martes, 8 de abril de 2014

El desembarco de las mezclas pacificoterráneas

Llegaron algo tarde, pero para quedarse. Las cepas mediterráneas, como Mourvèdre y Grenache, se han adaptado con asombrosa facilidad y rapidez a las condiciones de los valles chilenos, creando, en especial en Colchagua, una nueva y promisoria generación de vinos jugosos y con muchísimo carácter.
Las modas son parte del mundo del vino, y Chile corre sus olas y a veces simplemente llega tarde, demasiado tarde, y las contempla desde la orilla. La reinvención de la Carmenère, la fiebre del Sauvignon Blanc, la irrupción de los tintos de clima frío, el rescate del Carignan y la viticultura de secano, son fenómenos contagiosos y que han cambiado para siempre el mapa de la vitivinicultura chilena.

Las modas son pasajeras, es cierto, pero cuando existe un sustento técnico detrás de los vinos, un potencial interesante aún sin descubrir o desarrollar, pueden marcar tendencias y enseñar un camino tan virtuoso como insospechado.

En los últimos años, aún con cierta timidez y sigilo, asoma una nueva categoría: se trata de las mezclas mediterráneas, compuestas, en su mayoría, de Grenache, Mourvèdre, Carignan y Syrah. Si bien se trata de ediciones limitadas o experimentales, sus vinos entusiasman por su carácter, fuerza y, sobre todo, naturalidad para proyectar los suelos y mesoclimas chilenos.

Estos cepajes, que son parte del paisaje español y del sur de Francia, han encontrado en los valles de Chile excelentes condiciones para su desarrollo, desde el valle del Elqui hasta el Maule profundo.

Uno de estos grandes picos es, sin lugar a dudas, Errázuriz The Blend 2011 de Aconcagua, una potente, pero fresca mezcla de Grenache, Mourvèdre, Syrah, Carignan y Marsanne. La columna vertebral de este vino, que comenzó como un capricho del enólogo, pero que hoy se puede parar sin complejos junto a los íconos del grupo, es una plantación de Grenache que data de 2000 en la zona de Ocoa, un punto intermedio entre el más cálido Panquehue y los costeros Manzanar y Chilhué.

Otro punto alto, emplazado en el valle de Cachapoal, es Santa Carolina Specialties Mourvèdre 2011. Un vino que refleja muy bien la tipicidad de su fruta, roja y extrovertida, que habla un lenguaje goloso y amable, pero sin caer en los excesos de madurez y extracción.

En la zona de Botalcura, en el valle del Maule, un Tempranillo se las trae. Sin ínfulas de un vino de guarda, Botalcura Tempranillo 2013 conquista con la juventud y franqueza de su fruta negra. Es un vino jugoso, que refleja el paisaje silvestre de su entorno, capaz de ensamblar a la perfección simplicidad y belleza.

Y, en el sur profundo, en el corazón del secano maulino, una nueva mezcla electrizante de Reserva de Caliboro: Erasmo Barbera Garnacha 2013. Un vino jugoso y con una personalidad firme, campechana y entretenida, que integra Barbera de Cauquenes, Garnacha de Empedrado y Carignan de Melozal. Un festín para quienes gustan de vinos ligeros, fáciles de tomar, pero con cuento, con mucho cuento.

COLCHAGUA SE CHASCONEA

En un valle como Colchagua, donde muchas veces tradición se confunde con conservadurismo, los cambios son paulatinos. Por décadas el valle vivió casi exclusivamente del Cabernet Sauvignon, pero a partir de la década del 90 comenzó a irrumpir con fuerza la Carmenère. Esta hija del azar terminó convirtiéndose en el emblema del valle, aprovechando sus suelos profundos y un clima más bien cálido, que templa los tonos especiados de sus vinos.

Sin embargo, en los últimos años, Colchagua definitivamente ha sacudido su modorra. No sólo se ha extendido de cordillera a mar, incorporando grandes tintos andinos y blancos de sus costas de Paredones y Bucalemu, sino se ha abierto a la experimentación. Sus nuevas mezclas mediterráneas, al igual que la Carmenère, son fruto de la casualidad. Sus enólogos comenzaron a vinificarlas sin grandes expectativas, pero quizás por eso mismo hoy pisan con inusitada seguridad.

