martes, 8 de agosto de 2006

Estilo Limarí: Lo mejor está por venir

Aunque es un valle que ha despertado la sed de grandes inversionistas y produce vinos que ya se cuelgan numerosas medallas, no hay que olvidar que está dando sus primeros pasos vitivinícolas. Encontrar el lugar adecuado para cada variedad, y una sintonía fina en el manejo del viñedo, es un trabajo que recién comienza. Algunos de sus vinos han dejado boquiabierta a la crítica, pero el Limarí aún tiene guardadas muchas sorpresas.

El Limarí es un valle de profundas paradojas. Aunque la cultura molle –una de las más singulares y ricas del continente– se extendió durante 400 años desde la cordillera al mar en el Norte Chico, hoy es poco y nada lo que se sabe de ella. Sólo las surrealistas formas de sus petroglifos y pictografías en las rocas, y algunas piezas de alfarería encontradas en sus emplazamientos fúnebres, arrojan algo de luz sobre su existencia, demostrando una vez más que Chile es un país que no se termina nunca de descubrir.

Este valle, que fertiliza sus cultivos con una buena dosis de misticismo, también es el pionero de la vitivinicultura chilena. Los libros afirman que Francisco de Aguirre, quien acompañó a Pedro de Valdivia en la conquista del fin del mundo, plantó en San Francisco de la Selva –hoy Copiapó– y en La Serena las primeras vides a mediados del siglo XVI. Paradójicamente tuvieron que pasar casi cuatro siglos para que nuevamente comenzáramos a hablar de los vinos del Limarí.

Mientras los diaguitas –los herederos de las culturas molle y de las ánimas– fueron violentamente absorbidos por los incas y posteriormente por los españoles, las vides para vinos huyeron y se reagruparon en la zona central del país. Alrededor de las dos principales ciudades de la colonia, Santiago y Concepción, las cepas de la “madre patria” comenzaron a marcar los límites de los predios de los encomenderos y a escribir con letras tintas la tradición del vino en Chile.

Debido a que los viticultores sentían que las condiciones climáticas de este nortino valle sólo eran apropiadas para uvas de mesa y pisqueras, las primeras variedades finas se plantaron sólo a principios de los noventa. Y una nueva paradoja. Al situarse en el paralelo 30º 29’, el límite verde del Desierto de Atacama, se cometió otro error de cálculo: hoy predominan largamente los cultivares tintos sobre los blancos, reinando el Cabernet sauvignon con más del 60% de sus casi 1.400 hectáreas. No obstante son los vinos que nacen en su franja costera, que cuenta con temperaturas muy similares a Casablanca, los que hasta el momento han brillado en las competencias y en las columnas de los críticos.

Como las enigmáticas piedras tacitas de los molles que aún provocan una serie de especulaciones entre los arqueólogos –agujeros horadados en la roca que pudieron ser utilizados para mezclar alimentos, tinturas e incluso alucinógenos para sus mágicos rituales–, los vinos del Limarí todavía representan una gran incógnita. Ya no en términos de calidad, claro está, sino por el insospechado potencial de una vitivinicultura recién redescubierta y que hoy comienza a dar sus primeros pasos.

ENCANTO MINERAL

Los molles, a diferencia de las culturas que los sucedieron en el valle, lucían una alargada alhaja de piedra llamada tembetá que incrustaban bajo las comisuras de sus labios. Este elemento distintivo, que convierte en un juego de niños la moda de los piercings, de alguna manera refleja el carácter de una civilización que no sólo cultivó maíz, porotos y zapallos, sino también conoció las afrodisíacas bondades de los mariscos y la cada vez más dinámica cultura del placer.

Aunque habrían construido canales para irrigar sus cultivos, eran nómades. Los casi 100 kilómetros que separan Los Andes del Océano Pacífico eran un paseo habitual de los indígenas y sus camélidos. El Valle de El Encanto, una ensimismante quebrada que sirve de antesala al mar, en la actualidad es una verdadera galería de arte precolombina a cielo abierto y el lugar de inspiración de la imagen corporativa de la premiada Viña Tabalí.

Con una figura humana de estrambótico peinado –o quizás peluca o gorro ceremonial–, Tabalí ha hecho conocida su etiqueta y la fuerza ancestral de sus Reserva Especial Chardonnay y Reserva Syrah. Ambos vinos se han colgado medallas del cuello y han convencido a una crítica que en un principio fue algo escéptica de las cualidades del Limarí para la producción de vinos finos.

