martes, 8 de agosto de 2006

Vinos con luces propias

Aunque el 80% de los cepajes plantados son tintos, los valles de Bío Bío y Malleco son zonas ideales para la producción de blancos, deslumbrando variedades como Sauvignon Blanc, Chardonnay y Riesling.

Ubicado en el paralelo 37 sur –la misma latitud de Nueva Zelanda–, el valle del Bío Bío produce vinos de gran expresión aromática y acidez balanceada. Su clima es ideal para los cepajes blancos porque sólo durante 15 días en el mes de enero las temperaturas sobrepasan los 30ºC. El resto del año es más bien templado, posibilitando una pausada maduración de las uvas y el desarrollo de una multiplicidad de aromas.

Su latitud, sin embargo, también provoca ciertos inconvenientes. Las lluvias, que se hacen sentir en invierno y primavera, sobrepasan los 1.000 mm al año. Es por eso que la ventilación juega un papel preponderante. Los viticultores deben mantener el viñedo muy abierto para que el viento haga su tarea. Un exhaustivo manejo del follaje incluso permite el cultivo de variedades de cosecha tardía como el Carmenère, alcanzando sin grandes problemas adecuados niveles de madurez.

La mayoría de los viñedos enfocados hacia la producción de vinos finos están ubicados en lomajes o en laderas de cerros. El cultivo en zonas planas –en la depresión intermedia– muchas veces se traduce en una constante lucha para mantener a raya el vigor de las plantas. La necesidad de privilegiar la calidad por sobre el volumen, produciendo vinos con carácter y que expresen su terroir, obligan a buscar menores rendimientos para lograr una mayor concentración frutal.

Todavía más al sur, en el valle de Malleco –la frontera austral de la vitivinicultura chilena– las temperaturas son más bajas y el promedio anual de precipitaciones aumenta en forma considerable, alcanzando 1.100 mm entre los meses de abril y octubre. Sin lugar a dudas plantar en esta zona es una empresa de alto riesgo, pero los resultados pueden ser sorprendentes.

Nuevamente el manejo del follaje –y una cuota de fortuna, claro– se convierte en la clave del éxito, procurando siempre que las uvas arriben a la bodega secas y en buen estado. El viticultor y el viento firman un solemne pacto, asociándose para enfrentar la posibilidad de enfermedades fungosas que se dejan caer junto a las lluvias.

Según un estudio realizado por el enólogo Felipe de Solminihac –el responsable del celebrado Chardonnay SoldeSol– la zona de Traiguén en Malleco acumula durante el año 1.350 grados días (la suma de temperaturas sobre 10ºC), superando a prestigiosas zonas vitivinícolas como Malberough (1.220) y Oregon (1.250).

El dosificado aporte del sol, sumado a un puntilloso manejo cultural, convierten a estos valles en denominaciones de origen que darán que hablar en los mercados internacionales, sobre todo gracias a la elocuencia de sus Sauvignon Blanc, Chardonnay, Riesling y, por qué no, Pinot Noir.



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