martes, 14 de abril de 2015

La encrucijada curicana

Aunque es el corazón de la vitivinicultura chilena, la imagen del Valle de Curicó se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, empujado por su alta vocación productiva. Sin embargo, hay un grupo de viñas dispuestas a dar la pelea y reverdecer sus viejos laureles.


Sin duda. El Valle de Curicó vivió momentos de gloria. Los vinos más prestigiosos de Chile provenían de sus tierras. Todas las bodegas querían estar ahí, en esa posición estratégica, en el corazón del mapa vitivinícola nacional.

“La zona central-sur, o sea las provincias de Curicó y Talca, producen los mejores vinos blancos del país. En el Departamento de Lontué, por circunstancias de clima, suelo, variedad y técnica, se ha conseguido una fiel reproducción del más célebre de los vinos franceses: el Sauternes. Siguiendo la tradición francesa, se obtiene en forma exclusiva en este Departamento que con toda legitimidad merece este apelativo, sinónimo de la obra cumbre de la viticultura francesa. Ha llamado poderosamente la atención en los mercados en el exterior, donde se aprecia en forma creciente”, escribe Armando Dussaillant en 1947, en la publicación “Uvas y vinos de Chile”.

Precisamente en Lontué estaba emplazada la mítica Viña Casa Blanca. Fundada por Alejandro Dussaillant, poseía 500 hectáreas de variedades nobles, una capacidad para moler 500 mil kilos de uvas al día y una bodega con reservas de 12 millones de litros. Pero no sólo eso. La viña contaba con sus propios aserradero y tonelería, una fuente de energía hidroeléctrica y una planta de 50 empleados y 800 operarios. Además de elaborar vinos blancos y tintos, champagne, espumante (graciosa y necesaria distinción), vinos generosos, vinos de misa y mistelas, mantenía una colección de 200 variedades y una vocación por la investigación que hoy querrían muchas grandes compañías.

Así se autopublicitaba esta viña emblemática, en tercera persona, como un viejo crack: “En su afán de constante mejoramiento y progreso, la investigación es parte fundamental de sus actividades: está atenta a cuanta novedad se produce en el arte de hacer buen vino, y bien puede decirse que no hay problema vitivinícola que ignore, o que no haya estudiado y resuelto con sus propios elementos. Desde comienzos de este siglo (XX), ha mantenido siempre a su servicio distinguidos profesionales franceses, lo que unido a su permanente contacto con enólogos de renombre mundial, como Pacottet, Ribereau, Gazou, Mathieu, Jacquemin, Grand Champs, Marrias, etc, y al espíritu progresista de sus propietarios, explica el perfeccionamiento que alcanza con sus diversas cepas”.

La fama de Curicó estaba sustentada principalmente en sus vinos blancos, tipo Barsac y Sauternes, Rhin (con cepas importadas directamente de Alemania) y, por supuesto, Pommard. La influencia europea, pero sobre todo francesa, era más que patente y guiaba los estilos de la denominación. Pero, como dijimos, los blancos ocupaban un rol destacado y quién más que Armando Dussaillant para describirlos tan vívidamente: “El vino blanco es el que más nos recuerda la naturaleza, es cristalino como la savia de las parras, su amarillo dorado o pálido da el reflejo de las hojas, es perfumado, sabroso y fresco como las uvas. Se identifica con la juventud y la alegría, pues no requiere de los años para modelarse, agradar y rebosar en calidad. Es de gran clase aquel que no pierde su lozanía, se conserva inmutable a través del tiempo, y es exquisito desde sus primeros días”.

La gran aptitud agrícola de sus suelos y climas, no sólo fue la base de su prestigio, sino también se tradujo en el comienzo de su progresivo declive frente a otros valles chilenos. “La muy importante región de Molina y Lontué, con sus extensos viñedos de rendimiento particularmente elevado y sus excelentes instalaciones vinícolas, ofrecen vinos muy agradables, bien constituidos y muy buscados por el comercio al por mayor y de exportación”, escribe hace ya más de medio siglo el enólogo Gastón Canu, quien estuvo a cargo de la Estación Enológica de la Quinta Normal de Agricultura.

