miércoles, 9 de marzo de 2011

Guarili-way

En el secano interior del Valle del Itata nada es lo que parece. Sus viñas plantadas en cabeza, irrigadas sólo con el sudor de sus productores, mantienen viva una tradición que hoy se revaloriza en los mercados que piden a gritos vinos con identidad y carácter. Guarilihue vive un nuevo amanecer.

José Miguel Neira, mejor conocido como el Bandido Neira, luce el uniforme del ejército patriota con grado de coronel. Negro, barbudo, fiero. Salteador de los Cerrillos de Lontué –o pelacaras, por su habilidad con el corvo para desollar el rostro de sus víctimas-, es reclutado por Manuel Rodríguez y José de San Martín para luchar por la partida independista. El Bandido se convierte en la peor de las pesadillas del gobernador español Marcó del Pont. En un heroico e implacable bandolero que, después de la decisiva batalla de Maipú en 1817, vuelve a sus andanzas y a saltear, sin distingos de razas ni credos, los fundos y diligencias maulinas. El Bandido es fusilado en Talca por órdenes del general Ramón Freire. Los familiares de este personaje novelesco, inmortalizado en la obra de Blest Gana, emigran a los valles del Itata y Bío Bío, desandando un camino de ruegos, pólvora y sangre.

-¿Y te gusta mi vino? –me pregunta Yamil Neira, descendiente directo del Bandido, quien empuña una polvorienta botella de Cinsault o Cargadora, como la llaman en el secano del Itata.

-Tiene carácter –respondo turbado.

Sin embargo, aquí, en Guarilihue, nada es lo que parece. Yamil es académico de la Universidad de Concepción, doctor en química en Chile y Alemania. Frente a su notebook, en una humilde casa ferozmente agrietada por el terremoto, afirma que los suelos de estas lomas endemoniadas esconden grandes cantidades de litio, manganeso y zinc. ¡Y también de uranio! Lo miro incrédulo mientras descorchamos otra botella. Y otra. Y otra. Los ojos oscuros del Bandido, dibujados con crudeza en sus etiquetas, vigilan mis movimientos y estudian cada uno de mis gestos.

-No te preocupes. El uranio no es radioactivo –me explica.

Aquí se respira la prehistoria de la vitivinicultura chilena. Una tradición de pisoneos, rezos y resacas. Ya en 1548 el fraile jesuita Francisco de Carabantes introdujo las primeras vides a través de Talcahuano para celebrar la misa, las que, con milagrosa naturalidad, se propagaron por los valles del Itata y Bío Bío. Hasta muy entrado el siglo XX, las cuatro quintas partes del vino producido en Chile provenían de estos lares. Los caldos, principalmente Moscatel de Alejandría y País, se transportaban en carreta por sus ensortijados y polvorientos caminos. Sólo en el puerto de Tomé existían más de cinco tonelerías. Los vinos eran envasados y distribuidos en barcazas al resto del país. La actividad vitivinícola era chispeante y despreocupada.

Pero en 1938 debutaron las prohibiciones. ¡Una cuba de sinsabores y sinrazones! El gobierno de la época, como una curiosa forma de frenar el alcoholismo, incentivó una política de arranque de viñedos. Itata fue perdiendo relevancia. La vitivinicultura se trasladó al norte. Los pequeños productores, dueños de cepas rústicas y devaluadas, perdieron su estatus frente a las estiradas cepas bordalesas de Maipo y Colchagua. El Valle del Itata, incluso gran parte del Maule, se convirtió en el patio trasero de la vitivinicultura chilena. Las grandes bodegas capitalinas compraban, y aún compran sus uvas, pero con sigilo, pudor, casi arriscando la nariz. La tradición del secano sobrevivió a duras penas.

Hoy la vitivinicultura de secano está amenazada por el implacable avance de las madereras. La resistida instalación de Celulosa Nueva Aldea ha cambiado el paisaje. Hoy los viñedos están en retirada. Las lomas se pueblan de pinos y eucaliptus. Muchos productores han debido vender sus propiedades. Familias enteras han emigrado. Otras más obstinadas siguen cultivando sus vides, tal cual lo hacían sus ancestros hace más de 400 años, sufriendo con los vaivenes del mercado, haciendo frente a estos nuevos tiempos que no respetan tradiciones y canas.