De carácter profundamente mineral, pero con una fruta y jugosidad que acompaña de principio a fin, los caldos resbalan por el paladar como un manantial que brega contra la sequedad de una vegetación donde predominan los cactus y las especies xerófitas. Con notas de flores y un especiado que parece una lluvia de pimienta verde, ambos vinos encuentran el perfecto balance entre madurez y frescor, extraversión y elegancia: un equilibrio que los expertos británicos aprecian y premian, pero que también cautiva a sus consumidores debido a su amabilidad y delicadeza para expresarse.

Viña Tabalí, que cuenta con 150 hectáreas plantadas en 1993, está ubicada en la parte más fresca del valle, a casi 20 kilómetros en línea recta del océano. A pesar de ser un valle frío, 125 hectáreas corresponden a cultivares tintos, donde el Cabernet sauvignon acapara el 57,8%. Es por eso que la viña ha echado a andar un proyecto que suma otras 30 hectáreas de Sauvignon blanc y Chardonnay, además de las tintas Syrah, Petit verdot y Carignan, estas dos últimas para enriquecer la mezcla premium de su Reserva Especial.

Con la construcción de una espectacular bodega para un millón de litros, atravesada en una quebrada que enfrenta la brisa marina, enfriando sus cubas, la boutique de Guillermo Luksic y San Pedro parece haberle tomado el pulso a sus viñedos, dejándolos ser entre cítricos, trigales y eucaliptos. Con la introducción de plantas clonales y patrones en sus nuevas plantaciones, y un manejo cada vez más puntilloso de las plantas, Tabalí no sólo se reencuentra con la antiquísima tradición vitivinícola del Limarí sino que la impregna de una avasalladora frescura.

Según su enóloga Yanira Maldonado, la influencia marina y la pobreza de sus suelos marcan los vinos, confiriéndoles aquel sello distintivo que atraviesa todas las cepas. Sus suelos de origen aluvial y con franciscana materia orgánica, sumado a los escasos 100 milímetros que caen del cielo durante el año, hacen de la irrigación tecnificada la herramienta esencial para que las raíces de las plantas profundicen y busquen tesoros minerales. En otras palabras, la llave de paso del riego se convierte, en términos creacionistas, en un pequeño dios para el desarrollo de los viñedos.

Aunque el valle prometía brindar condiciones ideales para el cultivo de cepajes de ciclo de maduración tardío como el Cabernet sauvignon y el Carmenère, principalmente debido a sus temperaturas moderadas y a la casi total ausencia de lluvias durante el período de cosecha, lo cierto es que estos vinos aún están en deuda frente a los extraordinarios resultados de los Chardonnay y Syrah. Incluso el Merlot, que al igual que el Syrah no rehúye los climas frescos, aún no consigue el nervio y la estructura esperada, alterando la mezcla de la cosecha 2003 Reserva Especial –cuya versión 2002 es 50% Cabernet sauvignon, 25% Syrah y 25% Merlot– con un mayor porcentaje de Syrah en desmedro del Merlot.

Pero no hay que perder de vista que en un valle mágico como el Limarí, donde se funden los geométricos vestigios de las culturas precolombinas y las modernas líneas de la bodega dibujada por Samuel Claro, la realidad protagoniza una lucha constante con la teoría. Pese a que la última palabra no está dicha –y tal vez nunca se pronunciará–, esta viña puede deparar todavía muchas sorpresas, como un prometedor Pinot noir que espera el momento más propicio para ver la luz de los mercados.

SINTONIA FINA

“En el valle todavía hay muchas cosas que no están resueltas”, explica Carlos Andrade, director técnico de Casa Tamaya. Con 120 hectáreas plantadas –75% de ellas en 1997 y el resto dos años más tarde–, el enólogo se enfrenta a un verdadero campo de experimentación. Los viñedos están compuestos por la unión de dos grandes paños colindantes con el mismo abanico de cepajes, pero puestos, a pesar de compartir la misma vecindad, en suelos de características muy diferentes. Mientras el paño norte es arenoso-pedregoso, el sur posee un mayor porcentaje de arcilla, brindándole la posibilidad de apreciar las condiciones ideales para el desarrollo de cada cultivar y jugar en su bodega con los jugos que regalan ambos sectores de la viña.