“La región del Lontué es una de las más ricas. Acá todo el viñedo es a la usanza francesa y de los más productivos del país. En esta región tiene Chile las grandes viñas y las mayores bodegas productoras y elaboradoras. Sus vinos son armoniosos, de buen contenido alcohólico, 12 o más grados, de ‘cuerpo’, y es fama que su maduración se hace más pronto que la de vinos próximos del norte. Los vinos blancos son de calidad excepcional”, agrega en la misma época el enólogo y académico Gabriel Infante Rengifo, remarcando una identidad que con el paso de los años terminaría diluyéndose por su incansable vocación productiva.

UNA IMAGEN DILUIDA

Uno de los hitos más importantes de la historia reciente del Valle de Curicó es la llegada de Miguel Torres, cuando en 1978 adquiere las 90 hectáreas de su fundo Santa Digna, próximo a Casa Blanca, donde precisamente estaba emplazada la mítica viña curicana. A partir de entonces se produce una revolución tecnológica que se propagó a todo el sector vitivinícola, cambiando para siempre la fisonomía de los vinos chilenos. Sin embargo, su imagen de región productiva ya había echado fuertes raíces, perdiendo gran parte de su carácter e identidad.

“El problema es que hay mucha viña productiva. Los agricultores están acostumbrados a producir fruta. Es decir, kilos. Pero, como en todas partes, tienes un sinfín de realidades en cuanto a suelos y climas. Puedes escoger lugares para producir vinos de excelente calidad. Lamentablemente es un porcentaje minoritario. Pero, ojo, ésta no es sólo la realidad de Curicó, sino de todo Chile”, explica Fernando Almeda, enólogo jefe de Miguel Torres.

Brett Jackson, enólogo jefe de Valdivieso, afirma que hay demasiado concentración de productos, empresas de enorme tamaño y un enfoque hacia los altos rendimientos. Por ejemplo, Concha y Toro, Santa Carolina, San Pedro, Patagon y R & R, sólo por nombrar algunas, cuentan con grandes centros de acopio y bodegas. “Aproximadamente el 40% de la uva en Chile se procesa aquí. En un par de kilómetros cuadrados, se muelen más de 300 millones de kilos. Es realmente impresionante”, explica.

Para Jon Usabiaga, enólogo jefe de Aresti, la explicación es muy simple: a nadie le importa mucho que Curicó levante cabeza porque hay muchos intereses comprometidos. Como es una de las principales abastecedoras de uvas y vinos en Chile, a los grandes compradores les conviene mantener los precios bajos para hacer más rentable sus negocios. “El Valle de Curicó es inmenso y los esfuerzos están tan disgregados que cuesta focalizarse y afianzar una identidad definida”, explica el enólogo.

Aún más crítico es Juan Alejandro Jofré, quien se ha concentrado en su Curicó natal para desarrollar su proyecto J. A. Jofré y sus elogiados Tintos Fríos del Año: “Curicó está en una etapa complicada. Hoy es el valle más menospreciado y denostado de la vitivinicultura chilena. ¿Por qué? Porque están todos los grandes, porque hay mucho parrón, porque se privilegian los altos rendimientos. Su imagen ha sido muy mal manejada. Curicó no tiene nada que envidiarle a otros valles. Tiene lugares muy interesantes de cordillera a mar. Su potencial es enorme para desarrollar esa personalidad que se ha ido perdiendo con el tiempo”, sostiene.

Roberto Echeverría, presidente de Viña Echeverría, explica que las viñas curicanas no son muy activas en la promoción de sus vinos en el mercado interno, pero sí hay mucha actividad soterrada, principalmente porque su foco está puesto en el exterior. “El problema es que si no corres muy rápido te vas quedando atrás, y hoy todos están corriendo muy rápido. Eso significa que tenemos que aplicarnos más. Colchagua, por ejemplo, no es sólo un valle productor de vinos, sino un gran proyecto turístico. Casablanca, por otro lado, está en una posición estratégica, entre Santiago y Valparaíso, por lo tanto recibe un tremendo flujo de visitantes. Nosotros, en cambio, producimos vino y lo exportamos. Lo único que podemos decir es que la vitivinicultura chilena nació en la VII Región. En Santiago se envasaban nuestros vinos”, explica.

