viernes, 24 de julio de 2009

El famoso navegado

Existen muchas maneras de capear el frío, algunas más complejas que otras, pero una de mis preferidas es el vino navegado: ese elíxir sureño en el cual se calienta el vino en una olla con cáscaras de naranja (las que navegan), y a veces algunos toques de canela y azúcar, no sólo calienta el cuerpo, sino que levanta el espíritu (y otras cosas, también).

Recuerdo que un día de invierno como estos, llego entumido a la casa y me encuentro con una preciosa sorpresa: mi mujer estaba preparando un navegado con un Santa Rita Cabernet Sauvignon Reserva Especial.

-¿Sabes cuánto cuesta ese vino? -le espeto.

-No tengo idea ni me interesa... ¿Quieres un vasito? Si no, me lo toma sola.

Hacer un navegado con una botella que supera los $ 40 mil sin duda es un despropósito. Una locura o una excentricidad. Es como encender un cigarrillo con un billete. Con un Arturo Prat.

Tampoco es recomendable prepararlo con un vino en caja. En general esos vinos están ultra tratados-filtrados-azucarados. En otras palabras, no aportan sabor. Tampoco cuerpo. Tan sólo un alto nivel de azúcar que se puede agregar en el vino de una cucharada.

Un nivel alto de alcohol tampoco es importante, pues en el proceso de preparación gran parte de éste se evapora y vuela por la ventana.

Para mí el mejor vino para un navegado es el pipeño que tradicionalmente se vende en garrafa. Ese vino rústico, sabroso, raspabuche. Natural y bajo en alcohol. Ese que nace del Maule al sur. Que aporta sabor, estructura y cuento. Y, claro, ese que cuesta $ 40 mil los 50 litros.

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