-¿Es la celulosa un polisacárido?- dispara Yamil a pito de nada-. Claudio Barría, enólogo de Viña Casanueva, lo mira algo confundido.

-Sí, la celulosa es un polisacárido compuesto de moléculas de glucosa. ¿Saben por qué lo sé?

-Porque eres químico –respondemos al unísono.

-No, porque soy bandido. Soy el Bandido Neira.

CAMPO DE EXPERIMENTACIÓN

La vitivinicultura del Itata se basa en el cultivar Moscatel de Alejandría. O uva Italia, como simplemente la llaman. Sus viñas suben y bajan las colinas, desparramadas como una partida de bandoleros. Apenas levantan su cabeza y esconden sus frutos bajo un follaje que enfrenta el viento y la intensa radiación solar. Sus vinos son rústicos. Florales y voluptuosos. Como este Piedras del Encanto Moscatel 2010 de Guarilihue vinificado por Danilo Neira, sobrino de Yamil, que descorchamos bajo el inclemente sol de mediodía. El vino sabe terroso, contundente, sabroso. Es un vino que, a diferencia de los tradicionales pipeños, no fue fermentado con sus orujos, sino con técnicas modernas.

Es que el Itata vive una vez más en su historia un proceso de reconversión. Hace ya unos años se hizo un gran esfuerzo estatal por cambiar la cara productiva de la zona y elevar el precio de sus uvas. Se introdujeron cepas nobles, como Merlot, Cabernet sauvignon y Carmenère, pero los resultados no fueron los esperados. La fruta, en la mayoría de sus subzonas, no alcanza a madurar con propiedad. Si bien se producen episodios de altas temperaturas, el promedio de las máximas es más bajo que en la zona central. Los blancos y los tintos de ciclo más corto de madurez, como el Pinot noir o el mismo Cinsault, se adaptan mejor a las condiciones del valle.

-El problema no sólo fue poner las cepas equivocadas, sino importar la tecnología de afuera. Fue un error plantar todas estas cepas en espaldera. El viento que corre hacía imposible su manejo. Por algo aquí el cultivo tradicional es en cabeza. No se trata de copiar recetas. Hay que adaptarse a las condiciones particulares del valle -explica el enólogo Edgardo Candia, quien trabaja desde hace años con los pequeños productores del Itata.

Yamil Neira, aconsejado por el enólogo Claudio Barría, injertó Pinot noir sobre viejas parras de Italia. Y la cosa prendió. Prendió más o menos. La mitad de las plantas lograron lignificar, pero el hombre está contento. No quiso contratar a un experto en injertación. Prefirió hacerlo él mismo, a su manera.

-Al Bandido Neira no le van a venir a decir cómo se hacen las cosas –exclama.

Degustamos Bandido Neira Pinot Noir 2009. Un vino cálido y voluptuoso. Con notas de frambuesas y guindas secas. Tonos de vainilla y chocolate de una barrica aún muy presente. Un Pinot de mucho volumen en boca, pero que necesita temperar su carácter explosivo. Ganar en profundidad y frescura. También vuela el corcho de un Pinot Noir 2010 de Claudio Barría. Un vino hecho con maceración carbónica y cuatro meses en barrica, muy frutoso y aterciopelado. Un claro ejemplo del potencial de Guarilihue para este cepaje noble a veces tratado como bruto.

ENTRE DOS MUNDOS

En el Itata conviven dos realidades: por un lado, viñas como Casanueva, en Bulnes, y la novel Errázuriz Domínguez, a orillas del río Chillán, que optan por variedades nobles y cuentan con tecnologías modernas de vinificación. Y, por el otro lado, pequeños productores que se aferran a sus cepajes tradicionales y venden sus uvas o hacen sus vinos en forma muy artesanal.