UN NUEVO AMANECER

Fernando Almeda, como buen español, prefiere ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Sostiene que en el Valle de Curicó hay muchos rincones que ofrecen un gran potencial cualitativo. Existen suelos aluviales, como en el Valle del Maipo, con cantos rodados y muy buen drenaje. Hacia la costa, existen viñas en lomajes y sobre suelos graníticos. El gran problema, como en todo el secano interior y costero, es la falta de agua para desarrollar los proyectos. Pero es cosa de buscar. Sólo hay que saber seleccionar los lugares adecuados para producir vinos con personalidad.

Es el caso de La Ronciere. Esta viña de la familia Orueta buscaba un campo donde desarrollar un proyecto que le permitiera no sólo producir vinos con un mayor valor agregado, sino además diferenciarse de la gran masa de vinos chilenos que pueblan las estanterías del mundo. El lugar escogido fue Idahue, una localidad ubicada entre Hualañé y Licantén, a una veintena de kilómetros en línea recta del mar. Sin embargo, a diferencia de otros proyectos costeros, la totalidad de sus 120 hectáreas plantadas corresponden a cepajes tintos, entre ellos Cabernet Sauvignon, Carmenère y Syrah.

Según su enólogo Juan Aurelio Muñoz, quien encabezó este innovador proyecto cuya inversión asciende a cerca de US$ 6 millones, podían haber comprado cualquier campo, en cualquier valle de Chile, pero prefirieron apostar por las condiciones de Idahue. Estos suaves lomajes que se levantan sobre el río Mataquito, representan un verdadero crisol de suelos, compuesto de rocas metamórficas de distintas texturas y colores, desde suelos franco-arcillosos hasta formaciones de licorella y lutita que tiñen la superficie de llamativos tonos anaranjados y blanquecinos. “Partimos de cero. Elegimos el campo, seleccionamos los cepajes y clones, plantamos en altas densidades y en diferentes exposiciones… Realmente fue el sueño del pibe”, afirma el enólogo.

La apuesta es arriesgada, pero Muñoz confía plenamente en su baraja. El objetivo es elaborar tintos frescos, que vayan en sintonía con los gustos de los nuevos consumidores. Probamos juntos los granos de Carmenère y esta emblemática cepa, acostumbrada a los rigores de los valles más cálidos, se siente muy especiada y profundamente fresca, pero al mismo tiempo con unos taninos sabrosos y crujientes. “Muchos me preguntan qué blancos plantamos. Cuando les digo que sólo tintos piensan que estoy loco. Pero para lograr grandes vinos, tienes que tomar riesgos. Trabajando bien, tenemos que sacar de aquí un súper Carmenère", sostiene.

Algunos kilómetros hacia el interior, en la zona de Palquibudi, se encuentra uno de los viñedos más hermosos de Chile. El proyecto de Viñedos Puertas, que ensambla cuarteles de diferentes cepajes, senderos ecológicos, caballos de rodeo, animales exóticos y un monumental pero elegante centro de visitas, ya es toda una realidad. En este lugar llamado Chile Chico, por su fisonomía estilizada y gran diversidad de suelos y microclimas, nacen algunos de los vinos más interesantes de Curicó y sin duda abre nuevos caminos para un valle que necesita crecer no sólo en tamaño, sino además en la calidad de su oferta vinícola.

De acuerdo a su propietario José Puertas, su pasión y compromiso por Curicó lo heredó de su padre, un inmigrante español que llegó para enamorarse de estas tierras. Hoy Viñedos Puertas tiene presencia en nueve subzonas curicanas con nada menos que 14 campos. En total suma 830 hectáreas, pero el objetivo es llegar en el mediano plazo al millar. El gran sueño de Puertas es reflejar con sus vinos las distintas personalidades del valle y demostrar, como bien decía su padre, que Curicó representa la Capilla Sixtina del vino chileno.