Casa Tamaya, ubicada en el sector de Quebrada Seca, un tanto más al norte de Tabalí pero equidistante del mar, también recibe en gloria y majestad la influencia del Pacífico, debiendo corregir o ajustar el manejo del viñedo a las condiciones de clima frío. Aunque sus primeros vinos sorprendieron por la potencia de su fruta y exquisita mineralidad, construyendo una interesante e innovadora línea de mezclas varietales, Andrade hoy está empeñado en sacarle el máximo potencial a las plantas, poniendo especial énfasis en los taninos de sus tintos.

Según explica el enólogo, las plantas no sólo han debido hacer frente a primaveras y veranos donde el viento marino y cordillerano parece confabularse para hacer temblar a las parras, sino también a la mentalidad de los productores pisqueros y de uva de mesa acostumbrados a los grandes rendimientos. “La filosofía era producir kilos y estamos todavía en proceso de cambio”, sostiene.

Andrade proyecta para este invierno la plantación de 50 nuevas hectáreas, abriendo un poco el ángulo de sus hileras que miran el norte para captar un poco más la luminosidad de la tarde. En suelos con mayor porcentaje de granito, sumado a un riguroso manejo del viñedo que debutó el año pasado y que ya se expresa en la cosecha 2005, el director técnico de Casa Tamaya espera subir un nuevo peldaño en la ladera cualitativa, saboreando ya su próxima línea premium.

Si bien es cierto que cepajes como el Chardonnay y el Viognier han demostrado en nariz y en boca su potencial, la viña aún esconde bajo su manga nuevas sorpresas. Siempre en un estilo fresco y mineral, donde se aprecia el aliento salino del Pacífico, el Sauvignon blanc insinúa una mayor profundidad en boca, mientras el Merlot parece sentirse cada vez más cómodo, atacando desde la cuba con una poderosa mezcla de fruta y especias. Con un promedio de 6.500 kg/ha para sus líneas base y de 4.000 kg/ha para sus reserva y premium, Casa Tamaya espera pacientemente la madurez de sus tintos, echando más cuerpo y limando posibles asperezas.

RESPETO AL TERROIR

Siguiendo el ejemplo de los pioneros del Limarí, ocho productores que vendían su fruta a Francisco de Aguirre decidieron independizarse y crear en 2002 su propia viña. El plan original de Ocho Tierras era construir una gran bodega con capacidad para 3 millones de litros, pero los planes cambiaron abruptamente. Luego de la partida de dos de sus socios, la bodega optó por concentrarse en pequeñas grandes producciones, embotellando la fruta para vender cajas que se empinaran entre los US$ 80 y US$ 150.

Según explica su gerente general Rodrigo Rojas, en septiembre comenzará la construcción de una bodega gravitacional enclavada en una pequeña quebrada en Limarí. “La bodega tendrá una capacidad de vinificación de 200 mil litros. Y llamará la atención. Con una onda medio étnica, pero siguiendo las líneas del paisaje, desde lejos parecerá como un parrón plantado en una ladera”, anuncia.

Los dos vinos que se encuentran en el mercado –en restaurantes de la zona pero también en Brasil y algunos países de Europa- corresponden a las cosechas 2002 y 2003 de Carmenère y Cabernet sauvignon que se comercializan bajo la etiqueta Pasaq Halpa. Ambos cepajes, vinificados en Viña Pérez Cruz y Vitis Elqui, se destacan por la madurez de su fruta y un cuerpo medio de taninos francos pero caballerosos. Es que los viñedos de Ocho Tierras se adentran un poco más en el valle, donde el mar va perdiendo su influencia y comienza a mandar el sol.
El enólogo mendocino Rolando Lazzarotti, quien llegó al valle para vinificar la fruta del cosecha tardía Passito de la familia Farr, está fascinado por la magia del valle y, sobre todo, de su amorosa relación con el Carmenère. “Sus pimientos rojos asados realmente son fantásticos”, exclama.

