martes, 5 de junio de 2012

Los próximos 30 años de Casablanca

Aunque aún está pagando algunos pecados de juventud, el futuro de Casablanca, este valle curtido por la brisa marina, es ciertamente luminoso: con la consolidación de sus plantas clonales, el desarrollo de tintos de ciclo corto de madurez y el nuevo sueño de Morandé: la creación de una nueva apelación autorregulada para vinos espumosos.

“¿Cómo va a helar aquí si estamos a 18 kilómetros en línea recta del mar?”, respondía con incredulidad Pablo Morandé a un lugareño que le advertía sobre los peligros de plantar vides en Casablanca. No tuvo que esperar demasiado. Esas primeras hectáreas de Chardonnay y Sauvignon Blanc se quemaron hasta la raíces. El valle, una vez más, parecía confirmar un destino con más oscuros que claros, donde el progreso pasaba, burlonamente, siempre por el costado, dejando en ascuas a sus habitantes que vivían, principalmente, de los cereales y la ganadería.

Este agreste y sinuoso valle, que conecta Santiago con el puerto de Valparaíso, no podía desprenderse de su vocación de lugar de paso. De acuerdo al cronista británico George Vancouver, a finales del siglo XVIII Casablanca era “una pequeña aldea donde hay una bonita iglesia, cerca de cincuenta casas y algunas tierras cultivadas y cerradas que hacen contraste con la estéril región que habíamos atravesado”.

La ciudad fue bautizada en 1753 como Santa Bárbara de Casablanca, en honor a la esposa de Fernando VII, quien enviudó sólo cuatro años después de haberse firmado el acta fundacional, y una casona blanca que los historiadores nunca han podido establecer fehacientemente su ubicación y propiedad. Con sus calles de ángulos rectos, y casas de un piso de adobe blanqueado, techos de tejas coloradas o sencillamente paja, era un poblado sin grandes esperanzas, donde los birlochos levantaban polvo y rompían una quietud que amenazaba con eternizarse.

La escasez de agua, que hasta nuestros días representa un dolor de cabeza para los viticultores, impedía que Casablanca floreciera. Pero no sólo eso. Las violentas heladas, que tanto sorprendieron a Morandé, también frenaban el desarrollo agronómico. Así lo registra el Archivo de la Real Audiencia a finales del siglo XVIII: en la llamada Hacienda Lo Ovalle existe un viñedo donde “nunca se vio coger cosechas de vino porque siempre hiela y no llegan a madurar….”.

Sin embargo, esta surrealista calma que persistía encajonada entre sus cerros, también sedujo a familias aristocráticas, políticos, revolucionarios y artistas. No es casualidad que en estas tierras haya pasado sus últimos días el venezolano Luis López Méndez, considerado por el mismísimo Simón Bolívar como el verdadero libertador de América. Tampoco que haya sido la cuna de los presidentes de Chile Manuel y Jorge Montt, cuyos herederos aún continúan cultivando estas tierras. Que haya inspirado a poetas y pintores como Arturo Gordon. Ni que haya forjado el espíritu de San Alberto Hurtado en los campos de Tapihue, donde aún persisten las paredes de barro de su casa de infancia y una cruz de madera que plantó con sus propias manos en una de sus tantas misiones.

Por eso tampoco me extraña que Pablo Morandé haya insistido en su sueño de convertir a Casablanca en un valle vitivinícola, intentando doblarle la mano a un clima veleidoso que poco y nada ayudó a trascender a pioneras bodegas como Viña de Zapata, La Vinilla y La Merced que, en los albores del siglo XX, con más patas que buche, pretendían irrigar las gargantas de los parroquianos con sus astringentes vinos de País.