Casanueva, por ejemplo, se ha especializado en Sauvignon blanc y Pinot noir. Según Ariel Muñoz, sommelier y gerente de ventas de la viña, los cepajes de ciclos de maduración más prolongados, como el Cabernet sauvignon y Carmenère, simplemente no dan resultado, sobre todo en los suelos profundos de Bulnes, donde hay que tirar con fuerza las riendas para que no se subleven las plantas.

Sus vinos tienen buena estructura y una acidez muy natural. Los Sauvignon son muy equilibrados entre sus aromas cítricos y tropicales, y con una enigmática nota de ortiga que refresca el paladar. Casanueva Pinot Noir 2010, la primera cosecha de viñas injertadas sobre Cabernet sauvignon, entrega frescura y gentileza, pero transitando, al menos por el momento, por el lado más maduro de la cepa.

-Hay algo transversal en todos los vinos del Itata. Es esa nota de piedra. Esa cosa mineral- sostiene Claudio Barría.

En suelos más pobres, sobre todo en lomajes graníticos de sectores como Larqui y Quillón, es posible trabajar con cultivares tintos más tardíos, como es el caso del Carignan. Portezuelo, en los pies del cerro Cayumanqui, se insinúa como el terroir ideal para la producción de vinos dulces. Degustamos Tranque Viejo Cinsault 2009. Un tinto goloso, con notas de confitura de guinda, pasas y manjar, elaborado por Edgardo Candia. Y un experimento de Claudio Barría y del productor local Marcelino Llanos que promete mucho. Un vino dulce tipo Tokaji en base a Moscatel. Exuberante, oleoso y con una muy buena acidez. Vinificado sólo con pasas, cosechadas una por una, y que debería permanecer, según Barría, por lo menos otros cuatro años en barrica.

EN BUSCA DEL TESORO

En los lomajes de Guarilihue, con sus piedras de cuarzo que forman verdaderas constelaciones sobre las arcillas rojas, predomina la Italia y Cargadora, pero también esconde un sinnúmero de secretos, como Piedras del Alto Riesling 2009. Un vino cálido, generoso, con notas de flores blancas y albahaca. Cítrico, mineral y voluminoso. Sus uvas provienen de un viñedo de más de 80 años, un tesoro escondido que salimos, presurosos, a encontrar.

Pasamos por el pueblo de Guarilihue y su imponente templo evangélico, subimos y bajamos estrechas y polvorientas cuestas, preguntamos y buscamos hasta dar con Leonel Ruiz, un productor local sencillo y apasionado, curtido por el sol del secano, quien nos pasea por uno de los viñedos más hermosos y originales que he visto en mi vida.

En una prominente loma plantada con una antigua y variopinta mezcla varietal, donde comparten cabezas de Moscatel, Cinsault, País y otros cultivares no identificados, se para el Riesling con asombrosa prestancia. Según Leonel Ruiz, el viñedo, que no se extiende en más de una hectárea, formaba parte del antiguo fundo Las Viñas y fue plantado por un enólogo llamado Ediberto Fuentealba, quien mantenía en el campo un verdadero centro de experimentación.

A Ruiz le gusta el Riesling. Es una cepa que le regala kilos y una fruta muy rica y equilibrada en su relación azúcar-acidez. Le gusta tanto -afirma- que está propagándola mediante mugrones.

-¿Ven? Ésta es la madre, y estos son sus cuatro hijitos –se detiene frente a una planta. Una vez que los hijos están crecidos y sanos, el productor corta el cordón umbilical y los separa de la madre. Así se van reproduciendo y renovando esas cabezas enterradas y despeinadas por el viento.

La viticultura de secano es orgánica sin necesidad de certificación. El manejo es muy simple y, en el caso de Ruiz, prácticamente personalizado, planta por planta. La poda es el ritual más importante. Una o dos vez por año un poco de azufre, generalmente antes de primavera, cuando se pasa la pica para oxigenar el suelo y remover algunas otras especies que compiten por el agua que brindan las lluvias.

La mano de obra para la cosecha es escasa. Muchos campesinos se han empleado en las madereras y otros han emigrado al norte a trabajar en la minería. Es que el precio de la uva durante las últimas décadas ha sido vil, incluso muchas veces ni siquiera ha alcanzado para pagar los costos de producción.