Es que a diferencia de las parras de Cabernet sauvignon de Cerrillos de Tamaya, el Carmenère está plantado en una zona intermedia llamada Campo Lindo, donde la luminosidad intenta –y sale airosa– en su empeño por arrebatarle sus tradicionales notas verdes. Haciendo frente a la confusión inicial que reinaba en el valle, el enólogo hoy tiene las cosas claras: la viña se concentrará en buscar consistencia con una línea reserva compuesta de Chardonnay, Syrah, Carmenère, Merlot y Cabernet sauvignon, para más tarde atacar la cumbre con un coupage premium o un vino tinto de alta gama.

Lazzarotti sostiene que los vitivinicultores deben estar permanentemente atentos para descubrir nuevos y mágicos rincones en el valle, sin poder aguantarse las ganas de escalar Los Andes como lo hicieron sus compatriotas de Tizac y San Pedro de Yacachulla con plantaciones sobre la cota de los 3 mil metros de altura.

Mientras tanto maneja cuarteles que se recuestan en los faldeos cordilleranos en la zona de Santa Catalina, donde busca mayores amplitudes térmicas que aporten una mayor estructura a su Syrah en parronal, y en Talhuén, ubicado 10 km al sur de Ovalle, donde apuesta por el futuro del Carmenère. “Estamos acostumbrados a tintos redondos pero fuertes. Es por eso que estoy buscando un vino más gordito que puede llevarse bien con el cabrito y otros platos típicos de la zona”, explica demostrando una asombrosa fidelidad al Limarí y a su terroir, en el más amplio sentido del concepto.

BUSCANDO LA DIFERENCIACION

Siguiendo el camino hacia Punitaqui –nombre compuesto por los términos quechuas puna (altura fría) y thaqui (camino)– la temperatura promedio se encumbra hasta 5 grados con respecto al resto del valle. Justo antes de llegar al pueblo, entre dos montes que forman un estrecho valle transversal, se encuentra la viña orgánica Agua Tierra. De propiedad del norteamericano Jim Pryor, el predio cuenta con un total de 35 hectáreas, de las cuales 32 son para la elaboración de vino.

Aunque Pryor se encuentra en la búsqueda de inversionistas para construir una bodega gravitacional, ya ha embotellado 3 mil cajas de Cabernet sauvignon, Syrah y Carmenère, vinificadas en la bodega de Falernia en el valle de Elqui. Con sus plantaciones en parronal, y un pequeño experimento en espaldera, ya ha llamado la atención de una importante viña de Casablanca que ha comprado parte de su fruta para enriquecer sus mezclas tintas.

La apuesta de Agua Tierra es combinar la vitivinicultura y el turismo, impregnando a los visitantes de la filosofía orgánica, mientras un destacamento de ovejas –los cabritos son demasiado dañinos– se pierden entre las hileras desmalezando y abonando la tierra.
Esta misma filosofía es compartida por Viña Soler. Prácticamente formando una hilera con la última casa de Punitaqui, donde las temperaturas en verano pueden sobrepasar los 40°C, los parronales de sus 20 hectáreas de Cabernet sauvignon dan sombra a los curiosos y producen dos líneas de vinos que en este momento se exportan a Canadá: Viña Soler y Sol y Luna.

Según cuenta su gerente general Luis Soler, la viña se dedicaba al negocio granelero –“que no es malo”, apunta– pero quiere dar un giro cualitativo. A través del proyecto Fontec “Vino biodinámico rico en polifenoles”, comenzaron una conversión donde ya no hay vuelta atrás, agregando valor a un proyecto que se encarama en la ladera con 3 nuevas hectáreas en espaldera para “complejizar” su Cabernet sauvignon.

Todavía la viña compra un gran porcentaje de la fruta a productores independientes, pero en el futuro la idea es embotellar sólo los cuarteles que se encuentran en transición biodinámica. Sin embargo, en Limarí las sorpresas no se agotan. “Nuestro plan es desprendernos del granel y trabajar sólo el huerto biodinámico en espaldera con rendimientos de entre 6.000 y 8.000 kg/ha. Cuando llegué no le tenía mucha fe a los parronales por su tendencia a entregar volumen, pero algunas cubas han salido mejores que las de la espaldera”, cuenta el enólogo Fernando Espina.

De acuerdo al enólogo, en Punitaqui la influencia marina es nula o muy poca, por lo tanto hay que realizar un puntilloso manejo del follaje para que no se disparen los grados alcohólicos. A diferencia del Maipo, donde los termómetros pueden alcanzar máximas similares, en esta zona no refresca en temporada de vendimia, llegándose a cosechar entre el 20 de marzo y el 13 de abril con parámetros de madurez que se balancean entre los 24º y 26° brix.