A diferencia de muchos vinos de la posmodernidad, no nacieron en un departamento de marketing, sino tienen un sustento técnico. Primero debieron convencer al enólogo y, más tarde, ya con los resultados sobre la mesa, los comerciales no tuvieron más remedio que hacer un espacio en los portafolios. Los vinos se ganaron su puesto: la oportunidad de lucirse y satisfacer una demanda creciente por vinos más frescos, ligeros y entretenidos.

Emiliana fue la primera viña que se atrevió a ensayar una mezcla en su fundo Los Robles –con excelentes resultados– y siguieron sus pasos Montes, Lapostolle, Caliterra, Bisquertt, Luis Felipe Edwards, Polkura, Ventisquero y Viu Manent. Todos estos vinos muestran un camino nuevo, fresco y distintivo, con un futuro muy promisorio.

SACÁNDOLE PUNTA AL CERRO

En una ladera del viñedo El Olivar, en la zona de Peralillo, Viu Manent plantó Mourvèdre y Grenache en 2005. Ambas cepas, mezcladas con un porcentaje de Syrah, dieron vida a ViBo Punta del Viento 2011, uno de los vinos más excitantes y bien logrados de la última temporada.
“Cuando llegué a la viña, no le tenía mucha fe a estas cepas. Más encima fue el año del terremoto. Igual vinificamos esos cuarteles y los dejamos en unas barricas viejas. Después de una gira al sur de Francia en 2012, me convencí de su gran potencial y comenzamos a trabajar mucho más en serio. Bajamos el riego y el rendimiento para lograr más estructura. Hoy los vinos son exquisitos. Siguen la misma línea que los franceses, pero con una personalidad propia”, explica Patricio Celedón, enólogo de Viu Manent.

Los cepajes están plantados en lo alto de un cerro sobre suelos graníticos. En el caso de Mourvèdre y Syrah sobre una roca madre que fluctúa entre los 50 cm y 1 m de profundidad. Sin embargo, se trata de una roca fragmentada, por lo tanto permite profundizar a las raíces. El Grenache, en cambio, se encuentra un poco más abajo, pero el suelo es suficientemente pobre para mantener a raya su acostumbrado vigor.

El resultado es un vino jugoso, pero muy firme en boca. El Grenache aporta su fruta fresca e intensa; el Mourvèdre, estructura y cierta mineralidad; y el Syrah refuerza el andamiaje del vino y le confiere aquel característico toque cárnico. Las cepas se cosechan por separado, pero Celedón hace la mezcla antes de pasar el vino a barricas, siempre de segundo o más usos. El Grenache, que por naturaleza es bastante oxidativo, necesita integrarse desde un comienzo con las otras cepas para sostener su fruta.

“No sé si serán las variedades estrella del valle, pero sí es un vino que sigue los gustos del consumidor. Es un vino técnico, pero al mismo tiempo muy fácil de beber. Hoy vemos estos vinos mediterráneos como productos de nicho, pero seguramente van a crecer. ¿Hasta qué punto? Ésa es la gran pregunta”, sostiene el enólogo.

VENTISQUERO VA POR MÁS

En el cordón montañoso que limita con los viñedos de Neyén de Apalta, nace Ventisquero Grey GCM 2013, una exquisita mezcla compuesta por Garnacha, Carignan y Mataro (Mourvèdre). Es una terraza de altura, donde la Garnacha crece sobre pies de Cabernet Sauvignon. Aunque sus raíces habían logrado explorar hasta 2 m, las plantas estaban súper débiles, pero este suelo granítico en descomposición, con muy bajo porcentaje de arcilla, era ideal para tirar las riendas de la Garnacha.

Las uvas se cosechan separadamente y se fermentan en bins de 500 y 1.000 lt. La Garnacha regala su fruta roja y dulce, que recuerda frambuesas y guindas ácidas; el Carignan, estructura, mucha acidez y ciertas notas terrosas que hacen más entretenida y compleja la mezcla; y el Mataro, como le gusta llamarlo a Tosso, aún más estructura que el Carignan, color y un toque animal, como de charcutería.

Pese a que su asesor John Duval, ex enólogo de Penfolds Grange, se caracteriza por sus vinos potentes y elegantes, Grey GCM tiene un cuerpo ligero y vivaz. Desde sus primeras cosechas simplemente salió así y han decidido mantener el estilo: un vino que está 6 meses en bodega, y ya, está listo para dejarse querer. Incluso en las temporadas más frescas como 2013, Tosso ha elegido los lotes más amables de Carignan para mantener la delicadeza tánica de esta propuesta. “Vamos a plantar más y probablemente en el futuro hagamos un vino más de guarda, agregando Syrah a la mezcla”, anuncia.