Estas dos últimas cosechas, sin embargo, el sol ha vuelto a brillar para los productores del secano. Los bajos rendimientos nacionales han disparado los precios. De acuerdo a Esther Hinojosa, tía de Yamil y dueña de un precioso complejo turístico en Guarilihue, este año ya están ofreciendo hasta $ 170 por kilo de uva. Pero esperarán. No soltarán sus uvas por menos $ 200. Ahora –dice- les toca a ellos.

Esther está casada con Omar Sandoval y juntos manejan una empresa familiar dedicada a la viticultura, madera y transporte. Su casa, rodeada de caseríos y ranchos, perfectamente podría estar en la portada de una revista de decoración. Mármol, antigüedades, alógenos. Tradición, mucho cariño, religiosidad. Todo lo han hecho a pulso, cuidando hasta el más mínimo detalle, incluido el pipeño que nos sirve al desayuno, junto a pan crujiente, queso fresco y arándanos. Aquí, en Guarilihue, nada es lo que parece.

Seguimos la camioneta de Yamil y nos internamos en un sinuoso sendero. Atravesamos alambrados, despertamos a las vacas de su siesta, nos internamos a través de oscuros bosques de pinos, hasta llegar a un extenso viñedo de Italia que pertenece a Candelario Hinojosa, hermano de Ester. Entre las cabezas se yergue un enorme quillay que regala sombra y una linda historia de amor.

-Aquí le pedí pololeo a mi mujer Elizabeth –afirma Yamil.

Caminamos por el viñedo, tropezando con las parras que se cubren del sol de la tarde, y hacemos un alto frente a un tranque: un oasis escondido entre viñedos y bosques.

-¿Sabes lo que siento aquí? Libertad. Eso, libertad –agrega.

Me acerco al tranque e intento tocar el agua con la punta de los dedos, pero resbalo y me voy de cabeza. Yamil rápidamente me toma del brazo y me sostiene con firmeza. Sí, soy uno de los pocos que puede decir esto: le debo la vida al Bandido Neira.

OTROS VALLES, OTROS VINOS DE SECANO

La Reserva de Caliboro. El conde Marone Cinzano, propietario de Col D’Orcia en Montalcino, produce en el secano maulino algunos de los vinos más atractivos de la escena vitivinícola chilena: la mezcla tinta Erasmo y un cosecha tardía en base a Torontel que está para hacerle reverencias.

Lomas de Cauquenes. La cooperativa maulina, que agrupa a cientos de productores, tiene una línea llamada Selección de Secano que resume de la mejor forma la tradición vitícola sureña. No dejen de probar Las Lomas Gran Reserva Carignan 2007.

Gillmore Estate. Francisco Gillmore, el fundador de la viña, cometió la “locura” de injertar variedades nobles sobre antiquísimos pies de País. Hoy su hija Daniella y su marido, el enólogo Andrés Sánchez, producen en Loncomilla vinos con sinigual carácter y consistencia. Altamente recomendables son su Hacedor de Mundos Old Vines Carignan y Cabernet Franc 2007.

Club del Carignan. Esta asociación de productores, que reúne desde viñas garaje hasta grandes compañías, se ha juramentado para producir el primer vino de apelación de Chile: una mezcla en base a viejas parras de Carignan maulino. Ya hay disponible 15 vinos con etiquetas propias, pero pronto debutarán con una marca que identifique al club y a la larga y rica tradición del secano maulino.

Louis Antoine Luyt. Este francés loco y apasionado se propuso rescatar del olvido a la subestimada cepa País. Y lo ha conseguido. Sus vinos naturales de parras que en algunos casos sobrepasan los 150 años de edad han dado mucho que hablar. Y lo seguirán haciendo. Atrévanse con Quenehuao País 2009 y Huasa de Coronel del Maule País 2010. Una cara fresca y renovada para la cepa fundacional.

Villalobos. La familia Villalobos descubrió un tesoro en Lolol: un viñedo de Carignan silvestre que regala frescura y originalidad. Villalobos Reserva Carignan 2009 es un vino salvaje y artesanal. Liviano y frugal. Lleno de maravillosos defectos.

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