miércoles, 11 de junio de 2008

Viudo por una noche

Mi mujer está en Temuco, y yo, en esta fría tarde en Providencia, en pijamas de franela, abrazado a una estufa, viendo un capítulo repetido de Los Simpsons. Se suponía que saldría a comer afuera. A pegarme por último un liguriazo. Algo corto pero efectivo, como un pisco sour a la vena, escuchar por enésima vez el inspirador (e inspirado) cedé de la Carmencita Corena del mítico Cinzano y ensayar caritas frente a un espejo junto a la manada de figurines de la tevé que visita el bar cada noche. Pero estoy hecho una vieja. Una vieja culiá, como diría un amigo. Terminé preparando una ensalada de hojas verdes con tiritas de jamón serrano y huevos de codorniz, y la hice acompañar por un sauvignon blanc 2007 de Quintay recién lanzado al mercado...

No me dan muchas ganas de beber sauvignon blanc en otoño, sobre todo al atardecer, a la hora de los bocinazos, pero abrí este vino pensando en mi ensalada de soltero, en esos sabores ácidos y agrios, en la soledad de una larga noche, perdido en la inmensidad de las dos plazas, haciéndole el amor al scaldasonno. Y me gustó el vino. Es tremendamente vegetal (partí disparado a oler mis hojitas de tomate que cuelgan del balcón), fresco, pero controlado. En el contexto de Casablanca, podríamos tacharlo de salvaje, pero un salvaje en un cautiverio feliz. Tiene buena estructura y profundidad en boca. Es alegre, muy alegre, tanto que me animé a apagar el televisor y poner un cedé de Nirvana. ¡Se armó la fiesta!

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