertas viñas, las que pueden, explotan comunicacionalmente sus puntajes, pero nada de esto tiene mucho sentido si se transforma en el único argumento de venta. A veces es tanta la sobrevaloración de los puntajes de Wine Spectator o Parker, que incluso han echado a colegas por no alcanzar los números que los dueños esperaban”, dice Massoc. “Tampoco puedes ajustar el estilo de tus vinos al gusto de un catador. Es ridículo cambiar tus vinos por los puntos. Los críticos no quieren eso. Las viñas tienen que tener confianza en su campo, en su productor, en su estilo. Tienen que creerse más el cuento”.

Esta verdadera obsesión por los puntos no sólo ha provocado un cierta monotonía de la oferta, restándole frescura y emoción al portafolio chileno, sino además ha distraído a los productores de lo fundamental: elaborar un buen vino, que refleje fielmente lo que son (o lo que quieren llegar a ser) y buscar en el mundo personas que lo aprecien y disfruten. Tan simple, tan complicado como eso.