Hasta que llegó el momento: en 1985 los miembros de la Asociación de Ingenieros Agrónomos-Enólogos quedaron boquiabiertos cuando fueron presentados los primeros vinos casablanquinos en Cousiño Macul. “Parecen vinos de otro país”, comentaron los asistentes, habituados a los blancos cansinos y oxidados del Valle Central. Ignacio Recabarren, entonces enólogo de Santa Rita, asumió el desafío de fermentar estas uvas que desafiaban el sentido común. A los pocos años se instalaron Emiliana, Veramonte, Concha y Toro, Santa Rita y Casablanca. “El valle se convirtió en un fenómeno aspiracional. Ahora todos querían estar aquí. De soñador pasé a triunfador, de loco a consagrado”, me diría más tarde Morandé.

EN SÓLO 5 SEGUNDOS

Ahora, cuando celebra sus 30 años de existencia, el Valle de Casablanca cuenta con 5.680 hectáreas plantadas, principalmente Chardonnay (2.269), Sauvignon Blanc (1.931), Pinot Noir (710) y Syrah (107). Todo ha pasado muy rápido, como en un abrir y cerrar de ojos, recordando, de alguna manera, la primera transmisión telegráfica en 1852, cuando la prensa porteña titulaba: “Casablanca se ha puesto a 5 segundos de Valparaíso”. Entonces, como si fuera hoy, como si fuera un periodista entrevistando a un enólogo, el operario del cable preguntaba: “¿Cómo está el tiempo allá?”. “Está nublado…”, respondían de Casablanca.

Todo ha pasado tan rápido que Casablanca ya sufre los primeros achaques de la madurez. Los vaivenes del precio de sus uvas, el aumento de los costos energéticos y de mano de obra, las millonarias inversiones en instrumentos para prevenir o paliar las consecuencias de las heladas, la sostenida ineficiencia de sus pozos de agua y la pérdida de productividad de sus plantaciones más añosas, afectadas de cuadros virales y nematodos, sin duda son los convidados de piedra de esta gran fiesta de aniversario.

Esta nueva sensación de pesimismo se acrecienta por la irrupción de nuevos valles costeros que le han quitado cierto protagonismo, como su vecino San Antonio, Limarí y Elqui en el extremo norte, y recientemente la costa de Colchagua en la zona central. “En años de rendimientos altos, como fue la cosecha 2009, los precios se fueron al suelo y tuvimos, prácticamente, que rematar la fruta”, me cuenta un productor de la zona.

Sin embargo, la Asociación de Empresarios Vitivinícolas del Valle de Casablanca no se ha quedado de brazos cruzados. A diferencia de otros gremios en Chile, donde los conflictos de intereses diluyen las grandes ideas, las viñas han invertido en investigación y desarrollo. No sólo han empujado con fuerza los cambios legislativos para contar con denominaciones de origen basadas en criterios estrictamente técnicos, sino que han sido pioneros en el establecimiento de una red de modernas estaciones meteorológicas que ha permitido distinguir climáticamente sus subzonas: La Vinilla (818 grados-día en la escala de Winkler), Tapihue Bajo (893), Tapihue Alto (890), Mundo Nuevo (893), Casablanca Centro (821), Lo Ovalle (852), Lo Orozco (823), Las Dichas (751) y Lo Orrego (769).

Estos datos climatológicos, que en otros valles preferirían mantener en estricta reserva, nos ayudan a entender mejor las características de las uvas, pero además abren la posibilidad de que en el futuro se puedan profundizar las apelaciones, yendo más allá, mucho más allá de las recién promulgadas y aún insuficientes menciones de Andes, Entre Cordilleras y Costa en las etiquetas.

Asimismo han contratado estudios para caracterizar aromáticamente sus cepajes más emblemáticos, como Sauvignon Blanc y Pinot Noir, aportando información sistematizada para los asociados y la prensa especializada. “Viene un segundo Casablanca. Esta vez no está sustentado en el olfato, sino por experiencias científicas. Cuando se terminen los estudios de suelo y clima, y comiencen a producir las nuevas plantaciones clonales que se han establecido en los últimos años, Casablanca tendrá un espectacular redescubrimiento. Acuérdense de mí”, anuncia Morandé.

