martes, 8 de agosto de 2006

Vinos de Choapa: Aromas brujos

Es un valle minero y de uvas para pisco, de aquelarres y rituales holísticos, de un vino que quiere ubicarse entre Australia y el Ródano, dejando un legado de misterio en la sobrepoblada oferta de Syrah.

Es la cintura de Chile. Bastante arriba, reclamará algún anatomista. Pero los 95 kilómetros que separan el océano Pacífico de la cordillera de Los Andes convierten al Choapa en la zona más angosta del territorio chileno. Y se siente en el ambiente. Se respira. En este constante sube y baja por estos cordones transversales, se percibe la brisa marina que se cuela por las cuencas de los ríos, pero también la influencia de los macizos cordilleranos. Una fuerza magnética, mística, si se quiere, nos atrapa y no nos suelta, paseándonos por una serie de sensaciones que, como por arte de magia, desembocan, era que no, en una exuberante copa de vino.

La hoya hidrográfica del Choapa abarca una superficie de 8.124 km2, situándose en el extremo sur de la región de Coquimbo, entre las latitudes 31º 10’ y 32º 15’ sur. El río nace en la cordillera, a más de 1.000 metros de altura y a 140 kilómetros del mar, recibiendo los afluentes del Cuncumén y Chalinga. Sólo en su curso medio se une al río Illapel, para desembocar a la altura de la caleta Huentelauquén, 35 kilómetros al norte de Los Vilos. Al igual que Elqui y Limarí, Choapa es un valle transversal, el último y más estrecho del llamado Norte Chico.

La primera gran barrera natural que encontramos es la cuesta Cavilolén. Esta formación costera, sin ser tan alta como Talinay, aquel verdadero murallón que se planta entre Limarí y el mar, condiciona la influencia marítima, haciendo que la nubosidad se instale mayoritariamente en la franja más próxima a la costa. El clima predominante, y que determina en gran parte la actividad agrícola, se puede definir como de estepa cálido –una media anual de 16°C– con precipitaciones invernales.

Entre especies arbustivas y cactáceas, entre cabras y roedores como la autóctona chinchilla, los lugareños cultivan principalmente vides para pisco, cítricos y, en el último tiempo, paltos. Y también comienzan a desarrollar una ruta turística. Un destino de una gran belleza natural y cargado de leyendas, donde se funden petroglifos de culturas precolombinas e historias de brujos, exquisiteces como el queso de cabra y los camarones de río, y un pasado que se mantiene incontaminado, casi intacto, pero en un constante y a veces violento proceso de adaptación, encarando un futuro que se muestra tan luminoso como impredecible.

Choapa es un valle de lleno de misterios y contradicciones. El paisaje es prácticamente el mismo de los primeros habitantes del valle, haciendo que aún se sienta el espíritu aborigen y el sincretismo de vino y adobe con la cultura hispánica, mientras Salamanca –la segunda mayor población urbana después de Illapel– planea convertirse en los próximos años en “la primera comuna de Chile del siglo XXI” si se materializa un ambicioso proyecto tecnológico que contempla, entre otras cosas, wi-fi gratuito para sus casi 25 mil habitantes y una campaña denominada un blog por ciudadano. Sí, Choapa es una mezcla extraña.

CEPAS FINAS

Después de la explotación de la mina cuprífera Los Pelambres, la agricultura es la segunda actividad económica del valle. Casi el 4% de la superficie total de la zona es de uso agrícola, correspondiente a más de 30 mil hectáreas circunscritas principalmente en los alrededores de Canela, Salamanca e Illapel.

“El gran problema aquí es el agua”, explica Marcelo Retamal, enólogo jefe de Viña De Martino, quien develó el potencial enológico del valle, embotellando el primer y hasta ahora único vino fino con denominación de origen Choapa. El promedio de 200 mm de lluvia que cae durante el año se concentra en invierno, transformando en críticos los meses de verano. Sin duda esto limita los cultivos intensivos y permanentes, obligando a implementar un uso racional del agua entre sus casi 7 mil usuarios, sobre todo si se considera que la tasa de evaporación de bandeja puede llegar a 12 mm/día en la época estival, empujada, entre otros factores, por la majadería del viento.