Otra empresa familiar que vive un verdadero proceso revolucionario, por lo menos de profundas transformaciones, incluida una estratégica vuelta a sus orígenes, es Viña Aresti. De acuerdo con su enólogo Jon Usabiaga, en Curicó hay muchísimas oportunidades, pero lamentablemente casi nadie ha sabido explotarlas. Después de salir a comprar fruta a otros valles, como Leyda y Colchagua, la viña vuelve a revalorizar lo que tenía más cerca y hoy puede dar un verdadero golpe a la cátedra.

Su emblemático Family Collection deja de ser un vino multivalle y regresa al terruño que lo vio nacer; el Merlot, tan maltratado en otros valles, podría resurgir en estas tierras como el ave Fénix, con un carácter más fresco y vibrante; y un top de línea o ícono, proveniente de los viñedos más antiguos de sus campos de Micaela y Bellavista, muy pronto podría ver la luz de los mercados.

La apuesta de Aresti por repotenciar el Valle de Curicó va en serio. “Como enólogo, he pasado como dos o tres épocas distintas en Aresti, donde hacer historia no era hacer historia en Curicó. Ahora hay una intención de ser protagonistas, de salir a buscar cosas nuevas, de ir un poco contra la corriente, si se quiere, y demostrar que no sólo somos capaces de hacer buenos vinos, sino además con una personalidad que nos distinga”, afirma el enólogo.

En la misma senda transita Juan Alejandro Jofré. Junto con consolidar sus dos Tintos Fríos del Año (sus elegantes Rosé de Garnacha y mezcla tinta de Carignan, Tempranillo y Carmenère, ambos de la zona de Itahue), el enólogo lanzará muy pronto un ensamblaje con tres años de crianza de Sagrada Familia, una mezcla blanca que rescatará el clásico y subvalorado Sauvignonasse de Romeral y el siempre firme y sabroso Semillon, y un vino aguja tipo chacolí, muy bajo en alcohol, que promete refrescar nuestras tardes de verano.

“Hay que acabar de una vez por todas con los mitos y prejuicios que despierta Curicó. Hay que darle una oportunidad y yo confío en una estrategia de largo plazo”, asegura el enólogo. Tanto así que su gran objetivo es desarrollar un proyecto vitivinícola en un campo familiar ubicado en Lipimávida, muy cerca de Llico y del lago Vichuquén, a escasos kilómetros del mar, con el que seguramente profundizará en su vocación por los vinos frescos y vibrantes.

Según Roberto Echeverría, una de las ventajas diferenciadoras de Curicó es el carácter familiar de una viña como la suya, donde son ellos (y no otros) quienes se encargan desde la viticultura hasta la comercialización de los vinos. “En Curicó hay buenos viñedos y tenemos el arte y la tecnología para atraer a los consumidores avezados. Hay que saber leer sus gustos y satisfacerlos”, sostiene.

Brett Jackson, por su parte, afirma que hay que fijarse en las laderas precordilleranas, donde se pueden producir blancos con mucho carácter y estructura, además de lugares como Sagrada Familia hacia la costa, donde nacen tintos excepcionales de cepajes como Malbec y Cabernet Franc, provenientes de viñedos antiguos. Y Fernando Almeda, si bien reconoce que en los últimos tiempos la estrategia de Miguel Torres ha sido salir a buscar terruños interesantes por todo Chile, incluso invirtiendo en proyectos inéditos como en Empedrado e Itata, no hay que olvidar que tres de sus vinos más emblemáticos tienen un origen netamente curicano: Manso de Velasco, Conde Superunda y Nectaria.
Ésa y no otra es la gran encrucijada que enfrenta el valle curicano: continuar un camino solitario, intentando satisfacer a un consumidor de gustos siempre cambiantes, buscando y muchas veces pagando en oro uvas con mayor reputación, o bien, hacer los esfuerzos por remozar la imagen del valle, potenciando a Curicó como denominación de origen, invirtiendo en nuevas zonas, haciendo vinos cada vez más frescos y profundos, convenciendo a los compradores que su espíritu pionero se mantiene intacto, que ha despertado de una larga siesta para volver a cosechar, como bien diría Dussaillant, uvas colmadas de juventud y alegría.


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