EL FUTURO ESPLENDOR

El redescubrimiento de Casablanca coincidió con el boom de las exportaciones de Chardonnay. Es por eso que continúa siendo la cepa más plantada en el valle. Sin embargo, la selección de sus plantas no fue la más acertada y hoy se están pagando las consecuencias. La mayoría de los viñedos está conformado por el llamado clon Mendoza, una variedad de origen más bien misterioso, y que hoy acusa serios problemas de fatiga de material debido a las virosis y voracidad de los nematodos, que tienen una fiesta aparte en los arenosos suelos de los llanos.

En los últimos años se han replantado muchas hectáreas con clones franceses, y patrones tolerantes a los nematodos, abriendo un nuevo potencial para esta cepa que se ha visto más bien eclipsada por la mineralidad de los exponentes del Limarí, pero, sobre todo, por la irrupción del Sauvignon Blanc. Poco a poco el Chardonnay casablanquino recupera su norte. Con una mejor interpretación de la añadas y de los puntos de cosecha, sumado a una vinificación más respetuosa con la fruta, una nueva generación de vinos más frescos y chispeantes pretende recuperar los amores perdidos.

Sin embargo, es el Sauvignon Blanc la cepa que se ha transformado en la estrella indiscutida del valle. Combinando distintos clones, jugando con las exposiciones, alturas y momentos de cosecha, los enólogos no sólo han sido capaces de mantener una gran consistencia en el rango de los varietales, sino además sorprender con vinos más ambiciosos, algunos de ellos con un paso por barricas o fudres, que buscan y han logrado conquistar nuevos y asombrosos, en algunos casos, umbrales cualitativos.

Junto con la introducción de nuevas cepas blancas, como Viognier, Gewürztraminer y Riesling, que permiten ampliar aún más la paleta de sabores, los tintos todavía tienen mucho que decir en el valle. El Pinot Noir, paso a paso, no exento de dificultades, empieza a reencontrase con su naturaleza, alejándose de los tonos confitados para desplegar los aromas puros, frescos y complejos de la variedad. En este sentido ha sido vital la importación de clones franceses, superando al tradicional clon Valdivieso que monopolizaba los campos, sumado a un necesario cambio de mentalidad enológica que ya no rehúye de la fruta ácida, sino la busca y atrapa en la botella.

Por otro lado, el Syrah de clima frío, tan distinto a los fisiculturistas de Barossa, comienza a sentirse muy a gusto en las lomas graníticas de la cordillera de la Costa. Allí ha desplegado un carácter muy propio y seductor. Con notas de flores y especias, y cuerpos estilizados pero firmes, se ha hecho un lugar a pesar del difícil momento de popularidad de la cepa en el mundo. Cada vez son más las viñas que se atreven con mezclas tintas de Casablanca, buscando nuevos registros aromáticos, profundizando su relación con el terroir, en lugar de optar por el camino más fácil: presionar el acelerador por la Panamericana persiguiendo la madurez de otros valles.

No hay duda: los productores de Casablanca no quieren quedarse atrás y han tomado la decisión de mostrarse al mundo con una personalidad fresca, inquieta e innovadora. ¿Por qué no dar nuevos pasos? ¿Por qué no hacer un espumoso que distinga al valle en su conjunto, con normas que regulen su producción y velen por la calidad de sus vinos, como tan bien hizo el colectivo Vignadores de Carignan en el secano maulino?, se pregunta ahora Morandé.

¿Y por qué no? Hace 30 años Casablanca marcó un antes y después en la historia vitivinícola chilena. Hoy el valle se reinventa para proyectarse con renovadas fuerzas hacia un mejor futuro, pasando, como dice su descubridor, de la juventud a la sabiduría… A un remanso de felicidad.

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