Aunque en la zona se producen algunos exultantes vinos dulces y chichas, la gran mayoría de las viñas está consagrada a la producción de uvas para pisco. “Conviene más plantar pisqueras. El precio está bueno y los rendimientos son mayores. Ahora yo estoy levantando un parrón de Pedro Ximénez. Aquí con 2 hectáreas se vive tranquilamente”, comenta Juan Pereira, trabajador de una agrícola que también produce cepajes para producción de vino.

ENCUENTRO FORTUITO

Hace ya más de tres años Marcelo Retamal fue invitado por su colega Ricardo Pereira a catar los vinos de una bodega de Punitaqui. Degustó distintas cubas, en especial cuarteles de Cabernet sauvignon –la especialidad de la casa–, pero la muestra que más lo impresionó fue un Syrah.

“Me fregaste. Ese es el único que no es mío”, dijo Pereira. Lo cierto es que ese vino pertenecía a un productor de Choapa, quien plantó en 2001 un viñedo de 25 hectáreas –20 de Cabernet sauvignon y 5 de Syrah– en el sector de Llimpo, correspondiente a la zona de Salamanca. Fue así como la viña De Martino llegó a Choapa, empujada por la fortuna y la filosofía de Retamal de producir vinos de origen.

De acuerdo al enólogo, existen seis productores de uvas finas para vino, de los cuales tres mantienen contratos a largo plazo con la viña maipucina. Casi la totalidad de los viñedos corresponden a Cabernet sauvignon y Syrah, pero es esta última cepa la que ha demostrado las mayores aptitudes enológicas. “No se da tan bien el Cabernet porque aquí es demasiado luminoso. No es un mal vino, pero sí un poco chato, tal vez fome, sin la personalidad del Syrah”, explica.

En dos predios ubicados sobre los 800 metros sobre el nivel del mar, en los suelos de origen coluvional de los faldeos cordilleranos, corta la fruta de su comentado Syrah Legado. “Con calicatas hechas sobre fosas de más de 2 metros de profundidad, se pudo observar en ambos campos una cantidad importante de piedras de origen coluvional de material grueso, con cantidades importantes de arenas gruesas muy drenantes”, explica el enólogo.

El porcentaje de arcilla va desde los 25% a 30%, dependiendo de los sectores del viñedo, mientras los contenidos de limo y materia orgánica son muy bajos. Aunque no existen mediciones, por las características de la formación del suelo, la materia orgánica no debería superar el 1%. Esto permite que el vigor natural del cepaje se mantenga en niveles adecuados, produciendo cada año un promedio de 10 mil kilos por hectárea.

NI EL CORCHO

Hoy la viña ya ha embotellado las cosechas 2004 y 2005, posicionando a Choapa no sólo en el mapa vitivinícola chileno, sino también en el mundial, ingresando, por ejemplo, a las tiendas de la cadena británica Oddbins. “Me dijo el comprador que no le interesaba fichar un nuevo Syrah, pero el vino lo obligó a cambiar de opinión. Apenas lo degustó se dio cuenta que había encontrado algo diferente: un Syrah que se desmarca del resto”, explica Retamal.

¿Y qué tiene de especial este Syrah?, le preguntamos a Juan Pereira, uno de los responsables del manejo del viñedo. “Aquí no llega ni el corcho del Syrah. Llegan puros vinos que hay que tomárselos con Coca”, dice con humor, mientras Retamal se para sobre una enorme roca que se planta en una hilera –un coluvión que se desprendió de la montaña durante un terremoto en los setenta–, explicando de cierta forma por qué es diferente el Syrah de Choapa y por qué su productor decidió plantar este año otras veintitantas hectáreas.

