lunes, 7 de septiembre de 2009

A ponerle pino

Estoy con una empaniditis aguda. Con mis cófrades del Círculo de Cronistas Gastronómicos catamos 41 empanadas el fin de semana y, a pesar de haberme tragado un puñado de omeprazol antes y después de la hazaña, aún siento los vapores existenciales de las empanadas.

Ganó una empanada que no estaba en mis libros: Dolce y Salato, El Matico 3899, Vitacura ($1.000). Jugosa, tradicional, con todas sus cositas bien puestas (trocitos de buena carne, cebolla de guarda, aceituna sin cuesco y precisos toques de ají de color y comino.

Pero también hubo grandes decepciones.

Las empanadas de Las Hermanas (Río Tajo, Las Condes), mis favoritas durante los últimos años, estuvieron a la altura del unto. La separación (una hermana se fue a Chicureo), y el progresivo aumento de la demanda, han empeorado la calidad. Con decirles que me tocó una empanada con un trozo de carne de 4 cm. Y con grasa.¡Una falta de respeto!

Parece que la hermana que picaba la carne se fue para otro lado.

También estaban para no creerlo las famosas empanadas de la Rosa Chica (Vitacura y Brasil). Estas empanadas, que son las favoritas de mi querida hermana, supieron como si hubieran estado congeladas del dieciocho pasado.

La verdad es que hay que pensarlo dos veces antes de premiar a la mejor empanada. Las fábricas artesanales no están preparadas para el aumento de la demanda que genera la distinción o sencillamente se quedan durmiendo en los laureles.

Llegué a casa con un aroma de cebolla que Dios me libre. Mi señora me saludó desde la distancia y me mandó derechito a dormir a la otra pieza.

-¿Y con quién voy a hacer cucharita esta noche?

-Me importa un comino.

1 comentario:

Patty dijo...
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