Para Tosso, estos vinos mediterráneos quizás son más complicados de vender que el Cabernet Sauvignon, pero sólo es un tema de tiempo. “Los vinos son exquisitos y en Colchagua andan súper bien. Tenemos los suelos, el clima, lo tenemos todo. El Cabernet Sauvignon, hay que ser honestos, no es LA variedad de Colchagua. Por algo en este valle se producen los mejores Carmenère que, para mí, es una cepa con un cuento más mediterráneo que bordelés, porque necesita el calor de Colchagua para mostrarse mejor”, opina.

ANTU REMASTERIZADO

El enólogo de MontGras Santiago Margozzini andaba en busca de Syrah. Encontró un muy buen productor en el Maipo, pero el paquete venía con una sorpresa: un pequeño cuartel de Carignan plantado en gobelet. Para amarrar el contrato el enólogo compró toda la fruta y así cobró vida una entretenida mezcla de Syrah y Carignan, perteneciente a la nueva camada de Antu, una línea que le permite una mayor cuota de libertad, experimentar con terruños más distantes y cepas más atrevidas para el tradicional portafolio de la viña.

Al enólogo le quedó gustando la personalidad mediterránea de esta mezcla y comenzó a jugar con otros cuarteles de Grenache, Carignan y Tempranillo que estaban algo olvidados en su fundo de Pumanque. “Al principio encontraba que no daba buenos resultados. No me tincaba mucho. Dejé esos cuarteles a regañadientes. Cosechamos sus uvas y dejamos la mezcla en unas barricas viejas. Con el paso del tiempo, la fruta explotó y nos dio pie para crear este nuevo concepto enológico, con mezclas más entretenidas y sin gastar un peso en barricas nuevas”, explica el enólogo.

La idea de MontGras es ampliar el portafolio y hacer algo distinto, que vaya más allá de lo que están acostumbrados sus consumidores, que llamen la atención de la prensa y genere llamadas como la mía. “Somos medio conservadores, no nos gusta ir demasiado lejos, pero si tenemos que ir a Antofagasta o la Antártida, lo vamos a hacer. No teníamos interés en seguir la moda. Tampoco creíamos que tenía mucho potencial de venta. Hicimos la prueba y nos encantó. Ahora nos entusiasma y encajona bien con el estilo de la viña. Y todo por una casualidad”, confiesa.

NUEVOS AIRES DE LAPOSTOLLE

El estilo de Lapostolle no admite equívocos. Desde un comienzo este château chileno, que ha cimentado en el mundo el prestigio de la denominación de Apalta, se ha caracterizado por sus vinos voluptuosos, amables y redondos, donde la barrica, la buena barrica, juega un papel preponderante para envolver la dulzura de su fruta. Sin embargo, la enóloga Andrea León encabeza un proyecto subversivo y apasionante, vinificando pequeñas partidas de Syrah (desde el norte al sur profundo); Carmenére (desde la cordillera hasta la costa colchagüina), Carignan (Cauquenes y Empedrado); Mourvèdre (Apalta) y Grenache (Elqui y Maule).

“Es el lado B de Lapostolle. Es como un vino de garaje dentro de Lapostolle. Partí este proyecto para educar a los consumidores, que son escépticos al tema del terroir… Porque en Chile sólo se habla de variedades. Hablar de zonas era casi imposible”, explica la enóloga.
Sin embargo, los resultados han sido tan auspiciosos que estos vinos ya forman parte de una nueva línea llamada Collection. Una nueva generación de vinos donde trabaja a la antigua, sin los chiches tecnológicos de su bodega, con muy poca extracción y sin madera, mostrando una nueva cara de la bodega, sorprendiendo al clásico público de Lapostolle.

“La gracia de la variedades mediterráneas es que mantienen las acideces altas en lugares cálidos. Las temporadas 2013 y 2011, que fueron más frescas que el promedio en el valle, se equiparan con las cepas de Burdeos, mientras en las más cálidas, muestran todo su carácter y facilidad para conservar su frescura. Es cierto. Las parras viejas entregan más estructura y profundidad. Necesitamos tiempo para entenderlas. Pero, a pesar de la juventud de los viñedos, en las laderas de Colchagua logran equilibrios muy interesantes. ¡Qué pena que no hayan llegado antes!”, exclama la enóloga.

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