Espina no le tiene mucha fe al Carmenère en esta zona –“resulta muy complicado eliminar aquellas notas verdes”, opina– pero sí apuesta por extraordinarios Syrah y por las mezclas. “Como en Apalta, contamos con suelos muy pobres con escasa materia orgánica. Creo que aquí el potencial para estas cepas es ilimitado. Lamentablemente en Limarí se riega cuando se puede y no cuando se quiere. Por las cuotas del sistema interconectado de La Paloma a veces tenemos agua de sobra, pero cuando de repente necesitas regar a concho, tenemos que encender velitas”.

SECRETOS GUARDADOS

Como el general McArthur a los japoneses, Viña Francisco de Aguirre amenaza con volver con todo. De acuerdo a Jaime Campusano, jefe de producción de la viña, la venta de activos a Concha y Toro sólo se tradujo en un cambio de domicilio que les permitirá reorganizar sus fuerzas para reenfocarse en el mercado. “Vendimos nuestra bodega, los viñedos y las marcas, pero nos quedamos con todos los contratos con terceros. Nos encogimos para explotar más tarde”, afirma

Reubicados en la bodega de La Chimba, donde se muelen o molían 50 millones de kilos destinados en su mayoría a la producción de las líneas tetra, la viña suma 660 hectáreas con contratos a largo plazo, de la cordillera hasta el mar, del sector de Río Hurtado –en las faldas de El Pachón– hasta el Romero, a 20 kilómetros de la costa, permitiéndole a la viña jugar con las diferentes topografías y condiciones atmosféricas e intentar aprovechar al máximo las ventajas comparativas del Limarí.

Controlando el vigor de las plantas a través del riego por goteo, y haciendo un manejo de follaje que termina con la planta casi desnuda tres semanas antes de la cosecha, la nueva Francisco de Aguirre prepara el lanzamiento en marzo de 2006 de tres líneas que buscan desempolvar su imagen: una línea fina varietal, otra varietal plus con tratamiento con madera y una tercera de nivel reserva.

Campusano nació en Ovalle y nunca se ha movido de un entorno que conoce como la palma de su mano. Afirma que no existe otro valle que reúna las condiciones para cultivar casi todo el abanico de cepajes “En 20 años he presenciado sólo dos heladas, y sólo en algunos sectores del valle. Sus suelos son prácticamente vírgenes, y aunque la escasez de materia orgánica produce algunos desórdenes microbiológicos, son el sustento ideal para vides para vino.

El enólogo afirma que la combinación de cielos luminosos, suelos pobres, escasa pluviometría y ausencia de heladas primaverales, son condiciones que todavía no han sido suficientemente explotadas. A diferencia del Maipo, las amplitudes térmicas del valle son menos marcadas, por lo tanto las viñas del Limarí rescatan la intensidad frutal de sus vinos y el equilibrio que le confiere su acidez natural. “Buscamos vinos más livianos, pero quizás más balanceados. Pero, ¿quién sabe? A lo mejor en sectores más altos como Río Hurtado logramos vinos muchos más gordos y concentrados. El valle aún no demuestra su real potencial”, dice Campusano.

Lo cierto es que el sello de los vinos del Limarí no va por el camino de las grandes estructuras. Sus esqueletos son medios pero firmes, como un camélido que recorre cientos de kilómetros de la cordillera a la costa. Sin embargo, si los viñedos están bien trabajados, sin duda los vinos regalan mucha fruta, mucha fruta fresca, especias y flores, y una elegancia que parece heredada de tiempos ancestrales.

Con blancos minerales y chispeantes en su franja más costera, y tintos expresivos y con una buena relación pH-acidez en los sectores más próximos a la cordillera, el valle transita por el camino de la consolidación. Aunque hay tareas pendientes, como encontrarle la mano al Cabernet sauvignon o vinificar un Merlot que lo despierte definitivamente del sopor de los últimos años, aquí nada parece ser definitivo. Bajo sus cielos transparentes, donde las constelaciones de estrellas calzan mágicamente con las figuras geométricas de las tacitas molles, los vinos del Limarí esconden aún muchas sorpresas.




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