Según Pereira, el viñedo no da mucho trabajo. “Lo dejamos harto libre, no más”, expresa. Cada manejo, sin embargo, exige que se haga en forma manual, pues los fragmentos de roca impiden el uso de máquinas. “Es una cantera”, exclama Retamal. El principal problema es el oídio, ya que el viento y las temperaturas moderadas del verano –las máximas casi nunca superan los 28ºC– mantienen bajo control los focos de botrytis y de alguna manera también marcan la personalidad del vino.

Pero no sólo eso. Una de las principales obsesiones de Retamal ha sido erradicar una hierba que se inmiscuye entre las hileras, confiriéndole a los vinos ciertas notas dulzonas no deseadas. “La idea es que el origen se exprese de la forma más fiel posible”, explica el enólogo. ¿Y esa hierba no es parte del origen? “No, esa hierba podría crecer aquí y en otros valles, estandarizando el perfil aromático de los vinos”, responde el enólogo. “Esa hierba se llaman melosa”, interrumpe Pereira. Sí, la melosa es una hierba que no es exclusiva de Choapa, muy utilizada por los pueblos originarios como purgante.

PURO MISTERIO

Hay mucho de misterio en un vino. Y más todavía en uno que proviene de una zona como Salamanca. Esta tierra de leyendas, donde conviven aquelarres y rituales holísticos, debe expresarse de alguna forma en el vino, desarrollando aromas mágicos – quizás brujos, como sostiene el título de este artículo–, al menos ciertas notas difíciles de desentrañar.

En la zona de Jorquera, algunos kilómetros más cerca de Salamanca, se encuentra el otro predio que aporta a la mezcla de Syrah Legado. Su administrador Juan Cortez ha vivido en carne propia la fama del lugar. Contradiciendo a los lugareños que califican las historias de brujería como simple sensacionalismo, el campesino nos cuenta que su señora fue víctima de magia roja –práctica también llamada hematomancia, que utiliza sangre u otros tejidos vivos en sus trabajos–, quedando el 5 de septiembre de 1988, de la noche a la mañana, y aparentemente sin razón alguna, completamente trastornada y postrada en cama.

Después de cuatro años su mujer logró ponerse en pie, pero su comportamiento agresivo con el entorno, sin poder reconocer a su marido e hijos, la mantuvo desconectada de este mundo por largos 16 años. Juan sufrió un calvario, pero no quiso abandonar a su mujer. Hasta que el año pasado decidió dar un último y desesperado paso. Trasladó a su mujer a Santiago para que la sanara una especialista. “Pasamos 9 noches rezando y lavándola. Hasta que al fin despertó. Fue como si no hubiera pasado el tiempo. Estaba preocupada porque se acercaban las Fiestas Patrias y su hijo tenía que desfilar”, cuenta el trabajador.

Historias como ésta, que retratan el choque entre el hombre y su propia naturaleza, entre los conjuros malignos y el poder sanador de un amor tan profundo como el de Juan, sin duda le confieren un sabor diferente a Choapa y, por extensión, a un vino que, aunque quiera, no puede escapar de su origen. Un Syrah que en su versión 2004 demuestra una gran intensidad frutal. Aromas de frutos rojos y negros. Guindas muy maduras. También especias, notas lácticas y un toque floral. ¿Melosa? Sí, melosa. Un vino cálido y dulce en nariz, pero que sorprende en boca por su frescura.

En 2005, en cambio, nos encontramos con otras piernas. Más delgadas y ágiles. También con un color más amoratado y profundo. Hay más concentración. Más intensidad frutal. Más confite. Más taninos, pero sin perder su carácter fresco. Aunque se siente cierta rusticidad en el paladar –todavía hay tarea pendiente en el viñedo–, estamos ante un vino que logra un interesante equilibrio, situándose entre los cálidos Shiraz de la escuela australiana y los nuevos Syrah chilenos de clima frío que coquetean con el Ródano.

Aquí hay carne, pero también vivacidad... y, por cierto, una gran cuota de misterio.

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